Por Fernando Gómez *
Se va nomás el 2024, el año de un experimento político fatídico desplegado en una Argentina enferma de colonialismo, sometida al formateo cultural que pretende imponer la ética y estética de una minoría privilegiada económicamente y destrozada intelectual y moralmente.
Fue un año durísimo, y aún así, recordemos en este cierre de año que nada grande se puede hacer con tristeza. Que nadie nos robe la alegría de abrazarnos en familia y comunidad.
Ni las tragedias se entierran un 31 de diciembre, ni los destinos comienzan a forjarse un primero de enero. La historia, nuestra historia, no anda embretada en los caprichos del calendario que abrazamos desde este tercio del mundo.
Aun así, la cultura del compartir lo poco que nos queda, de amuchar lo que hay en cada rincón de la heladera para completar una mesa, de brindar con lo que se tenga para imponer alegría, forja la tradición de un pueblo convencido de que nada grande se puede hacer con tristeza, como nos enseñaba don Arturo Jauretche.
Se fue un año de mierda, sin atenuantes. La Argentina es el testimonio de un experimento político ofensivo para el sentido común y la inteligencia que no haya sido detonada en el transcurrir de una ofensiva del tecnofeudalismo que está imponiendo condiciones en la nueva hegemonía que avanza con pretensiones dominantes en este rincón del planeta.
Si nuestra Patria padecía las consecuencias de la dependencia económica a los intereses geopolíticos de Estados Unidos desde mucho antes, el año 2024 vio pasar una Ley Bases y un desmantelamiento de las pocas capacidades regulatorias del Estado que ponen en evidencia la tragedia de un país enfermo de colonialismo.
Si nuestra democracia padecía una crisis de sentido, si las representaciones políticas las atravesaba un cuestionamiento social legítimo y la clase dirigente se exhibía como una casta, el experimento impuesto en nuestro país durante el 2024 pretende resetear la memoria colectiva sobre personajes que han destrozado al país en reiteradas oportunidades y legitima la obscena riqueza de un puñado de delincuentes y su filosofía de la injusticia social como nuevo paradigma de una pretendida “batalla cultural”.
Si nuestro pueblo humilde, esa mayoría invisibilizada de los relatos que ofrece el sistema político, narrada por terceras personas con mejores o peores voluntades, subrogada en su representación política por una clase dirigente que no la comprende y, por momentos, la menosprecia; venía con urgencias y emergencias sociales cargadas en la mochila, el nuevo formateo económico de la Argentina le asegura un horizonte de miseria desgarradora.
El 2024 nos volvió a recordar que las clases dominantes no tienen límites éticos ni morales para imponer sus prerrogativas a costa de la vida de la enorme mayoría de los que pisamos este suelo. El 2024, nos recordó la vigencia del imperialismo como forma de reproducción del sistema de dominación. Nos refrescó en la memoria el rol de Estados Unidos, Inglaterra e Israel y su prepotencia para sostener sus pretensiones hegemónicas.
El año que dejamos atrás, exhibe que esta democracia enferma de liberalismo puede funcionar con un presidente con problemas mentales, rodeado de una casta política obscenamente corrupta, protegido por un sistema de negocios empresarios que no podría sortear un examen de legalidad mínimo si no controlaran al Poder Judicial y un sistema de construcción de relato mendaz y fantasioso de la realidad, en la que el viejo rol de las corporaciones mediáticas fue reemplazado por el anonimato adolescente y cobarde de las redes sociales.
Un año para el olvido, dirá el refrán popular. Pero no. Un año para recordar, para pensarlo, reflexionarlo y diagnosticarlo hasta que entendamos que la salida de este pozo oscuro en el que sumergieron a nuestro país, no se resuelve con los manuales que pudimos incorporar durante los 20 años de una hegemonía política que, aunque aún no lo veamos, ha quedado definitivamente en el balance de nuestra historia.
En definitiva, sobre un aprendizaje serio del deterioro actual de las condiciones políticas de nuestro país, se hace necesaria la construcción de una salida a este atolladero.
El 2025 será tiempo de aguantar soñando y pensando. De construir con mucha inteligencia colectiva la agenda del conjunto de nuestros urgencias y emergencias, también de nuestros anhelos y esperanzas.
El futuro nos exige repensar los límites de lo construido, lo raquítico del sistema al que nos aferramos y las debilidades con las que podemos defendernos. Pero no para atravesar el tiempo entre lamentos y denuncias vacías, sino para convencernos de que la salida nos exige reinventar nuestro destino.
La Patria que soñamos necesita que la democracia sea algo más que un puñado de representantes ocultando la crisis de su sentido, para darle lugar a aquel anhelo con el que Perón se atrevía a sostener que “…Así como la monarquía terminó con el feudalismo y la república terminó con la monarquía, la democracia popular terminará con la democracia liberal burguesa y sus distintas evoluciones democráticas de que hacen uso las plutocracias dominantes.”
Hay que repensar nuestra organización nacional y un federalismo para el Siglo XXI para seguir forjando el destino de una Argentina grande, hay que pensar la planificación económica nacional desde la comunidad organizada, la producción popular y un Estado que aprenda de la amenaza actual de su destrucción para repensarse como motor de la felicidad colectiva de nuestro Pueblo.
Hay que construir democracia, pero no para producir candidaturas. Hay que forjar democracia para producir convicciones, parir soberanía, edificar independencia económica y conquistar justicia social.
Por ese andar colectivo, levantemos lo que tengamos en el vaso en este 2024, y juremos vencer.
Feliz 2025, y a pelear hasta que todo sea como lo soñamos.
(*) Editor de InfoNativa. Vicepresidente de la Federación de Diarios y Comunicadores de la República Argentina (FADICCRA). Ex Director de la Revista Oveja Negra. Militante peronista. Abogado.
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