Por Gabriel Fernández *
Esta es una nota sobre política internacional. No lo parece, claro, pero lo es.
Resulta que Julio Argentino Roca afrontó los temas clave que aun hoy sacuden el horizonte argentino y suramericano; desconocer -o directamente condenar- al protagonista debido a versiones e interpretaciones que han anhelado barrer con los antecedentes que alumbran el devenir implica, cual contracara evidente, oscurecer.
Hay que despojarse. Zambullirse en lo ocurrido, absorberlo y ponerlo en situación. Dejar de lado los errores cometidos por un amigo de quien esto redacta, Osvaldo Bayer, y por un conocido, amable e inteligente: Eduardo Galeano. Nadie está obligado a identificarse con el Pensamiento Nacional cuya bandera esencial es Arturo Jauretche, pero si resuelve ubicarse allí, debe tomar bien en cuenta los planteos que, con fundamento, surgen desde ese perfil.
Y el tema Roca es vital. Ya lo veremos.
HECHOS Y LEYENDAS. Vamos a ubicar el tramo en cuestión. Don Alejo Julio Argentino se desempeñó dos veces como presidente de la Nación Argentina, desde 1880 hasta 1886 y desde 1898 hasta 1904. En esos espacios temporales impulsó la nacionalización de la Renta de la Aduana, la organización nacional y trató de dinamizar las fuerzas productivas hacia el desarrollo de un capitalismo moderno, la instauración de los elementos esenciales del Estado nacional, la federalización de la ciudad de Buenos Aires y la coalición sureña con Brasil y Chile.
De hecho, con la expansión de la soberanía argentina sobre la Patagonia, puso freno a la persistente división, varias veces llamada balcanización, que costó el deterioro económico y las luchas horizontales en la región. Como semejante acción constituyó un pecado para Gran Bretaña y el Norte americano, que propugnaban nuevos países desde el centro de nuestra nación hacia el Sur, se estableció una Leyenda Negra -hoy en su apogeo- que confunde las batallas iniciales -cruentas sin duda- con el conjunto del proceso soberano.
Por eso Roca recibió el respaldo de la mayor parte de las provincias en su tiempo, y fue considerado continuador de las pugnas federales que él mismo había contribuido a evaporar en la batalla de Ñaembé contra el gobernador entrerriano Ricardo López Jordán (1871). Por entonces, Roca estaba al frente del Ejército Nacional; desde ese momento en adelante, como sucedió con otros referentes, su labor se desplegó en sentido integrador y federal. Ello sucedió porque canalizó dos factores decisivos: la conciencia surgida en el seno de las tropas que combatieron –y rechazaron- la invasión a Paraguay (1864 – 1870) y la destrucción de las economías regionales en manos del mitrismo.
La fuerza liderada por Bartolomé Mitre, brutal representante de la oligarquía porteña, los grandes terratenientes de la Pampa Húmeda, y el liberalismo pro-británico, plantó las bases de una Argentina semi colonial durante el gobierno que arrasó la nación entre 1862 y 1868. Roca enfrentó al mitrismo tempranamente, en sintonía con Nicolás Avellaneda, electo presidente en 1874, promotor de los aranceles aduaneros y la federalización de Buenos Aires. El joven Roca derrotó en Santa Rosa a José Miguel Arredondo, y empezó a construir un liderazgo en el interior.
El 74 ha sido evaluado antítesis de la batalla de Pavón. No lo admitió el mitrismo y en 1880 se insurreccionó, espantado ante la probable reconfiguración de la Confederación Argentina, o peor aún, de la Liga de los Pueblos Libres. Por entonces se concretaron las trascendentes batallas de Los Corrales, y Puente Alsina -tres mil muertos-, con el triunfo del roquismo. Esa victoria implicó federalizar la renta de la Aduana y nacionalizar el puerto de Buenos Aires.
Se obturó allí la prolongada guerra civil intestina y se profundizó el desarrollo del Estado nacional.
Puntúa con acierto Julio Fernández Baraibar que “La federalización de la ciudad y el puerto de Buenos Aires significó poner bajo el control del conjunto nacional el principal (y casi único) ingreso que permitía la conformación de un Estado y la equiparación de cada una de las provincias que entonces conformaban la República Argentina. Hasta ese momento, ese ingreso por las exportaciones (producidas en todas las provincias) e importaciones (consumidas en todas las provincias) de mercaderías era de monopolio exclusivo de la ciudad-puerto y era administrada por la burguesía comercial porteña que manejaba tanto ese negocio como el poder político de la ciudad”.
