Por Ariel Weinman*
En esta extensa conversación con Radio Gráfica, Alejandra González es ensayista, investigadora, con un amplio desarrollo académico. Doctora en Filosofía, docente titular de una cátedra de Filosofía en el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Coordinadora de la Maestría en Estéticas Contemporáneas Latinoamericanas de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV) y también docente de la Universidad de El Salvador. También autora de numerosos trabajos, entre ellos, coutora de Globalización, La frontera de lo político (1997), coeditora de Meditaciones sobre el dolor (Autonomía en Red Editorial, 2019), el epílogo del libro Nota sobre la supresión general de los partidos políticos (Simone Weil, 90 Intervenciones, Red Editorial, 2018), analiza el discurso cuasi-psicótico, terraplanista, anti-vacuna, anti-científico de la nueva derecha como “el fenómeno notable de esta época”, resultado de la producción de subjetividad del neoliberalismo, en la que cada uno es un emprendedor de sí mismo.
Además, en esta entrevista realizada en septiembre del año 2020, la Coordinadora de la Maestría de la UNDAV cree que “viene una etapa de una enorme demanda de creación, pues hay que inventar las palabras, los conceptos, los lazos políticos. El discurso es un lazo social, pero hay que armarlo de otra manera”, aunque advierte que no vendrá por los dispositivos tecnológicos. “Yo tengo un cuerpo con o sin computadora”, subrayó.
AW: Hola Alejandra, gracias por atendernos esta mañana en Radio Gráfica.
AG: Gracias Ariel por invitarme. Estaba reflexionando sobre nuestro presente, que necesita de una comprensión evidentemente, una lectura comprensiva.
AW: No podemos pensar si no estamos trazados por la coyuntura: la semana pasada asistimos a una asonada policial, una verdadera actitud extorsiva de la Policía de la provincia de Buenos Aires sobre las autoridades constituidas. Esta semana la extorsión la genera los dueños del capital. Constatamos que vivimos en un país ocupado por los dueños de la Argentina. En estas circunstancias, ¿qué es lo que queda de la democracia?
AG: Conversamos de esto varios veces, y creo que el hecho que los marginales, los lumpen del aparato represivo hagan un “apriete” fomentado por los medios y por la derecha vernácula, y que los grandes lobbies económicos quieran dar micro-golpes financieros, es algo a lo que estamos acostumbrados. Por eso es menos doloroso, pero sabemos que este proceso se ha dado muchísimas veces: esta doble pinza de los aparatos represivos y de los lobbies económicos. A mí lo que me llama la atención, y seguramente a vos también, porque es un fenómeno nuevo, es el de esta derecha, ultraderecha global que apoya estas posiciones, cuando, incluso, va en detrimento de sus propios intereses. Y digo “interés” en el sentido fuerte de Marx, intereses de clase. A mí me parece que ese es el fenómeno nuevo. Lo otro ya lo conocemos, es una reiteración. Pero esta derechas globales, estas quemas de barbijos, estos apoyos identificatorios con los intereses de las clases altas, de Vicentin, “todos somos Vicentin”, este tipo de frases puestas como un slogan sobre pechos de gente pobre, o por gente de clase media baja, que tiene un discurso cuasi-psicótico, terraplanista, anti-vacuna, anti-científico, me parece que es el fenómeno novedoso. Que además no es local, es global: se está repitiendo en España, Francia, Alemania. En Alemania apresaron el otro día a varios de estos sujetos, y me parece que ese es el fenómeno que nos convoca como una particularidad de nuestra época. Que es el modo en que el neoliberalismo ha producido subjetividades. Creo que ahí está la interrogación, porque nosotros nos manejamos habitualmente, yo lo reconozco, con categorías que son muy modernas: “pueblo”, “democracia”, “partidos políticos”, “representación política”. Hacemos la crítica la “representación”, pero nos manejamos con instituciones que son representacionales. Y lo que está apareciendo es otro fenómeno que es el modo en que el neoliberalismo se consolida, no como un modus operandi del “hombre económico”, sino como una producción de subjetividad, como un modo de vida. Eso me parece el fenómeno notable de esta época.
