Por Emiliano Vidal
En medio de las turbulencias políticas tras la asunción en la primera magistratura del país de Javier Milei y de una oposición que aún no logra recuperarse de la derrota electoral de octubre pasado, repensar la Argentina en una interpretación de los acontecimientos históricos, puede ser un paliativo en el difícil camino de entender, aprender y comprender esta realidad que es la única verdad. Desde la singladura, el peronismo tiene dos caminos: fraccionarse como el macrismo, o permanecer unido y aliado. La calle se presta a ser una vez más el teatro principal de la política, el único lugar que no ha podido ocupar el poder económico y que, históricamente, es el escenario natural cuando los pueblos colman su paciencia. La figura de Juan Bautista Alberdi, reivindicado por el primer mandatario, y un correlato cargado de historicismo, son algunos de los pasajes de los párrafos siguientes.
Fusilado Manuel Dorrego en diciembre de 1828, asesinado el caudillo riojano Facundo Quiroga en 1835 y ya con Juan Manuel de Rosas como amo y señor de Buenos Aires y de la incipiente Confederación argentina, la política de aquel entonces promovía el que será el trípode de poder de los futuros partidos populares: una conducción fuerte, una relación directa con los subalternos y un afincamiento con las bases productivas en cada momento histórico, es decir, los estancieros, los sectores populares y los caudillos provinciales. En consecuencia, en este sistema dorreguita/rosista puede palparse los genes del modelo agroexportador argentino con una diferencia sustancial que no implementaría el entrerriano Justo José de Urquiza, vencedor de Caseros: el proteccionismo de las economías regionales y del protoindustrialismo de las provincias inmersas en un único punto central: la Ley de Aduanas de 1836 sancionada en tiempos rosistas.
Javier Milei pareciera no saber de historia o hacer un historicismo sesgado por propios intereses. Hay un Urquiza vencedor que reposó su gobierno en la aduana porteña. ¿Es su máxima obra la Constitución Nacional de 1853 como resultado de un proceso entre los representantes de la Nación y las provincias o se trata en realidad de una imposición surgida de Caseros?, ¿por qué el actual mandatario Milei cita la figura de Juan Bautista Alberdi, quién ante todo fue un propulsor del intervencionismo del Estado en la economía de las repúblicas y un garantista del proteccionismo económico? Portugueses y españoles siempre se llevaron mal. Desde 1492, en España se fue atrofiando por un tipo de producción mercantilista resumido a la mera extracción de materias primas de las colonias. Del otro lado, los ingleses comenzaban a convertirse en el motor del mundo tras la Revolución Industrial, cuyo aliado estratégico eran los portugueses, quienes ofrecían sus puertos libres de posesiones del Brasil.
A mediados de 1853, la República Argentina logra constituirse cerrando el círculo iniciado el 25 de mayo de 1810 y las intentonas frustradas de la Asamblea del año 1813, el Congreso de Tucumán de 1816 y los proyectos constitucionales fallidos de los unitarios de 1819 a 1826. Y también el comienzo de un lento caminar que comienza con la doble traición del peor Urquiza al mejor Urquiza, víctima del destrato de la provincia de Buenos Aires, la indiferencia del Brasil y que agobiado, supo sentenciar: “hay un solo hombre para gobernar la Nación Argentina y ese es Don Juan Manuel de Rosas. Yo estoy preparado para rogarle que vuelva aquí”… la historia argentina, siempre repetidora tanto en tragedia como en comedia. Quién pagará los costos si en las calles el clima se vuelve demasiado espeso y el macrismo huye del gobierno, ¿el propio Javier Milei?
El 18 de septiembre de 1845, los embajadores de Inglaterra y Francia declaran el bloque marítimo y fluvial contra la Confederación argentina. El punto de concentración bélica de la Vuelta de Obligado, en aguas del río Paraná, no eran conflictos entre países, sino de Europa contra América, de mercados internos contra extraccionistas de materias primas. Si bien Obligado fue una derrota, los invasores no lograron escalar muchas más aguas arriba y Rosas recibió durante el conflicto el mejor homenaje, una especie de corolario de su poder: el reconocimiento de José de San Martín, entre 1846 y 1848.
El verdadero Alberdi
Caseros y Urquiza son la síntesis del derrocamiento de Juan Manuel de Rosas, que comenzó con la intromisión británica en la política de la flamante república uruguaya asentando la figura de los Colorados y Blancos y que, una vez desarticulada la Confederación argentina, se iba a llevar el último foco de resistencia del continente que eran las medidas implementadas en el Paraguay de Francisco Solano López. La magnitud del denominado Ejército Grande era enorme con más de 28 mil hombres. La provincia de Entre Ríos aportó 10 mil, Corrientes 5 mil, las tropas robadas a Buenos Aires sumaban 4 mil. Uruguay aportaba 2 mil almas y el Brasil otros 4 mil. Caseros es para los brasileros la venganza de la afrenta sufrida en Ituzaingó, un tiempo atrás. El Urquiza vencedor ingresa a la ciudad de Buenos Aires como el jefe del Partido Federal y el sucesor de Rosas y no duda en restablecer el uso del cintillo rojo punzó y las duras críticas hacia los unitarios.