Añade que “A partir de ese año, 1880, los ingresos del puerto de Buenos Aires comenzaron a distribuirse en todo el país, se pudo construir una organización estatal y se cercenó, en gran parte, la hegemonía sobre el conjunto del país de la alianza de comerciantes y terratenientes que constituía el núcleo dominante. La ciudad de Buenos Aires se convirtió en la Capital Federal de todos los argentinos y sus edificios y monumentos, sus plazas y sus paseos se transformaron en patrimonio nacional. El gobierno nacional, resultado de una verdadera relación de fuerzas internas y que representaba al conjunto de la nación argentina, dejó de ser un huésped no deseado de la ciudad cosmopolita y se convirtió en autoridad política de la ciudad. El jefe político de la ciudad de Buenos Aires era el presidente de la República, quien delegaba en un intendente de su confianza la administración cotidiana de la antigua aldea que crecía en belleza y en población”.
Sin embargo el proyecto industrial que implicaba ese despliegue, no había logrado congregar el poder necesario para imponerse. Esto quedó evidenciado en los contrastes de Roca con Domingo Faustino Sarmiento; pese a designarse mutuamente funcionarios de sus gobiernos, les resultó imposible configurar una coalición relevante. La incomprensión del sanjuanino acerca de los planes estratégicos del tucumano lo llevaron a condenar su gestión aun cuando recibió del aliado-rival todo el empuje necesario para concretar sus proyectos de escolarización integral. Roca lo caracterizó de un trazo: “Amaba a la patria, pero no a sus compatriotas”.
El cierre de la vida política del general da cuenta de las dificultades articuladoras y de las consecuencias de los múltiples enfrentamientos internos. Además, de la potencia con que el mitrismo estableció los parámetros de un país dependiente. Pero quizás habría que añadir también, de una confianza en la propia capacidad de maniobra que puede haberlo inducido a suponer que podía manejar el Mal en sus cercanías. La confianza mata al hombre, por zorro que sea.
EL OTRO ABC. Bien; hemos hablado largo y tendido en estas páginas sobre la importancia de la iniciativa ABC -Argentina, Brasil, Chile- lanzada por el presidente Juan Domingo Perón en 1953. Sin embargo, dentro de la demonización sorprendente lanzada sobre el protagonista de este artículo, se oculta el diseño de una búsqueda semejante en los años previos. En las postrimerías del siglo XIX, Roca, que había asumido su segunda presidencia en octubre de 1898, propuso a su par chileno, el presidente Federico Errázuriz, encontrarse en el Estrecho de Magallanes [Por entonces concurrido paso interoceánico y por lo tanto activo geopolítico imprescindible para el gobierno británico].
Los dos vecinos sostenían fuertes diferencias limítrofes y desplegaban aprestos militares rumbo a un eventual conflicto armado. El presidente chileno aceptó la propuesta de reunirse, lo cual de por sí configuró un gesto en favor de la negociación. En febrero de 1899 tuvo lugar el encuentro. Resultó ser el primero entre un presidente argentino y uno chileno de la historia.
El escenario, simbólico, se situó al borde de las aguas del extremo sur de ambos países.
En 1889 se produce en el Brasil una serie de acontecimientos político-militares que terminaran con la abdicación del emperador Pedro II, la creación de la República del Brasil y la asunción del jefe militar que encabezó la revolución republicana, el general Deodoro da Fonseca. Juárez Celman, el presidente cuñado de Roca, será el primer jefe de estado en reconocer a las nuevas autoridades.
En su segunda presidencia, Roca se comunicó con su par de Brasil, Manuel Campos Salles. El brasileño aceptó: en junio de 1899 tuvo lugar la primera entrevista entre un presidente argentino y uno brasileño. En ambas conversaciones, Roca inyectó el tema base de la política suramericana: el ABC. Resulta preciso comprender que las reuniones cara a cara de los jefes de Estado, por aquél entonces, eran inhabituales; y sobre todo, que la acción roquista insertaba a nuestro país en lo más fino de la geopolítica mundial.
Este concepto fue retomado por el canciller de Brasil, el Barón de Río Branco, estratega de la política exterior que ocupó el cargo con tres presidentes entre 1902 y 1912. La idea era que los tres países tenían un grado apreciable de desarrollo institucional y económico y que la proximidad geográfica facilitaba un espacio integrado entre el Atlántico y el Pacífico. El Barón conocía directamente las modalidades de coalición exploradas por las naciones europeas y había concretado acuerdos bilaterales exitosos que desarmaron situaciones conflictivas con Bolivia, Ecuador y Uruguay.