AW: Como un signo de lo que estás diciendo, ampararse bajo el concepto de “libertad” para hacer las acciones más repulsivas y autoritarias resulta por lo menos problemático: poder argüir, poder levantar la bandera de la “libertad” cuando predican la eliminación de una parte de la población bajo la ideología de “la sobrevivencia del más apto” frente al virus pandémico. Ahí hay un problema, porque en nuestra tradición siempre hemos corporizado la idea de la “libertad” en nuestra experiencia de lucha, por ejemplo, frente a las dictaduras. Estamos ante un problema para desarmar a estos sujetos que parece que nos quieren expropiar una bandera.
AG: No creo que tengamos que resignar el concepto de “libertad”, pero sí creo que no funciona más la idea, que es muy moderna también, que es educar al soberano: que esta gente, por un proceso de racionalización, podría darse cuenta que en su pleno discurso consciente están planteando contradicciones. Quemar barbijos mientras tengo un barbijo puesto es una contradicción en acto. Yo creo que tenemos que avanzar en la comprensión del fenómeno, porque este no es un problema moral, sino un problema de la producción de cierta subjetividad. Y esta es la subjetividad neoliberal. Michel Foucault (1926-1984) la caracterizó muy bien ya en los años ’70: es la del emprendedor de sí mismo, es la idea de que hay “un emprendedor de sí mismo”, que cada uno es gerente de sí mismo. Y ese imperativo, y aquí lo digo desde otras perspectivas teóricas, es “el gozar”, ese superyó muy sádico que hace que el imperativo sea “el de gozar más, y más y más, y de que todos los elementos del goce pasan por el mercado”. Esta es la producción de la subjetividad neoliberal. Entonces que implica esto: que ese sujeto es “un emprendedor de sí”, que se transforma en un deudor del mercado, siempre está en esa relación de deuda con el mercado, y si lo proyectamos a la condición de países, nuestro país para estar en el concierto de las naciones, y esto lo habrás escuchado miles de veces, “tiene que estar endeudado con esos grandes organismos internacionales”. El “superyó sádico” es el Fondo Monetario Internacional, diciéndonos que “estamos endeudados porque nos portamos mal, porque hicimos mal las cosas”. Y exigiéndonos “un plan para pagar” una deuda imposible. Porque todas las relaciones entre instituciones y sujetos, y de los sujetos entre sí, son de deudor y de acreedor. No hay más que relaciones mercantiles. Así como no hay más cuerpos, sino sólo mercancías. Entonces esta gente que parece psicótica, salida recién no del manicomio -porque en el manicomio no hay gente que odie de este modo, hay gente que sufre-, por eso no les puedo decir “locos”, esta gente odia, no está sufriendo. Odia al punto de que prefiere, incluso, arriesgar la propia vida para ver muerto al otro. Este es el producto del neoliberalismo, de la construcción de las subjetividades neoliberales. Hay que desarmar ese mecanismo y no viene por una racionalidad pedagógica. Ese me parece que es nuestro error: no es un problema de conciencia de clase. Si la gente que está ahí no es Vicentin. La gente que quema barbijos, y se terminó muriendo más de un dirigente de esos “papanatas”, no son los poseedores de la riqueza. O sea, no están defendiendo sus intereses, están defendiendo una identificación: esa es la servidumbre neoliberal. Ese es el punto que me parece que tenemos que desarmar. ¿Cómo se hace? No lo sé, primero lo tenemos que pensar un poco más. Pero creo que hay algo en lo que estamos “patinando en círculo” y no podemos ver el fin de una época, de esta época. Ver el fin de una época quiere decir suponer algo exterior al momento histórico que estamos viviendo: no podemos ver todavía la exterioridad, ni siquiera los que rechazamos a estos tipos. Por eso estamos en una dialéctica de la mala infinitud, vamos de un extremo al otro pero no podemos salir de esa posición, porque no vemos el exterior de esta época. Por eso esa frase que siempre repite Eduardo Grüner, un maestro para todos nosotros, que dice, bueno, “que es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Es decir, no nos podemos imaginar algo más allá del capitalismo. Esa exterioridad es la que tenemos que pensar. Yo creo que si nos ubicáramos en ese lugar, se desarma esta “mala infinitud” que tiene que ver con la producción de subjetividades que están constituidas como “gerentes de sí mismos”, que se tienen que sacar siempre “la plusvalía de sí mismos”, “la rentabilidad de sí mismos” que no acaban nunca de satisfacer esa mercantilización del alma y de los cuerpos, que son lo mismo.
