Por Fernando Gómez *
Un sesgo cognitivo es una distorsión en la forma en que ordenamos nuestro pensamiento. La modernidad y la imposición tecnológica de la etapa actual, construyó un ecosistema de saturación en la producción de información y la canalización de las vinculaciones sociales, que terminaron por exacerbar, amplificar y normalizar distintos sesgos cognitivos que modificaron la estructura del pensamiento crítico.
El sesgo de confirmación, entre tantos otros que operan en el mismo sentido, es la tendencia a segmentar la colecta de información y ordenar la misma para ratificar nuestras creencias preexistentes, por muy equivocadas que estuvieran.
Hace una semana nuestro pueblo fue convocado a las urnas, dos tercios de los llamados a votar, lo hicieron. Una parte importante colocó una cruz en un casillero de color violeta. La narrativa hegemónica vertebrada por los canales tradicionales y los vehículos virtuales, exhibió como ganador a la Libertad Avanza, en un resultado inesperado para todos, incluso para los que se alzaron con una victoria.
Desde hace una semana, los análisis acerca del resultado electoral andan a los tumbos en un laberinto sin salida. Cada quien recorta la información para ratificar sus propias creencias.
Los que se sienten victoriosos, eliminan del análisis la brutal crisis de representación política que se exhibe en que los ganadores en las urnas no contabilizan más del 25% del electorado como voto positivo. Los que se asumen derrotados, fragmentan la información para encontrar un responsable dentro de su propio bando y así ratificar que las razones de sus desencuentros estaban absolutamente justificadas.
Los que ni entran en la foto, ratifican su vocación permanente a acercarse a quien les asegure unos mangos, un poco de poder o un poco de tiempo para acomodar sus pretensiones.
Y, en el medio de todo un sistema político que se mira su propio ombligo, ratifica acríticamente el sugrafio como método para integrar la arquitectura institucional de un país, encuentra explicaciones para justificar el funcionamiento de una democracia raquitizada de participación popular y desertificada de capacidad para planificar el futuro de la Patria, emerge victoriosa la injerencia de Estados Unidos en una Patria colapsada.
Democracia a la carta
Hay una pregunta incómoda que atraviesa la justificada sorpresa que provoca el resultado electoral de la provincia de Buenos Aires, la más poblada del país, y a lomo de la cual, se edifican las narrativas que hablan de victoria o derrota para una fuerza política en el terreno electoral.
¿Cómo logró La Libertad Avanza acumular 900.000 votos en cincuenta días? Con la boleta exhibiendo la cara de un candidato que había renunciado envuelto en un escándalo narco, con una campaña electoral relanzada en un exótico evento en el Movistar Arena que testimoniaba delirio ideológico y extravío de racionalidad, con un sprint final que exhibía a Javier Milei absolutamente deteriorado en su enfermedad mental, con una campaña callejera de sorpresa para evitar el repudio, de plano corto para testimonial su imagen y con una intervención directa en el diseño económico y político del país por parte de Estados Unidos.
¿Cómo logró La Libertad Avanza acumular 900.000 votos en cincuenta días? ¿Como hizo para que 900.000 personas en la provincia de Buenos Aires, y otras tantas en comicios provinciales, modificaran su voto y los acompañara en las urnas en tan poco tiempo?
¿Acaso una organización, con logística y capilaridad social suficiente, logró movilizar un millón de almas en cincuenta días para edificar un resultado electoral que justifique la narrativa necesaria para profundizar un ciclo profundamente antinacional y descaradamente antipopular?
A veces las explicaciones más sencillas suelen confirmar nuestro deseo de respuesta. Conviene, como reparo, intentar abrir un poco la mirada más allá del desierto de ideas que habita nuestra producción política local.
Colonialismo digital
Wang Huning es un dirigente político fundamental para comprender los últimos treinta años de la política en China, motor de un espacio colectivo de decisión institucional que impulsó el despliegue de una potencia geopolítica inocultable.
En 1991 identificaba en su obra “América contra América” los núcleos de debilidad de Estados Unidos respecto de quien señalaba que “se autodestruye por su individualismo radical, su mercantilización de la vida y su fractura social. China debe evitar ese camino”.
