Por Erika Eliana Cabezas
El folklore ambienta la sala y traslada al espectador a otra dimensión. Podría ser cualquier lugar del interior del país. El amoblado, con los objetos campestres que allí se visualizan, indica cuál es el destino al que hay que dirigirse: un establo habitado por caballos y repleto de emociones.
El amante de los caballos, basada en la obra de Tess Gallagher y dirigida por Lisandro Penelas, parte de una historia familiar para luego sumergirse en lo más profundo del ser. Una mujer -interpretada por Ana Scannapieco- recuerda a su abuelo en las vísperas de la muerte de su padre. Un intento de reconstruir el hilo que la une a sus antepasados y encontrar su propio camino.
“Cuando mi padre tenía setenta y tres años, cayó enfermo y los médicos le dieron unas semanas de vida. Estaba convencido de que la indisposición se debía a una racha de mala suerte en el juego”, confiesa ante el público e inmediatamente el relato cobra otro color, porque lo que queda de ahí en más es duelo y despedida.
Desde lo corporal, pero también desde la palabra y la forma de utilizarla, la actriz logra generar un clima intimista y conmovedor. La iluminación, diseñada por Soledad Ianni, acompaña. Pequeñas anécdotas cotidianas sirven de disparador para ilustrar la vida de esos personajes que no aparecen, pero están y determinan.
El unipersonal adaptado por Penelas trabaja con la identidad, las raíces y el duelo de una manera sencilla y poética. Sacude al espectador con dulzura para mostrarle que en las despedidas, además de dolor, hay aprendizaje.
Ficha técnica.
Actúa: Ana Scannapieco
Música original: Hernán Crespo
Diseño de vestuario y escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez
Diseño de iluminación: Soledad Ianni
Fotografía: Ariel González Amer
Diseño gráfico: Martín Speroni
Asesoramiento coreográfico: Sabrina Camino
Producción ejecutiva: Cecilia Santos
Asistencia de dirección: Julieta Timossi y Ricardo Vallarino
Adaptación y dirección: Lisandro Penelas
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