Así como la posterior iniciativa peronista de integración regional fue trivializada, la propuesta roquista resultó combatida y menoscabada por los poderes que se iban instalando con vigor en el sub continente.
Hay más para narrar, pero insertemos la daga en la zona dolorosa.
ROCA SEGÚN JAURETCHE. Uno de los procesos más extraños de las décadas recientes ha sido la introducción de la mirada liberal, de distinta procedencia, sobre el Pensamiento Nacional. Así, muchos comunicadores, profesores y militantes que mencionan elogiosamente a Jauretche, entre otros, le asignan una adhesión a conceptos y planteos que el hombre de Lincoln combatió. Esto sí que es curioso: la lectura del roquismo elaborada desde la izquierda tradicional fue lisa y llanamente contrastada por Jauretche, quien en su libro Ejército y Política, de 1958, despejó el juego sobre este período trascendente de la historia nacional y apuntó, entre otras cosas, que tras la guerra de la Triple Alianza, “un nuevo ejército comenzó a surgir de entre las ruinas. La esterilidad del sacrificio y la convicción de haber servido a una política extranjera, en perjuicio de la nacional, se hizo carne en los nuevos jefes, y se perfiló una figura que habría de restaurar el sentido de la política nacional de la milicia. Su constructor fue el general Roca -que perdió allí a su padre, guerrero de la independencia, y a un hermano-, cuyas primeras armas se habían hecho en el ejército de la Confederación”.
De tal modo, “El ejército de Mitre termina como había vivido, matando indefensos; el asesinato del general (Teófilo) Ivanowski, por las fuerzas sublevadas de (José Miguel) Arredondo, representa la última demostración de una técnica. La campaña de Roca, ganando tiempo, ante las urgencias de Sarmiento que lo apremia, ignorante de que el general construye su ejército sobre la marcha, disciplinándolo y acondicionándolo como un ejército moderno, termina en la batalla de Santa Rosa donde el ejército nacional entierra definitivamente al ejército de facción”. Por eso “lo fundamental es que con Roca vuelve al país el concepto de una política del espacio. Vuelve con un auténtico hombre de armas y vuelve porque ya hay un ejército nacional y la demanda mínima de este, la elemental, es la frontera”.
¿Una política del espacio? Jauretche brilla, en su salsa: “La primera tarea que realiza el ejército nacional es la conquista del desierto. El plan de operaciones repite el de la Confederación, con medios más modernos pero con la misma visión nacional. Lleva implícita la ocupación de la Patagonia -que se realiza- y la definición de la frontera con Chile que obtiene solución favorable, salvo en el estrecho de Magallanes, y definitiva por la Política Nacional de las fuerzas armadas que representa el fundador del nuevo Ejército Nacional. Ella no hubiera sido posible sin la construcción del mismo, por encima de las facciones y sometimiento al mitrismo; la extensión vuelve a formar parte de la Política Nacional que se irá complementando hacia el norte, con los expedicionarios del desierto que en Chaco y Formosa consolidan, con la ocupación hasta la frontera del Pilcomayo”.
Y una consideración bien actual: “Toca también al ejército nacional resolver la cuestión Capital que algo aliviará al gobierno argentino de la presión constante del círculo de la oligarquía porteña. Frente a Avellaneda vacilante ante la insolencia de (Carlos) Tejedor y los demás mitristas, Roca expresa la posición firme de lo nacional y la decisión del Ejército Nacional de no aceptar más retaceos a la República”.
Este periodista recomienda la lectura completa del texto forjado por nuestro gran pensador dentro del libro citado. Se lo sugiere con franqueza a quienes vienen inventando un Jauretche que no fue, para justificar políticas antagónicas a las que promovió. Es aquí: Julio Argentino Roca y la cuestión nacional.
LACOLLA y LAS PROPORCIONES. Otro gran autor nacional, no tergiversado, más bien aplanado por la máquina de desinformar, se adentró con valor en la Leyenda Negra. Enrique Lacolla escribió que “hay en auge un progresismo difusamente teñido de un moralismo a la violeta que hace bandera con el tema de los pueblos originarios, extrapolándolo de los elementos de la realidad histórica y reduciéndolo a los contornos de otra fábula, distinta de la oficial, pero a su vez perdida en la niebla del humanismo genérico y de la mitificación del buen salvaje”.
