Por Fernando Gómez *
Los votos se contaban en el Palacio y, en la Plaza que lo embellece, el vacío habitaba sus veredas e interpelaba las entrañas del movimiento popular. La indiferencia social frente a la hipoteca que se firmaba sobre el futuro de la Patria, se ofrecía como manto tras el cual esconder las vergüenzas y asegurar la impunidad de las desvergüenzas con la que el sistema político se ofrecía eficaz a intereses foráneos.
Y así se hizo ley las Bases de la dependencia, ese neo estatuto legal del coloniaje que Estados Unidos y los grupos económicos le impusieron a la Argentina, exhibiendo que el funcionamiento de ésta democracia, tiene patrones claros y definidos; y el republicanismo realmente existente, es apenas la excusa para evitar que el pueblo concrete sus anhelos.
Un proyecto enviado por un Poder Ejecutivo ocupado en su presidencia por una persona con ostensibles síntomas de cursar una enfermedad mental, cuyos disparates se naturalizan como si se tratara de sencillas ocurrencias y las consecuencias de sus actos, no repercutieran en la vida cotidiana de la enorme mayoría de los que habitan este suelo, a consecuencia de lo cual, atraviesan el tiempo presente con un dolor social insoportable.
Normas redactadas en gerencias técnicas y legales de multinacionales o grupos económicos con apariencia local y estudios jurídicos que representan los intereses de las cámaras empresarias que operan en el país. Un articulado que fue defendido por un circo de subnormales que ocupan la función pública en representación de un partido político sin el mínimo sustento, encabezado por la hermana del Presidente.
Un traspié adolescente en el primer tratamiento del proyecto y una remontada para obtener media sanción, empujada por una oposición que termina ejerciendo una curaduría del insano oficialismo. Personajes que acomodaron sus huesos en el sistema político hace décadas y fingen estar enrolados en las filas de un proyecto político nacido para enfrentar a la “casta”.
Diputados y Senadores que reciben muchísima más plata por mes de los grupos económicos cuyos intereses protegen, que del sueldo que se les paga por haberse atornillado en una banca tras ingresar al parlamento escondidos en alguna lista sábana y dejar que el deteriorado instrumento del sufragio de representantes, legitimara su filibusterismo.
Actos de corrupción a plena luz del día. Compensaciones políticas y pagos con designaciones ejecutadas con la desvergüenza de quién sabe qué, la corrupción es un acto que solo indigna al que se encuentra en la vereda de enfrente, que también está dispuesto a convalidar ese mismo acto cuando ocurre en su rincón de la historia. Una suerte de ofensa por no estar en el bando de los que cobran, aún antes que un acto de cinismo.
Sesiones plagadas de debates sin fundamentos, discursos pensados para la autopromoción desvergonzada de la acción individual de quien ocupa la banca. Una oposición abrazada al denuncismo, apelando a llorar frente al saqueo como estrategia de victimización, frente a un altar ético donde flashean una República que hace rato se la llevó puesta la extranjerización de nuestra economía y la subordinación política que autorizó durante décadas un funcionamiento sistémico que no permitiera mucho más que administrar en forma próspera una colonia.
El paquete que han transformado en ley, es una reforma laboral diseñada por el radicalismo para consolidar explotación, flexibilización y deterioro de salarios y proyecciones previsionales; un régimen de blanqueo de capitales del conjunto de fugadores seriales de divisas y evasores de toda calaña; un sistema de producción de hidrocarburos que proteja a las multinacionales exportadoras y encarezca el consumo nacional y un régimen de postración tributaria, económica y política del desarrollo nacional con el aliento a la extranjerización brutal y saqueo programado de nuestros bienes comunes con un Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones, que constituye la madre de todas las batallas de los intereses geopolíticos que amenazan nuestra soberanía.
Y aun así, la desvergüenza de intentar llevar los debates a las expectativas electorales de sumar más diputados para profundizar la ineficacia, atraviesa el destiempo de la coyuntura descabellada que transita la clase dirigente
Colaboracionismo y oposición líquida
El Congreso como escenario de vergüenzas y cristalización de debilidades, se está transformando en cobijo individual de una dirigencia de la que absolutamente nadie espera nada, un espacio de supervivencia política para los que lo habitan.
Una enredadera de colaboracionistas que abren la boca como opositores al gobierno y votan conforme les imponen los grupos económicos que le aseguran el mecenazgo de su carrera política. Y opositores que se sienten orgullosos de hacer discursos encendidos para subir a las redes sociales y amenazan con denuncias ante un sistema judicial que también cuestionan, como única acción de respuesta en la catalizar sus frustraciones.
Un ámbito de rosca endogámica en la que la timba electoral del futuro, le carcome las desventuras presentes a personajes que han incorporado como dogma el estar predestinados a ser funcionarios y una escueta militancia que profesionalizó su existencia.
Los que habitan el sistema político, aquellos acostumbrados a las mieles del palacio, a la vehemencia de debates estériles que jamás resuelven los problemas de nadie. Aquellos que manotean tendencias en red social para meterle brújula a ideas líquidas que llenan su vacío ideológico. Aquellos que se aferran a la autopromoción desvergonzada de su propio ombilgo para ver si siguen asegurando su continuidad institucional con destino a ninguna parte.
Todos ellos, están atrapados en un laberinto que conocen de memoria, y del que no quieren salir para evitar perder la rutina de su existencia política. En ese laberinto sin sentido, pretenden dejar atrapada la legitimidad de los instrumentos políticos forjados en décadas de historia.
