Por Victoria Lencina *
La miniserie Okupas dirigida por Bruno Stagnaro llegó a Netflix. A 20 años de su irrupción en la pantalla chica en el 2000, esta ficción televisiva regresa remasterizada y cuenta con una banda sonora compuesta por Santiago Barrionuevo, líder de la banda Él Mató a un Policía Motorizado, ya que la música original de la serie -que incluía canciones de artistas extranjeros- debió ser modificada por problemas legales vinculados a los derechos de autor que presentaría su incorporación en la plataforma de streaming. Okupas presenta un escenario urbano en deterioro en el que la ciudad de Buenos Aires deviene sitio clave de la crisis.
Siegfried Kracauer, a propósito del neorrealismo italiano de los años cincuenta, definía la calle como un lugar de la historia en el cine: “cuando la historia se hace en las calles, las calles tienden a moverse en la pantalla”. Esa caracterización puede aplicarse perfectamente a los acontecimientos de diciembre de 2001 en el sentido de que esa erupción de descontento proporcionó un notable archivo audiovisual de la crisis urbana pasando por primeros planos de rostros individuales, zooms in de los saqueos en los supermercados hasta panorámicas de una multitud desplazándose a Plaza de Mayo con sus cacerolas. De esta manera, la ciudad y sus habitantes quedaron expuestos, es decir, visibilizados en las imágenes transmitidas en tiempo real por los noticieros e Internet. Y el cine argentino, que siempre tuvo una fuerte tradición de realismo social, presentó un contacto renovado y abierto con la contemporaneidad social y cultural de la Argentina de esos años, atravesada por los cambios del contexto político neoliberal.
El denominado Nuevo Cine Argentino cuyos hitos fulgurantes son el estreno de Historias breves en 1995 y la participación de Pizza, birra, faso (Adrián Israel Caetano y Bruno Stagnaro, 1997) en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en 1997, presentó un renovado interés por los márgenes sociales. Ayudado por la aparición de nuevas tecnologías que le permitía a los/as directores/as moverse con agilidad por los distintos puntos de la ciudad, este fenómeno cinematográfico se preocupó por otorgarle visibilidad a las historias que permanecían ocultas en la ciudad de Buenos Aires. Así, la miniserie Okupas no puede pensarse por fuera del Nuevo Cine Argentino ya que su director, Bruno Stagnaro, fue una de las figuras notables y protagónicas de ese fenómeno. El registro documental que se emplea en los títulos de crédito y en la escena inaugural de la miniserie donde vemos un desalojo policial en una casa “ocupada” es semejante al utilizado por los noticieros. Esa emergencia de las imágenes y ese contacto cercano con los hechos van construyendo la idea de un registro en tiempo “presente”. En este sentido, lo que veíamos en las calles en el 2000 no sólo era representado por los noticieros, sino también por el cine y las ficciones televisivas.
Okupas significó un antes y un después en el mundo de las series de temática marginal en tanto marcó un camino posible para que surgieran otro tipo de producciones vinculadas a esta problemática. Así, se realizaron hasta el hartazgo telenovelas y unitarios sobre la marginalidad -Tumberos, El puntero, El Marginal-, los cuales en su gran mayoría difunden representaciones estereotipadas y clichés que tienden a estigmatizar y/o exaltar la marginalidad. En contraposición, Okupas, con un registro honesto, introducía la idea de un paisaje urbano en deterioro y de una temporalidad oscilante entre el aburrimiento y la ebullición. Pero, también, representaba sin juzgamientos el mundo de los jóvenes desocupados recientes, de los que no conseguían trabajo en actividades para las que se habían formado, o de los jóvenes que carecían de cualquier destreza. Así, en el paisaje urbano laboral de Okupas aparecen los paseadores de perros, los remiseros, los dueños de los maxikioscos, los vendedores ambulantes, los que hacen changas y los que cometen pequeños actos delictivos en las calles.
Los once episodios que componen la serie siguen de cerca la historia de Ricardo (Rodrigo de la Serna), un veinteañero que recientemente ha abandonado sus estudios universitarios y vive con su abuela. Un día lo llama su prima Clara (Ana Calentano) para encargarle un trabajo particular: el cuidado de una vieja casona porteña para evitar que sea ocupada. Sin embargo, él mismo junto a sus amigos terminarán siendo los “ocupas” de esa propiedad.