AW: Esta subjetividad neoliberal que definiste tiene una dimensión de repetición, de una violencia sin fin, en una prédica de un abolicionismo del otro, pero que tiene un rasgo esencial: viene “desde abajo”, no es un fenómeno que provenga del Estado. Nosotros que hemos padecido dominaciones instrumentadas mediante la violencia estatal, vemos que este proceso tiene un sentido inverso: emerge desde la base social, y en algunas Estados-nación se apropian del aparato del estado.
AG: Estoy de acuerdo con vos: este no es problema del estado, este es un problema social. Por eso insisto que lo más novedoso es esta posición del neoliberalismo, que produce estas formas de subjetivación, que está cada vez más ligadas, no al estado, sino al mercado. El mercado es el tema, no el estado. Los Estados se están defendiendo como pueden, algunos totalmente cooptados, otros no, pero el mercado es mucho más expansivo. Y estas subjetividades son… su servidumbre es en relación a ese mercado, no a estado de ninguna índole. Entonces no hay ninguna racionalidad, racionalidad de la que nosotros pensamos en términos ilustrados que pueda modificar esto, porque se trata de un tema muy pulsional. Es evidente para todos nosotros, que ese odio desmesurado no es una cuestión que se pueda apañar con ningún argumento. Es algo donde el otro aparece como el horror del vacío que no soportan en sí mismos. Es evidente, ¿no? Entonces, esa insaciabilidad, esa identificación constante con el que tiene más –todos nosotros pensamos “esta gente se va a enojar con Macri que está paseando por París, mientras nosotros nos estamos muriendo”, ¡no! Porque quieren ser como él. Quieren ser como él, quieren estar paseando por París y pisarle la cabeza a los “negros” que se están muriendo de peste. Es muy evidente que esto está así, y que esta gente vaciada de su propia condición, lo único que tiene es una pulsión desmesurada de identificación con esos lugares que ven completos. Entonces es esa combinación de una posición muy débil, que se pone ferozmente del lado del odio para poder sostenerse en algún lado. Como el fanático de cualquier índole: se identifica plenamente a algo porque no soporta su vacío, su condición vacía. Frente a esa dialéctica, yo creo que no hay mucho que hacer, no hay nada que hacer. Lo que hay que imaginar es un fuera de época. Me parece que la función política nuestra es imaginar un fuera de época, una exterioridad. Y hacer otra instancia, porque en este mundo –“mundo” es una palabra moderna-, este mundo es una relación sujeto-objeto mercantilizados. Se pudrió este mundo, ya está muerto aunque estemos viviendo en él. Entonces, hay que hacer un afuera de esto, me parece.
AW: Y eso involucra un ejercicio del pensamiento. Como un relámpago que ilumina en un instante de peligro para luego desparecer, según la sentencia de Walter Benjamin para definir el pasado, la peste iluminó por un momento lo que somos, lo que pensamos y en qué estado de la vida comunitaria nos encontramos. Sin dudas todo lo que había no ha desparecido, por el contrario, se ha profundizado en un nuevo gradiente de injusticia y desigualdad social. No obstante, quizás en esta nueva situación el desafío es poder cruzar la lucha por la igualdad social con las demandas que surgen del Nuevo Régimen Climático, que siempre aparecieron separados como dos problemas sin relación alguna posible. Uno de los desafíos del pensamiento sería cómo desarmar los obstáculos para que se puedan articular estos problemas, que en general aparecieron escindidos.
