El día internacional de las mujeres trabajadoras es una fecha conmemorativa que, lejos del planteo de “la reina de la casa”, tiene consignas que discuten un lugar en la agenda político pública y la puesta en marcha de políticas tendientes a redistribuir con equidad todos los planos de la vida. En línea, otras convocatorias como el Ni Una Menos, del 3 de junio, o el 25 de noviembre.
Por Úrsula Asta*
Esta es una agenda que, digamos lo cierto, para algunos no es más que la moda de una discusión prescindible. Sin embargo, las manifestaciones de desigualdad estructural muestran la relevancia de discutir una agenda que contemple que la justicia social debe contener una mirada de género. Y que también, en viceversa, la mirada de género es de cotillón si no discute la justicia social.
Si el núcleo duro de la pobreza son las jefas de familia y la lógica de acumulación del capital hoy parece incompatible con el sostenimiento de la vida, nuestra agenda soberana debe poner en primer lugar una mirada humana y de las personas, que de ninguna manera puede soslayar lo que los datos nos arrojan. Y aquí vamos.
La desocupación es de 11% para las mujeres y de 9% para los varones, diferencia que aumenta si se observa a las mujeres jóvenes de hasta 29 años, para las cuales la desocupación alcanza el 23% y para los varones de la misma edad, 18%, según datos de la Encuesta Permanente de Hogares, INDEC, para el tercer trimestre de 2019.
El promedio de ingresos totales de la población tiene una brecha por género, que permanece estable a lo largo del tiempo, del 27% entre varones y mujeres, en detrimento de ellas.
Y, la inserción laboral también tiene diferencias por género. La razón no es meramente que por igual tarea se paga distinto a unas y otros, sino que las mujeres ganan menos porque su inserción al mercado de trabajo es desigual en términos horizontales y verticales.
Es decir, hay una segregación horizontal en función de la rama de actividad en las que se insertan las mujeres, que es mayoritariamente de servicios, donde hay menores niveles salariales. Según datos del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, el 68% trabaja en ese rubro, mientras que en el comercio son el 21% y en la industria el 12%.
Los varones también se insertan mayoritariamente en la rama de servicios, pero en menor medida que las mujeres, son el 49%. En la industria el 29% y en el comercio el 22%.
En cuanto a la segregación vertical, se observa que los cargos de dirección, que tienen mayores ingresos, son el 68% para los varones y el 32% para las mujeres. Para las jefaturas, el 65% son varones y el 35%, mujeres.
La carga de trabajo doméstico y de cuidados recae mayoritariamente en las mujeres. En efecto, la tasa de actividad para el tercer trimestre de 2019 es de 70% para los varones y de 49% para las mujeres.
Ahora bien, si ponemos el foco en la población inactiva, vemos que el 53% de los varones se declaran inactivos por estar estudiando, mientras que eso sólo ocurre para el 34% de las mujeres. En cambio, 1 de cada 4 mujeres (25%) se declara inactiva por estar dedicándose al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado; mientras que eso sucede sólo para el 4% de los varones.
En tanto la inactividad por jubilación o pensión muestra una mayoría de mujeres, 37%, y para los varones es de 34 %.
A esto puede sumarse que, según ANSES, al 2016, la mitad (51%) de las jubilaciones y pensiones fueron incorporadas gracias al Plan de Inclusión Previsional, es decir, ingresaron por moratoria; y que el 80% del total de los y las que accedieron al beneficio previsional bajo esta modalidad fueron mujeres. Lo cual da cuenta de la existencia de mayor informalidad en el trabajo realizado a lo largo de sus vidas.
Volviendo a los datos de inactividad, si sólo miramos la categoría de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, vemos que las mujeres se declaran inactivas en un porcentaje altamente mayor que los varones. Encontrándose los picos más altos entre los 26 y 35 años, 95%, y entre los 36 y 45 años, 94,3%. Que coinciden con edades reproductivas.
La “Encuesta Nacional sobre Trabajo no Remunerado y Uso del Tiempo” publicada en 2014 permite caracterizar la organización al interior de los hogares sobre esta actividad. Las mujeres dedican el doble de horas que los varones. Y, si se analiza por edades, vemos que recién después de los 60 años, esa brecha se acorta (aunque nunca se iguala). Entre los 18 y 29 años, las mujeres dedican casi 7 horas por día, mientras que los varones 3, a tareas de cuidado. Cuando en la casa hay 2 o más hay niños y niñas menores de 6 años, la brecha aumenta a 10 horas diarias para las mujeres, siendo 4,5 las horas para los varones.
