Por Ariel Weinman *
La Corte Penal Internacional (CPI) emitió el jueves 21 de noviembre una orden de arresto contra el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y su exministro de Defensa, Yoav Gallant, así como contra el comandante de Hamas Mohammed Mohammed Deif (presuntamente muerto), por cargos que incluyen crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos durante la conflagración entre Israel y Hamas iniciada el 7 de octubre de 2023.
En dos decisiones separadas, los magistrados del máximo órgano criminal rechazaron por unanimidad las impugnaciones de desconocimiento del Estatuto de Roma, el documento fundacional de la Corte, presentadas por el Estado de Israel, y ordenaron los mencionados arrestos de sus dos altos funcionarios. Según el tribunal, “existe evidencia suficiente para creer que Netanyahu y Gallant son responsables por privar deliberadamente a la población (palestina) de Gaza de bienes esenciales, como alimentos, agua, medicinas, combustible y electricidad, lo que ha resultado en la muerte de civiles, incluidos niños y niñas, debido a la desnutrición y deshidratación”.
Sin embargo, el periodo que analiza la justicia internacional para dictar esta sentencia –desde octubre del año pasado hasta principios de 2024- no coincide con los tiempos históricos de un conflicto que exuda colonialismo y, por lo tanto, racismo por todos lados desde hace más de un siglo. Es decir, el genocidio del Estado sionista no comenzó hace 14 meses. Yakov Rabkin, profesor emérito de historia de la Universidad de Montreal, Canadá, explica en Israel, violencia perpetua: rechazo de la colonización sionista en nombre del judaísmo (2024), que la actual avanzada del Estado de Israel en Medio Oriente es la directa consecuencia de un proyecto de colonización y asentamiento iniciado hacia finales del siglo XIX. El profesor de historia de origen soviético –como él mismo subraya en el libro- precisa que Israel inició una “limpieza étnica en 1947”, aún antes de la creación del Estado. A su vez, el catedrático resalta que bajo el poder israelí “la mayoría de los palestinos no tienen derechos políticos”, en otras palabras, la población palestina está al margen de la esfera pública donde se debate y se decide la vida en común, una situación que, por ejemplo, desde la perspectiva de Hannah Arendt condenaría a la población originaria de la región a la más brutal “animalidad” pues, según la filósofa alemana, pertenecen a la condición humana aquellos y aquellas que “poseen acción y discurso”. La deshumanización sobre la población palestina que indefectiblemente conduce a la suya propia ha sido una práctica permanente del sionismo. Además, Rabkin afirma que “las organizaciones defensoras de los derechos humanos en Israel y en otros lugares han llegado a la conclusión de que Israel practica apartheid. La brecha entre ciudadanos árabes y no árabes de Israel es contundente, el ingreso promedio de estos últimos es tres veces superior al de los primeros. Los palestinos, que constituyen el 20% de los ciudadanos de Israel, poseen menos del 3% de las tierras”.
A lo que se suma más recientemente las denuncias de la vocera de la Campaña “Fuera Mekorot”, Silvina Ferreyra, sobre un “apartheid hídrico” en la Franja de Gaza iniciado en octubre del año pasado. Ferreyra advirtió para Radio Gráfica que la empresa no sólo acciona a favor del desabastecimiento de agua en la Franja de Gaza, sino que tiene injerencia en la gestión del líquido esencial para la vida en Argentina desde el año 2022, cuando después de un viaje oficial del gobierno nacional a Israel promovido por el exministro del Interior Wado de Pedro se comenzaron a firmar convenios con distintas provincias para poder diseñar el manejo del agua.
La población palestina de la Franja no sólo está siendo bombardeada, sino también hambreada y condenada a morir de enfermedades por falta de atención sanitaria. Yoav Gallant, uno de los condenados por la Corte de Naciones Unidas, cuando era ministro de Defensa de Israel fue muy explícito: “He ordenado el asedio total de la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible, todo está cerrado” (citado en Rabkin, 2024).
Maren Mantovanni, miembro del Secretariado Internacional del Comité Nacional Palestino por el Boicot, Desinversión y Sanciones a Israel (BDS) y coordinadora de Relaciones Internacionales de la Campaña “Palestina contra el Muro del Apartheid”, señaló en el programa radial Panorama Federal que “no es solamente el horrendo y continuo y cada día peor genocidio que se está desarrollando en la Franja de Gaza. No es solamente el desplazamiento de siempre cada vez más comunidades en Cisjordania de la cual no se habla, porque ni siquiera alcanza el horror y la brutalidad en Gaza. No es solamente el bombardeo continuo en Líbano y en Siria también, donde en aquel país más de 3 mil personas fueron muertas por Israel en este asalto”. A pesar de que la activista internacional admitió que “¡esto llega muy tarde, demasiado tarde, se tardó seis años! (para una condena global al Estado de Israel)”, destacó que “la comunidad internacional, también los gobiernos, también las Naciones Unidas se han despertado ante el problema: recién el 18 de septiembre pasado fue la primera vez en dos años que la Asamblea General de Naciones Unidas ha votado una Resolución solicitando sanciones contra Israel. No solamente denunciando el ‘genocidio’, también denunciando que Israel comete el crimen de ‘apartheid’, denunciando que su presencia en todos los territorios ocupados desde 1967 (en la Guerra de los Seis Días) es ilegal y tiene que acabar”.
