Por Guiso Torta
“Volviendo estando” es la denominación que utilizó el trío del Oeste para su regreso -6 fechas repartidas entre enero, febrero y marzo- al Estadio Obras tras quince años. Estuvimos el viernes 19 y sábado 20 de enero y esto fue lo que sentimos.
Debemos remontarnos a diciembre del 2005 para situarnos en la última presentación con fecha propia, en el marco de la gira de “Vengo del placard de otro”. Mucha agua traccionó ese molino hasta la actualidad. Rotura de contratos discográficos, la tan ansiada independencia, el estudio propio, “Amapola del 66”, la consolidación del Teatro Flores como su nuevo hogar, mucha tocada en vivo por todo el país, gira europea y un festejo -con gusto a revancha- de sus 35 años en el estadio Vélez son algunos de los sucesos que la banda acumuló en estos tiempos. El principal motor parecen ser los deseos, ganas y ahora se le suma una retrospección de su obra e historia, que los lleva directamente a un lugar que desde las épocas de Sumo supieron transitar.
Desde temprano la gente se reunía a modo de previa en la Avenida del Libertador al 7395. Los que ya patearon esas calles, los nuevos que se van sumando y una nueva y esperada experiencia para los que seguimos a la banda, pero nunca habíamos tenido la sensación de lo que es tomarse una cerveza e ingresar a uno de los sitios que más ligado está con la música nacional e internacional de este país. El sol veraniego ya se había ocultado dándole lugar a la oscuridad, lo cual era una señal para ingresar al recinto.
A las 21.30 cuando ya no había lugar para nada ni nadie más, se apagaron las luces y se encendieron las pantallas mostrando la histórica entrada acompañados por los caballos del año 1992 en lo que fue la presentación del segundo disco “Acariciando lo áspero”. Del lado izquierdo, Ricardo Mollo, extrañamente sin su guitarra colgada de los hombros. Del lado opuesto, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella hacen su ingreso tocando cada uno el respectivo bombo que traían consigo mismo para dar lugar a la primera canción, “Haciendo cola para nacer”.
Los tres con la misma indumentaria: ponchos rojos con vivos negros. Allí estaban. Divididos en Obras. Lo que tantas veces escuché y vi por videos colgados en internet, por fin delante de mis ojos. Ahora sí. Cada uno en su lugar. Sin los ponchos y con los instrumentos que los identifican, arranca la aplanadora del rocanrol. “El 38”, “La mosca porteña” y “Haciendo cosas raras” sonaron una detrás de la otra. “Bienvenidos a casa” suelta el cantante para hacer sonar los primeros dos covers: “Light my fire” de The Doors y “Voodoo Child” de Hendrix, donde demuestra por qué es el superhéroe de la guitarra en este suelo.
Los invitados no tardaron en llegar. Primero Marcelo Rodríguez -aka “Gillespi”- se sumó en un enganchado entre “Los sueños y las guerras” y “Gárgara larga”, en las primeras invocaciones a Luca Prodan que iban a tener lugar en la noche. Para “El burrito” hubo cambio de formación. Catriel al bajo, Diego a la armónica y el agregado de Diego Florentín en guitarra acústica y Román Taccone en batería. “Sisters” cerraría esta seguidilla de colaboraciones. Un tema que siempre utilizaron para darle lugar a guitarristas y que demuestren lo que mejor saben hacer. Juanchi Baleiron, Tavo Kupinski, Nana Arguen y Pepo San Martin son algunos nombres que se me vienen a la cabeza. En esta ocasión, Maikel de Kapanga fue el elegido para deleitarnos con sus dotes en este reggae cantado en inglés.
En momentos donde está en juego el presente y futuro de nuestro destino -y donde el público jugó su rol con el grito de guerra “la patria no se vende”- aparece una declaración de principios de la banda escrita hace mucho tiempo pero que sigue vigente. “Que pensás reina Isabel/de tu historia en el papel/tu museo no huele bien/hoguera quema libro y piel” reza “Cristofolo Cacarnú” seguido de “Indio, deja el mezcal” con un gran solo de batería.
El bajo inicia el riff de “Another one bites the dust” de Queen e indica que es momento de “Sábado” y la lista sigue con “Che, qué esperás?”, “Cielito lindo” y “Cuadros colgados”. Repite Gillespi para “Un montón de huesos” con un final con extractos de canciones de Sumo. El viernes fue “No te pongas azul” y el sábado “Divididos por la felicidad”. “Camarón Bombay” sirvió como intro para darle paso a la triada “Azulejo/Que tal/La rubia tarada”. Redobles de batería inconfundibles: “Crua Chan” y este servidor pierde de vista al escenario por un momento para contemplar las paredes, el techo, el piso y a la gente situada en campo, populares y plateas. El tano estaba ahí… todos lo sentíamos. Sin frenos sonaron “Ala delta” y “Paraguay”.
Ricardo vuelve a tomar la palabra y dice: “No sé si se habrán dado cuenta, pero hicimos la misma lista que en el 92”. Una demencia. Estábamos viviendo lo mismo 32 años después, con canciones que hacía mucho tiempo no aparecían por la lista de temas y otras que pasaron de ser nuevas en su momento para convertirse en clásicos del rock nacional. “Pero como ahora estamos más jóvenes, vamos a seguir tocando” y sonó “Salir a asustar” para dejar en claro que “la era de la boludez” está más vigente que nunca.
Tiempo de bajar los decibeles con una versión emocionante de “Spaghetti del rock” con Mollo solo con su guitarra y mano a mano con su público. Los últimos invitados de la noche fueron los “Tres Mundos” para interpretar “Guanuqueando” de Ricardo Vilca.
Un clásico como “Amapola del 66” tuvo su primera vez en “El templo del rock”.
Suficiente tranquilidad. El pogo vuelve a decir presente con “Sucio y desprolijo”, “Paisano de Hurlingham” y “Rasputín”, esta última a modo de un “In your face” para aquel hombre que tantas trabas le puso a la agrupación cada vez que querían que presentarse en el lugar que él mismo manejaba.
Para el cierre, dos himnos del punk como lo son “El ojo blindado” y “Nextweek”. Y mientras volaban muñecos por todos lados, uno no deja de pensar en los humanos que tuvieron la dicha de ver a Sumo en el mismo lugar que estábamos pisando nosotros en ese fin de show. Gente que sabía demasiado. La última zapada de la noche a cargo de Diego y Catriel mientras Ricardo baja a las vallas para saludar al público y repartir a modo de obsequio las tan codiciadas púas.
Las luces del estadio se encienden por completo, las tribunas de a poco iban quedando vacías, los plomos guardando todo, unos pocos en el campo que van hablando por lo bajo de lo que acabaron de vivir y la salida hacia la avenida. Así culminaban las primeras dos fechas de esta especie de viaje en el tiempo sin DeLorean de por medio. Y uno sale pensando en lo ocurrido allí dentro, tratando de buscar las palabras para tratar de explicarlo, pero es difícil. Lo único que puedo hacer es replicar lo que aquellas paredes napolitanas expresaban: “No saben lo que se perdieron”.
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