El 3 de febrero de 1852 se precipita la historia. Buenos Aires, la patria chica, es la vencedora. El movimiento antiurquicista del 11 de septiembre de 1852 toma forma con Bartolomé Mitre y Valentín Alsina. El entrerriano Urquiza tiene que abandonar su residencia porteña. De la Asamblea de 1813 a la Constitución Nacional de 1853, pasaron cuarenta años. Su artífice es Juan Bautista Alberdi. Urquiza lo nombra al frente de las relaciones exteriores. Alberdi va a Europa y se quedará ahí hasta 1880. Ese período que va de Caseros al año 80 recibe el nombre de “organización nacional” y consiste en poner al país bajo el dominio de Buenos Aires.
En los recientes 40 años que van de la recuperación de la democracia en 1983 hasta la asunción de Javier Milei a fines del reciente 2023, tres porteños llegan a la presidencia de la Nación: Fernando de la Rúa, Mauricio Macri y el propio Milei. La lucha por la hegemonía del país se dirime entre Buenos Aires y las provincias. Se combate en Cepeda (1859) y en Pavón (1861), donde se produce la misteriosa retirada de Urquiza que le facilita el camino a Mitre. Se liquida a los negros, a los gauchos en las guerras civiles y a los indios con la campaña de Julio Argentino Roca. La guerra del Paraguay también forma parte de ese caldo de cultivo exterminador. Hay que poblar el país, pues la victoria de Buenos Aires lo ha dejado sin mano de obra. El “Martín Fierro” del periodista José Hernández clama por considerar al gaucho. Los vencedores de Caseros saben que ahora pueden moldear el país a su gusto. Es el precio de la victoria: hay que amontonar los inmigrantes en los conventillos. La única derrota que padece Buenos Aires es la federalización de su principal ciudad homónima para reconvertirla en capital federal del incipiente Estado Nacional. El propio Alberdi preside la asamblea legislativa que moldea en ley esa federalización. En septiembre de 1880, el entonces presidente Nicolás Avellaneda traslada su gobierno al pueblo de Belgrano ante la ferocidad de las batallas entre bonaerenses que se resisten en legar su ciudad, comandados por Carlos Tejedor, frente al Ejército Nacional dispuesto a cumplir la orden de tener la Capital Federal.
Decía el recordado escritor, José Pablo Feinman; “cuando se dice ni vencedores ni vencidos, vienen días difíciles para los vencidos. Vencer es siempre la dialéctica, por decirlo así, que le permite a una Parte asumirse y ser reconocida como el Todo. Una revolución, le escribe Salvador María del Carril a Juan Lavalle, es un juego de azar en que se gana hasta la vida de los vencidos. Propone también: en una revolución hay vencedores y hay vencidos. Esta certeza abre el espacio conceptual para matar a Dorrego, un vencido. Los que dijeron “ni vencedores ni vencidos” en 1955 ya habían bombardeado la Plaza de Mayo y al que lo dijo (Lonardi) lo descabezaron en dos meses”.
La mira del gobierno de Javier Milei está en esa línea. Mayo es el surgimiento del centralismo porteño. Que se prolonga en la Asamblea del año 1813 y en la declaración de la independencia de 1816. En el “Facundo” de Domingo Sarmiento se trazan las antinomias, partiendo de la primera zoncera de todas: civilización o barbarie devenida en peronismo o anti peronismo. Las provincias saben que el triunfo del hoy presidente libertario implicará su ruina. En 1820 las tropas federales de Ramírez y López entran en la ciudad portuaria. Los federales atan sus cabalgaduras en la pirámide de Mayo. Hacerlo es una injuria a la civilización. Similar plataforma resurge con los trabajadores y trabajadoras el 17 de octubre de 1945.
