Por Gustavo Lahoud *
En primer lugar, es necesario poner en perspectiva el anuncio que el Presidente realizó sobre el mega proyecto de inversión por US$ 8.400 millones por parte de la empresa australiana Fortescue, con el objetivo de producir a gran escala hidrógeno verde para exportación.
Ya no es novedad que en el mundo se discuten nuevas modalidades de producción de energía que permitan recorrer un camino de transición desde el predominio de los combustibles fósiles en las matrices energéticas y productivas, hacia escenarios más equilibrados con la incorporación paulatina de fuentes renovables y de procesos que induzcan mayor eficiencia energética en las economías y sociedades.
En ese marco, las tecnologías ligadas a la obtención del hidrógeno verde se han consolidado en los debates mundiales como uno de los vectores posibles para la reducción de la alta dependencia fósil en los sectores del transporte y la industria, que en conjunto explican más del 60% del consumo final de energéticos en el mundo.
Por otro lado, desde el Tratado de París en adelante, se han forjado alianzas entre países de la Unión Europea como Alemania, Dinamarca, Holanda, España y otros, junto con Estados de la anglósfera- Australia, Canadá Nueva Zelanda, Reino Unido- e importantes empresas privadas ligadas a la producción de energía, otros insumos importantes como metales y aleaciones, mineras y automotrices, de cara a la promoción de nuevos modos de producción de energía en el contexto del denominado Green New Deal o Nuevo Pacto Verde. A este escenario geoeconómico y geopolítico, se sumó la Administración Biden que ha tomado la denominada agenda verde de la transición como una de sus grandes banderas. Por su parte, China es otro actor que se mantiene expectante ante posibles avances en esta dinámica, como ocurre en el caso del litio.
El objetivo central de estos nuevos procesos productivos es forjar un esquema de inversiones apalancadas por la gran banca financiera para consolidar proyectos piloto que puedan transformarse en escalares en el plazo de cinco a diez años para la producción de energía renovable y de otros bienes que, a su vez, puedan ser utilizados por los países centrales en la conversión paulatina de sus procesos productivos y energéticos.
En este sentido, se plantean como proyectos a escala, ligados a la exportación a mercados de países desarrollados y con esquemas de inversiones que podrían generar impacto en materia de trabajo en los países de destino, aunque con importantes interrogantes en lo que respecta a los eslabonamientos de valor que podrían consolidarse en los territorios de cara a generar externalidades positivas como parte de procesos de transferencia de tecnología y de agregado de valor que estructuren tejidos productivos sólidos y con capacidades reproductivas en términos socio-económicos.
Ahora, el hidrógeno es en sí mismo un vector productivo, ya que no es una fuente primaria de energía. En este caso, la fuente energética renovable que servirá como base productiva del hidrógeno es la energía eólica, y por eso mismo se le llama “verde”. Así, a partir de la energía eólica generada, se procede a la producción de hidrógeno a través del denominado proceso electroquímico de electrólisis, que requiere de importantes cantidades de agua dulce como insumo estratégico. Se separa el oxígeno del hidrógeno- que conforman las moléculas del agua- y el hidrógeno obtenido en un proceso ya industrial de escala masiva, puede ser envasado en estado líquido para ser utilizado como insumo que alimente pilas de hidrógeno para movilidad híbrida o para otro tipo de usos vinculados a consumo de energía eléctrica para industrias, comercios y transporte.
Uno de los aspectos críticos de estos esquemas, es la posibilidad de consolidar eslabonamientos de valor en territorio, al tiempo que el uso de agua puede convertirse en un factor crítico, si el proyecto tiene dimensiones escalares.
La inversión de la empresa australiana Fortescue se plantea como un mega proyecto de us$ 8.400 millones, con una etapa piloto inicial que prevé inversiones por más de us$ 1.200 millones para la obtención de 35 toneladas de hidrógeno verde destinados íntegramente a exportación. Luego, en una primera etapa productiva, desde 2024 hasta 2028, se prevé la producción de 215 mil toneladas con una inversión estimada en us$ 7.200 millones. Finalmente, desde 2029 en adelante, se prevé la mega producción hasta llegar a 2,2, millones de toneladas destinadas a exportación.
En este esquema, la provincia de Río Negro fue seleccionada por sus muy buenos niveles de vientos, teniendo en cuenta los estudios prospectivos realizados por la provincia, la empresa y el Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación. Asimismo, el agua como insumo crítico es un punto central en todo este diseño. El proyecto se instalaría en las cercanías de Sierra Grande, donde funcionó una empresa de extracción de mineral de hierrro- Hipasam- hasta los primeros años de la década de los 90. En efecto, la factibilidad de la exportación está ligada a un complejo logístico con terminal en un puerto de aguas profundas que deberá ser acondicionada para semejante nivel de producción. Otro dato relevante, es que el parque eólico que se prevé montar, sumaría entre 2300 MW y 2600 MW de potencia disponible a través de cientos de aerogeneradores instalados ligados a la obtención de hidrógeno verde para exportación.
Un solo dato sirve para ilustrar las características de un nuevo extractivismo verde. En la previsión de la primera fase productiva, la obtención de 215 mil toneladas de hidrógeno verde servirían para abastecer de electricidad a 1 millón 600 mil hogares, lo cual implica que se generaría disponibilidad de energía eléctrica varias veces excedentaria de la propia población provincial. Téngase en cuenta que en la provincia hay alrededor de 227 mil usuarios de energía eléctrica entre los sectores residenciales, comerciales e industriales y de transporte, a los que la empresa EDERSA les suministra el servicio.
Un aspecto final que es importante tener en cuenta, se refiere a las menores externalidades ambientales que el vector del hidrógeno verde genera. En efecto, se emite solo vapor de agua como parte del proceso de electrólisis. Pero, si se tiene en cuenta la megainstalación de parques eólicos en áreas territoriales concentradas, el uso creciente de agua dulce y las cuestiones vinculadas a logística de transporte vial y portuario, el balance en términos de externalidades puede resultar más complejo de evaluar.
En tal sentido, se estima que nuestro país podría encarar este camino vinculado a la promoción de hidrógeno verde, pero a través de encadenamientos de valor que incorporen alianzas creativas entre el Conicet, universidades, YPF-Tec y diversas áreas de las administraciones gubernamentales nacionales, provinciales y municipales que puedan estructurar proyectos con impacto territorial sostenible y con generación de empleo para el fortalecimiento de los procesos de transición en materia de energía y transporte en nuestro país, con posibilidad de alianzas regionales.
En definitiva, la clave pasa por incorporar diseños productivos a escala territorial que nos permitan diversificar nuestra matriz energética de manera paulatina, conciliando disponibilidad, acceso y sostenibilidad ambiental como parte de un modelo realmente soberano de transición energética.
(*) Especialista en energía y geopolítica del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP)
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