AG: Reconozco que mi generación estaba muy alejada de estas temáticas a las que llamábamos despectivamente “verdes” durante mi adolescencia. Y que ni siquiera nos despertó aquel famoso discurso de Perón sobre la ecología (1974), que fue un verdadero adelanto, en el sentido de que planteó el lugar de la Tierra en una perspectiva que hoy parece que nos ilumináramos todos. Porque hay un cierto rescate desde el giro ontológico, de lo que es el perspectivismo amerindio y de las cosmovisiones de las comunidades originarias que tienen una perspectiva de la Pachamama, que se asemeja a la hipótesis Gaia. A la idea de que hay una totalidad orgánica en la que nos salvamos todos, todas las especies, todo lo biótico y lo abiótico, que minerales, vegetales y animales, en los cuales estamos incluidos, somos una totalidad orgánica. Eso que es el punto de partida de la visión de las “perspectivas amerindias” que, para nosotros muy colonizados en nuestra mentalidad, nos implicó todo un esfuerzo de comprensión enorme.
Mirá, yo que me he formado en la filosofía, el máximo desafío es que tengo que renunciar a esa razón burguesa. La “razón burguesa” es la que nos llevó a este lugar. O sea, que yo tendría que “colgar el diploma” que me supe conseguir y empezar de nuevo. Porque eso nos llevó hasta acá. Para pensar “un afuera” hay que pensarlo con otras…con otra lengua, incluso. Con otra lengua, porque tal vez hablando la lengua imperial no se pueda. No sé, quizás parezca un poco extremo, pero yo no creo que las instituciones que tenemos, la Universidad, las instituciones que a mí me formaron, la verdad que no son más que lugares de repetición del canon. Y no importa que sea la UBA o una Universidad jovencita del Conurbano, repite los mismos cánones, las mismas estructuras. Entonces, cómo no reproducir un saber para que haya palabras nuevas para “la tribu”. “La tribu” tiene que tomar una palabra nueva para cambiar algo del orden de lo real. Y eso todavía no está dado, porque los que creemos que pensamos, lo hacemos con unas categorías que son verdaderamente obsoletas, creo yo. Son las responsables de la construcción de este mundo. O sea, el lado oscuro de la razón burguesa es esa razón con la cual pretendemos cambiarla. No puede ser: no se puede cambiar el mundo con los instrumentos del amo.
AW: Junto a nuevos conceptos que hay que pensar, también se trata de recuperar una sensibilidad. Sobre todo lo pienso en el campo académico-científico, pues la ciencia tiene muchas deudas. La ciencia nacional ha hecho aportes importantes en los últimos meses para enfrentar el Covid-19, pero se ha dejado expropiar la posibilidad de plantear el problema de la peste en el conjunto de las relaciones simbólicas que lo constituyen, desde el momento que lo sitúa como un problema exclusivamente clínico, relativo a la medicina. Como si las otras ciencias y los saberes populares no tuvieran nada que decir, nada que aportar, nada que pensar en esta contemporaneidad que nos acecha.
AG: Bueno, yo creo que hay grandes errores en la comprensión de este fenómeno. Me parece que hay grandes errores y otros grandes interrogantes. Por ejemplo, la metáfora “bélica”, que incluso nuestro presidente ha utilizado para referirse al virus, no me parece un logro retórico precisamente, porque el virus es parte de la vida. Hay procesos vitales: es una vida que come a otra vida. No podríamos ponerlo de ninguna manera como enemigo de la vida. Es parte de la vida.
AW: No hay vida sin virus.
