Por Victoria Julia Lencina*
Orfanatos, escuelas, parques de diversiones, travesuras e inocencia. El cine ha representado a las infancias en su diversidad, visibilizando inequidades en los niveles de inclusión social y motivando transformaciones culturales. Los gestos políticos y audaces de François Truffaut, Leonardo Favio y Sean Baker, nos permiten aproximarnos a la construcción de una imagen rebelde, disruptiva y novedosa de la niñez. Salidos de villas miserias, paisajes suburbanos y hogares disfuncionales, estxs niñxs se las rebuscan como pueden en una sociedad que no los previó y no cesa de castigarlos y expulsarlos de su seno. Acompañados de libros de Balzac, caballos, helados y cigarrillos, estxs niñxs desafiaron al mundo adulto y a la sociedad en general en búsqueda de libertad.
Los 400 Golpes (François Truffaut, 1959)
Primer largometraje dirigido por François Truffaut y una de las cintas exponentes de la Nouvelle Vague, Los 400 golpes narra las aventuras de Antoine Doinel, personaje de rasgos fuertemente autobiográficos. En una carta, el director le escribió a su coguionista Marcel Moussy: “trabajando sobre mis recuerdos, me siento rebelde e inseguro otra vez, demasiado vulnerable y completamente aislado de la sociedad. Hablando con usted me siento al mismo tiempo culpable y rehabilitado. Usted va a ayudarme a hacer un film que será más que una confesión complaciente: un verdadero film”.
El título fue mal traducido al español y significa “hacer las mil y una”. Los tumbos que da la vida se manifiestan en las decisiones de una madre soltera y un padrastro: para la primera, Antoine es un problema, mientras que para el segundo, una incomodidad. La escuela como institución educativa y ente regulador de conductas morales, castiga al pre-adolescente por sus fechorías. Doinel miente, roba, fuma, prende velitas a Balzac, se burla del mundo adulto y deambula por las calles buscando un lugar de pertenencia, un refugio de contención, un espacio donde la infancia no sea un estorbo. Un fragmento de la niñez pareciera conquistarse en un parque de diversiones, donde en compañía de otrxs niñxs, presencia un show de títeres y ríe efusivamente. No obstante, un reformatorio intentará adiestrarlo con mano dura, para que aprenda de una buena vez por todas a comportarse en sociedad. Doinel logra escapar y corre hacia el mar en una de las escenas más emotivas de la historia del cine. La cámara ubicada de perfil al personaje, lo acompaña en su trayecto con un travelling. La libertad se concreta cuando el niño posa sus pies a orillas del mar. Un mar que pareciera arrullarlo cálidamente en un abrazo y recordarle todo su espíritu inocente, lúdico, vital, pleno y feliz. Doinel observa el horizonte y luego nos interpela con una mirada a cámara desafiante e inolvidable. Preguntas silenciosas parecieran emanar de aquél plano congelado: ¿qué hemos hecho como sociedad con/por esas infancias? ¿Cuál es nuestra cuota de responsabilidad en el asunto? ¿Por qué omitimos o castigamos las conductas rebeldes? ¿Qué tanto nos interpelan y hasta qué punto nos enfrentan con una realidad indeseable que nos atemoriza? En definitiva, ¿qué es lo que provoca tanto miedo?
Crónica de un niño solo (Leonardo Favio, 1965)
Dedicada a Leopoldo Torre Nilsson, la ópera prima de Leonardo Favio emula la propuesta temprana de Truffaut. Retoma la temática de la infancia, los encierros, los reformatorios -como espacios de castigo y vigilancia-, la violencia institucional, la desprotección familiar y la expulsión social. La película está dividida en tres partes diferenciadas y, al igual que en el caso francés, contiene un explícito sesgo autobiográfico. La primera parte presenta a Polín, un niño que pasa sus días en un reformatorio y comete actos inmorales -fumar, protagonizar golpizas, hacerse el enfermo- con la finalidad de escapar de ese entorno inhumano y brutal. La segunda parte lo encuentra deambulando por las calles y regresando a su barrio natal, una villa miseria ubicada en las cercanías de un río. Allí, la violencia se perpetúa en la naturaleza del paisaje y en la de los propios niñxs. Probablemnte, la elocuencia y delicadeza con la que Favio narra un acto de violación sin mostrarlo en ningún momento, sea una de las grandes virtudes de esta película, junto con las angulaciones en picado -de arriba hacia abajo- y contra-picado -de abajo hacia arriba- que permiten acentuar diferencias de poder entre el mundo adulto y el infantil, y entre lxs propios niñxs. La última parte, muestra a Polín jugando con un caballo blanco. La libertad en su plenitud pareciera conquistarse y estallar en explosiones de risas. Pero, las autoridades institucionales lo interceptan, lo restringen, lo corrompen. El niño expresa atemorizado y lleno de pesar: “yo no hice nada. Les juro que no hice nada”. Intenta huir, pero el policía lo toma por la remera y lo conduce hacia la comisaría. En el trayecto, al igual que Antoine Doinel, Polín mira a cámara. Y esa acción es un gesto político al que no podemos hacer caso omiso.
Proyecto Florida (Sean Baker, 2018)
La segunda película de Sean Baker, narra las andanzas de tres niñxs que viven en un complejo de moteles de mala muerte en Florida, cerca de Disney, denominado “Magic Castle”. En su construcción edilicia, el complejo se asemeja al castillo de Disney. Su aspecto de ensueño denota un color violeta pronunciado y una estructura semejante a una maqueta comprada en un mayorista. La idea de lo kitsch, de lo desagradable estéticamente, se trabaja conjuntamente con la del hidden-homeless -el sin-techo oculto-. Proyecto Florida se aleja de la cuestión turística de los parques de diversiones para centrarse en la vida de la clase trabajadora. Aquí los hoteles no cumplen la función de hospedar temporalmente a personas que se van de vacaciones, sino que devienen espacios temporales de refugio para prostitutas, travestis, madres solteras, latinos y/o afroamericanos que no son dueños de un hogar.
El azar y el deambular de Antoine Doinel se retoman, pero se los actualiza a los tiempos contemporáneos. Ya no hay orfanatos ni ausencias de las figuras xaternas, como en los casos de Truffaut y Favio, sino que ahora hay asistentes sociales que intentarán apartar a una niña de su madre, una joven que practica la prostitución para poder vivir. La rebeldía de Moone, protagonista de Proyecto Florida, ya no es contra el mundo adulto, sino contra la sociedad. Escupir, gritar, patalear, hacer berrinches, robar, mendigar helados, irrumpir en casas vacías serán sus actos de manifestación. Moone corre y corre hasta llegar al castillo de Disney, pero ese espacio le está negado. Ella no pertenece a ese sueño americano. Al igual que su joven madre, está desviada, comete el pecado de ser disfuncional al sistema, sus lazos comunitarios están rotos, no empatiza, no agrada como otrxs niñxs que ríen con sus familias, Moone grita y corre, Moone permanece a la espera de un lugar de pertenencia. El que le fue negado cuando un grupo de asistentes sociales la alejaron de su mamá.
(*) Licenciada en Artes (UBA). Columnista de cine y series de Desde el Barrio (lunes a viernes de 10 a 13hs)
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