Por Gabriel Fernández *
Con escaso entusiasmo, los medios occidentales hablan de la crisis política desatada en Francia, con epicentro en el gobierno que orienta como un chinchorro en la tempestad el presidente Emmanuel Macron. Ninguno explica el porqué de los desequilibrios; prefieren referirse a contrastes entre las fuerzas más importantes y lanzan descripciones inútiles sobre izquierdas y derechas que oscurecen un panorama ya grisáceo debido al encendido constante de depósitos de basura, neumáticos y plásticos en las distinguidas esquinas parisinas.
En la edición publicada en mayo de 2022, estas Fuentes develaron con antelación la incógnita: el grueso de la población votó entonces contra el atlantismo y contra el ajuste. Algunos lo hicieron por la vertiente comandada por Marine Le Pen y otros en beneficio de la orientada por Jean-Luc Mélenchon. Desde entonces la vida se complicó para los galos a raíz de algunas decisiones que solo podían derivar en la presente catástrofe. Una de las frases predilectas de esa cultura es Para un corazón valiente nada es imposible. Empero, suele llegar acompañada de Si quieres rendirte, mira de dónde partiste. Veamos.
Por un lado, cuando se observaba el afán pacifista del candidato a un nuevo mandato en los Estados Unidos, Donald Trump, la Unión Europea (UE), inspirada por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) solicitó a Macron que se ponga al frente del grito de guerra. Así, se fue incrementando el gasto destinado a la Defensa, que no es otra cosa que la canalización de recursos públicos en beneficio de las grandes corporaciones armamentísticas gobernadas por los espacios financieros. Por otro, se admitió -o se cooperó- con la destrucción del oleoducto Nord Stream y la consecuente adquisición de combustible norteamericano a un precio cuatro veces mayor.
En sintonía, con la remanida argucia del gasto público, se inició un progresivo recorte sobre un Estado que, en los años precedentes, se había caracterizado por cobijar a la sociedad en base a un sentido de Bienestar. Desde entonces, el presidente reforzó un vínculo que se había atenuado con el Brexit, y consultó – obedeció el diseño del Reino Unido; dejó de lado una opción de interés, como la Comunidad Política Europea y se zambulló con determinación en el sendero de Davos. Esa Comunidad, que duró lo que una brisa en un balcón, fue un tibio esbozo destinado a establecer una zona de debate que impulsara la amalgama conceptual en el Viejo Continente. La City londinense lo anuló en un abrir y cerrar de ojos y el tándem UE – OTAN estableció la dirección que hoy se padece.
Los resultados están a la vista. El proceso de desterritorialización de los Estados centrales de Occidente se desplegó con una ferocidad que bien podría generar sonrisas en varias naciones latinoamericanas.
Vale releer este artículo:
Ahora, se extiende la expectativa sobre una probable renuncia de Macron. El primer ministro entrante – saliente, Sébastien Lecornu, afirmó que las negociaciones con los distintos partidos se están acelerando e intentó calmar las aguas desmintiendo la posible disolución de la Asamblea Nacional y la convocatoria a nuevas elecciones. Tras su renuncia, el lunes pasado, el improvisado primer ministro fue instruido por el presidente para formar un nuevo gobierno con el objetivo de promover la estabilidad y evitar la convocatoria a elecciones anticipadas.
El hombre, en medio del tembladeral, se reunió con la alianza centrista de Macron y luego con el partido conservador Los Republicanos (LR). Dijo algo que escucharon empresarios y funcionarios e ignoró por completo la población: “Hay una voluntad de tener para Francia un presupuesto antes del 31 de diciembre”. A quién le importa. Mientras usted se adentra en este artículo, lector, Lecornu lleva adelante reuniones con socialistas, comunistas y ecologistas; pero lo que hagan esas dirigencias interesa bien poco a los manifestantes. Es que aquél voto anti atlantista y anti liberal no es propiedad de Mélenchon, ni de Le Pen, ni de nadie. Es la posición que esboza un pueblo que, como puede, atisba las razones de lo acaecido.
