Por Lorena Fernández Bravo*
En 1789 surgió la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, este fue el documento fundador de la Revolución Francesa y uno de los documentos más importantes de la historia occidental porque sentó los principios de la democracia liberal y se tomó como modelo para más tarde confeccionar la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
En el marco de la Revolución Francesa, según Florencia Abbate en su libro Biblioteca Feminista, esta Declaración recolectaba los principios básicos para formar un nuevo orden que terminara con las reglas del Antiguo Régimen. Si bien fue pensada para un solo país, terminó teniendo influencia a nivel mundial.
Resulta que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano era ambigua con respecto al acceso de las mujeres a la ciudadanía. ¿La palabra hombre utilizada como universal en la Declaración incluía a todas las personas o solo a los varones? Se resolvió esta duda gracias a la Constitución de 1791, que llevaba la Declaración como preámbulo y aclaraba que la ciudadanía era masculina y que además estaba restringida a los propietarios. Por lo tanto, las mujeres quedaban excluidas.
En consecuencia, se consideraba a las mujeres como menores de edad, se entendía que debían mantenerse en el ámbito doméstico y ser representadas en el espacio público por un varón. Lo peor de esta situación fue que estas consideraciones fueron tomadas como modelo a nivel mundial y fueron el criterio usado en las legislaciones de muchos otros países. A su vez y a modo de prueba de ello, este resultado coincide con la situación femenina mundial hasta hace algunos años atrás y no tantos.
Ante semejante negación de derechos aparece Olympe de Gouges. Ella intervino políticamente en los años previos a la Revolución, estaba muy comprometida tanto con la causa revolucionaria como con la lucha por los derechos de las mujeres. Por lo tanto, un 14 de septiembre presentó un documento titulado Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Si el documento original dejaba afuera a las mujeres, ella les hizo uno que las incluyera.
Esta nueva Declaración empieza con un prefacio que dice: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”, y después plantea: “el hombre quiere ordenar como un déspota a un sexo que está en la plena posesión de sus facultades intelectuales”. Como diciendo ‘ustedes vienen a decidir por nosotras cuando podemos hacerlo con nuestras propias voces’.
Esta Declaración es una reescritura de la Declaración de los Derechos del Hombre pero en la cual se considera a las mujeres. En algunos artículos Olympe solo agregó a las mujeres como sujetas de los mismos derechos que los hombres, mientras que en otros creó nuevos derechos que consideraba les hacían falta a las mujeres.
En otro artículo que habla sobre la libertad denuncia a los hombres sin tapujos, diciendo que el ejercicio de los derechos naturales de la mujer no tiene más límites que la perpetua tiranía a la que el hombre la somete.
Olympe muestra a las mujeres como iguales ante la ley y reclama su derecho a participar en el debate público. Al mismo tiempo, y a raíz de su propia experiencia como hija no reconocida, le da voz a las mujeres para que puedan decir “Yo soy madre de un hijo que os pertenece” y así reclamar que se haga cargo de la paternidad quien corresponda.
A su vez, al final de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano se menciona la necesidad de una constitución, a lo que ella agrega que no tiene sentido una constitución si la mayoría de los individuos que componen la nación no ayudaron en su redacción, haciendo referencia a las mujeres. De esa forma Olympe invalida la Constitución de 1791 porque los hombres no les habían permitido participar a las mujeres en esa discusión.
Después de eso, en el epílogo interpela a las mujeres. Les dice que se despierten y que peleen por el reconocimiento de sus derechos. Denuncia lo injusto que fueron los hombres con las mujeres y las invita a abrir los ojos, les pregunta qué obtuvieron de la revolución y muestra otra vez las injusticias de los hombres. Alentándolas a luchar, dice: “sean cuales fueren las barreras a las que tengas que enfrentarte, está en tu poder superarlas, solo tienes que desearlo”. De esta forma Olympe usa el deseo como motor de cambio.
Si bien su declaración no fue tenida en cuenta por los políticos de la época, por supuesto, con el tiempo se convirtió en un texto fundacional de la historia del feminismo porque denunciaba la supuesta universalidad que en realidad estaba excluyendo a la mitad de la población, a las mujeres.
En el final de su lucha por la revolución y por los derechos de las mujeres, Olympe fue encarcelada, juzgada y el 3 de noviembre de 1793 murió en la guillotina por orden de Robespierre, por pretender hacer extensivo los derechos humanos al colectivo de mujeres.
En su caso, según Abbate, su género fue un agravante. La condena fue desproporcionada en comparación con el peso político de sus ideas, teniendo en cuenta que al final ni siquiera tomaron en cuenta lo que dijo, fue más bien un castigo por enfrentar al patriarcado.
(*) Columinista “Loló Deconstructora” en Abramos la Boca (lunes a viernes de 16 a 18 en Radio Gráfica)
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