La llamada anarquía del año 1820 es la ofensa de los federales al entrar en la ciudad porteña del puerto y de la aduana, fuentes de la riqueza de los burgueses liberales de Buenos Aires y de los ganaderos de la pampa húmeda. El país centralista se consolida con el gobierno de Bernardino Rivadavia y con él se dicta la Constitución de 1826 que será rechazada por todas las provincias. Rivadavia, como buen unitario, conocía más las ideas que la realidad del país en que vivía. Rivadavia inaugura la constante centralista del empréstito enorme a la Baring Brothers e inaugura la tenebrosa odisea de la deuda externa, tan prolongada durante los días actuales. En la guerra con Brasil se destaca un soldado de gigante protagonismo durante las batallas por la Independencia: Juan Lavalle, quien ingresa con sus tropas a Buenos Aires y pone al ejército Libertador al servicio de los intereses de la burguesía mercantil. Es quien ordena el fusilamiento a su antiguo camarada, Manuel Dorrego. Es el primer golpe militar de la historia. José de San Martín se niega a formar parte. Su sable corvo no estará para las vitrinas de los negociantes porteños sino en pocos años después al servicio de Juan Manuel de Rosas en reconocimiento a una de las más importantes gestas anti colonialistas, como fue la Vuelta de Obligado. Alberdi tendría una entrevista memorable con San Martín y un único anhelo: proteger la soberanía nacional.
El palacio y las calles
La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. En Buenos Aires, en 1806, pasada la primera invasión se produjo un armamento popular que dio origen a un proceso revolucionario. Luego de su primera derrota, en agosto de ese año, el alto rango británico, Home Riggs Pophan, comenta: “Han armado, sin discriminar, a los habitantes para vencer a los ingleses y ahora la plebe ha rehusado la entrada al virrey a la ciudad y, aunque éste ha juntado un número considerable de gente adicta, están decididos a oponerse al restablecimiento del gobierno español.” Tras haber pasado el primer peligro, las autoridades convocaron a un Cabildo Abierto para restablecer el orden. Estaban invitados sólo 98 vecinos, 46 de ellos, “comerciantes y propietarios”. Debía devolverse la autoridad al virrey que había huido, Sobremonte. Sin embargo, una multitud se agolpó en las puertas y exigió que el mando lo tenga Santiago de Liniers, quien fue designado al frente de los ejércitos. Solo el virrey podía nombrar las autoridades militares. Siempre se trató de la calle. Nombrado el francés Liniers, ese mismo día se decidió armar a toda la población, no en un ejército centralizado y disciplinado, sino en milicias por lugar de origen, donde la tropa elegía a sus oficiales y los voluntarios se llevaban el arma a su casa. El Cabildo intentó diluir las manifestaciones, pero no pudo. Todo esto sucedió antes que Napoleón Bonaparte pusiera un pie en España. Todavía en la península gobernaba Carlos IV y toda su corte.
En la Argentina los procesos liberadores no vienen de afuera. Meses antes del 25 de mayo de 1810, entre un cuarto y un tercio de lo que se producía, se lo apropiaba la corona española sin ninguna retribución. Esto no contentaba ni a la burguesía agraria n a las economías regionales de todo el Virreinato del Río de la Plata. Cuando la realidad lo habilitó, estas contradicciones estallaron y no vacilaron en quebrar la ley y el orden establecido. Manuel Belgrano y su primo Juan Castelli, fueron más allá. No solo había que cambiar el orden sino al propio virrey. El abogado Mariano Moreno era consciente de que carecía de una burguesía revolucionaria y solo poseía a unos mercaderes portuarios que deseaban importar mercancías del exterior e introducirlas en el Virreinato. José San Martín llega al país en una nave que lleva por nombre George Canning. Previamente, Belgrano es obligado a ser lo que no era. Un general para propagar las ideas revolucionarias en cada rincón del futuro país. A su instancia, queda plasmado en el Plan de Operaciones que “Los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice”. Muerto Moreno, el morenismo continúa después de 1810 con Bernardo de Monteagudo y San Martín.
Más de Alberdi. Deshistorizar y confundir
En la mayor soledad, pobre, lejos de su patria, en la mañana del 19 de junio de 1884 deja de respirar Juan Bautista Alberdi. Tenía 73 años de los cuales la mayor parte los había ofrendado a su país, muchas veces cometiendo graves errores y muchas otras, convirtiéndose en uno de los pensadores más brillantes que tuvo la Argentina. Con el transcurso del tiempo, sus enemigos fueron recibiendo los fastos de la gloria por parte de los gobiernos conservadores amigos de su Majestad Británica pero su estatua fue recién levantada en 1965, casi un siglo después de su muerte. Asimismo, si se les dio reconocimiento a sus escritos de juventud, fueron silenciados sus escritos de su vida en el destierro.
Alberdi puso al descubierto que la oligarquía mitrista estaba organizando el país en función de las conveniencias de la Provincia Metrópoli. En 1880, apenas asumida la presidencia de la Nación, Julio Argentino Roca había decidido la edición de las obras completas del abogado tucumano y corrían versiones de que, a Alberdi, quien por poco tiempo había regresado a la Argentina, se le otorgaría una embajada, provocando la irascible reacción del diario La Nación desde donde se lo califica de traidor a la Patria por su apoyo al Paraguay en la denominada Guerra de la Triple Alianza que arrasó con el país hermano entre 1865 y 1870. Alberdi había sido el gran rival de Mitre.