Sébastien Lecornu es el tercer jefe de gobierno de Macron en un año en presentar su renuncia. El Parlamento bajó a los dos primeros ministros cuando intentaban afianzarse y ordenar el caos. El predecesor de Lecornu cayó cuando buscaba respaldo para castigar a la gente con un recorte de 44.000 millones de euros. Ahora, desde esa vacante primera magistratura -insólito- se promueve un acuerdo interpartidario para reducir el déficit del país y dejarlo entre el 4,7 y el 5%, y así cumplir los compromisos de Francia con la Unión Europea y afrontar el pago de intereses de la deuda.

Vale recordar que las elecciones legislativas anticipadas de 2024 dejaron una Asamblea Nacional sin mayorías estables. Es preciso indicar que El Parlamento francés es un poder legislativo bicameral, formado por el Senado -representación territorial- y la Asamblea Nacional -representación popular- Estas cámaras realizan sus sesiones en lugares separados: mientras el Senado se reúne en París, en el Palacio de Luxemburgo, la Asamblea lo hace en el Palacio Borbón. Para más claridad, cabe puntuar que la Asamblea es lo más parecido a lo que por estos pagos conocemos como Cámara de Diputados.
Como existen algunas confusiones sobre el funcionamiento gubernamental, este periodista añade que está configurado por el primer ministro, que opera como jefe de gobierno. También, por los ministros de diverso rango. El Consejo de Ministros, órgano fundamental ejecutivo del Gobierno, se reúne semanalmente en el Palacio del Eliseo, en París. Las reuniones son presididas por el Presidente, en su rol general de Jefe de Estado. Se pretende que el mismo asome su liderazgo sobre el conjunto, así que no se lo considera parte del gobierno, pero define su orientación.
Entre los líos en los que se ha metido el presidente Macron al presentarse como un gran ajustador, se destaca la muy cuestionada reforma impuesta en marzo de 2023, que retrasa la edad de jubilación de 62 a 64 años. Las organizaciones sindicales, la opinión en general e incluso buena parte de los diputados se pronunció en contra, en medio de un expandido panorama de huelgas y manifestaciones masivas. Por estas horas, los sindicatos reúnen apoyo para exigir el cese de esa medida, así como la anulación del ajuste antedicho. El ministro de Economía, Roland Lescure, salió al cruce de los descontentos apuntando que con semejantes acciones populistas el país perderá “cientos de millones de euros en 2026 y miles de millones en 2027“.

La crisis francesa está repercutiendo en toda la Eurozona y en los Estados Unidos. La debacle está obligando a recalcular el presupuesto de la UE, mientras que la nación del Norte, que venía descargando parte de su propulsión bélica sobre el país de Asterix, percibe que no puede contar con una región que emula su desmembramiento interior. Esto no lo dice un teórico revolucionario; lo subraya la CNN: “Ahora, a Emmanuel Macron solo le quedan dos opciones reales: disolver la Asamblea Nacional o dimitir él mismo, lo que desencadenaría una nueva elección presidencial. Parece muy probable que elija la primera”.
Como vanguardia argumental con sostén añejo, la otrora confiable DW de Alemania, advierte que el riesgo francés se asienta en la perspectiva de “un gobierno de derechas”. Ofreciendo una mirada que fuerza los datos para presentar conclusiones artificiales, apunta que “Con las arcas vacías, los fondos públicos ya no pueden redistribuirse. Y con los impuestos ya elevados, subirlos de nuevo, no es la solución”. Por tanto, sugiere que el sendero neoliberal que condujo a esta hecatombe debería ser evaluado como el más atinado para salir de la misma.
Es interesante repasar las observaciones coincidentes al respecto y a partir de ellas concluir que ese poder concentrado tiene claro la receta para hundir el lugar. Philippe Dessertine, director del Instituto de Altas Finanzas de París, dijo que “no podemos descartar la hipótesis de una intervención del Fondo Monetario Internacional”. Esa genial idea no le priva de un diagnóstico eficaz: “Es como si estuviéramos sobre un dique. Parece bastante sólido. Todos están parados sobre él y nos dicen que es sólido. Pero por debajo, el mar se lo está comiendo, hasta que un día, de repente, todo se derrumba”.
