Por Agustín “Piraña” Colovos
Artículo dedicado a Felipe Quispe.
¿Por qué motivo la felicidad humana ocupa tan poco espacio? Roberto Arlt
Introducción
Hace dos semanas aproximadamente nuestro presidente, Alberto Fernandez, le dio un reportaje al diario Clarín, más específicamente a su editorialista político Eduardo Van Der Kooy.
De todas las frases y conceptos que nuestro presidente virtió en esa entrevista hubo una sola que pusieron en la tapa del matutino, el domingo 10 de enero, y que también el diario La Nación, “la tribuna de doctrina” de la oligarquía argentina, levantó gustosa.
La frase de Alberto Fernández fue la siguiente: ”Hay gente en el Frente de Todos que sueña con la revolución, No es mi idea”.
Durante estas dos semanas, esta frase siguió alimentando el debate que venimos dando regularmente con varios compañeros. En este artículo, plasmaré humildemente algunas reflexiones colectivas que discutimos en la casa de Alejandro Fernandez, que llamamos cariñosamente y por su frondoso parque, Taco Ralo. También con los trabajadores que nos juntamos regularmente en el sindicato APINTA Seccional Castelar, para mantener viva la llama de las ideas y del pensamiento colectivo y obviamente de la acción.
Lula y la utopía
¿Qué es una revolución?, evidentemente hay miles de respuestas a esta pregunta, pero hay cierto consenso entre los compañeros, en que una revolución, es un cambio radical de una situación que estaba establecida. Y que muchas veces antes de que empiece el proceso revolucionario, la realidad se creía inmodificable y eterna.
Vayamos a la historia reciente de nuestra Patria: el Peronismo, fue una Revolución Nacional ¿Por qué?, porque dio vuelta todo el orden político, social y cultural, que existía hasta ese momento.
La Década Infame como se llamó al proceso político inmediatamente anterior al advenimiento del peronismo (con sus masas trabajadoras irrumpiendo masivamente en la vida nacional el glorioso 17 de octubre de 1945), era un país diseñado por la oligarquía terrateniente, con su modelo agroexportador, entregado en cuerpo y alma al imperialismo britanico.
Todos los servicios públicos y esenciales estaban en manos extranjeras, y las condiciones de vida de los trabajadores eran paupérrimas, a pesar de las luchas que habían llevado adelante durante décadas.
Pensemos lo siguiente: Algún trabajador viviendo en la década infame ¿Se hubiera imaginado lo que viviría él mismo y como clase trabajadora algunos años después?, ¿No era una utopía pensar todo lo bueno que el peronismo traería para las clases populares?, La revolución Justicialista ¿no corrió el límite de lo posible?
Obviamente una revolución se logra, no solo con la utopía, o el ideal de comunidad al que uno aspira a llegar, sino con programa, organización, mística y militancia.
Pero si ya de antemano, decimos que la revolución, o los cambios más estructurales, para que las mayorías populares vivan mejor, no son nuestra idea, la política se convierte en un pragmatismo ramplón, donde lo único a lo que se puede aspirar es a administrar la dependencia, con un poco más de sensibilidad social, a la carrera política como forma liberal de la vida y a la militancia rentada como forma de participación.
Obviamente todo este estilo liberal de la política es contradictorio con la revolución Peronista y con lo que entendemos por organizaciones libres del pueblo. Y hoy por hoy la militancia entendida de esta forma, no tiene la fuerza, ni la discusión, ni la mística para encarar un proyecto de cambio real en nuestro país, que es lo que votamos el 27 de octubre de 2019.
Citemos una reflexión del compañero Lula da Silva, obrero metalúrgico, sindicalista, fundador de Partido de los Trabajadores, y dos veces presidente del Brasil, que sacó en sus gobiernos a más de 50 millones de brasileños de la pobreza, pero que luego del golpe blando a Dilma Rouseff, y su posterior encarcelamiento, por lawfare, perdieron las elecciones con un hombre como Bolsonaro.
Dijo Lula en 2015: “No se si el defecto es nuestro, si es del gobierno. El PT perdió un poco la utopía; me acuerdo cuando creíamos en los sueños, como llorábamos cuando hablábamos. Hoy necesitamos construir eso, porque hoy solo se piensa en el cargo, en ser electo, nadie trabaja (milita) gratis. Tenemos que definir, si queremos salvar nuestra piel, nuestro cargo, o nuestro proyecto”.
Realismo capitalista y movimiento obrero
Obviamente como venimos escribiendo en artículos anteriores, con el advenimiento del neoliberalismo a mediados de los años 70, consecuencia de la derrota de las clases obreras de la mayoría de los países y la caída del “socialismo real” en los 90, las alternativas para pensar otra forma de vida y de organización social que no sea la capitalista, entraron en crisis.
La frase de Mark Fisher “es más fácil imaginar el fin del mundo, que el fin del capitalismo” resumió de una forma más entendible, la teoría del fin de la historia de Fukuyama.
Cito nuevamente a Fisher, de su libro “Realismo capitalista”: “En el Reino Unido las lineas de fractura de los antagonismos sociales quedaron expuestas con la huelga de los mineros de 1984-1985, y la derrota de los trabajadores fue un momento importante para el desarrollo del realismo capitalista, por lo menos tan significante en su dimensión simbólica como en sus efectos prácticos.(…). Por esa época es cuando el realismo capitalista avanza y se establece de la mano del eslogan de Margaret Thatcher “No hay alternativa”, que se volvió una profecía autocumplida brutalmente”.
Para terminar con Fisher: “Puede que la tesis de Fukuyama de que la historia ha llegado a su clímax con el capitalismo liberal haya sido muy criticada, pero asimismo se la sigue aceptando, aunque sea en el nivel del inconsciente cultural”.
Si logran quebrarnos en nuestros sueños y utopías, ellos ganan, es decir el poder real gana.
Por eso en la tapa de Clarín y La Nación, ponen esa frase de Alberto Fernandez y no otra… ¡Qué más quieren ellos, los representantes del poder concentrado en la Argentina!, que la militancia solo sea pragmática, que abandone los sueños revolucionarios, que el peronismo mismo tiene en su génesis y ADN.
Y aquí no hablamos de infantilismo de izquierda, sino de volver a tener sueños y proyectos colectivos por los que valga la pena luchar y militar, aunque no lo veamos nosotros en vida.
Enfrentar al poder real, significa quebrar su lema de “no hay Alternativa”.
Creer primero en que podemos hacer una revolución como fue la peronista es la primera condición para actuar en consecuencia con un programa y una organización acorde a tamaña tarea.
Pragmatismo coyuntural, sin proyecto revolucionarios, es más de lo mismo.
Nuestro pueblo y el mundo necesita que recuperemos la utopía. Se está poniendo bastante invivible esta realidad.
Pero obviamente puede ser y debe ser cambiada. Por eso nuestra fe en las bases trabajadoras que silenciosamente, como siempre, se preparan victoriosas para darnos otro porvenir que valga la pena ser vivido.
* Delegado Envases del Plata (Ex-Camea), Agrupación Metalúrgica “José Ignacio Rucci” UOM Seccional Morón.
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