AG: Claro, sin virus, sin bacterias, etcétera. Quiero decir que esto no se acaba con plantear “que el virus es producto del cambio climático” o “que lo inventaron en un laboratorio en China”, como ahora quieren armar. No importa cuáles sean las hipótesis conspiracionistas acerca del origen del virus. Pero virus y especies diversas, desconocidas y conocidas, hemos cohabitado durante milenios, durante millones de años. Bueno, ese proceso profundo hay que comprenderlo de otra manera, porque lo que está afectando es el lazo social. Pero el lazo social está afectado por una cuestión ideológica, no por el virus. Porque si el lazo social no estuviera tan afectado, nosotros hubiéramos estado un mes en cuarentena en serio, dos meses, y esto se arma de otra manera. Pero la gente hambreada tiene que salir a la calle y otros desesperados que no pueden vivir en “un ambientucho” de dos por dos, entonces tienen que salir desesperadamente. Esto no tiene nada que ver con el virus, nosotros somos nuestros propios enemigos. Me parece que hay que considerarlo con otras retóricas, con otras metáforas, que no alcanza las epidemiológicas, como vos lo decís. Pero tampoco las bélicas sirven para pensar la relación de lo vital de la vida en esta Pachamama, para decirlo de algún modo, en esta totalidad orgánica conformada por seres de distinta naturaleza. No sé por qué nosotros deberíamos considerarnos “superiores”. Somos muy “darwinistas”, nos creemos que somos superiores al bicho. El bicho nos hace “bailar”. ¿Dónde está la superioridad de esta racionalidad humana? También habría que considerar que es posible que desaparezcamos. Alguna vez vamos a desaparecer. No ha habido ninguna especie que no haya desaparecido. No sé por qué tenemos que tener tal privilegio.
AW: ¡Qué pregunta!
AG: No digo que lo aceptemos, digo trabajemos sobre el punto en el que no construyamos discursos que nos oponen a la vida misma y a un devenir natural de todas las especies. No sé si soy clara…
AW: Muy clara. Quizás lo que nos esté faltando junto a los conceptos es una sensibilidad frente a una ciencia aséptica, apolítica, al margen de los procesos de cambio. Recuperar una tradición de la ciencia argentina. Ante ciencias humanas subordinadas a contar aquello que existe, contabilizar lo que hay, recuperar una sociología como la de Roberto Carri o la lucha contra el cientifismo y por una ciencia politizada como la de Oscar Varsavsky.
AG: Sí, Varsavsky fue un gran maestro para pensar todas las relaciones entre ciencia y tecnología en países dependientes. Él trabajó perfectamente eso. Pero justamente, lo que Varsavsky planteaba, por ejemplo, es “que no se puede pensar una ciencia ‘neutra’, sino que la ciencia se dice en términos locales”. Me parece que nuestros científicos son grandiosos, pero todavía estamos pensando la ciencia en términos de una universalidad, como si pertenecieran al ámbito de una racionalidad burguesa, que podemos compartir con los científicos de cualquier lugar del mundo. Y la ciencia es una empresa, como, obviamente, se está notando con la producción de vacunas: por el dinero que se puede invertir, por la competencia entre los laboratorios para producir la vacuna. Es decir, no se puede dejar de lado esto, que la ciencia es una empresa y las empresas tienden a la acumulación de capital. Eso es el capitalismo. Entonces, y fijémonos que quizás de esto nos cure la vacuna, pero más nos curaría la solidaridad. Y ahí no sé si la ciencia nos ayudaría u otra perspectiva política u otra forma de subjetivación distinta a esta del sujeto “gerente de sí mismo”, “emprendedor de sí”, donde “cada uno es culpable si se enferma, si es pobre, si es ignorante, porque no ha hecho lo suficiente”. La culpabilización del enfermo, la culpabilización del pobre, la culpabilización del que no llega a los estándares que el mercado requiere, es el modo de producción de subjetividades enloquecida. ¿Por qué alguien enloquece porque no les dejan comprar 200 dólares? Es puro símbolo. Esa locura, esa desesperación, como si le faltara el ser y su “ser” se dijera en dólares, es cierto. Porque su “ser” son unos dólares. Porque no tiene más que eso. Entonces, yo creo que de esta peste salimos “saltando por arriba”. No sé si es la vacuna. Ojalá que venga la vacuna pronto, yo no soy anti-vacuna de ninguna manera, pero quiero decirte, que venga la vacuna, sí, pero si no viene una vacuna solidaria no salimos de acá. No salimos de acá. Insisto, me parece importante, hay que pensar esa exterioridad: hay un afuera de esto, en la que tenemos que pensar otra forma de organización política, otras políticas distintas. No creo yo que pase por los partidos tradicionales, usémoslos, pero no creo que alcance, por los medios de comunicación habituales. Yo digo, algunas cosas el peronismo nos ha enseñado: cuando no había tele, no había más que radio, ¿cómo se comunicaba el peronismo de la resistencia? Se comunicaba, vamos, sabíamos perfectamente. Yo era muy chica, pero veía a los más grandes. Se comunicaban. O sea, que la comunicación es otra cosa, que no tiene que ver con la tecnología, tiene que ver con el lazo social: cómo pasa la palabra de un cuerpo a otro. Eso me parece que es el problema en este momento.
