Raúl Perrone es un director que se caracteriza por experimentar con el material audiovisual, proponer nuevas rutinas de rodaje y edición, representar a la juventud y filmar en Ituzaingó. Su insistencia por hacer cine desde un lugar descentralizado de los habituales centros de producción porteños, lo lleva a profesar y sostener -a lo largo del tiempo- un lema político: hacer películas independientes en el conurbano es posible. A pocos días del estreno de su última película, Corsario, en la plataforma audiovisual de Cine.ar, el director recorre en esta entrevista su amor por el universo de les pibes y la versatilidad del cineasta Pier Paolo Pasolini.
Victoria Lencina: ¿Cómo surgió la idea de Corsario?
Raúl Perrone: Surgió porque quería usar una cámara estenopeica. Estaba muy entusiasmado por experimentar cosas nuevas. Me habían dicho que la estenopeica era muy difícil de utilizar en una cámara digital porque está pensada para cámaras analógicas. Me contacté con un ex-alumno mío que le gustan todas esas cosas y empezamos a hacer pruebas. Al principio fue un desafío porque es muy difícil hacer una película sin foco y sin lente. Tenés que agarrar la cámara, agujerear la tapita, colocar el estenopo.
VL: ¿Se necesita mucha luz para la cámara estenopeica?
RP: Sí. Y no podés usar luz artificial. Lo tenés que hacer con la luz del sol. Lo que no siempre te garantiza una buena imagen. Hicimos muchas pruebas y, al final, pude llegar al objetivo que quería y empecé a pensar en la película. Ya había trabajado con el chico que se parece a Pasolini en Ituzaingó Veritá. Él es un alumno mío del taller de cine. Quería cerrar una trilogía que tengo con Pasolini. Aunque a él no se lo nombre, está presente. El que se daba cuenta, se daba cuenta; y el que no, bueno, veía a un director de cine que buscaba pibes para una película. El resultado de la película me gustó mucho. Quería usar poemas y no incluir los de Pasolini, para que no sea una obviedad. Había leído mucho a Paul Verlaine y a otros escritores de esa época. Junté una trilogía también con Caravaggio.
VL: ¿Cuáles fueron los límites y los alcances de trabajar con una cámara estenopeica? ¿Cuál fue tu experiencia o qué descubriste en el proceso?
RP: Lo que descubrí es que se puede hacer. Si te lo propones, lo hacés. Al no tener foco, al no tener control sobre eso, es como estar trabajando con el Súper 8. Estar esperando que se revele el material y demás. Era muy difícil: tratar de taparnos para que haya oscuridad, para que se pueda ver la imagen. Era una puesta muy difícil. Aunque tengas mucha luz el resultado no siempre va a ser bueno. Tenés mucha luz y mucho sol, pero no ves un pomo. Hay que buscar el límite. Para sorpresa mía, hay escenas con mucho foco. Eso se fue logrando porque, al hacer el agujerito en la tapa, vamos probando y cuanta más luz pueda entrar es, a veces, contraproducente. Entonces, era tener menos luz, para tener más foco. Es bastante complicado. Pero, a mí, las complicaciones me gustan. Fue un resultado óptimo. Logré una imagen que si no digo con qué está hecha, la gente piensa que es 16 mm o no sabe bien qué es. La experiencia fue muy agradable y no quita que vuelva a utilizarla. A mí me erizaba la piel.
VL: Mencionabas la creación de una trilogía alrededor de la figura de Pasolini. ¿Podríamos pensar que la misma se inicia en Ragazzi con un Pasolini joven y cierra en Corsario con una faceta más adulta del director? ¿Este diálogo entre películas fue premeditado?
