Por Úrsula Asta
En las representaciones pictóricas de la guerrera de nuestras luchas independentistas Juana Azurduy, se la suele ver sola luchando con una espada. En el imaginario construido, vemos una mujer que lucha en un mundo de varones casi como una excepción. Sin embargo, son muchas las que en el momento de la emancipación ocupan diferentes roles que van a ser centrales en el momento de la independencia. Juana, de hecho, lideraba un batallón que estaba integrado exclusivamente por mujeres soldadas ocupando un lugar muy relevante en la región el noroeste y del Alto Perú. Y no era la única, otras mujeres sembraron nuestra América de experiencias similares.
La vida de estas y otras tantas es una muestra de su importante rol en la participación en los procesos de la independencia llevados a cabo durante el siglo XIX. Las campesinas, indígenas, mestizas e incluso mujeres de clase alta fueron activas en la lucha por la liberación junto a los ejércitos patriotas, y no sólo tuvieron a su cargo las tareas más tradicionalmente asociadas a ellas, como las domésticas o de cuidados, sino que estuvieron enroladas en la planificación de estrategias militares y en los campos de batalla.
Hay una pregunta que nos hacemos muchas de nosotras, ¿a qué clase de feminismo pertenecemos aquí en nuestra tierra? Y en esa respuesta, nuestro feminismo encuentra un lugar histórico vinculado a las luchas anticoloniales, por la liberación nacional y social, un feminismo que proviene de los márgenes y que se basa en nuestras peleas, porque somos países que venimos del coloniaje, que ha transformado nuestras culturas, y porque provenimos de luchas antiimperialistas, que también transforman nuestra práctica, y de las cuales las mujeres hemos participado.
Una historia de la opresión y de las luchas de las mujeres latinoamericanas debe partir del hecho objetivo de que en nuestras tierras la evolución de las sociedades siguió un camino diferente al europeo. Se pasó de un modo de producción comunal a un período de transición abierto por la colonización europea que culminó en la segunda mitad del siglo XIX en un capitalismo primario exportador, como dice Vitale en La Mitad Oculta de la Historia: Las mujeres.
Entremezcladas en las pieles marrones de nuestra de tierra, las disputas sociales que las tuvieron como protagonistas, se fundieron en otras propias de la lucha contra el patriarcado, cuya expresión significó no sólo la dominación en el núcleo familiar, sino en el control de la reproducción de la vida y de la fuerza de trabajo, condicionando el comportamiento sexual y estableciendo cánones en los que podemos llegar hasta a los modelos de “belleza”, que espejados en el modelo del Norte suponen cuerpos blancos, entre otros atributos.
Del sufragio femenino, el derecho a la educación y al trabajo, el divorcio, nuestra vida privada, la sexualidad, los feminismos discuten hasta hoy aquello que resulta tan vetusto, pero que sigue presente: una concepción del tutelaje que nos concibe menos capaces o “las reinas del universo”, sobre lo cual se esconde el mismo “amparo”.
Mientras hoy se discuten las violencias, cuya expresión máxima son los femicidios, también se pone en cuestión el orden de la explotación económica y la opresión cultural, campos que no arrojan saldos promisorios todavía, a pesar del camino recorrido, que tiene ocasiones exitosas, claro.
Algunos datos sobre el mundo del trabajo, en este día de las mujeres trabajadoras, aportan una aproximación al estado de situación que requiere una atención urgente. Los feminismos, que atraviesan las organizaciones sociales, políticas, gremiales, culturales, ya lo discuten. Es imperioso imaginar nuevas salidas a una realidad acuciante.
No es nuevo aproximar que la reproducción es fundamental para el proceso productivo, por cuanto condiciona la disponibilidad de fuerza de trabajo, que engendra valor. En este sentido, la dimensión del trabajo doméstico, que realizan en una enorme proporción las mujeres, tiene proyección social, pública, por lo que no es meramente privado, aunque así pareciera. La participación de las mujeres en el mundo laboral tiene condicionamientos asociados a la fuerte carga del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que recae mayoritariamente sobre ellas.
