Por Nehuén Gusmerotti *
Todo concluye al fin, nada puede escapar. Todo tiene un final, todo termina. Tengo que comprender, no es eterna la vida. Una de las más emblemáticas letras de Vox Dei debería prepararnos para momentos como este. La muerte y su finitud. Era la muerte la única que podía poner fin a la carrera musical de Wilfrido Aníbal Quiroga, y finalmente un día sucedió. Pensar que Willy estuvo subido a un escenario hace apenas algunas semanas es reconfortante para quienes pudimos charlar con él y saber que, si el legendario bajista tenía un sueño, era tocar hasta el final.
Con 84 años, más de cincuenta tocando desde la primigenia Match 4 o las zapadas folclóricas en la pizzería de Quilmes, Willy dejó un legado inmenso. Dimensionar el aporte del bajista cordobés, naturalizado bonaerense de corazón, es una tarea imposible. Por empezar tenemos que poner sobre la mesa La Biblia, una de las obras más grandes en la historia del rock mundial, adaptando el libro más popular y trascendente de occidente. Podríamos agregar que, si bien algunos documentalistas decidieron obviar completamente su aporte, hablamos de la primera banda de música pesada en suelo criollo, con un sonido que podría asemejar tranquilamente a los primeros pasos de Black Sabbath, en épocas bastante contemporáneas (El primer disco de Sabbath data de 1971, Jeremías Pies de Plomo llegó un año más tarde).
En el sonido de Vox Dei es característico ese bajo podrido, denso, que marca un tiempo oscuro y pesado. Tanto en Jeremías, como en “Génesis”, una obra maestra en la que las cuatro cuerdas de Quiroga suenan como el monolítico andar de un gigante, o un ent, esos árboles majestuosos, calmos pero contenedores de un poder primigenio que narra la obra de Tolkien. Por momentos progresivo, por momentos rocanrolero, Quiroga y su bajo cimentaron los pilares de nuestro rock, desde la periferia, donde todo costaba el doble. Aun así, lograron sonar en la Ciudad de Buenos Aires y sumarse a las huestes iniciáticas de un rock en el que todo estaba por hacerse.
La relación tensa con Soulé hizo que de Vox Dei tengamos una historia accidentada con grandes proyectos inconclusos. Quiroga siguió su andar. Destroyer, reversiones de La Biblia, el propio Willy Quiroga Project. Algunos regresos, uno triunfal en el Gran Rex hace poco más de una década, para la icónica banda que se sienta en la mesa de Almendra, Manal o Los Gatos sin sentir ninguna vergüenza.
Hace no muchos años tuve la suerte de verlo en vivo. Willy contaba 82 inviernos y llevaba La Biblia, completa y en orden, a las tablas del Marquee. La potencia que desplegó ese octogenario prócer rockero fue demoledora. La voz limpia y clara, los dedos pesados recorriendo el bajo para volver a dar vida a esos temas que están grabados a fuego en nuestra cultura nacional, una banda hecha para que Quiroga explote. Aquel día salí del recinto porteño con la cabeza destruida por un tipo que podía ser mi abuelo.
Hoy ese tipo falleció, partió al otro lado dejando un vacío enorme en el bajo argentino. Ya sabíamos que se acercaba la hora. Willy estaba enfermo, y la cosa debía ser jodida para hacer que el monstruo rockero se baje de los escenarios. Tuvo un bonus track, ese mini concierto en Parque Roca a fines de septiembre. Contra todo pronóstico, el tipo se subió, la rompió, y dijo adiós. Pero músicos como Willy no se van, mueren, pero viven. Su legado está en cada pibe argentino que hoy se cuelga un bajo, o encara los primeros acordes de “Presente” o “Azúcar Amargo”. Para él esta historia no ha terminado, la siguen escribiendo los que hacen música porque un día existió un Willy Quiroga.
(*) Conductor de Resistiendo con Ideas (Lunes a viernes de 20 a 21 horas)
Discusión acerca de esta noticia