El año pasado, el Congreso Nacional aprobó la Ley 27.532, que permitirá que se incluya en la Encuesta Permanente de Hogares del Sistema Estadístico Nacional, una Encuesta Nacional del Uso del Tiempo que permitirá contar periódicamente con datos actualizados sobre el desarrollo de estas tareas en los hogares.
Si nos vamos a las jefaturas de hogar, una mirada de género sobre las características socioecónomicas nos permite dar cuenta de la situación de extrema vulnerabilidad de las mujeres.
En los hogares de una sola persona (unipersonales), en los monomarentales o monoparentales (es decir, constituidos por un solo progenitor/a) y en los de familia extendida (que tienen familiares no directos, como sobrinos/as o nietos/as) son siempre mayor proporción de mujeres las que están en cargo, es decir, las jefas de hogar. 27% contra 16% en los unipersonales, 27% contra 4% en los monomarentales y 20% vs 15% en los de familia extendida. En cambio, los varones son mayormente jefes en los hogares más “tradicionales”, donde el 45% son varones y el 16% son mujeres.
El INDEC midió que para el primer trimestre del 2019, los hogares bajo la línea de pobreza alcanzaron el 25%, sin embargo para los hogares monomarentales (jefatura femenina sin cónyuge), la pobreza alcanzó el 36%.
La indigencia alcanzó el 5% de los hogares con jefatura masculina, el 6% de los hogares con jefatura femenina y el 11% de los monomarentales.
Si estas dimensiones se incorporan al análisis, hay que reformular las políticas, las relaciones económicas y comprender estos ejes también en la salida de la crisis. Para ello, también es necesario que el Sistema Estadístico Nacional incorpore las identidades de género no binarias, hoy invisibilizadas, para tener un mapa más claro.
Las mujeres, por la enorme carga de trabajo no remunerado y doméstico, tienen distintas posibilidades de integrarse al mercado de trabajo y esa razón hace también que las condiciones en las que trabajan remuneradamente sean distintas.
Porque en la Encuesta del Uso del Tiempo de CABA se ve claro que las mujeres salen antes de trabajar remuneradamente, cuando tiene hijos o hijas pequeños; llegan a su casa, siguen trabajando, los varones llegan más tarde y comienzan su descanso; mientras la mamá sigue trabajando en la cena, por ejemplo.
Entonces hay menos participación en el mercado de trabajo, menos ingresos y más empobrecimiento. Además de más informalidad asociadas a esto y luego también, entre las y los trabajadores de cuidado, peores salarios y peores condiciones.
Los Ministerios en políticas de género contemplan líneas concretas de trabajo en políticas de cuidados tanto a nivel nacional como en la provincia de Buenos Aires. Áreas que han de contemplar a las primeras infancias, las personas mayores y las personas con discapacidad, pero también a las trabajadoras y trabajadores del cuidado. Donde están la economía popular, las trabajadoras de distintos sectores que llegan a su casa y son trabajadoras del cuidado, las de casas particulares y las denominadas amas de casa.
Entonces, el cuidado es un derecho y es un trabajo. En ese sentido, hay una necesidad imperiosa de redistribuir estas tareas porque el cuidado no es abolible. Y, la buena calidad de cuidado debe estar conectada a las condiciones de trabajo.
Por esa razón, la mirada sobre la economía debe incluir todas las dimensiones laborales, incluyendo el trabajo de cuidados. Los datos muestran volúmenes enormes y muy diferenciales en esta actividad. Por lo cual el trabajo y la organización social del cuidado es un motor de la economía y es un motor de desarrollo. Ahí esta el nudo de las desigualdades en razón de género y de clase.
¿Y si las mujeres pudieran tener disponibles esas horas para trabajar, para recreación, goce y estudio? Vemos que allí está la centralidad del tema para pensar las desigualdades en otros planos de la vida.
Hace algunos días, en las reuniones de Mujeres Gobernando una de ellas contó que eran las 8 de la noche y estaba en su trabajo cuando un compañero le preguntó: ¿Pero vos no ténes hijos?
– Sí
– ¿Y cómo hacés?
– Lo mismo que vos.
Esa pregunta que se le hace a las mujeres clarifica en manos de quién se supone socialmente que están los cuidados.
La organización social y de la economía tienen que tener un porvenir con equidad de género que provea un sistema de corresposabilidad entre Estado, el sector privado, la comunidad y la familia. La comunidad organizada para vivir mejor.
(*) Conductora de Feas, Sucias y Malas, sábados de 9 a 12 hs por Radio Gráfica.
Foto de portada: Gabriela Manzo
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