Desde mediados de la década del noventa en el mundo laboral argentino, entre las modificaciones de la estructura socio-ocupacional se observa una creciente participación de la mano de obra femenina, que acrecentó la oferta de trabajo buscando compensar la pérdida de ingresos de los hogares, al mismo tiempo que es entre las mujeres donde se registró un mayor incremento de la pobreza, como investigaron Actis Di Pasquale y Lanari.
Esto impacta en la composición de los hogares. Los primeros diez años del siglo XXI muestran un camino hacia una feminización de los hogares, ya sean compuestos y numerosos, monomarentales, biparentales o unipersonales. La participación de las mujeres como jefas de familia se extendió en promedio de un 24,2% a un 32,6%, situación que se encuentra más agravada en los hogares de mayor número de integrantes, según Halperin Weisburd. En relación a ello, las modificaciones observadas en el empleo y la organización familiar durante las últimas décadas del siglo pasado evidencian cómo las mujeres pobres, en su mayoría jóvenes, con más de dos hijos e hijas, y jefas de hogar, son las más castigadas por la desigual e injusta distribución de la riqueza, fenómeno que llega hasta nuestros días.
Con datos del segundo trimestre del 2020 del Indec, vemos que
- la tasa de actividad tiene un comportamiento dispar por género, con una diferencia de 16,8 puntos entre varones y mujeres (58,0 contra 41,2 respectivamente)
- la tasa de empleo muestra que los varones están empleados en una proporción mayor que las mujeres (50,6% y 35,6% respectivamente)
- la tasa de desocupación resulta mayor en mujeres que en varones, es decir que hay más mujeres (13,5%) que varones (12,8%) que no tienen trabajo y lo están buscando activamente.
- En relación a la población LGTBIQ+, la encuesta piloto del mismo organismo, realizada en 2012, mostró que los datos de ocupación evidencian una situación laboral de elevada inseguridad e informalidad: “El 20% declaró no realizar ninguna actividad por la que obtenga dinero. El 80% restante expresó dedicarse a actividades vinculadas a la prostitución y otras actividades de precaria estabilidad y de trabajo no formal”.
De forma similar, si seguimos el recorrido propuesto en torno a la historia reciente, la incorporación de las mujeres en el mundo del trabajo fue acompañada de una reducción de las brechas de género, pero también representó una nueva actividad laboral, en este caso remunerada, que no siempre significó poder dejar de lado su otra actividad, la de índole doméstica, que como dijimos es crucial para el desenvolvimiento del hogar, pero no genera una retribución monetaria.
La relación en la distribución de los deberes de cuidado y tareas dentro de los hogares, es una de las mayores fuentes de la desigualdad entre los géneros. Al ser ellas quienes más tiempo dedican al trabajo no remunerado disponen de menos tiempo para estudiar, formarse, trabajar fuera del hogar o para el ocio; o se ven obligadas a aceptar empleos más precarizados y con bajos salarios y, en general, terminan enfrentándose a la realidad de una doble jornada laboral, porque desarrollan tareas dentro y fuera de la casa.
Esto explica las brechas de género –¡está sí es una grieta de verdad!- que se manifiestan en la desigualdad en términos salariales, educativos y de acceso a los distintos espacios. Hoy, la brecha de ingresos totales entre varones y mujeres es del 29%, la cual se agrava cuando se comparan asalariadas y asalariados informales, superando el 35,6% promedio de diferencia entre ingresos en esos casos.
Ahora bien, esta brecha no se acota en evidenciar que no hay “igual remuneración por igual tarea”, es decir, no proviene del hecho de que en un mismo puesto de trabajo, con igual calificación, a las mujeres les paguen menos y a los varones más, como comúnmente se considera. Sino que este fenómeno se evidencia por la forma de inserción laboral que tienen unas y otros. Esto significa que existen determinadas barreras para la participación de mujeres en algunos empleos y que, al mismo tiempo, existen dificultades para el acceso a puestos jerárquicos, y aquí podemos adentrarnos, además, en un plano que no puede soslayar la dimensión cultural: Mujer=madre, mujer=esposa.
Veamos lo siguiente.
Segregación vertical o techo de… ¿cristal? La brecha entre varones y mujeres con calificación profesional es de 28,6%, mientras que entre trabajadoras y trabajadores no calificados es del 35,7%. Desagregando los datos por jerarquía laboral, se observa que entre los jefes y las jefas la distancia es del 24,1%, entre asalariados y asalariadas es del 23% y entre cuentapropistas del 29,4%. En todos los casos los varones ganan más que las mujeres, según estimó el Ministerio de Economía a partir de datos del Indec.