Según Françoise Fressoz, del periódico Le Monde, “todos nos hemos vuelto totalmente adictos al gasto público. Ha sido el método utilizado por cada gobierno durante medio siglo para apagar los fuegos del descontento y comprar la paz social”. ¿Entonces? “Todo el mundo puede sentir ahora que este sistema ha llegado a su fin. Estamos al final del viejo Estado de Bienestar. Pero nadie quiere pagar el precio o afrontar las reformas que deben hacerse”. En esa dirección se vienen pronunciando, por lo bajo, la Comisión Europea y varias corporaciones que trazan el recorrido de los pobladores del pequeño bosque talado.
Así están las cosas en el centro occidental.

TODA EUROPA AFECTADA. El historiador y demógrafo francés Emmanuel Todd acaba de publicar un texto que condensa la realidad europea presente. Es probable que su mirada sobre el conjunto del continente que habita, en el cual se destacan las dificultades de su propia nación, contribuya a una comprensión más acabada del proceso narrado. Leamos juntos.
De la derrota a la desintegración
Por Emmanuel Todd
Menos de dos años después de la publicación en francés de La derrota de Occidente, en enero de 2024, se han cumplido las principales predicciones del libro. Rusia ha resistido el impacto militar y económico. La industria militar estadounidense está agotada. Las economías y sociedades europeas están al borde de la implosión. Incluso antes de que se derrumbe el ejército ucraniano, se ha alcanzado la siguiente etapa de la desintegración de Occidente.
Siempre he sido hostil a la política rusófoba de Estados Unidos y Europa, pero, como occidental comprometido con la democracia liberal, francés formado en investigación en Inglaterra, hijo de una madre refugiada en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, estoy consternado por las consecuencias que tiene para nosotros, los occidentales, la guerra librada sin inteligencia contra Rusia.
Estamos solo al comienzo de la catástrofe. Se acerca un punto de inflexión más allá del cual se desarrollarán las consecuencias definitivas de la derrota.
El «resto del mundo» (o Sur global, o Mayoría global), que se había contentado con apoyar a Rusia negándose a boicotear su economía, ahora muestra abiertamente su apoyo a Vladimir Putin. Los BRICS se amplían al aceptar nuevos miembros y aumentan su cohesión. Tras ser instada por Estados Unidos a elegir bando, la India ha optado por la independencia: las fotos de Putin, Xi y Modi reunidos con motivo de la reunión de agosto de 2025 de la Organización de Cooperación de Shanghái quedarán como símbolo de este momento clave. Sin embargo, los medios de comunicación occidentales no dejan de presentarnos a Putin como un monstruo y a los rusos como siervos. Estos medios ya habían sido incapaces de imaginar que el resto del mundo los ve como líderes y seres humanos normales, portadores de una cultura rusa específica y de una voluntad de soberanía. Ahora me temo que nuestros medios de comunicación agraven nuestra ceguera al ser incapaces de imaginar el resurgimiento del prestigio de Rusia en el resto del mundo, explotado económicamente y tratado con arrogancia por Occidente durante siglos. Los rusos se atrevieron. Desafiaron al Imperio y ganaron.
La ironía de la historia es que los rusos, un pueblo europeo y blanco, de lengua eslava, se han convertido en el escudo militar del resto del mundo porque Occidente se negó a integrarlos tras la caída del comunismo. Imagino que los eslovenos están en una posición cultural especialmente privilegiada para apreciar esta ironía, aunque sé muy bien, como antropólogo de la familia y la religión, que, a pesar de su lengua eslava, Eslovenia está mucho más cerca social e ideológicamente de Suiza que de Rusia.