RP: No, no fue premeditado. Cuando hago una trilogía no me lo propongo, va surgiendo por el deseo de querer hacerla. En Ragazzi mi mirada era sobre el pibe más que nada. En ese momento, había salido la película de Abel Ferrara sobre Pasolini que no me había gustado mucho, entonces, era como una respuesta a esa película. Mi intenció en Ragazzi era qué había pasado en el día con ese pibe. Entonces, me enfoqué en eso: en un adolescente que llega, sin nombrar a Pasolini. En Ituzaingó Veritá había puesto a ese pibe y después lo saqué. Hay mucha noche, hay mucha fiesta y siempre había un Pasolini filmando. Después decidí sacarlo y pensé que sería bueno hacer algo con él solo. Empecé a fantasear con la idea de qué pasaría si Pasolini viniera a visitarme a Ituzaingó. Qué pasaría si el tipo, después de filmar varias películas, decide venir a conocer mi pequeña ciudad. Sin nombrarlo, inventé sobre el casting y creo que las pibas y los pibes de ahora seguro a Pasolini le hubieran interesado mucho. Quería hacer mi propia versión de un Pasolini dando vueltas por Ituzaingó y que la gente no supiera si era o no Pasolini o si era alguien que se parecía. En Corsario, tampoco queda muy en claro eso, es más el gesto para los entendidos. Pero, como el tipo es parecido, los cinéfilos lo sacan al toque. Es para cerrar un ciclo de mambos míos.
VL: ¿Sentís que esta película es una declaración de amor a les pibes que venís registrando?
RP: Sí, de eso no tengas ninguna duda. Ahora estoy muy enfocado en eso. Acabo de terminar una peli que se llama Sean Eternos. En el sentido de que los pibes sean eternos. De hecho, voy a preparar una exposición que se va a llamar “Los jóvenes de Perrone” en la que voy a juntar seis o siete películas que tengo hechas sobre pibes y posiblemente las pasemos en un festival. Hay algo en Corsario que no es solamente Pasolini. Igual, de todas maneras, hago historia sobre pibes desde los ‘90. Toda mi filmografía está atravesada por los pibes. No viene solamente por Pasolini. A Pasolini lo vi desde muy pibe, a los diecisiete años y después nunca más. En 2016, me puse a pensar que no era un director que estaba muy valorado. Me interesa mucho más el personaje Pasolini, todo lo que escribió, todo lo que logró hacer, más que algunas de sus películas. Me gusta mucho Accatone, Mamma Roma, y después no me gusta tanto. En Ragazzi, está Pasolini, pero en el segundo acto, están los pibes que siempre han estado en mis películas. Es una preocupación que siempre tengo: los pibes y la tecnología. Nunca dejan de estar presentes. A veces, me enfoco mucho más en los pibes y, a veces, son personajes secundarios. Pero, siempre están. Los transito en mi vida, están en mi taller y se de la problemática. Es algo que siempre va a estar en mí, porque yo tampoco dejo de ser un pibe. Mientras esté esa cosa en mí, nunca voy a poder pensar como un tipo de la edad que tengo.
VL: Sos un director que se caracteriza por experimentar con el material audiovisual y generar nuevo tipo de imágenes. En 1998, escribiste un Decálogo y en 2012 le agregaste algunos puntos con birome. En 2013, con P3ND3JO5, iniciaste una fase mucho más radical y experimental que te posibilitó alcanzar novedosos hallazgos cinematográficos. ¿Actualizarías el Decálogo luego de esa experiencia?