Un ejemplo claro puede observarse en lo que acontece en el ámbito de la Administración Pública Nacional, en la cual si bien aparece una situación de paridad en torno al empleo (49,6% varones/ 50,4% mujeres), al analizar el acceso a los puestos de mayor jerarquía aparece una brecha de 9 puntos porcentuales entre los géneros (Alta dirección pública: 54,5 Varones/ 45,5 Mujeres).
Un aspecto de las desigualdades en términos de acceso al ámbito laboral, se vincula a que las mujeres se encuentran sobrerrepresentadas en puestos de trabajo de menor jerarquía y que constituyen la base piramidal de los ingresos: tienen los trabajos peores pagos. Entonces, incluso a pesar de tener alta calificación en estudios y carreras profesionales, las mujeres aparecen sub-representadas en los puestos de mayor jerarquía. Este último aspecto es un buen contrargumento a aquello de “no se debe elegir quien ocupa el lugar por el género, sino por su conocimiento. No encuentro mujeres a la altura. No hay”.
Segregación horizontal o paredes infranqueables. Por otro lado, la diferencia de ingresos también se explica en relación a que ciertos sectores del mercado de trabajo se encuentren feminizados, es decir que la mayoría de las personas que ejercen esas tareas son mujeres. Generalmente, los trabajos feminizados son los relacionados a tareas de cuidados y a ámbitos histórica y culturalmente relacionadas al género femenino, como (1) la docencia, (2) las tareas domésticas, y (3) la salud.
Las mujeres se insertan mayoritariamente en la rama de servicios, siendo ésta la que generalmente registra menores niveles salariales y de calificación; en menor medida, lo hacen en ramas relacionadas con el comercio y la industria. Por otra parte, si bien los varones se insertan también en mayor medida en el área de servicios, lo hacen en un porcentaje menor, ya que presentan una mayor participación en la industria y en el comercio, según datos oficiales.
Es preciso evidenciar, además, que los tres sectores feminizados del trabajo remunerado, tuvieron un impacto muy importante durante la pandemia del Covid 19.
Salud
En el cuarto trimestre de 2019, había en Argentina 795.000 trabajadores de la salud. Esa cifra representa el 6,5 por ciento de la población ocupada del país. A su vez, el 69 por ciento de ese total son mujeres, según la OIT. Para el caso específico de enfermería, según el Ministerio de Salud, casi el 80% son mujeres. Así como también lo son las auxiliares de laboratorio, de limpieza y otras áreas de atención en la salud. Sobre este sector, ONU Mujeres alertó que por estar en la primera línea de respuesta asumen mayores costos físicos y emocionales, así como mayor riesgo a la infección. En condiciones normales, incluso, es un sector en el que se evidencia el pluriempleo, con sobrecarga laboral y bajos salarios, especialmente en el caso de la enfermería.
Docencia
El Censo Nacional del Personal de los Establecimientos Educativos, mostró que el 75,5 % del personal son mujeres (docentes y no docentes) y que, en el caso particular de las docentes, el 76% son mujeres. La Encuesta Nacional “Contanos para cuidarte” realizada por el Sindicato de Docentes Privadxs reflejó la dificultad que encuentraron a la hora de sostener la carga laboral junto con las exigencias domésticas y de cuidado de niños/as, como de otros familiares y que el trabajo de las docentes se multiplicó de manera exponencial obligando a una triple jornada: las tareas docentes prescriptas y las tareas reales, más los trabajos domésticos y de cuidado.
Trabajadoras de casas particulares
Según la última Encuesta Nacional a Trabajadores sobre Condiciones de Empleo, Trabajo, Salud y Seguridad, en Argentina hay cerca de 1,4 millones de trabajadoras domésticas. Esta fuerza de trabajo representa el 5,6 por ciento del empleo, el 17,4 por ciento de las mujeres ocupadas y el 22 por ciento de las mujeres asalariadas. Cifras que muestran la relevancia de esta ocupación para el empleo femenino, así como la feminización del sector: prácticamente la totalidad de quienes desarrollan esta actividad son mujeres, el 99,3 por ciento. Sin embargo, existe una alta tasa de informalidad en este segmento: 3 de 4 trabajadoras no está registrada y, por lo tanto, no accede a derechos laborales ni protección social. A su vez, una proporción muy alta de las trabajadoras domésticas son jefas de hogar (el 44 por ciento) y el 87 por ciento tiene a cargo menores de 18 años.