La referente de la Campaña BDS recordó que la Corte Internacional de Justicia “ya falló tres veces respecto al ‘genocidio’ de Israel y en julio (pasado) una vez sobre la ilegalidad de la ocupación israelí y el crimen de ‘apartheid’”.
Tilda Rabi, Presidenta de la Federación de Entidades Argentino Palestinas y miembro del Comité Argentino de Solidaridad con el Pueblo Palestino, evaluó en Gráfica que, “a pesar de la etapa oscura de la humanidad, van emergiendo destellos, como la Resolución de la Corte Internacional de Justicia que declara ‘responsables de crímenes de genocidio a Netanyahu, y su exministro de Defensa, que no es un hecho menor, es muy importante. Como que se vayan plegando voces a la condena de Israel, como la primera ministra de Italia Giorgia Meloni que está dentro del Pacto de Roma compuesto por 122 Estados”. Rabi resaltó la contradicción flagrante entre el posicionamiento de los estados del mundo, incluso de los principales Estados del centro de Europa, y el de la Argentina, que “sigue siendo cómplice de los crímenes de Israel. Esto es muy grave porque Argentina es firmante del Pacto de Roma. Y dependerá de nosotres el poder salir y decir ‘¡basta!’. O sea, no ser cómplices de este genocidio implementado, pero que también se quiere replicar en la Argentina con tanta hambre y persecución para aquellos que luchan”.
Por otro lado, Iván Zeta, integrante de Judíes por Palestina, declaró en este medio que “el lema principal de esa agrupación ‘No en nuestro nombre’, apunta a desmitificar esa identificación entre el sionismo y el judaísmo. El sionismo no es judaísmo, el sionismo es un movimiento político, una ideología colonial, racista, supremacista, que pretende usurpar la identidad judía, que pretende arrogarse la representación del pueblo judío y justamente negar otras tradiciones que nosotros reivindicamos más ligadas al ‘humanismo’, al apoyo y la solidaridad con los pueblos oprimidos, con la clase obrera en lucha”. La igualación de la política de Israel con la tradición cultural y religiosa judía es la maniobra que naturaliza el diario La Nación cuando informa sobre la reacción de Israel ante el fallo del Tribunal Penal Internacional el mismo 21 de noviembre: “La decisión de emitir una orden de arresto contra el primer ministro fue tomada por un fiscal jefe corrupto que intenta salvarse de acusaciones de acoso sexual y jueces parciales motivados por el odio antisemita hacia Israel”. Asimismo, la producción de la noticia por parte de “la tribuna de doctrina” incorpora dos posteos de la red social X del presidente israelí Isaac Herzog y del presidente Javier Milei, en la que ambos presentan a Israel como la única víctima del conflicto, aunque el argentino va más allá al sostener que el exterminio que lleva adelante el ejército de Israel con el armamento tecnologizado provisto por sus aliados occidentales constituye “el legítimo derecho de Israel a defenderse frente a ataques constantes por parte de organizaciones terroristas como Hamas y Hezbolá”.
