El continente ignorado empieza a existir. La mitad de las naciones que componen la Unión Africana dejó de lado las exigencias occidentales para condenar a Rusia. Muchas, se vinculan con potencias multipolares que ofrecen negocios razonables en condiciones pacíficas. También condenan la emergencia alimentaria impuesta por decisiones de la OTAN. En medio de la agitación, va naciendo el nuevo Pensamiento Nacional Africano: desde el Sur se lo puede disfrutar pues posee un aire de familia.
Por Gabriel Fernández *
En los apuntes sobre la situación internacional que venimos presentando, se registra una ausencia significativa. Se trata de África. Es lógico que así suceda –el volumen informativo sobre ese continente es tan escaso como su presencia en la gran política- pero no alcanza para configurar una excusa.
INTERESES Y ARGUMENTOS. Es probable que esa zona oscura del globo tenga bastante que ver con el futuro de todos. También, que los desequilibrios inducidos que la marcaron por tantos años, comiencen a morigerarse en tiempos multipolares. Lo cierto es que ante la ofensiva de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sobre el borde euroasiático, los africanos tienen algo que decir. Y lo están diciendo.
En la Asamblea de las Naciones Unidas, sobre el arranque del conflicto, de los 54 estados miembros de la Unión Africana (UA), la mitad optó por no denunciar expresamente lo que Occidente cataloga “Invasión rusa”. El fundamento que desde febrero deslizan los voceros de esos países puede sintetizarse así: “no es tiempo de cerrar puertas”. Como si las acciones coordinadas por las corporaciones financieras y el bloque anglosajón que conducen la OTAN tuvieran motivos humanitarios, esa postura fue condenada desde referentes y medios internacionales por asentarse en “razones comerciales”. Eso es cierto, como en todos los casos, solo que algunos elementos envuelven la determinación.
¿Cuáles? Por ejemplo, la explotación sin contracara inversora que las potencias tradicionales han desplegado allí, el fomento de conflictos internos entre naciones y en el mismo seno de varias de ellas, el endeudamiento forzado con aires de ayuda humanitaria. Y sólo para insertar datos de actualidad, digamos que en enero fuerzas sauditas con armas y respaldo norteamericano bombardearon Yemen con un saldo de 80 muertos y centenares de heridos de gravedad. El 25 de febrero, los Estados Unidos bombardearon Somalía con el argumento de combatir al terrorismo. Para no volver a hablar de la caza y la exportación de esclavos. Frente a esta historia viva, presente, el más próximo acercamiento chino y una promisoria conexión con Rusia vienen ofreciendo a ese gigantesco espacio dañado posibilidades de un crecimiento pacífico.
Claro que ante la opinión mundial han surgido “especialistas” consultados por el periodismo que explican la compleja instancia por la influencia de “líderes africanos absorbidos por Moscú” (El País), y sugieren “profundizar las sanciones contra Rusia para ayudar a los africanos a comprender donde deben situarse” (The Washington Post). En réplicas poco difundidas (si los medios concentrados se dan el lujo de censurar a Kissinger, por qué no ocultarían a otros estrategas) varios analistas africanos señalaron que “Persiste un fuerte sentimiento antioccidental alimentado por el sufrimiento que provocó en África la época colonial, y que aún producen diversas maneras de neocolonialismo”.
UNIÓN AFRICANA, HOY. El planteo económico fue formulado públicamente por el presidente de la UA. Pocas horas atrás, en una videoconferencia durante el encuentro de la Unión Europea en Bruselas, el jefe de Estado senegalés Macky Sall, cuestionó el enorme impacto que las sanciones europeas contra Rusia están teniendo sobre la seguridad alimentaria para los países africanos e instó al bloque europeo a liberar las reservas de cereales bloqueadas en Ucrania.
“Queremos que se haga todo lo posible para liberar las existencias de cereales disponibles y garantizar el transporte y el acceso al mercado, para evitar el escenario catastrófico de escasez y aumentos generalizados de precios”, dijo Sall y explicó que “Esta crisis afecta especialmente a nuestros países debido a su fuerte dependencia de la producción de trigo de Rusia y Ucrania”. Cabe precisar que Ucrania, exportador de cereales, tiene bloqueada su producción debido a los combates, mientras que Rusia, otra potencia agrícola, no puede vender sus fertilizantes y sus cereales debido a las sanciones occidentales. Ambos países producen un tercio del trigo mundial.
La misma ONU tuvo que advertir que los países africanos son los más vulnerables en términos alimentarios, pues importan de Ucrania y de Rusia el 44% de los granos que consumen. Ante ese panorama, Sall anticipó que “Lo peor puede estar aún por venir si la tendencia actual continúa”. Apuntó que “los fertilizantes, si se puede encontrar alguno, ahora son tres veces más caros que en 2021 y, según algunas estimaciones, la producción de cereales en África caerá entre un 20% y un 50%”. Para dolor de cabeza de varios atlantistas presentes, añadió que la sanción a bancos rusos, retirándolos del sistema interbancario Swift, también afecta con energía a los países africanos.