RP: No, porque creo que el Decálogo sigue teniendo una actualidad tremenda. Se ha aggionardo a la época que estamos viviendo. Si yo decía que me podía arreglar con ocho tipos, yo hoy me puedo arreglar con cuatro tipos. No es que fue una locura del ‘98 y hoy en día trabajo con cuarenta personas. No, todo lo contrario. También, el tiempo y la tecnología han jugado a mi favor. Todas las películas nuevas que estoy haciendo las enmarco dentro de lo que es el “anti-cine”. Creo que ni siquiera soy un “anti-autor”, es decir, soy más autor que nunca. Pero, sí puedo hablar de “anti-cine” que significaría ser anti-industria y anti-glamour. En 2019, hice Hasta la muerte que es una película sobre una pareja de indigentes que vive en la calle y se presentó en el FIDBA. La crítica la calificó como documental y ahora con Corsario está pasando algo parecido: ¿es un documental o una ficción? Me parece que hay que terminar con esa discusión. Es lo mismo que pasa con los géneros sexuales: ¿es mujer u hombre? Ya está, esa discusión no va más. Hasta la muerte la hice con una aplicación de VHS que tienen los celulares. No le escapo nunca a la idea de que si tengo algo para contar, lo voy a hacer de alguna manera. Y voy a ir hasta el fondo de eso. Pero, es lo mismo que me pregunten: ¿por qué la hago en blanco y negro o en color? No hay mucha explicación, no es porque quede más lindo o sea un capricho mío. Sería más glamoroso decir que hago películas en color porque queda más lindo. Pero, la verdad, es que una película se cuenta como uno cree que debe ser contada.
VL: Me quedé pensando en Corsario y el tratamiento del color. Las transiciones con imágenes de flores son sumamente nostálgicas, evocan al universo pasolineano, pero también al de los jóvenes.
RP: Sí, las flores también remiten a la muerte. Las flores que se regalan para un ser querido, las que se anticipan a un momento o las que hubiésemos querido llevar. No dejan de ser cosas que contribuyen a la construcción de sentido de la película. A mí ya no me interesa contar historias, yo cuento sensaciones. Las películas no hay que entenderlas, hay que sentirlas. Si vos sentís una película, ¿qué hay que entender? ¿Por qué hay que entender todo? Y, hablando de las pibas y los pibes, uno no tiene que hacer una película para captar a los jóvenes. Mirá, hay una cosa que es fenomenal y es que a los pibes no se los puede engañar. En los ‘90, había salido una película que la vendían con la frase “una película de jóvenes para los jóvenes”. Y era absolutamente ridículo ese cartel. En mi taller, el 90% son pibes y cada vez más chicos. Hay mucha hipocresía, muchos piensan que hay que hacerse el pibe para hablar sobre ellos y no es así. Mirá, yo cada tres o cuatro películas, necesito volver a los pibes. Ni siquiera está en la especulación, es algo que surge. Ahora estoy en plena ebullición “pendejil”. Ahora en cuarentena, filmé dos películas con pibes.
VL: ¿Cómo fue la experiencia de filmar en cuarentena? Lo que se pueda contar, por supuesto.
RP: Mirá, yo no salgo mucho de mi casa, tengo mi microcine y salgo para pequeñas cosas. En la cuarentena, empecé a limpiar mis discos rígidos a ver qué había y me sorprendí con lo que encontré. Descubrí muchos planos de algunas películas que no había usado. Entonces, empecé a armar una película que se llama Algunos Pibes con material del 2008 y 2009. Después, hay un material de Nueva York que me cedieron unos pibes skaters que es del 2014 y 2015. Con todo eso, armé una película muy experimental que va a estar online en el Festival de Cine del ECRÃ. Por otro lado, recogí material de uno de los chicos que trabaja en Corsario que se reúne con sus amigos y hacen skate. Se me ocurrió la idea de que ellos se filmen y yo dirigirlos por videollamada. Yo los llamaba al horario en que se juntaban y les explicaba qué era lo que quería, sobre qué tenían que hablar, ellos ponían el encuadre y así surgió una rutina novedosa de trabajo. Yo les mandaba un remis, ellos me enviaban una tarjeta de memoria con el material, lo bajaba a mi computadora y repetíamos la dinámica una y otra vez. Así, hicimos una película hermosa que se llama 420. En la jerga de los chicos que fuman marihuana es la hora a la que se juntan a fumar. Entonces, están ahí, fuman y hablan. Es una película muy íntima y muy de ellos. Se va a estrenar próximamente.
- Entrevista y redacción por Victoria Julia Lencina, licenciada en Artes y columnista de cine y series de Desde el Barrio (lunes a viernes de 10 a 13hs)
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