Cuenta Norberto Galasso: “El matutino La Nación publica una carta escrita por Alberdi 24 años atrás a Vicente López en la que había cometido un error ortográfico: mazeta en lugar de maceta. David Peña recuerda que ese día lo visitó a Alberdi y este, “juntando su silla con la mía, díjome de pronto con una voz imborrable: Así, así quisiera tener frente a mí al general Mitre para preguntarle, mirándonos hasta el fondo de los ojos, en virtud de qué odio tan reconcentrado puede disculpar su persistente prolijidad de haber guardado la carta de un niño, escrita hace casi cincuenta años, para avergonzar a un anciano. ¿Es esto digno de un espíritu superior? ¿Es esto digno de un jefe de partido, de un jefe de la nación? ¿Es esto digno de usted, general Mitre? Y la voz velada, por un sentimiento indecible, ocultó a mi avidez y a mi cariño, acaso el arrepentimiento de haber regresado a la patria para juntar tan irónicas recompensas a la crueldad de su destierro…”
El hoy presidente Milei niega o desconoce la historia. El odio implacable de Mitre hacia Alberdi nace por haber desnudado la verdadera naturaleza de la guerra de la Triple Alianza mostrándola como guerra civil entre las provincias interiores argentinas, junto a la campaña oriental y el Paraguay altamente desarrollado de Solano López contra las burguesías portuarias de Buenos Aires y Montevideo aliadas al Imperio del Brasil. Alberdi había puesto al descubierto que la oligarquía mitrista estaba organizando el país en función de las conveniencias de la ciudad porteña, esa cabeza enorme en un cuerpo raquítico que se asentaba sobre el control del Puerto Único, la Aduana, el crédito público, la moneda y mirando hacia el Atlántico, dando la espalda a los pueblos interiores.
Que tome nota el presidente Milei quien parece no gustarle mucho hacer historicismo al igual que al propio Macri: Dice Alberdi en sus obras: “Los liberales argentinos son amantes platónicos de una ciudad que no han visto ni conocen. Ser libres, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos, sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo… La libertad de los otros, dicen ellos, es el despotismo, el gobierno en nuestro poder, es la verdadera libertad. Así, toman con candor angelical por libertad lo que no es en realidad sino despotismo, es decir, la libertad de ellos en lugar de la libertad nuestra.” Más claro, imposible.
Los actuales llamados libertarios reconocen al Alberdi joven y dejan quieto, al lado de su obra Las Bases, pero silencian al otro Alberdi, al pensador y político, que es la mayor expresión del antimitrismo que tiene la historia nacional. Alberdi fue un visionario. Pero no como Milei lo que quiere demostrar. Un dato fascinante de la historia es que la derrota del Sur algodonero en los Estados Unidos se produzca en 1865 y la Guerra contra el Paraguay empiece en ese mismo año. Inglaterra no podía esperar. Brasil y la Argentina deciden atacar al Paraguay de Solano López. Brasil por la ambición de Pedro II y por los intereses británicos, imperio que es su fundamento histórico y al que representa. Mitre y Argentina por razones mucho más complejas: había que liquidar al Paraguay porque era el último bastión rebelde contra la civilización de Buenos Aires y a su alrededor se unían todas las montoneras federales que seguían peleando después de Pavón. Sobre todo, Felipe Varela desde su Proclama (1866) y en su Manifiesto (1868), dos magníficas piezas inspiradas en el propio Alberdi.
En sus Póstumos V (editado como Grandes y pequeños hombres del Plata), Alberdi habrá de comparar a Mitre con Abraham Lincoln. Alberdi identifica centralismo con la unidad de todas las provincias en una Confederación dotada de una Constitución Nacional aprobada por todos. Esto, dice, fue lo que triunfó en Estados Unidos. Todo lo contrario en la Argentina. El Buenos Aires de Mitre representaba el separatismo, la autonomía de una provincia y –luego de la guerra civil, el sometimiento del país entero.
La sensibilidad social no es la misma a lo largo de la historia. La crisis de inflación sin respuestas que protegieran a los sectores populares produjo una crisis de representación política que fue aprovechada por un grupo de aventureros. La frustración del gobierno de Mauricio Macri y la defraudación de su sucesor, Alberto Fernández, facilitaron el salto al vacío. Javier Milei no sabe cuánto cobra un jubilado ni lo que cuesta un kilo de pan o el boleto de colectivo. Pero fue votado por una amplia mayoría que no pudo vencer la desconfianza, justificada, hacia los partidos políticos. Milei no conoce la historia del país que preside. La figura de Alberdi está en ese camino. Pensar, debatir, discutir con argumentos puede ser más que un paliativo para encarar esta realidad que es la única verdad.
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