Según informó el Sindicato Unión Personal Auxiliar de Casas Particulares, hasta abril del 2020 recibieron 11 mil consultas vinculadas a trabajadoras cuyos empleadorxs pretendían que hagan la cuarentena con ellas, cuando estas trabajadoras también tienen derecho a cuidarse y permanecer en sus casas; por el no cobro del haber; por no poseer cuenta bancaria donde pudieran abonarle los ingresos; porque había empleadores que querían darlas de baja del registro de manera temporal y porque les quisieron hacer pasar el Ingreso Familiar de Emergencia como parte del salario, cuando su cobro por la condición de ser Trabajadoras de Casas Particulares no eximía a empleadores de pagar los salarios correspondientes.
Por último, es fundamental destacar al trabajo no remunerado, relacionado a las tareas de cuidado y del hogar, y su vinculación con la caracterización que aquí realizamos en relación al acceso al mundo del trabajo remunerado de las mujeres. Este trabajo impacta de manera directa en la calidad de vida tanto de las mujeres como de las identidades no binarias, entendiendo que acceden a derechos económicos y sociales de menor calidad, cuando acceden.
En este sentido, al analizar la encuesta de Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo del Indec se ve reflejado que, en relación al total nacional, las mujeres duplican la cantidad de horas promedio dedicadas al trabajo no remunerado en relación a los varones, acortándose esta brecha a partir de los 60 años (aunque igualmente sigue siendo dispar).
Asimismo, si se analiza el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado en función de la cantidad de niños y niñas menores de seis años presentes en el hogar, se observa que la cantidad de tiempo dedicado por las mujeres a este trabajo aumenta a medida que aumenta la cantidad de niños y niñas en la casa y lo hace en mayor proporción que el tiempo dedicado por los varones.
El Ministerio de Economía midió el aporte que realiza el Trabajo De Cuidados No Remunerado al sistema productivo al calcular cuánto costarían esas actividades si fueran remuneradas. Se obtuvo que el aporte de este sector al PIB es de 15,9% y que es el sector de mayor aporte en toda la economía, seguido por la industria (13,2%) y el comercio (13,0%).
Los datos arrojados, al margen de perjudicar a las mujeres, afectan negativamente a todas y todos los trabajadores, porque si un segmento de la Población Económicamente Activa disponible acepta remuneraciones por debajo de la media, ello impulsa de hecho la caída de las escalas de retribución, y genera un deterioro de las condiciones de empleabilidad del conjunto de la fuerza de trabajo, como reflexiona Halperin Weisburd.
Si bien esto afecta a toda la población, en el caso de las mujeres, además de estar sobrerrepresentadas en las ocupaciones a cargo de atender –como en el caso de enfermeras, cuidadoras, etc.–, tienen también mayor presencia en los sectores más afectados durante la pandemia, como el comercio, turismo, hotelería, entre otras. Por ejemplo, en Argentina, el 44 por ciento de los trabajadores en el sector de hoteles y restaurantes son mujeres, según la OIT. Además, la informalidad laboral afecta a las mujeres en mayor grado, a lo que se suma el trabajo no remunerado del cuidado en el hogar. De la misma manera que la población travesti trans se encuentra entre los grupos más postergados, incluso siendo un sector invisibilizado dentro de los instrumentos de medición más exhaustivos.
En tiempos en los que la pandemia deja al desnudo las profundas desigualdades sociales, es ostensible que la lógica de acumulación del capital global parece incompatible con el sostenimiento de la vida. Trascender la vulnerabilidad que afecta a una amplia población de nuestro país, no puede estar escindido de una reflexión que atienda la agenda de los feminismos en todas sus dimensiones, porque la evidencia está al alcance de la mano.
- Este artículo es parte del “Dossier 8 de marzo 2021. Día de las mujeres trabajadoras“, elaborado por las periodistas de Radio Gráfica.
Discusión acerca de esta noticia