Puedo esbozar aquí un modelo de la dislocación de Occidente, a pesar de las incoherencias de la política de Donald Trump, presidente estadounidense de la derrota. Estas incoherencias no son, en mi opinión, el resultado de una personalidad inestable, y sin duda perversa, sino de un dilema irresoluble para Estados Unidos. Por un lado, sus dirigentes, tanto en el Pentágono como en la Casa Blanca, saben que la guerra está perdida y que habrá que abandonar Ucrania. El sentido común les lleva, por tanto, a querer salir de la guerra. Pero, por otro lado, ese mismo sentido común les hace presagiar que la retirada de Ucrania tendrá para el Imperio consecuencias dramáticas que no tuvieron las de Vietnam, Irak o Afganistán. Se trata, en efecto, de la primera derrota estratégica estadounidense a escala planetaria, en un contexto de desindustrialización masiva de Estados Unidos y de difícil reindustrialización. China se ha convertido en el taller del mundo; su muy baja fecundidad, sin duda, le impedirá sustituir a Estados Unidos, pero ya es demasiado tarde para competir con ella industrialmente.
La desdolarización de la economía mundial ha comenzado. Trump y sus asesores no logran aceptarlo porque significaría el fin del Imperio. Sin embargo, una era posimperial debería ser el objetivo del proyecto MAGA, Make America Great Again, que busca el retorno del Estado-nación estadounidense. Pero para un Estados Unidos cuya capacidad productiva en bienes reales es hoy muy baja (véase el capítulo 9 sobre la verdadera naturaleza de la economía estadounidense), es imposible renunciar a vivir a crédito como lo hace produciendo dólares. Tal retirada imperial-monetaria implicaría una caída brutal de su nivel de vida, incluso para los votantes populares de Trump. El primer presupuesto de la segunda presidencia de Trump, el «One Big Beautiful Bill Act», sigue siendo imperial a pesar de las protecciones arancelarias que encarnan el proyecto o sueño proteccionista. La OBBBA relanza el gasto militar y el déficit. Quien habla de déficit presupuestario en Estados Unidos habla, inevitablemente, de producción de dólares y déficit comercial. La dinámica imperial, o más bien la inercia imperial, no deja de minar el sueño de un retorno al Estado-nación productivo.
En Europa, los dirigentes siguen sin comprender bien la derrota militar. No dirigieron las operaciones. Fue el Pentágono quien elaboró los planes de la contraofensiva ucraniana del verano de 2023 (durante la cual escribí La derrota de Occidente). Los militares estadounidenses, aunque hicieron que su proxy ucraniano librara la guerra, saben que se han estrellado contra la defensa rusa, porque no podían producir suficientes armas y porque los militares rusos han sido más inteligentes que ellos. Los líderes europeos solo proporcionaron sistemas de armas, y no los más importantes. Inconscientes de la magnitud de la derrota militar, saben, en cambio, que sus propias economías se han visto paralizadas por la política de sanciones, especialmente por la interrupción del suministro de energía rusa barata. Dividir económicamente el continente europeo en dos fue un acto de locura suicida. La economía alemana está estancada. En todo Occidente, la pobreza y las desigualdades aumentan. El Reino Unido está al borde del abismo. Francia le sigue de cerca. Las sociedades y los sistemas políticos están bloqueados.
Una dinámica económica y social negativa ya existía antes de la guerra y ya estaba sometiendo al Occidente a una gran tensión. Era visible, en diversos grados, en toda Europa occidental. El libre comercio socava la base industrial. La inmigración desarrolla un síndrome de identidad, especialmente en las clases populares privadas de empleos seguros y bien remunerados.
Más profundamente, la dinámica negativa de fragmentación es cultural: la educación superior masiva crea sociedades estratificadas en las que los más educados —el 20 %, el 30 % o el 40 % de la población— comienzan a vivir entre ellos, a considerarse superiores, a despreciar a los sectores populares y a rechazar el trabajo manual y la industria. La educación primaria para todos (la alfabetización universal) había alimentado la democracia, creando una sociedad homogénea con un subconsciente igualitario. La educación superior ha dado lugar a oligarquías y, en ocasiones, a plutocracias, sociedades estratificadas invadidas por un subconsciente desigualitario. Paradoja definitiva: ¡el desarrollo de la educación superior acabó provocando en estas oligarquías o plutocracias un descenso del nivel intelectual! Describí esta secuencia hace más de un cuarto de siglo en L’Illusion économique, publicado en 1997. La industria occidental se ha trasladado al resto del mundo y, por supuesto, a las antiguas democracias populares de Europa del Este que, liberadas de su sometimiento a la Rusia soviética, han recuperado su estatus plurisecular de periferia dominada por Europa Occidental. En el capítulo 3 hablo en detalle de esta especie de China interior, donde sigue habiendo muchos trabajadores industriales. Sin embargo, en toda Europa, el elitismo de los más instruidos ha dado lugar al «populismo».