Y otra cosa que vos dijiste antes, y que a mí también me interroga mucho, es que este no es un problema sólo racional, sino que está ligado a los afectos. Hay una expresión que usamos mucho en la Maestría (en Estéticas Contemporáneas Latinoamericanas de la Universidad Nacional de Avellaneda), que vos habrás escuchado mucho, que es la de senti-pensar; es una expresión que usa María Lugones y que es muy adecuada me parece, porque tiene que ver con un concepto que está cargado de afectividad, que no está separado del cuerpo. O sea, el dualismo de la modernidad que separó cuerpos de conciencias racionales, hace que haya algunos cuerpos que no importan, esas vidas precarias, y otras razones que sí importan, que están construidas desde un saber. Ahora creo que hay que avanzar en un no-saber radical para dar cuenta de esto exterior. Porque de eso, de lo que verdaderamente tenemos que saber, no sabemos nada. Y no lo vamos a aprender en la universidad. Entonces, sólo la experiencia de nuestra propia ignorancia, de esta palabra que nos saque (de esta interioridad), es, me parece, un camino reflexivo potente. Y tiene que ver con aunar nuestros conceptos con nuestros propios afectos nuevamente. Porque ese “dualismo cartesiano” contra el que tenemos que pelear, es el “dualismo” que dividió a la humanidad en cuerpos que eran productivos, negros, indios, mujeres, productivos de riqueza o de la propia especie, y almas racionales que estaban por sobre eso y, por lo tanto, se erigieron como el discurso amo. Entonces, si volvemos a unir a esos cuerpos-almas, estos cuerpos dolientes que somos ahora, cuerpos encerrados, aislados, y podemos pensar desde ese lugar, quizás, y quizás lo opuesto, porque lo mío es un pesimismo teórico pero un optimismo práctico, quizás podamos encontrar un afuera de este capitalismo, que se ha convertido, como dice Marx, en “una religión”, porque lo abarca todo. Si el capitalismo es Dios, nosotros tenemos que salir de esta trascendencia: volver a poner un cuerpo en ese lugar, una singularidad, un conjunto de singularidades. Esas singularidades relacionadas son una manera de salir de esta masa psicótica que produce el neoliberalismo.
AW: Abordaste el problema de la comunicación cuerpo a cuerpo, cómo pasa la palabra de un cuerpo a otro, desplazada de la comunicación trazada por las redes y las tecnologías digitales –ya lo charlamos bastante con anterioridad-, una forma de discurso que presenta a las víctimas de la peste bajo cuadros, números, estadísticas, datos, pero donde nos encontramos que faltan los cuerpos, los nombres, las historias personales de las vidas que se perdieron. Sólo tenemos porcentajes, algoritmos, polinomios. Pero hay toda una tradición de los organismos de derechos humanos, por ejemplo, que operaron por ponerles cuerpo, rostros, nombres a los detenidos-desaparecidos por el terrorismo de estado. Quizás tengamos una tarea práctica inmediata: recuperar los nombres y las historias de las víctimas de la enfermedad pandémica.