En su investigación añade que “denunciar la ignorancia o el prejuicio superficial de estos planteos se constituye, entonces, en una obligación. Tal vez antipática, pero inevitable. Esta nota deviene de la necesidad de rebatir una afirmación asombrosa por su inexactitud y por la sede en la cual fue formulada. Días pasados hubo ocasión de escucharla en un programa emitido por el Canal Encuentro, empresa televisiva que depende del Ministerio de Educación de la Nación y que está realizando una labor más que meritoria en el ámbito de la comunicación. Lo que hace doblemente pecaminosa la falta cometida”.
Cuál falta. “En un programa muy interesante titulado El Arte cuenta la Historia, dedicado a comparar los testimonios pictóricos del pasado latinoamericano con los datos de la realidad concreta que los había inspirado, de pronto saltó una frase que era un puro y simple disparate. Mientras se observaban unas bellas y clásicas pinturas de la Conquista del Desierto y la vida de frontera, el locutor en off sentenció, palabras más, palabras menos: ´La expedición de Roca implicó un genocidio que costó la vida a 100.000 aborígenes´”. Lacolla subraya, con triste ironía: “¡Cien mil muertos en un país que contenía menos de dos millones de habitantes!”
Y explica: “Elegir a Roca como chivo emisario para denostar a la oligarquía y atribuirle el papel de factótum de ésta y de la consolidación del modelo dependiente de país, es una equivocación. Lo que es más grave: se trata de una equivocación a veces a sabiendas, que en el fondo intenta deprimir, fundándose en rasgos genéricos que eran propios de un momento de la historia y que se pueden encontrar en todos los argentinos de aquel entonces, el rol positivo que el general Roca cumplió al sofocar el intento secesionista porteño de 1880, nacionalizando el puerto de Buenos Aires en la más breve pero más sangrienta de las batallas de nuestras contiendas civiles del siglo XIX”.
Entonces: “Ahí se cerró la organización nacional, cortando el nudo gordiano que la había imposibilitado durante 70 años. Estuvo lejos de ser perfecta, pero el daño venía de antes. Es imposible no preguntarse si no se trata en el fondo de aquel hecho lo que no se le perdona a Roca. Quienes despotrican desde la izquierda contra el conquistador del desierto a la vuelta de tantos años, harían bien en tratar de evaluar el sentido general de su misión, en especial durante la primera etapa de su carrera”.
TERZAGA, EJÉRCITO Y FEDERALISMO. Historiador, escritor, ensayista, ha sido quien mejor abordó a Roca. En su biografía Alfredo Terzaga efectúa una serie de apuntes realmente valiosos y documentados. Entre otras cosas cuestiona las miradas que generalizan el comportamiento y la composición del Ejército Argentino desde la Independencia hasta el presente. En esa dirección, pone de relieve la heterogeneidad social y conceptual tanto de oficiales como de soldados en distintos tramos.
Aunque la experiencia común de la guerra le aportó a esa estructura militar cierta dirección, esta de ninguna manera desactivó los conflictos de la sociedad argentina, que en cada tramo se plasmaron dentro de las propias fuerzas. Este proceso acabaría por expresarse con un ejército que no solo se posicionó en contra de algunos líderes (en especial Mitre) sino que también, ante la situación de los partidos políticos nacionales, pretendió convertirse en partido político con sentido nacional.
Según Terzaga, la participación de Roca en la represión de huestes federales es la de un oficial actuando desde la plataforma militar de una organización que se estructuraba como nacional por su constitución, sus mandos y sus funciones. De manera similar es entendida la citada expedición encabezada por Roca contra López Jordán, a pesar de describirlo como “el último gran caudillo gaucho de la Argentina”.
Terzaga muestra sus orígenes de la Liga de Gobernadores (“El no domeñado sentimiento federal”). La tesis de la participación de viejos federales en el roquismo es reforzada por el autor con ejemplos tales como las relaciones que tejió con los Saa de San Luis cuando era coronel, incorporando al hijo del General Juan Saá a su ejército [Juan Saá era el candidato a presidente preferido de los federales para oponerse a Mitre cuando sobrevino la fatídica batalla de Pavón]. También relativiza las teorías que adjudican la carrera de Roca a los caprichos del azar, al argumentar que desde temprana edad mostraba “gran previsión y buen sentido”, como lo evidenciaría en su rechazo a la candidatura de Ministro de Guerra en 1874, cuando contaba con 30 años.
