Por María Florencia Gentile*
Entristece la “sorpresa” con que de repente se “descubre” la pobreza estructural que moldea, condiciona, define, las formas y posibilidades de vida de los más chicos de nuestra sociedad. Desde hace 40 años que las políticas estructurales neoliberales que desestructuraron la industria, el consumo interno, el estado social y educativo, esas políticas que los Milei y los Macri y toda la cantinela mediática repiten irresponsable y cruelmente como solución a sus negocios, precarizaron y marginalizaron la vida de las familias de clases populares y expulsaron a miles de chicxs a vivir vidas callejeras. En el AMBA los procesos de segregación sociourbana (y que la Ciudad de Buenos Aires con 14 años ininterrumpidos de especulación financiera macrista agudizó) expulsaron a familias y chicos de la dignidad de un espacio propio, hacia la calle. La calle se convirtió para las nuevas generaciones en los márgenes en un espacio central alrededor de la cual se tejen sus biografías, sus posibilidades, sus rescates y sus destinos trágicos.
Mientras los ecos del “descubrimiento” de las vidas callejeras agitan condenas morales que se centran en las conductas de las personas (la madre, el raptor), una intervención eficaz sobre la problemática requiere de una mirada integral, socioantropológica, que permita comprender los modos en que en este espacio social se imbrican procesos estructurales y múltiples sentidos, moralidades y prácticas de las nuevas generaciones de clases populares. Sin dudas, una política que priorice la redistribución social y urbana de los recursos, antes que la tranquilizadora y cómoda distancia moral con esas formas de vida que, luego del espasmo mediático, vuelven a la insoportable invisibilidad del paisaje de la Ciudad.
La calle es objeto de múltiples sentidos y moralidades, y adopta particulares significaciones y valores cuando quienes se relacionan con ella son niñas y niños o jóvenes. Si además quienes la habitan son adolescentes y jóvenes de sectores populares, la relación se construye como problema público, la calle se enfoca como lugar nocivo y de carencias, y esas y esos jóvenes se vuelven los protagonistas de trayectorias “desviadas” o “interrumpidas” por efectos de su experiencia callejera (…) Florencia Gentile va desarmando esos sentidos para sostener -y demostrar con creces- que sólo poniéndolos en suspenso es posible construir otros interrogantes y miradas que permitan conocer las experiencias de vida de esos niños, adolescentes y jóvenes.
Fragmento de una reseña del libro “Biografías callejeras. Cursos de vida de jóvenes en condiciones de desigualdad”, Bs As, Grupo Editor Universitario, de María Florencia Gentile (2017). Por María Celeste Hernández.
(*) Investigadora ICI-UNGS, miembro del equipo de la Defensora de Derechos de Niñas Niños y Adolescentes de la Nación, ex plenarista del CDNNyA.
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