Por Úrsula Asta*
Llegué a Avenida de Mayo en el 39. Estaba unas 35 cuadras al sur cuando emprendí la caminata hacia la zona del funeral masivo. Caminé 15, pero la ansiedad y la necesidad de “llegar ya” hicieron que siguiera la caminata mirando en las paradas si venía el colectivo para allí recién detenerme y subir. No me subía a un colectivo desde hacía 8 meses.
Al pasar por Constitución se comenzaban a ver los grupos de personas envueltas en camisetas y banderas de todo tipo y color. Eran aproximadamente las 12.30 cuando, al bajar, lo primero que observé fueron los puestos de venta improvisados con pancartas de cartón con la cara de Diego, banderas argentinas y, luego, los puestos de choripán. Las caras de quienes vendían eran de profunda emoción, era claro que la sensación era compartida entre quienes fueron a buscar el mango y quienes, sólo a despedir al Diez.
Cuando voy a una movilización, me gusta recorrer lo más posible todo lo que abarque. Por esa razón, no me interesaba que el colectivo me llevara por el bajo directo a la Plaza de Mayo, quería llegar a la zona de Avenida 9 de Julio para observar el panorama completo y llegar a la Plaza desde allí.
Bajé en Salta y Avenida de Mayo, crucé la 9 de Julio y distinguí que el final de la cola tenía un horizonte que no alcanzaba a ver. Hice puntitas de pie, ridículamente, para tratar de mirar hasta dónde llegaba. No tuve éxito. La curiosidad hizo que caminara algunos metros por la 9 de Julio hacia el sur. Fue en vano. Volví sobre mis pasos y encaré por Avenida de Mayo hasta la Plaza.

Había un dispositivo policial visiblemente grande. No apagaba la emoción. La fila era impresionante, sólo puedo compararla con otro suceso que mi memoria enlazó directamente: el funeral de Néstor Kirchner. La cola se sostenía prolijamente dentro de los márgenes dispuestos por el vallado que conducía hacia la entrada principal de la Casa Rosada.
Había familias enteras, hinchas con sus camisetas y unas pantallas con imágenes de Diego decoraban la Plaza, permitían vivir y revivir el recuerdo fresco del Maradona joven. La primera crónica la hice en el canal boliviano Abya Yala -estaba un poco nerviosa porque no quería que la tristeza me jugara una mala pasada y llorar en vivo. Me contuve-. Allí dialogué con al menos tres personas que estaban haciendo la fila dentro del vallado, dos de ellas habían viajado una o dos horas desde algún lugar de la provincia de Buenos Aires en horas de madrugada-mañana. La espera para ellos llevaba unas 4 horas.
Luego fui a comprar, me alejé dos cuadras. Un policía motorizado –agente de la Ciudad- le había dado un palazo en la cabeza a un tipo que estaba parado en la puerta del supermercado tomando una cerveza. La preocupación crecía entre los gritos desesperados de los que estábamos alrededor clamando por una ambulancia para ese flaco que estaba tendido en el piso sin moverse. Dos motorizados más casi nos pasan por encima al circular con prepotencia notoria creyendo que esa era una situación de “disturbio” digna de su presencia, pero como el escenario no era ese, simplemente siguieron.
Fuerzas de la Prefectura se formaron en la esquina dispuestas a actuar ante el disturbio. La imagen de todo aquello era lamentable. “¡Qué están haciendo! ¡Qué están haciendo! ¡Qué se preparan a reprimir si estamos gritando porque le rompieron la cabeza a uno y necesitamos una ambulancia!”, le gritó en la cara otro marchante al que parecía conducir el operativo. El prefecto se acercó y comenzó a llamar al móvil de salud. Se quedó allí atendiendo la situación.

Eran las 14.07 cuando me dijeron: “Están reprimiendo”. Unos minutos después comenzaron a llegar a la Plaza las personas que habían sido reprimidas y desalojadas del lugar donde estaban haciendo la cola. Hubo allí un momento de desconcierto. La fila de personas prolijamente acomodadas dentro del vallado empezó a cantar “hacé la cola LPQLP”. Pero no eran uno ni dos ni tres “vivos”, eran muchísimas personas, algo había pasado. Hubo algunos rostros de susto, mucha gente estaba con sus hijas e hijos y si había que correr, estar encerrado en el medio de dos vallas no era una situación alentadora.
Se entendió que hubo una avanzada de todas esas personas por alguna razón que no era colarse. Quedaron en paralelo a las vallas, por fuera. En una gambeta inexplicable, el conjunto de marchantes viró el cántico -“Argentina, Argentina, Argentina”- y el volumen creció. Se cantó, cada vez con más emoción “Dale, dale, dale, dale, dale, dale Maradona, dale dale dale dale dale dale Maradooooo”. Eso inundó, para un lado y para otro de lo largo de la fila, todo lo que la vista lograba alcanzar.
Duró algunos hermosos minutos. Saltamos para no ser ingleses y levantamos los brazos en un cántico de cancha. Pero también era la señal de que se empezaba a sentir que el clima enrarecía y que el esperado ingreso en paz a ver a Diego entraba en duda.
Para ese entonces, la Avenida de Mayo estaba completamente desalojada. El panorama había cambiado. La calle vaciada y una fila que ahora llegaba sólo hasta el final de la misma Plaza (es decir, hasta la altura del Cabildo), mostraba una desolación ensordecedora. Más atrás, luego de recorrer cuadras vacías, en la intersección de Avenida de Mayo y Avenida 9 de Julio, se encontraba el dique de contención policial, que no dejaba pasar a cientos –o miles- que estaban haciendo su espera hacía horas y tuvieron el infortunio de estar ubicados más lejos de lo que alguien estableció era el límite. Se había construido una suerte de cuadrilátero que, desde la 9 de Julio y calles laterales a ambos lados, sólo permitían salir de la zona, pero no volver a ingresar.