Respecto de la fracasada revolución mitrista del año 1874, el autor critica el tratamiento del suceso en la historiografía argentina, tanto liberal como revisionista, a las cuales acusa de quitarle la importancia que merece. Frente a definiciones como las de Ernesto Palacio que describen los años entre Caseros y 1874 como los de la “Republica liberal y mercantil”, Terzaga ve en el triunfo del Ejército Nacional (y en las sucesivas derrotas mitristas en el ’80 y en el ’90) la prueba de que la corriente nacional representada por el viejo liberalismo había encontrado un nuevo camino en el cual afianzarse, a pesar de haber sufrido algunas alteraciones determinadas por las nuevas condiciones político-económicas del país.
En el tema de la Conquista del Desierto, Terzaga hace una descripción detallada del plan roquista, pero también del postulado por su rival, el entonces Ministro de Guerra Adolfo Alsina. En lo referente al plan de Roca, señala la percepción del mismo de la comandancia de fronteras como sus “Galias”, es decir, como un paso necesario en su carrera antes de cruzar el Rubicón que supondría el salto a la presidencia.
La concepción de Roca es planteada en relación a la expansión y la articulación del espacio nacional, diferente del bonaerense. Asimismo, Roca entendió la cuestión del indio y la del desierto como un mismo problema, distanciándose de la visión de Alsina, que veía en ambas ítems opuestos. En cuanto a las tribus en sí, el autor destaca la venta en Chile de ganado robado como su principal sustento económico.
La política de alianzas entre el gobierno chileno y los jefes tribales encontraría su explicación en las pretensiones de expansión oriental del país vecino, demostrada en declaraciones como la de 1876, por la cual buscaba llevar su límite hasta la línea del Rio Negro. Los argumentos son presentados de manera explícita en el texto para enfatizar el dilema de la Conquista del Desierto alrededor de una soberanía nacional amenazada.
Al llevar a cabo su estrategia, Roca generó un viraje en los supuestos geopolíticos de la época, dándole continuidad real al espacio geográfico y suprimiendo una frontera en la que convivían la disolución de la antigua sociedad criolla y tribus nómades agonizantes y volcadas a la depredación. A esto le agrega el hecho de que logró interrumpir el juego triangular de Buenos Aires, el Litoral y el Interior que hasta entonces dominara y trabara la política argentina.
Esto le permitió la convergencia del Ejército Nacional, la juventud política provinciana y un reducido pero intenso grupo de autonomistas alsinistas porteños en la fuerza inicial al Partido Autonomista Nacional (PAN). Finalmente, el autor enfatiza que fueron las condiciones objetivas de la historia nacional las que lograron formar el carácter político y militar de Roca como una simbiosis que adquiriría una dimensión nacional, un carácter superlativo y una graduación refinadamente equilibrada.
REPASO DE UTILIDAD. El tema de fondo ya ha sido abordado en estas páginas a través del texto Calzado liso para terreno escarpado. y de modo particular en el reciente programa Especial de nuestra emisora, con los analistas Fernández Baraibar y Gauchito Gil.
Al decir de Néstor Gorojovsky, al balance del roquismo es preciso añadir sin tapujos que “Logró la paz interior al liquidar históricamente al mitrismo secesionista y también la unidad nacional, fomentando el retorno y reincorporación al Estado de los caudillos o simples federales derrotados, incluidos Augusto Laserre, Severo Chumbita y López Jordán, para cerrar heridas”. Y nos recuerda que José Hernández, que fue roquista, “evidenció lo que significaba la situación en la frontera para el gauchaje”.
Quien esto escribe no ignora las pasiones que se desatan ante los problemas antedichos. El pasado habita en el presente y se hace sentir con vigor.
Los portadores de la visión contrastante con estas líneas suelen contar con importantes espacios en este medio y en tantos otros. Los trazos que ofrecen nuestras Fuentes constituyen, en ese marco, una modesta nota disonante que aspira a promover el pensamiento fundado, aunque sin expectativas acerca de la modificación de conceptos que parecen muy instalados. Pero como en el resto de los asuntos abordados, este periodista estima que la aproximación documentada y la interpretación de fondo son factores que ameritan considerarse en todo debate.
Si esos elementos desplazan a las consignas, por sensitivas que estas parezcan, habremos dado un paso trascendente hacia la resolución de problemas que retornan una y otra vez.
- Area Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal
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