Gonzalo Aguilar en su libro Otros mundos. Un ensayo sobre el Nuevo Cine Argentino (2006) ubicaba como punto de partida de las películas de ese fenómeno cinematográfico la ausencia de los padres: “no aparecen por ningún lado y si lo hacen es solamente para anclar despóticamente a los demás en un orden disgregado”. La ausencia de los padres es notable en Okupas, sobre todo, cuando consideramos que el Chiqui (Franco Tirri) es huérfano, la madre de El Pollo (Diego Alonso) es adicta a los ansiolíticos, Walter (Ariel Staltari) nunca los menciona y Ricardo quedó al cuidado de su abuela que lo único que desea es sacárselo de encima. Los padres están ausentes en Okupas y su autoridad será personificada por otras figuras. En el caso de Ricardo será su prima la que encarne ese rol. Clara será quien imparta la ley tras dejarle en claro que hay cinco mandamientos que él no podrá quebrantar: “no quilombo, no droga, no música fuerte, chicas con discreción y no metés absolutamente a nadie acá”.
El enfrentamiento contra el mundo adulto e institucional -la policía, los abogados y los jueces- será una constante en esta serie junto con la necesidad de encontrar un espacio de pertenencia. La casona “ocupada” no podría ser un factor más simbólico en tanto expone la situación de unos jóvenes que quieren ingresar y ser parte del sistema, pero terminan siendo una y otra vez expulsados por la familia y las instituciones. Los marcados declive parental y desarraigo familiar entran en sintonía con un escenario urbano en deterioro donde los espacios públicos son reconfigurados. Cada vez que la policía o Clara les prohíban el ingreso a la casona, el grupo de amigos encabezado por Ricardo encontrarán un hogar transitorio en un vagón del tren, un recoveco del subte, el banco de una plaza o un terreno baldío. Los amigos se las rebuscarán como puedan para sobrevivir, apropiándose de colchones viejos, cartones, diarios y residuos.
Siguiendo esta idea, es notable el hecho de que Walter suscriba a la sub-cultura rollinga y en la banda sonora se escuchen canciones del rock chabón debido a que sus letras ponen en evidencia una actitud de rebeldía hacia la policía y al mundo adulto. Es decir, se tratan de narrativas que posibilitan una identificación de base entre los jóvenes. Cuando Walter y el Chiqui analizan el significado de las canciones de los Stones aparece una experiencia que deja al descubierto y denuncia la estigmatización de la juventud como “sector peligroso” en el marco de una sociedad excluyente. El rock rollinga o chabón, con sus letras, que aluden a la esquina, a los amigos, a las peleas callejeras, es definido por Pablo Semán y Pablo Vila como “el rock de aquellos jóvenes a los que les duele que el mundo de sus padres no exista más, de los jóvenes que encuentran alternativas a su no-lugar en el modelo socio-económico vigente en la expresión musical, en la barra de la esquina, o en pedir prepeando las monedas para la cerveza o la entrada al recital, porque piensan, con algún criterio de realidad, que no podrán encontrar tales alternativas en ninguna versión de la política organizada tal cual está estructurada la Argentina contemporánea”. En este sentido, la amistad y la música devienen espacios de pertenencia y de refugio en un escenario de deterioro social, declive parental y desarraigo familiar.
Okupas trascendió el paso del tiempo por ese renovado y abierto contacto que estableció con la contemporaneidad social y cultural del contexto político neoliberal de finales de los noventa y principios del 2000. En un paisaje urbano donde Buenos Aires era la pequeña París y la pobreza cero era una promesa de campaña; la marginalidad, la crisis financiera y el desempleo invirtieron el escenario evidenciando un creciente desgaste y degradación de lo urbano. El Obelisco aloja en su base a pequeños cuerpos que buscan una guarida nocturna, las palomas de la Plaza de los dos Congresos acompañan el vagabundeo de un vendedor ambulante y los pasillos del subte guardan el secreto que se cuentan los niños y los jóvenes excluidos tras pedir una moneda como deseo… deseo de cambio entre tanto abandono, entre tanto descuido, entre tanto olvido en esa hipocresía llamada Neoliberalismo. No es casual tampoco la presencia de los santos populares, los rosarios, las cadenitas, las estampitas, los vitreaux y los santuarios en Okupas. Un proceso de santificación de esos jóvenes marginados y expulsados que hasta el mismo cielo pareciera haber omitido. Jóvenes que se encuentran, se unen, se abrazan en una cofradía, en un lazo afectivo único, en el más subversivo de los vínculos sociales, el de la amistad. Como reza la canción de Él Mató: “amigos, formemos una banda de rock & roll, guitarras guardadas en el placard. Ahora somos nuevos creadores de rock & roll, tranquilos, todo va a estar más o menos bien. Más o menos bien”.
(*) Licenciada en Artes. Columnista de Abramos la Boca (lunes a viernes de 16 a 18)
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