“Cuando se interrumpe el sistema Swift, significa que incluso si los productos existen, el pago se vuelve complicado, si no imposible. Me gustaría insistir en que se encuentren soluciones adecuadas”, dijo Sall a los líderes europeos. Lo curioso es que las respuestas recibidas resultaron inversas a lo planteado. El titular de la diplomacia pro OTAN, Josep Borrell, dijo que el problema lo generó la Federación de Rusia; como si las sanciones no hubieran sido impuestas por su propio bloque, afirmó que “es evidente que Rusia está usando el trigo como arma de guerra”. Pero a decir verdad las fuerzas ucranianas sostenidas por Occidente fueron las responsables de minar el acceso al puerto de Odesa.
EL BARRO SE SUBLEVA. Entre los países africanos que se abstuvieron en condenar la repuesta defensiva rusa ante el avance occidental, se encuentra Uganda, que fundamentó su neutralidad; junto a esa nación se posicionó todo el sur de África, desde Tanzania hasta Angola, incluido el peso pesado del continente: Sudáfrica. También vale citar a Argelia, Burundí, República Centroafricana, Congo, Eritrea, Etiopía, Gabón, Mali, Zimbabwe. En tanto, Burkina Faso, Guinea, Guinea Bisáu, Esuatini, Etiopía, Camerún, Marruecos y Togo no sufragaron.
Sudáfrica cuenta con la economía más desarrollada del continente. Su estructura es la de un país complejo, con una preeminencia del sector servicios, algo no muy habitual por esos pagos. Junto a Brasil, Rusia, India y China, forma parte del BRICS. A la zaga en la tabla de las naciones con mayor volumen y buenas performances en la década reciente, se alinean Egipto, Argelia, Nigeria y Botsuana. Es posible aventurar: África está empezando a existir. E ingresa al mundo de la mano de la Multipolaridad, cuyo eje en el bloque euroasiático resulta innegable.
Su importancia, pese al rol subordinado, no es menor. Se trata del tercer continente en extensión, luego de Asia y América. La ubicación es de relevancia; es entornada por los océanos Atlántico al oeste e Indico al Este. El Mediterráneo lo divide y lo liga al norte europeo. El mar Rojo lo separa de la península arábiga pero el istmo de Suez lo vincula con Asia. Cuenta con una superficie de 30 272 922 km², lo cual equivale al 20,4 % del total de las tierras del planeta. La población supera los mil 300 millones de habitantes, un 15 % de la humanidad. Posee 54 estados. Todos, observan el actual revuelo con inquietud no exenta de esperanza.
PENSAMIENTO NACIONAL (AFRICANO). El pensador Felwine Sarr, nacido en Niodior, (Senegal) está intentando ofrecer respuestas a tono con los desafíos. Su libro Afrotopía aborda la situación de un continente que, evalúa, no debería imitar la vida occidental sino mirarse desde dentro para conocer sus propios anhelos. Y desarrollarse en función de planes y proyectos generados por los propios africanos. Mediante una filosofía bien africana pero reconocible para los habitantes del Sur americano, rechaza la denominada ayuda internacional y los programas presuntamente benéficos de las Naciones Unidas.
Por eso sugiere dejar de priorizar indicadores duros y “rehabilitar valores” como el jom (dignidad), vivre–ensemble (sentido de comunidad), teraanga (hospitalidad), kersa (pudor, escrúpulos), ngor (honor). Desde ese perfil propone elaborar una voz propia que tenga en cuenta lo que África tiene, y no solo lo que le falta. El negro, como le diríamos cariñosamente por estos pagos, es profesor de la Universidad Gaston Bergeren de Saint Louis (Senegal). Allí, junto a otros intelectuales, está gestando una corriente de opinión que cuenta con numerosos adeptos jóvenes y se viene extendiendo sobre varias regiones africanas.
Entre otras cosas, Sarr afirma: “Que sean las Naciones Unidas las que tengan que definir los criterios, las políticas y que te digan: ‘Tienes que hacer esto así, cómo lidiar con la sostenibilidad, con el reto ecológico…’. Eso para mí es problemático. Los países africanos han visto cómo todas estas políticas que llegan desde fuera los han tratado como menores. No niego los retos, pero sí la forma en la que hay que encararlos, que se debe ajustar a cada contexto. Deberíamos analizar un problema y decir: vale, aquí la mejor forma de solucionarlo es esta, y a lo mejor no es la que nos dictan. Estoy en contra de la imposición de soluciones que quizás no se ajustan a nuestras realidades”.