AG: Claro, recuperar esos nombres y esas historias es batallar por la singularidad. Es una batalla por la singularidad la que tenemos que dar, porque no son los conceptos universales los que nos salvan. Los universales están siempre vacíos, las singularidades son las vivas. Y en ese sentido, el mercado sólo da cuenta de los universales: la mercancía es una forma vacía y universal, exactamente en la que todo entra. Pero si nosotros logramos construir singularidades que no pasan por el mercado, relaciones políticas que no se pueden mercantilizar, esa es una salida del capitalismo. Del modo de producción de vida del capitalismo, más allá del sistema económico. Porque esto es lo peculiar del capitalismo: que no es sólo un sistema económico como lo fue el feudalismo, es un modo de producción de subjetividades. Entonces, la salida de eso tiene que ver con armar lazos que no se puedan mercantilizar. Ser feliz por lo que no se compra en ningún mercado, por un momento aunque sea. Yo creo que eso es “resistencia” más que cualquier otra cosa. Quizás tengamos que cambiar también las ideas que tenemos de “lucha”. Digo, luchar quizás sea eso: la alegría no mercantilizable, los encuentros de reflexión o de armado de escenas, que no puedan ser capturados por la máquina feroz del capital.
AW: Pero eso tiene como condición de posibilidad no dejarse determinar por el pensamiento que viene desde el norte del mundo. Escuchamos a personajes simpáticos como Slavoj Žižek -como dice Horacio González, “muy buen cinéfilo, pero no tanto como filósofo”-, quien ha vaticinado que “la peste de coronavirus es un golpe mortal al capitalismo”. Y quizás poner la escucha y la sensibilidad en la retórica de los pueblos indígenas, campesinos y a todo ese entramado comunitario que mantiene viva la solidaridad en las Villas Populares.
AG: Puede ser que esa sea una perspectiva. Donde hay un cuerpo sufriente, hay que pensar algo. Donde hay una necesidad, lo que surge no es solamente un derecho, es más que un derecho, porque el derecho es jurídico. Lo que surge es una voz. Sí, creo que por ese lado puede crear esos lazos nuevos. Esa resistencia a las formas adocenadas de comunicación. Quizás no tengamos que comunicar nada más, quizás, simplemente, tengamos que crear. La comunicación más bien tiene que ver con los flujos, el capitalismo es puro flujo de signos, de mercancías, de objetos, de cuerpos precarizados. Tal vez haya que interrumpir los flujos. En ese sentido, “los piqueteros” hicieron algo en este país; cuando empezaron los piquetes eran rupturas de los lugares de circulación de capital. Bueno, hay que interrumpir esos flujos. Qué nos importa circular cada vez a mayor velocidad. Para qué queremos circular más rápido hacia dónde. Libertad para qué, libertad para qué, como dicen muchos compañeros, “para contagiarse mejor”. Yo diría “basta de circulación, quedate en tu casa”, y quizás ahí encuentres algo más hondo en tus lazos con los seres que querés, que en una circulación fatal por los bares de las inmediaciones.
Creo que hay…, viene una etapa de una enorme demanda de creación: hay que inventar las palabras, los conceptos, los lazos políticos. El discurso es un lazo social, hay que armarlo de otra manera. Y no creo que vaya por los dispositivos. Como docente, no creo que vaya por estos dispositivos; los estamos usando, sí, vivimos de zoom en zoom, es cierto, pero esto es la sustracción de nuestros cuerpos. Estoy convencida que tenemos que reactivar otros lazos y usar los dispositivos cuando nos venga bien. Si tengo que hablar con alguien en el chat, lo hablo, uso el dispositivo. Está bien. Pero no dejarnos mediar por todo esto, porque si no vamos a tener cuerpo los que tengamos computadora. ¡Y no! Yo tengo un cuerpo con o sin computadora, y creo que ese es un lugar de resistencia también.
AW: Alejandra, muchas gracias por esta charla.
AG: Gracias Ariel, siempre charlamos de estas cosas que nos preocupan, que son hondas y las que valen la pena.
*Conductor de Panorama Federal, lunes a viernes de 7 a 8 am, por Radio Gráfica.
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