Wang Huning es el arquitecto teórico de la gobernanza algorítmica china. Uno de los arquitectos prácticos de ese “Gran Firewall”, la gran muralla tecnológica que impidió la circulación libre de Google, Facebook y los dispositivos de guerra tecnológica diseñados en Silicon Valey fue Lu Wei, ex director de ciberseguridad en China, quien al exponer sobre soberanía digital señaló que “Internet no puede ser un espacio sin ley donde empresas tecnológicas occidentales manipulen a los pueblos. El ciberespacio es nuestro territorio”.
El decano de la facultad de asuntos internacionales de la Escuela Superior de Economía de Moscú, Serguéi Karavanov, sostuvo en un reciente espacio de intercambio internacional sobre “Gobernanza Algorítmica” que “la hegemonía occidental se basa en controlar flujos de información. Nuestra respuesta: crear sistemas alternativos (como Yandex, VK) y leyes que protejan la psique colectiva rusa”.
Serguei Shoigu, secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, en forma reciente sostuvo que “Las guerras del futuro se ganarán en el espacio cognitivo. Debemos proteger nuestra esfera cultural”.
Asomar la mirada al mundo, decíamos en alguna editorial cercana, para entender que el mundo es mucho más grande que la vulgaridad que occidente propagandiza, y mucho más complejo que las ideas vulgares que lee en un teleprompter o publica sin filtro en una red social, un anaranjado Donald Trump.
Un mundo feliz
“La dictadura perfecta tendrá la apariencia de una democracia, pero será una prisión sin muros” decía Aldous Huxley en su distópico “Un Mundo Feliz” allá por 1932.
Con menos distopía, el optimista tecnológico Tim O’Reilly, desde su mirada crítica de Silicon Valey, ya en el año 2004 aún antes de la hegemonía de las redes sociales, sostenía que la política se convertía en una plataforma digital en la que los votantes serían “usuarios” y sus emociones el producto.
Hace un tiempo atrás, cuando la consultora Cambridge Analítica explotó en el escándalo de la manipulación del voto en el Brexit y su injerencia en procesos electorales en Brasil y Argentina, el concepto de “microtargeting” comenzó a vincularse con el debate político.
“El microtargeting emocional es una técnica de manipulación masiva que combina análisis de big data, psicometría y publicidad hipersegmentada para modificar conductas mediante el targeting de emociones específicas” explica Carole Cadwalldr de “The Guardian”. “No son campañas políticas, son operaciones de inteligencia psicológica financiadas por billonarios”.
Shoshana Zuboff, por su parte, sostiene que “lo que llamamos microtargeting es en realidad mercado de futuros conductuales: comercian con lo que haremos mañana”.
Nuestras emociones expuestas en redes sociales, nuestras creencias, nuestros valores, nuestros miedos, nuestras alegrías. Lo que no ponemos, pero miramos. Los videos en los que nos detenemos, los que repetimos, el link que presionamos, el click en el que reincidimos. Nuestros datos nos ubican en un público segmentable, nos definen como “persuadibles”.
Las técnicas usuales marcan un alto grado de eficacia en la capacidad de modificar la conducta en el sentido deseado de un “persuadible” al que se lo somete a la exhibición de entre 60 y 90 piezas digitales de contenido emocianal dirigido (memes, noticias falsas, videos) en 50 días.
No es magia, es simplemente un método más de condicionamiento de los destinos políticos de las Naciones occidentales que han decidido reducir la democracia al exclusivo ejercicio del sufragio como atributo participativo.
No es una estrategia invencible, tal y como lo demuestra la soberanía que exponen los polos de poder que emergen como amenaza para la hegemonía estadounidense.
Quizás la debilidad se explique en la falta de identificación del problema, de soberanía y de organización política adecuada para darle batalla.
Injerencia ratificada
Argentina es un territorio de captura. Sus finanzas capturadas por el entremado de grupos económicos más poderosos de Occidente (BlackRock/JPMorgan) y desde ese lugar, la subordinación de su economía a los intereses financieros del entramado de satélites de esos grupos.