Considera otras experiencias para fundamentar su decir: “Nunca hemos visto a un país que se desarrolle sobre la base de la ayuda extranjera. No existe. La ayuda es útil cuando llega y se integra en las dinámicas existentes y puede apoyar planes que los países han liderado. Tenemos el ejemplo de Haití, que recibió enormes cantidades de dinero de fuera. Se abre un hospital, se da ayuda y medicamentos gratuitos y cuando el programa se va no hay capacidad para sostenerlo. Si la miras a largo plazo, la ayuda internacional no permite que la gente construya sus propias capacidades. No es sostenible”. Eso tiene un trasfondo dañino: “También hay un efecto psicológico de la ayuda, que es poner en la cabeza la idea de carencia, de no habilidad, de no capacidad; de que necesitas ayudas, ser asistido. Se fomenta la mentalidad de ser una persona que siempre necesita ayuda. Y hay una asimetría. El que está ayudando sabe mejor que tú cuáles son tus problemas, su visión de qué es una mejor vida. Algo que no es verdad”.
En diálogo con periodistas europeos impactados por su obra, Sarr se despachó. ¿Qué habría que hacer entonces con los occidentales que arriban con declamada pretensión de cooperar? El filoso africano lo señala: “Si tuviera que elegir una opción radical, diría: tomen su dinero y váyanse. Déjennos construir nuestras soluciones. Y si quieren ayudar con ellas, en la forma que nosotros las hemos diseñado, pueden venir. Pero si no, llévense su ayuda. En Ruanda, por ejemplo, dijeron a todas las organizaciones que se fueran y que si querían volver, sería para sumarse a programas ya en marcha. Y hay una autoridad que revisa las propuestas de las ONG; si se ajustan a los planes y respetan lo que tenían previsto, las aceptan. Y si no, no. Y funciona”.
Entre los objetores de Felwine se destacan quienes lo acusan de descartar el progreso y los adelantos alcanzados en Occidente. Lo niega de este modo: “El mundo ha hecho progresos: en salud global, en economía, en seguridad … existen muchas áreas en las que se ha mejorado, si nos comparamos con siglos anteriores. Pero este progreso no está ligado a una mejora en la calidad de las relaciones entre grupos humanos, lo que trae inequidad y otros problemas. Así que no niego el progreso, pero digo que no está distribuido de forma justa”. Puntualiza que “Muchas variables inmateriales son importantísimas para la vida de la gente en comunidad, donde el sentido de la vida es más profundo que todas las mediciones. Que algo no esté en las estadísticas no significa que no tenga sentido y que no sea importante. Necesitamos un análisis de la realidad más profundo”.
También se le objeta el no hostilizar la presencia asiática en África. Los críticos europeos le enrostran aquiescencia para lo que llaman imperialismo chino. La respuesta de Sarr es pragmática: “Si quieres una carretera, la construyen, si quieres un puente, lo hacen. No te dicen que tienes que cambiar las leyes, los valores, la calidad de la democracia… Por supuesto hay una asimetría. Tienen más poder, más dinero… Pero los gobiernos están en una situación en la que no escogen la mejor solución, sino la menos mala. Les dan materias primas baratas a los chinos, pero a cambio obtienen carreteras y puentes, que se hacen rápido. Mientras, la Unión Europea tardaría años, condicionaría la ayuda a ciertos requisitos: cambia la ley, bla, bla, bla… Para mí lo importante para los países africanos es que sean capaces de construir la capacidad de negociar para sus propios intereses”.
La reminiscencia de un forjismo que no ha conocido surge en estas líneas: “nos han vendido un imaginario de progreso, de modernidad, un discurso a través del cine, la literatura, los medios… No solo nos han enseñado que debemos aspirar a eso, sino que la única forma de sentirnos realizados es buscar ese sueño americano, tener todas esas cosas que son importantes en los países occidentales. No es que no tengan cosas buenas, pero es un error pensar que las aspiraciones en todas las sociedades son iguales”.
Los romanos, cuando no, nombraron este territorio considerando sólo una tribu, los Afri. Significaba habitantes de las cavernas y sus miembros lo portaban sin objeción. Con el tiempo, se fue transformando en África, el femenino de ‘Áfricus’, la palabra empleada por aquellos conquistadores para referirse a la totalidad.
Claro que hubo muchos gigantes de la cultura y la política africanas en tiempos pretéritos. Sarr no está sólo. Sin embargo, la intención de este periodista es subrayar el proceso que dinamiza nuevos conceptos, relacionados con una rica historia. Este tipo de ideas se esparcen cuando en su base se instala una plataforma material adecuada.
África empieza a elaborar sin prisas, pero sin nuevos retardos, un camino. El alba no perdona; evidencia, arrasa.
El alma (el soul, ¡qué americano!), es aquello que no se puede comprar.
- Area Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal
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