Por Virginia Saavedra y Jordana Secondi *
El viernes pasado, en el contexto inédito de una pandemia, a las comunidades educativas nos sorprendió un nuevo obstáculo: un bozal pedagógico.
Luego de varios días de paro docente reclamando pasar a la virtualidad para disminuir la circulación del virus, el gobierno de la Ciudad comunicó la indicación ministerial de vedar el intercambio entre estudiantes y docentes. Durante tres días no deberíamos recurrir a nada de lo construido. Si no es en las aulas, no es.
Desde el año pasado y a partir de la llegada de la pandemia, lo que sucede y deja de suceder en las escuela encuentra los límites que las cuestiones vinculadas al “cuido” o descuido de la salud van imponiendo.
El ritmo de las actividades, la posibilidades de encuentros en los edificios, la planificación de propuestas pedagógicas se enlazan a la situación epidemiológica. También los documentos ministeriales, las decisiones didácticas y las trayectorias educativas toman las formas que la escena sanitaria permite.
Pero a estas cuestiones se le suman las características de cada comunidad educativa. Y en este punto la desigualdad social tomó la forma de brecha digital: les docentes sabemos que no alcanza con tener un dispositivo cómodo y eficaz y conexión a internet para sostener vínculos pedagógicos que produzcan aprendizajes de los legitimados social y curricularmente y de los otros, los a veces difusos, otras veces al margen, muchas veces inmensamente más valiosos pero invisibilizados en la escuela formal y arquetípica.
En la mayoría de las escuelas esta cuestión, lejos de ser tomada como un obstáculo, es la oportunidad de visitar una y otra vez las prácticas docentes y las posiciones construidas entorno a la enseñanza y al aprendizajes. Son desafíos, son la zanahoria, son el horizonte hacia donde intentamos caminar quienes nos proponemos hacer efectivo el acceso al derecho a la educación.
Entonces, de la experiencia aprendemos y enseñamos. Así, aprendimos que nuestro perfil de egreso debe incluir la habilidad de desenvolverse en entornos digitales de formación y que la alfabetización digital debe ser un contenido transversal igual que lo es la ESI.
Pero hace mucho tiempo atrás que aprendimos que a las condiciones materiales y las estructurales que reproducen la desigualdad social, tenemos que oponerles respuestas pedagógicas, humildes y pequeñas, seguramente, de las que no dan vuelta la tortilla ni sacuden lo establecido, pero en las que creemos puede estar el sedimento, el germen, la oportunidad de construir de aprendizajes que produzcan otras lógicas, de las que vulneren esa reproducción que se naturaliza y se da como inexorable.
En esta escena de rutinas escolares desarmadas y vueltas a armar, se ensaya, se reinventa, se descarta, se expropia, se recupera. Se recurre a medios tecnológicos pensados para otros usos, se experimenta con entornos digitales de formación diseñados para tal fin y se aprende a crear lazos insospechados.
Creando respuestas posibles en las comunidades escolares, se recuperan tecnologías quizás “pasadas de moda”, antiguas para estos tiempos de virtualidad y de la misma manera que en las aulas abundan el pizarrón y la tiza, muchas comunidades educativas apostamos al material impreso, que nos permiten experimentar el lazo del no encuentro en el aula y anclar las propuestas de trabajo pedagógico.
En alianza, familias y docentes se esfuerzan en garantizar que ese material esté en manos de cada estudiante. Y luego se intentan evadir todos los impedimentos que socavan el encuentro, que si no puede darse en las aulas, se da en redes sociales, en aplicaciones, en plataformas digitales y en los vínculos entre pares.
Ni la obligatoriedad de la educación ni la educación como derecho, parecieran ser motivos para sostener el vínculo pedagógico para quien cree que es posible suspender y retomar en modo prendido/apagado.
Pensar la educación de forma lineal y unidireccional, desconociendo el vínculo como algo, no solo dinámico y vivo, sino como factor que hace la diferencia entre la reproducción de información y la producción de conocimiento, es vetusto.
Pretender poner un bozal pedagógico a las comunidades es una respuesta autoritaria que desconoce la realidad de las comunidades escolares, sus dificultades, sus esfuerzos, sus logros y, fundamentalmente, desoye sus reclamos: conectividad y dispositivos para no enfermar.
Lo que sabemos es que la escuela está siendo dónde y cuándo se produce el encuentro entre su comunidad. Ese encuentro que problematiza y complejiza la realidad, la propia, pequeña y cercana o la más teórica, lejana; o la colectiva, que la reconoce, que la cuestiona y ojalá, la transforme.
Las comunidades educativas construyen día a día lazos y redes de contención, de solidaridad y de amorosidad. No hay bozal que las detenga para seguir conquistando derechos.
(*) Docentes de la Escuela Media N°6 D.E. 5° en la Villa 21 24 en Barracas, Ciudad de Buenos Aires.
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