La política internacional capturada por Estados Unidos para alinear un país clave en un ragión vital en su contienda geopolítica con polos de poder consolidados que aceleran su declino. Sin ir más lejos, Argentina renunció al ingreso a los BRICS sin disposición legislativa, administrativa, técnica o burocrática alguna que lo justifique y, como contracara, no provocó ninguna objeción seria por parte de la política opositora que ostenta poder institucional.
Su vida política e institucional fue capturada por Estados Unidos y su ecosistema de corporaciones que -además- controlan una parte importante de la producción política de Estados Unidos. Endeudamiento sin regulación, intervención extranjera sin acto administrativo alguno, privatizaciones sin reglas de transferencia, renta financiera sin control ni reparo en los propios usos de la dinámica del funcionamiento del capitalismo. Nada. La economía primarizada al extremo, el extractivismo como método de producción económica, para satisfacer las demandas ajenas.
El Estado argentino está reducido a funciones represivas, de control legal y de mínimo servicio en pleno proceso de reducción de prestaciones.
Su organización social está capturada por un moldeo de ingenieria social diseñado por corporaciones que apuestan por el aceleracionismo tecnológico. Un experimento super exitoso de involución filosófico, cultural, moral, ético, cognitivo sostenido por altisimos niveles de consumo problemático de redes sociales.
Qué se necesita, qué se sabe, qué se quiere, qué me alegra, qué me entristece, qué hago mañana, quién es mi amigo, quién mi enemigo, quién me dió me gusta, quién me ghosteó, con quién me junto, cómo me junto, cómo me comunico. Todo, absolutamente todo, surge de lo que consumo en redes sociales antes que en la socialización efectiva y real en ámbitos primarios de vinculación colectiva.
Instagram me dice qué color pintarme las uñas, Spotify qué banda escuchar, Youtube qué me hace reír, Linkedin me dice cuánto verdugueo me tengo que bancar para ser resiliente, Tik Tok me tira la posta, en Facebook están los viejos contactos que están en cualquiera, mientras yo estoy en la posta de las redes que no son para viejos.
Tanto se decide, que también se decide a quién voto.
Argentina es un territorio de captura. Su sistema político funciona homogéneamente para que todo esto sea normal. Que el país que fabricaba aviones, centrales nucleares, pionero en desarrollos científicos que aún ocupan espacios de vanguardia intelectual, hoy compre rezago ferroviario para tirar a millones de trabajadores en estaciones ubicadas a 70 cuadras de tierra de su casa.
Ese sistema tiene a la democracia del sufragio como paradigma de organización sistémica, a los conchabos agrupados como organización institucional y a partidos controlados por chantas desertificados ideologicamente como método de organización política.
Por todo esto las elecciones son inexplicables desde el sentido común. Porque ratifican un estado de situación dramático, pero que lo excede a Milei y su expermiento trasnochado de La Libertad Avanza.
¿Y entonces?
Por empezar, hay que parar la pelota y pensar seriamente que la salida no está en los atajos que tramposamente nos ubica el sistema como respuesta para gestionar esta tragedia. Tampoco en el facilismo de convocar a unidades que desunifican, acuerdos programáticos que no tienen programa y a votar dirigentes que nos dirigen a la ruina.
El largo camino de pensar una organización política que revitalice el protagonismo militante, en el que la discusión política vuelva a ser condensadora de la construcción de una voluntad colectiva y la acumulación de poder encuentre en la lucha uno de los vectores indispensables para significarse, parece una tarea de largo aliento, pero indispensable en un tiempo de modernidad líquida o virtualización de las individualidades yuxtapuestas.
Revitalizar nuestras convicciones, asomando la mirada al mundo, y observando que los polos de poder que emergen en un mundo en conflicto, lo hacen sobre la reivindicación de su soberanía política, abrazado a los valores tradicionales que expresan su modo de ver el mundo y que apuntan a consolidar un destino de felicidad para su pueblo.
Hay mucho futuro en la Patria que seguimos soñando.
(*) Editor de InfoNativa. Vicepresidente de la Federación de Diarios y Comunicadores de la República Argentina (FADICCRA). Ex Director de la Revista Oveja Negra. Militante peronista. Abogado.














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