La guerra ha aumentado la tensión en Europa. Empobrece el continente. Pero, sobre todo, como gran fracaso estratégico, deslegitima a los dirigentes incapaces de llevar a sus países a la victoria. El desarrollo de movimientos populares conservadores (a los que las élites periodísticas suelen referirse con términos como «populistas», «de extrema derecha» o «nacionalistas») se acelera. Reform UK en el Reino Unido. AfD en Alemania, Rassemblement National en Francia… Ironía siempre: las sanciones económicas con las que la OTAN esperaba un «cambio de régimen» en Rusia están a punto de traer a Europa occidental una cascada de «cambios de régimen». Las clases dirigentes occidentales se ven deslegitimadas por la derrota, al tiempo que la democracia autoritaria rusa se ve relegitimada por la victoria, o más bien, sobrelegitimada, ya que el retorno de Rusia a la estabilidad bajo Putin le aseguraba desde el principio una legitimidad incuestionable.
Así es nuestro mundo a medida que se acerca 2026.

La desintegración de Occidente toma la forma de una «fractura jerárquica».
Estados Unidos renuncia al control de Rusia y, cada vez más, creo que también de China. Sometidos al bloqueo chino por sus importaciones de samario, un metal raro indispensable para la aeronáutica militar, Estados Unidos ya no puede soñar con enfrentarse militarmente a China. El resto del mundo —India, Brasil, el mundo árabe, África— se beneficia de ello y se les escapa. Pero Estados Unidos se vuelve enérgicamente contra sus «aliados» europeos y del este asiático, en un último esfuerzo de sobreexplotación y también, hay que admitirlo, por puro y simple despecho. Para escapar de su humillación, para ocultar al mundo y a sí mismos su debilidad, castigan a Europa. El Imperio se devora a sí mismo. Este es el sentido de los aranceles e inversiones forzadas impuestos por Trump a los europeos, que se han convertido en súbditos coloniales de un imperio reducido en lugar de socios. La era de las democracias liberales solidarias ha terminado.
El trumpismo es un «conservadurismo popular blanco». Lo que surge en Occidente no es una solidaridad de los conservadurismos populares, sino una ruptura de las solidaridades internas. La rabia que provoca la derrota lleva a cada país, para disipar su resentimiento, a volverse contra los más débiles. Estados Unidos se vuelve contra Europa o Japón. Francia reaviva su conflicto con Argelia, antigua colonia. No hay duda de que Alemania, que, desde Scholz hasta Merz, ha aceptado obedecer a Estados Unidos, volcará su humillación contra sus socios europeos más débiles. Mi propio país, Francia, me parece el más amenazado.
Uno de los conceptos fundamentales de la derrota de Occidente es el nihilismo. Explico cómo el «estado cero» de la religión protestante —la secularización llevada a su término— no solo explica el colapso educativo e industrial estadounidense. El estado cero también abre un vacío metafísico. Personalmente, no soy creyente y no milito por ningún retorno de lo religioso (no lo creo posible), pero como historiador debo constatar que la desaparición de los valores sociales de origen religioso conduce a una crisis moral, a un impulso de destrucción de las cosas y de los hombres (la guerra) y, en última instancia, a un intento de abolición de la realidad (el fenómeno transgénero para los demócratas estadounidenses y la negación del calentamiento global para los republicanos, por ejemplo). La crisis existe en todos los países completamente secularizados, pero es peor en aquellos cuya religión era el protestantismo o el judaísmo, religiones absolutistas en su búsqueda de lo trascendente, en lugar del catolicismo, más abierto a la belleza del mundo y de la vida terrenal. Es precisamente en Estados Unidos e Israel donde vemos desarrollarse formas paródicas de las religiones tradicionales, parodias que, en mi opinión, son nihilistas en esencia.
