El litio, mineral clave para comprender una de las razones centrales del reciente golpe de Estado en Bolivia, país que cuenta con el 70% de la reservas globales. Su explotación e industrialización quedó en medio de disputas geopolíticas y comerciales a partir de su vital importancia para la economía del presente y del futuro al ser el mineral esencial en la construcción de baterías eléctricas. Las políticas de Evo Morales para mantener el control del Estado sobre el litio y avanzar en su industrialización, la voracidad de las corporaciones multinacionales por apropiarse de esos recursos.
Por Juan Patricio Méndez
El neoliberalismo es extractivista
El neoliberalismo, con su política de avasallamiento de territorialidades nacionales, ha legitimado el avance de ciertas fuerzas que nada tienen que ver con la soberanía de los pueblos. En una nota anterior ya lo mencionamos, pero es pertinente indicar que cuando hablamos de neoliberalismo extractivista estamos hablando de un modelo internacional de relaciones productivas que supone un activo movimiento de las empresas por encima de los sujetos (y los Estados).
Dando por sentado el ideal de libertad, que se extiende como un posible real, el neoliberalismo se ha valido de esa operación ideológica para situar una fachada y reproducir las desigualdades. El significado del concepto libertad se ha abrochado al ideal, y ha sido fundamental en las proyecciones de este modelo productivo. De esta forma, se ha borrado de la vista de cualquiera el hecho de que se trata de una profundización del comercio inhumano.
Bolivia y el litio
Bolivia posee 21 millones de toneladas métricas de litio, confirmado por la estatal Agencia Boliviana de Información (ABI) y certificado por la empresa estadounidense SRK. Este metal alcalino es indispensable para la construcción de aparatos electrónicos por su función energética de transición. Esta cantidad representa, aproximadamente, el 70% de las reservas mundiales. Significa, entre otras cosas, de la disposición de un cuasi-monopolio en el comercio internacional del material.
El contexto ayuda, claramente. La preponderancia y el crecimiento de la industria de energía y tecnológica demanda, cada vez más, la extracción de este material. Por eso se ha vuelto atractivo su comercialización para Estados Unidos y sus aliados de occidente. En este sentido, Evo ya se había ganado el enojo de grandes imperios económicos producto de la nacionalización de muchos sectores. En el 2006, Morales, a través del Decreto Supremo 28701 nacionalizó los recursos naturales a favor del pueblo boliviano, y reactivó a Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) como la empresa más importante del país. La nacionalización llevó al aumento de las reservas de Gas que lo colocó como principal productor en la zona, y uno de los más destacados del mundo. Siguiendo el mismo impulso nacionalizador, dos años más tarde se sumó al proceso Entel, y al siguiente la petrolera Chaco. Esta última, junto con YPFB, llevó a Bolivia a contar con petróleo como para comercializar y autoabastecerse.
¿Para qué es importante este mineral? He aquí una clave. Ya lo dijimos, pero retomamos: para la producción de componentes eléctricos; y también para la fabricación de chips de telefonía y de tarjetas de créditos. La administración estatal de los recursos le da la posibilidad al país de volverse sustentable en términos de economía política. Y, al mismo tiempo, de disponer de la soberanía territorial y geopolítica. Sin embargo, la oportunidad de un negociado está a la vista.
La presión internacional
En el 2018, el gobierno de Evo Morales firmó un acuerdo con China por mil millones de dólares para la explotación del metal. Un año después, y ya consumado el golpe de Estado, las mineras y los capitales transnacionales volvieron a aparecer con gran interés para conseguir la licitación correspondiente para explotar el Salar de Uyuni en Bolivia. Vale reiterar el dato: Bolivia dispone del 70% de las reservas mundiales de la gema del altiplano.
Ahora si viene bien explicar el motivo por el cual es importante mencionar al conjunto de políticas públicas de estatización. Es porque Evo Morales Ayma, en gestión, incrementó el PBI año tras año producto de las nacionalizaciones y de la actividad comercial de las empresas del sector público, política que alejó a los capitales transnacionales de cualquier acuerdo, y lo que llevó a Bolivia a ser aliado comercial de superpotencias internacionales como China, en el 2018. Dicho esto, producto de esas políticas, el PBI creció en promedio anual un 4,2% según datos del Banco Mundial.
Cuando el MAS asumió el poder, el gobierno llevó a cabo la tarea de retrotraer los acuerdos comerciales con empresas extranjeras que implicaban un robo para el pueblo boliviano. Siguiendo este camino, las operaciones mineras de las empresas Glencore, Jindal Steel, Anglo-Argentinian Pan American Energy y South American Silver (ahora TriMetals Mining) pasaron a dominio público. Entre otras palabras, fue un mano a mano entre la derecha extractivista y el pueblo soberano de Bolivia, pueblo que ganó una lucha territorial durante esta década, y que hoy se ha encontrado con un cachetazo de la derecha más recalcitrante.
Evo y la nacionalización del litio
La idea de que hubiera un nuevo pacto social para el litio era inaceptable para las principales compañías mineras transnacionales. Tesla y Pure Energy Minerals (Canadá) mostraron un gran interés en ser principales accionistas e interventores en el litio de Bolivia. Sin embargo, no pudieron acordar porque sus expectativas tenían que ver con el control del territorio de manera total, y además implicaba el alejamiento del Estado en términos regulacionistas. La política de nacionalización de Evo fue el primer enemigo con el que históricamente se han enfrentado los capitales del mundo.
Después del golpe, las acciones de Tesla aumentaron exponencialmente, llegando a un techo histórico. Párrafos anteriores mencionamos el nuevo interés de las internacionales financieras en el territorio a partir del golpe de estado. No podemos seguir negando, en este sentido, que el golpe en Bolivia es un golpe del litio, y al mismo tiempo, del neoliberalismo.
De la mano, y así como lo ha indicado su historia, un sector de poder se ha aliado con un sector financiero internacional que, a cualquier coste, quiere incrementar sus balances comerciales. El aliado perfecto, en un momento ideal, puede terminar en un gran acuerdo comercial. No ver la relación es negar que el golpe es un golpe por la soberanía territorial. Ya lo dijo Javier Rodríguez Pardo, mítico militante del movimiento ambientalista: “Vienen por el oro, vienen por el agua, vienen por todo”. Junto a Bolivia, decimos que no pasarán.
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