La CGT cumplió 90 años. Cómo se llega a su conformación, los procesos de cambio en el sindicalismo durante los gobiernos radicales y el primer gobierno de Perón. Cómo se fue prefigurando el gremialismo que tomaría un protagonismo central después del 17 de octubre de 1945.
Por Alberto “Pepe” Robles*
El pasado 27 de septiembre se cumplieron 90 años de la creación de la Confederación General del Trabajo de la República Argentina. Contra de lo que la mayoría de los argentinos piensa, la CGT no fue una construcción peronista, sino que surgió quince años antes, en 1930. Sin embargo puede decirse que la CGT es obra del peronismo, un peronismo que había comenzado a surgir antes de que Perón apareciera en el mapa político del país.
Hacia 1930 el movimiento obrero argentino estaba dividido en una serie de corrientes sindicales mal articuladas que, como en el célebre drama de Pirandello, se comportaban como un grupo de “personajes en busca de autor”.
Apenas tres semanas antes, un golpe de Estado había derrocado al gobierno radical de Hipólito Yrigoyen luego de catorce años consecutivos de gobiernos radicales. Yrigoyen había llegado al poder en 1916, como el primer presidente democrático de la historia argentina (democracia a medias porque la mitad femenina del pueblo tenía prohibido elegir y ser elegidas). Llevó adelante una política laboral basada en el derecho de huelga y la negociación colectiva, que favoreció un crecimiento exponencial del sindicalismo. Mientras que en 1915 había 51 sindicatos con apenas 20 mil cotizantes, cinco años después había 734 sindicatos con 750 mil cotizantes. ¡Un crecimiento del mil por ciento en cinco años!
En esas condiciones era lógico pensar que el movimiento obrero se acercaría al radicalismo, en búsqueda de un partido político popular que pudiera expresar los intereses de los trabajadores y servir de canal para que la clase obrera pudiera acceder al poder político. Algo parecido pasó en Estados Unidos con el Partido Demócrata. Lo mismo estuvo a punto de suceder en Argentina, cuando la principal corriente sindical de Argentina, la corriente sindicalista revolucionaria (de origen anarquista), comenzó a acercarse más y más al radicalismo.
Pero de pronto ese acercamiento entre el radicalismo y el sindicalismo estalló por los aires, debido a cuatro enormes masacres obreras, únicas por su magnitud en la historia mundial: la Semana Trágica de 1919 con unos 800 muertos, la Patagonia Rebelde de 1922 con unos 1500 muertos, la masacre de La Forestal de 1922 con unos 600 muertos y la masacre de Napalpí de 1924, con unos 400 muertos. El gobierno nunca dio a conocer la lista y los nombres de los fallecidos.
Más allá de la discusión sobre la responsabilidad de los presidentes Yrigoyen y Alvear en esas masacres, lo cierto es que las mismas dinamitaron para siempre los puentes entre el radicalismo y el movimiento obrero. La clase obrera argentina quedó entonces huérfana y comenzó a buscar, a su modo, un nuevo modelo sindical que le permitiera constituirse en actor de la vida política argentina.
El primer paso fue disolver la FORA en 1922, la tradicional central sindical creada veinte años antes, sobre la base de sindicatos de oficio locales. El segundo paso, ese mismo año, fue la fundación de la Unión Ferroviaria, creando un nuevo modelo sindical por rama de industria y de alcance nacional. Ya no se trataba de reunir en un sindicato a los trabajadores de un oficio en una ciudad, sino que la unidad alcanzaba ahora a todos los oficios en una misma rama industrial, en todo el país, organizados vertical y disciplinadamente. El modelo sindical de la Unión Ferroviaria ya no era desencadenar una huelga revolucionaria que derrumbara al capitalismo, sino humanizar las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera, mediante la negociación colectiva y la participación política en el Estado democrático.
No hay mejor imagen para graficar aquel nuevo modelo sindical, que la sede sindical que construyó la Unión Ferroviaria en 1932: un enorme edificio de diez pisos y cuarenta metros de frente, con un cine en la planta baja, el Cine Unión. Esa ya no era una sede para reunir algunos pocos militantes capaces de organizar una revolución, sino un edificio para reunir cientos de empleados y profesionales capaces de proveer sólidades bases para negociar colectivamente con las empresas y prestar servicios a miles de afiliados. Allí funcionó la CGT durante muchos años.
El tercer paso fue crear la CGT. La CGT argentina se inspiró en la CGT francesa. Por eso lleva su nombre. La CGT francesa había sido creada en 1905 como expresión de la corriente sindicalista revolucionaria, o simplemente “sindicalista”. La misma corriente que en la Argentina se había convertido en la principal corriente sindical, a mediados de la década de 1910, simultáneamente con la conquista del sufragio secreto y obligatorio y la elección del primer gobierno democrático. La corriente sindicalista revolucionaria daba máxima prioridad a la unión de todas las corrientes sindicales en una sola central sindical, con el fin de hacer del sindicalismo un poder social en sí mismo, capaz de influir sobre el Estado.
La CGT expresó ese nuevo sindicalismo surgido de la democracia y en la democracia, que luego del colapso que causaron las masacres obreras de 1919-1922, comenzó a buscar un modo de convertirse en actor de la democracia. La mitad de los cargos de la CGT recayeron en la Unión Ferroviaria. La mayoría de las organizaciones obreras abandonaron la forma de sindicatos de oficios por localidad y adoptaron la forma de uniones o federaciones únicas por rama de industria nacionales. Con la vista puesta en el país como un todo, la CGT abandonó en la década de 1930 la bandera roja y “La Internacional”, reemplazándolas por la bandera celeste y blanca y el himno nacional. Simultáneamente los sindicatos de la CGT crearon las primeras obras sociales para prestar servicios de salud y turismo social para la clase obrera (municipales, bancarios, ferroviarios).
Sabido es lo que pasó quince años después de la creación de la CGT: el 17 de octubre de 1945 una manifestación obrera logró liberar a Juan Domingo Perón, quien había logrado formar dos años atrás, un grupo sindical que se instaló en la Secretaría de Trabajo y comenzó a gravitar en serio en la realidad política y económica nacional.
Con todos los partidos políticos en contra, los sindicatos crearon el Partido Laborista que ganaría las elecciones con Perón como candidato. El presidente de ese primer partido peronista fue el telefónico Luis Gay, líder de la corriente sindicalista revolucionaria que había inspirado la fundación de la CGT y que mayoritariamente se hizo peronista. También se hicieron peronistas la mayoría de los obreros socialistas, razón por la cual el número dos del gabinete peronista fue el mayor lider sindical del socialismo, Ángel Borlenghi, secretario general de la Confederación General de Empleados de Comercio. El número tres del primer gabinete peronista fue otro sindicalista, el exsocialista Alfredo Bramuglia, abogado histórico de la Unión Ferroviaria. Otro sindicalista venido del socialismo, José María Freire, fue el primer Ministro de Trabajo. Decenas de dirigentes sindicales fueron diputados, senadores y autoridades provinciales.
Por primera vez los sindicatos argentinos llegaban al poder, algo que ha pasado muy pocas veces en el mundo. El movimiento obrero argentino había encontrado su autor y desde entonces ha sido un actor protagónico de la realidad política y económica de la Argentina. Una historia que empezó hace 90 años.
*Director de Investigaciones del Instituto del Mundo del Trabajo / Títular de la Cátedra de Organización y Administración Sindical, RRTT, CS, UBA.
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