Perón y el sentido de las cosas
El próximo lunes 1º de julio se cumplen 50 años de la partida física del general Perón. Parece mentira, pero cada vez que se repasan sus certezas, se lo ve tan lleno de futuro a ese viejo que tendría más de una razón para mandar a la mierda a quienes agitan su nombre, apenas, para acomodar los huesos en algún rincón donde hacerse los boludos o colaborar para cagarle la vida a nuestro Pueblo.
Las fechas se marcan en el calendario para refrescar debates. Para pensar el tiempo presente desde una perspectiva histórica, para no andar empezando siempre de cero, como nos enseñaba Walsh que pretendían nuestras clases dominantes. Y otro poco, para abrir una cerradura al futuro, pensando que nuestra Patria tiene una revolución inconclusa clavada en sus pendientes.
“Para saber cuáles son nuestras fallas y llegar a sus causas hay que tener una visión global de la Argentina, de las fuerzas que chocan en su seno, de las características que revisten esos conflictos. Y dentro de ese marco histórico, examinar el significado del peronismo” proponía John William Cooke en sus apuntes de la militancia, y nos marca el abismo que separaba un tiempo de premisas claras para ordenar el debate y la desertificación ideológica que habita la banalización de la política como espectáculo de catársis frente a los dramas de la coyuntura.
Examinar el significado del peronismo es una tarea indispensable. Alguna vez sostuvimos que al peronismo se lo define mejor por lo que no es, que por lo que es. En efecto, el sentido histórico del peronismo ha sido un amasijo de contradicciones que reflejan glorias y miserias que habitan en la propia base social que está llamado a representar.
Pero lo que no es, eso siempre se tuvo en claro.
El peronismo no es un instrumento político para disciplinar el destino nacional a los intereses de una potencia extranjera, sea cual sea. Tampoco es un instrumento económico para asegurarle la rentabilidad a los patrones en desmedro del bolsillo de los trabajadores. Y no es un instrumento al servicio de los grupos económicos para disciplinar al Estado y la política pública.
Tampoco es un instrumento político que asegure el funcionamiento institucional de una democracia ejecutada por profesionales de la política, ni un mecanismo para asegurar que las sobras del capital se distribuyan entre una base social condenada a la miseria.
No es una herramienta política diseñada para encontrar una categoría social que justifique la economía de supervivencia en la que es condenado a vivir nuestro Pueblo, mientras la riqueza nacional se asegura en crudo para el desarrollo industrial del extranjero. “Sepan ustedes que esta gloriosa revolución se hizo para que, en este bendito país, el hijo del barrendero muera barrendero” dijo alguna vez el contraalmirante Rial en plena Revolución Fusiladora.
Si esas certezas lograran procesarse, otra sería la morfología de la dirigencia política que habita las representaciones conquistadas por el Movimiento Nacional. Otra sería, también, la convicción militante con la que se atraviesa la cotidiana acción política.
Hace falta tener en claro dónde estamos, construir representación popular y fundamentalmente edificar colectivamente una agenda patriótica que vuelva a poner al Estado en el centro de la planificación económica, al Pueblo como motor organizativo de una comunidad que corra la meta constante de su destino de felicidad y al destino nacional de grandeza como objetivo inclaudicable.
No traicionar las convicciones, y menos aún a la base social que estamos llamados a representar, es reivindicar la militancia. Es resignificar un peronismo que necesita dejar de crujir, justamente, en un tiempo en el que se avecinan crisis en las que el sistema pretenderá recomponer sus condiciones de funcionamiento, con un peronismo cuyo hegemonía, esté marcada por los personajes que ofrezcan un peronismo blanco, amaestrado y ejecutor de una administración colonial.
Ideas malas
Cuando el proyecto “Bases” salió del Senado con su aprobación, las acciones de empresas argentinas en Estados Unidos, la bolsa local y los bonos nacionales dispararon en alza. Como cada vez que se impone un programa de miseria planificada, la timba financiera celebra.
En ese contexto, Marcos Galperín, el hombre que nació millonario y forjó su presente millonario, sostuvo en redes sociales “¿Qué sentirá la gente que vota en contra de una ley que, luego de ser aprobada, suben los bonos, baja el riesgo país, cae el dólar, suben las acciones…? ¿En algún momento se replantearán que sus ideas son malas para el país?”.
El día de ayer, cuando el proyecto “Bases” se transformó en Ley, las acciones argentinas en Estados Unidos retrocedieron, los dólares subieron en todas sus versiones, cayeron las acciones locales, subió el riesgo país y cayeron los bonos. La timba financiera dejó de festejar y empezó a transitar el arduo camino de una crisis anunciada, y dejó a Galperín como el limitado personaje que es, pedaleando en sus malas ideas para el país y convencido que los argentinos deben sacrificar su futuro en el altar de su rentabilidad.
Los colobaracionistas que aseguraron la ley, como Pullaro, Llaryora o Macri, comenzaron a subir el tono de voz reclamando estabilidad política para asegurar el rumbo de miseria que adquirió el país tras la sanción de la aberración soberana que se transformó en ley.
Milei, ausente de la realidad, sigue desconociendo que alguna vez Sturzenegger y Cavallo le vendieron el megacanje como antecedente para un blindaje que no llegó y el curso natural del programa económico, terminó con la explosión social aquel diciembre de 2001.
En Argentina, los indicadores de pobreza, desocupación, recesión y caída descomunal del consumo, son una señal de la crisis que aguarda agazapada a la vuelta de la esquina.
Reagrupar la militancia, aferrarse a las convicciones, diseñar un programa que recupere una genuina representación popular, parecen tareas que empiezan a urgir en el calendario.
(*) Editor de InfoNativa. Vicepresidente de la Federación de Diarios y Comunicadores de la República Argentina (FADICCRA). Ex Director de la Revista Oveja Negra. Militante peronista. Abogado.
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