Esta operación discursiva procura hacer equivalente sionismo y judaísmo y, de esta manera, caracterizar como “antisemita” cualquier cuestionamiento a las políticas del Estado de Israel. Esa equivalencia es derivada de una homologación mayor con catastróficas consecuencias, la que no distingue entre pueblo, nación, territorio y estado. Con el objetivo de acallar las críticas a la violencia de un proyecto de colonización se impone un achicamiento del campo discursivo: los hablantes se ven constreñidos a no criticar al sionismo bajo el riesgo de tener que soportar la acusación de “antisemitismo” para toda su palabra pública. Hablar con la pesada carga de una enunciación “antisemita”, intenta condenar de antemano a la enunciadora o el enunciador al exilio del campo discursivo. Controlar y distribuir la vara del “antisemitismo”, es decir, establecer las fronteras nítidas, fijas e infranqueables entre lo que puede decirse y no decirse en relación a una guerra de colonización se ha transformado en una condición vital para el proyecto de expansión sin fronteras fijas del sionismo. Judith Butler, en Vidas precarias: el poder del duelo y la violencia (2006), analiza el discurso de Lawrence Summers, presidente de la Universidad de Harvard en Estados Unidos en septiembre de 2002, en el contexto del ataque terrorista a las Torres Gemelas. Summers acusa de “antisemitismo” a todos las y los que critican las políticas del Estado de Israel. Y la autora señala que “posiblemente sea justo decir que, para la mayoría de los judíos progresistas (como ella se considera) que llevan el legado de la Shoah en su formación política y psíquica, el marco ético dentro del cual operamos tiene la forma de esta pregunta: ¿vamos a quedarnos callados (y seremos cómplices de un poder ilegítimamente violento) o vamos a dejar que nuestras voces se escuchen (y estaremos entre aquellos que hicieron lo que pudieron para detener la violencia ilegítima), aun si hablar sea un riesgo?”. En definitiva, que “la población judía del mundo no se concibe como idéntica al Estado de Israel en su forma actual y en sus prácticas, y que los judíos en Israel no se conciben a sí mismos como idénticos al Estado israelí”. Es ese marco ético que rechaza las acusaciones de “antisemitismo” de parte del sionismo en Israel y en otras partes del mundo -, “utilizadas para defender a Israel a cualquier costo” (Butler, 2006) para cualquier iniciativa, cualquier declaración, cualquier acción que condene la persecución, la violencia y el asesinato del pueblo palestino por parte del Estado sionista. Por eso, como resalta Zeta, “sionismo no es judaísmo”. Es decir, desde esa perspectiva, no se puede cometer un genocidio, como el que acontece contra el pueblo palestino en Medio Oriente, en nombre de la “judeidad” ni del ser judío, cualquiera sea el modo en que ese ser se exprese o se interprete. “No en nuestro nombre”, la consigna de Judíes por Palestina, nos recuerda que la dominación de las relaciones de poder no sólo se ejerce a través de la fuerza brutal de las armas, sino que es consustancial del dominio de las narrativas. “Domina quien nomina”, podría sintetizar una conciencia que revela el poder de nombrar y el significado de los nombres.
Sobre el fallo de la Corte Internacional de Justicia, Mantovanni, la activista del Comité Nacional Palestino por el BDS subrayó: “algo pasó, algo cambió, está cambiando la manera verdaderamente de cómo el mundo percibe y se relaciona a Israel: por iniciativa de Turquía, 52 países se comprometieron a no exportar más armas a Israel y sobre el embargo militar que fue una consigna de la Campaña BDS desde hace 20 años tiene un consenso cada vez mayor entre los gobiernos”. A su vez, la integrante de la Campaña “Palestina contra el Muro del Apartheid” evaluó que, como un signo de los cambios en la correlación de fuerzas a escala global, “se está discutiendo en Naciones Unidas la suspensión de Israel” como miembro de ese organismo internacional. Según Mantovanni, “en la ONU dicen ‘este es un Estado que no quiere la paz, que no respeta las normas básicas de Naciones Unidas y de la Ley internacional’. La narrativa cambió este año”.
Sin desmerecer las declaraciones de los organismos mundiales como la ONU ni los fallos del Tribunal Penal Internacional, sin embargo, hay un doble rasero de parte de imperios coloniales como Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania, Italia, Países Bajos, Bélgica que, por un lado, cuidan su imagen asociada a “los derechos humanos” y “las libertades democráticas” ante la opinión pública global, pero, en simultáneo, siguen proporcionando armas y apoyo político a Israel mientras impone un asedio a Gaza. Y prosigue una guerra colonial que, por lo tanto, es de exterminio de la población nativa: las potencias occidentales son cómplices activos de la violencia que causó la muerte de 200 mil palestinos, entre ellos la mayoría de mujeres y niños, según informa la revista médica The Lancet en julio de 2024.
No se trata de dejar de lado los matices, las heterogeneidades, las rugosidades que siempre están presentes en el devenir de la historia. Pero en esta región del mundo estamos convocados a recuperar la historia larga de conquista y colonización para actuar en el presente en contra del genocidio del pueblo palestino, en solidaridad activa por una Palestina Libre. Recuperar ese gesto maradoniano sobre el pasado, como cuando el Diez dijo: “Me pegaron en todos lados, pero en la memoria no me pegaron”. Recordar que, para la mirada de las potencias con una larga tradición de colonialismo y racismo, los principios de los Derechos Humanos y el Ciudadano sólo rigen en las zonas “civilizadas” del Planeta, es decir, los principios universales tienen límites en las zonas donde “todos somos negros”.
*Periodista / Conductor del programa Panorama Federal / Radio Gráfica
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