Por Leonardo Martín
El 30 de octubre de 1983 millones de argentinos podían elegir las autoridades nacionales tras siete años y medio de la más cruenta dictadura cívico militar y casi 40 años, salvo las excepciones de las dos elecciones de 1973, sin proscripciones. Para sorpresa de muchos, Raúl Alfonsín de la Unión Cívica Radical (UCR) resultó electo con el 51,75% de los votos, derrotando a la fórmula del peronismo encabezada por Ítalo Luder que cosechó el 40,16%.
La dictadura cívico militar se retiraba y dejaba atrás los años más oscuros de la historia argentina. 30 mil detenidos desaparecidos, miles más detenidos y torturados, otros exiliados, con las libertades civiles restringidas y con el espanto de robar más de 500 niños que parieron en cautiverio mujeres detenidas.
En el plano económico el desastre de esos más de siete años también habían generado un profundo deterioro social del que nunca más se recuperó la sociedad argentina. Desindustrialización, crecimiento del desempleo y la pobreza, inflación el 400% anual, deterioro de los ingresos, aumento exponencial de la deuda externa nacionalizando las deudas que los privados habían tomado para hacer lo que se conoció como la bicicleta financiera.
Para completar el cuadro, allí estaba la herida de la Guerra de Malvinas. Un reclamo justo de soberanía de un territorio argentino, pero con una guerra improvisada desde los altos mandos y con el fin de limpiar una imagen del proceso a través de una causa justa que a esa altura ya era irremontable y que le derrota militar agudizó.
En ese duro contexto, el 28 de febrero de 1983, el entonces presidente de facto Reynaldo Bignone anunció la convocatoria a elecciones para el 30 de octubre de ese año. Atrás también quedaba la resistencia sindical en las expresiones del Grupo de los 25 y luego la CGT Brasil de la cual emerge como figura central Saúl Ubaldini; las Madres de Plaza de Mayo pidiendo por sus hijos y desafiando al terror y desde 1981 la conformación de una Multipartidaria donde confluían diversos espacios políticos, entre ellos el peronismo y la UCR, que reclamaban la vuelta al proceso democrático.
La movilización popular de ese 1983, vista a la distancia, es conmovedora. Millones de personas afiliándose a los partidos políticos y cierres de campaña con miles y miles de personas esperanzadas con esa reapertura democrática. Para tener una dimensión, ese 30 de octubre votó el 85,61% del padrón.
El sentir popular se sintetizaba en un canto de la época, “se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar”. Terminaba el horror, pero quedaban las consecuencias económicas y sociales. Y los condicionamientos de los cuales 40 años después muchos no se han podido revertir.
LA VICTORIA DE ALFONSÍN
La fórmula Raúl Alfonsín – Víctor Martínez obtuvo un sorpresivo 51,75% de los votos venciendo no solo al peronismo en esa elección particular, también a la creencia de ese voto mayoritario justicialista de la argentina e invencibilidad.
Nacido en Chascomús el 12 de marzo de 1927, Alfonsín era un líder carismático, excelente orador, que encabezaba la línea interna de la UCR Renovación y Cambio. En una elección interna había vencido a la línea más conservadora representada por Fernando De la Rúa, personaje que dos décadas después escribiría algunas de las páginas más tristes de la historia argentina.
En esa campaña electoral, Alfonsín hizo popular una frase que aún hoy se recuerda: “con la democracia se come, se cura y se educa“. La posteridad no fue generosa con ese planteo, pero fue parte de la épica de esa campaña así como el recitado del preámbulo de la Constitución Nacional. Vale recordarlo:
“Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen, en cumplimiento de pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina“.
Alfonsín también había hecho campaña con una denuncia de un pacto sindical – militar del cual eran parte el Partido Justicialista y la cúpula castrense para lograr la autoamnistía e impunidad de estos últimos. Los dirigentes justicialistas negaron tal pacto, tampoco hubo pruebas de que existiera, pero fue un slogan de impacto para la campaña.
ÍTALO LUDER, UN CANDIDATO PERONISTA SIN ARRAIGO POPULAR
Con el análisis de los hechos ya consumados, se puede decir que el peronismo fue a esa elección con un candidato sin arraigo popular, sin carisma y que la historia mayormente ha olvidado. No se puede escindir esta situación de la persecución, desaparición y exilio de miles de sus militantes y dirigentes valiosos en los años previos. Tampoco de una confrontación interna dentro del movimiento que se había desbordado en la mitad de esa turbulenta década del ´70.