Esta dimensión irracional es el núcleo de la derrota. Por lo tanto, esta no es solo una pérdida «técnica» de poder, sino también un agotamiento moral, una ausencia de objetivo existencial positivo que conduce al nihilismo.
Este nihilismo está detrás de la voluntad de los dirigentes europeos, especialmente en las costas protestantes del Báltico, de ampliar la guerra contra Rusia mediante provocaciones incesantes. Este nihilismo también está detrás de la desestabilización estadounidense de Oriente Próximo, lugar por excelencia de expresión de la rabia que resulta de la derrota estadounidense frente a Rusia. Sobre todo, no cedamos a la evidencia demasiado fácil de una autonomía bélica del régimen de Netanyahu en Israel en el genocidio de Gaza o en el ataque contra Irán. El protestantismo cero y el judaísmo cero mezclan trágicamente sus efectos nihilistas en estos accesos de violencia. Pero en todo Oriente Medio son los Estados Unidos quienes, al suministrar armas y, en ocasiones, al atacar ellos mismos, son en última instancia los responsables del caos. Empujan a Israel a la acción como empujaron a los ucranianos. La primera presidencia de Trump estableció la embajada de los Estados Unidos en Jerusalén y fue Trump quien primero imaginó Gaza transformada en un balneario. Soy consciente de que se necesitaría un libro para demostrar esta tesis, un libro que desmontara una a una las interacciones entre los actores. Pero, como historiador de profesión y tras medio siglo dedicándome a la geopolítica, siento que, al igual que la Europa de la OTAN, Israel ha dejado de ser un Estado independiente. El problema de Occidente es la muerte programada del Estado-nación.
El Imperio es vasto y se descompone en ruido y furia. Este Imperio ya es policéntrico, dividido en sus objetivos, esquizofrénico. Pero ninguna de sus partes es independiente en absoluto. Trump es su «centro» actual; también es su mejor expresión ideológico-práctica, ya que combina una voluntad racional de repliegue sobre su esfera de dominación inmediata (Europa e Israel) con impulsos nihilistas que prefieren la guerra. Estas tendencias —repliegue y violencia— también se expresan en el corazón estadounidense del Imperio, donde el principio de fractura jerárquica funciona internamente. Cada vez son más los autores angloamericanos que evocan la llegada de una guerra civil.
La plutocracia estadounidense es pluralista. Está la de los financieros, la de los petroleros, la de Silicon Valley. Los plutócratas trumpistas, los petroleros tejanos o los recién llegados de Silicon Valley desprecian a las élites educadas y demócratas de la costa este, que a su vez desprecian a los blancos trumpistas del heartland, que a su vez desprecian a los negros demócratas, etc.
Una de las particularidades interesantes de la América actual es que a sus dirigentes les cuesta cada vez más distinguir entre lo interno y lo externo, a pesar del intento de MAGA de detener con un muro la inmigración procedente del sur. El ejército dispara contra barcos que salen de Venezuela, bombardea Irán, entra en el centro de las ciudades demócratas de Estados Unidos, ordena a la aviación israelí que ataque Qatar, donde se encuentra una enorme base estadounidense. Cualquier lector de ciencia ficción reconocerá en esta inquietante enumeración el comienzo de una entrada en la distopía, es decir, en un mundo negativo en el que se mezclan el poder, la fragmentación, la jerarquía, la violencia, la pobreza y la perversidad.
Sigamos siendo nosotros mismos, fuera de Estados Unidos. Mantengamos nuestra percepción del interior y del exterior, nuestro sentido de la mesura, nuestro contacto con la realidad, nuestra concepción de lo que es justo y bello. No nos dejemos arrastrar por nuestros propios dirigentes europeos, esos privilegiados perdidos en la historia, desesperados por haber sido derrotados, aterrorizados ante la idea de ser juzgados algún día por sus pueblos, a una huida hacia adelante bélica. Y, sobre todo, sigamos reflexionando sobre el sentido de las cosas.
- Area Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal














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