Ítalo Luder tenía entonces 67 años, nacido en Rafaela, Santa Fe, venía de una larga militancia en el peronismo. Abogado constitucionalista había participado activamente en la redacción de la Constitución de 1949 también había sido diputado y senador. Como dato saliente, se había desempeñado como presidente previsional de la Argentina entre el 13 de septiembre de 1975 y el 16 de octubre de ese años reemplazando a María Estela Martínez de Perón, que aducía problemas de salud, pero que también atravesaba una profunda crisis política y económica tras la eyección de López Rega del gobierno y el Rodrigazo (por el ministro de economía Celestino Rodrígo) que implicó una fuerte devaluación y aumentos de servicios públicos y combustibles.
La fórmula se completaba con Deolindo Felipe Bittel, histórico dirigente del Chaco, del cual fue gobernador en tres oportunidades. Sin figurar en ninguna lista, era un hombre fundamental en el armado otro histórico, el dirigente metalúrgico Lorenzo Miguel en épocas donde el sindicalismo tenía un peso en las decisiones del Partido Justicialista que nunca más recuperaría.
La historia también cargó las tintas sobre un episodio que se produjo en el cierre de la campaña electoral del Partido Justicialista con la famosa y recordada escena del “cajón de Herminio” a la que en la búsqueda de chivos expiatorios por una inesperada derrota se apuntó como una de las causas de la misma.
Herminio Iglesias era un caudillo de Avellaneda, de perfil más bien rústico y hombre de acción, representante del ala conservadora dentro del movimiento, que para esa elección era el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. En en el cierre de campaña que el justicialismo desarrolló en el Obelisco, Herminio tuvo la idea de quemar un cajón que simbolizaba a la UCR. Atribuir la derrota a ese episodio parece demasiado, pero sí mostró poca comprensión de la demanda social de pacificación tras el terror.
Otras figuras que participaron de esa elección fueron Oscar Alende del Partido Intransigente que alcanzó el 2,33% de los votos y Rogelio Frigero con el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) que cosechó un magro 1,19% de los votos.
ALFONSÍN Y LO QUE VINO
El objetivo de la nota no es abundar y analizar los casi seis años de gobierno alfonsinista, pero sí repetir lo dicho líneas arriba. Alfonsín asume en una profunda crisis económica y con condicionamientos del FMI, con la necesidad de dar una respuesta institucional a los crímenes de la dictadura y con la demanda de comenzar restañar el profundo daño social en materia de empleos y salarios. No era un escenario fácil.
La conformación de la CONADEP y los juicios a las juntas de 1985 son quizás su mayor herencia política luego matizada por las leyes de Obediencia de Vida y Punto Final y con muchas críticas por darle cuerpo a la Teoría de los Dos Demonios. También es cierto que la amenaza militar aún tenía cierto peso como ocurrió con los levantamientos carapintadas de Campo de Mayo en la Semana Santa de 1987, en Monte Caseros, Corrientes en 1988 y Villa Martelli en diciembre de ese mismo año.
En materia económica, tras un intento inicial de una política heterodoxa con Bernardo Grinspun como ministro del área, viró a posiciones más ortodoxas con Juan Vital Sourrouille que impulsó el Plan Austral y que terminó en la hiperinflación de 1989 al no poder quebrar o tener la decisión político de enfrentar los condicionamiento del endeudamiento externo. Tampoco era sencillo.
La relación con el mundo sindical fue siempre tensa. Uno de los primeros proyectos que promueve Alfonsín es la Ley Mucci de “reordenamiento sindical” que avanzaba sobre la autonomía de la vida gremial sobre supuestas buenas intenciones. En el debate parlamentario tuvo su primer gran derrota cuando en una agónica sesión donde no logra su sanción por un voto.
La CGT unificada en enero de 1984, tuvo inicialmente la conducción de cuatro dirigentes: Saúl Ubaldini (Cerveceros), Osvaldo Borda (Caucho), Jorge Triaca (Plástico) y Ramón Baldassini (Correo). Desde 1986 la conducción quedaría en las manos de Ubaldini que cristalizó el posicionamiento político en un programa de 26 Puntos. Son recordados, con diferentes visiones, los 13 paros nacionales que promovió la CGT en los casi seis años de gobierno.
El punto final para la presidencia de Alfonsín fue el 8 de julio de 1989, en pleno estallido hiperinflacionario, en donde adelantó la entrega del mando cinco meses. La banda la recibiría Carlos Menem, riojano que evocaba la figura de Facundo Quiroga, que prometía salariazo, revolución productiva y que no iba a defraudar al pueblo que lo acompañaba. Pero eso es otra historia.
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