Eran pasadas las 15 hs. y fue entonces cuando el clima en Plaza de Mayo, concatenado en los hechos iniciados por la represión, condensó los sucesos de Casa Rosada. ¡Cómo empujar el desconcierto, el miedo a la represión y el temor a no poder ingresar a despedir a Maradona, expectativa masiva aplastada en la sensación de que no éramos bienvenidas y bienvenidos en nuestra Plaza! Ese es el nombre de todo aquello.
Lo que sigue es conocido. Un final precipitado y el Diez inició su último viaje hacia Bella Vista. Fue una jornada doblemente triste.
Los comunicados oficiales necesitan ser ensamblados para otorgar narrativa clara a las lecturas y argumentos. Presidencia de la Nación difundió: “Cuando el horario de finalización se acercaba, varias personas que estaban en la fila comenzaron a saltar las rejas para ingresar de manera irregular. Ante esa situación, se suspendió por unos minutos el ingreso. Cuando se volvió a habilitar algunas personas ingresaron rápidamente, sin cumplir las indicaciones del personal a cargo”.
Pero ello no puede explicarse sin el desconcierto previo de la represión. El comunicado del Ministerio de Seguridad, da su versión en los puntos 7 y 8 de su comunicación:
“7- Los desmanes generados por la policía de CABA produjeron una presión sobre las personas que estaban aguardando para ingresar a la Casa Rosada, por lo que, en función de evitar que cualquier de ellas sufriera asfixia, aplastamiento o contusiones por esa presión, se decidió correr las rejas.
8- El corrimiento de esas rejas fue necesario para que se pudiera reestablecer el orden en la Plaza de Mayo. Las Fuerzas Federales, una vez que la presión empezó a ceder, retomaron su despliegue preventivo para que pudiera reiniciarse el velatorio de Diego Maradona”.
Quizás, las explicaciones y denuncias hacia la fuerza policial, y su conducción política, que efectivamente llevó adelante la represión, la Policía de la Ciudad de Buenos Aires (sin ningún lugar a dudas) tengan que ver con que esto es algo que afecta otras responsabilidades políticas, teniendo en cuenta lo que expresa una tercera nota oficial, emitida el mismo día, aunque con anterioridad a las dos antes mencionadas: “Operativo de seguridad por el velorio de Diego Armando Maradona. La coordinación del velatorio de Diego Maradona en Casa Rosada se encuentra a cargo de Presidencia de la Nación”.
CIVILIZACIÓN O BARBARIE
Que eran barras, que cómo llevaron niños, que cómo van a trepar rejas, que el tiempo era muy poco y por eso esto era obvio que iba a suceder ¡Con los negros incivilizados no hay qué hacer!
El bárbaro es aquél que no obedece a las reglas, no está adecuado, es el descontrol, es lo opuesto al civilizado y tampoco tiene un gusto refinado. Mientras los medios de comunicación, y algunos más, hacen oda a esta antinomia, se invierte la carga y el culpable de todo es el pueblo movilizado que fue a despedir al hombre que escapó de un sueño. Con sus banderas, con sus flores, sus carteles, sus hijos e hijas a cuestas, sus miradas de conmoción y sus expectativas de dar el adiós del duelo, son responsables.
Pero qué paradoja de la vida: Diego hizo sentir al mundo que los negros podían vencer. Y representó a los pueblos nuestros, al barrio, al país, al villero, al oprimido. Dieguito, el de Fiorito, el niño proletario que rompió con el destino, pero que jamás se subió al carril de la meritocracia.
En esa obra casi perversa, violenta al punto que duele continuar la lectura, Osvaldo Lamborghini condensa civilización y barbarie, e invierte el estigma según el cual el bárbaro, o proletario, ejerce la violencia contra la civilización. El niño proletario es vejado por otros niños de clase alta, la civilización “ilustrada” es la que ejerce la violencia de la barbarie. Trascurrida en el contexto de una clase obrera que había sido amparada por Juan Domingo Perón, pero que, tras la proscripción al peronismo, envalentonadas las fuerzas de la clase aburguesada argentina operan en una disminución de los beneficios y derechos para la clase obrera, El Niño Proletario, escrita en 1969, aunque publicada años después, muestra la barbarie de los civilizados.
DEL RIACHUELO PARA EL MUNDO
Diego, el niño proletario que casualmente es contemporáneo en su infancia con el de la obra literaria. Diego venció lo establecido, rompió aquel relato, Diego es esa revancha de los humildes. El pobre que en una gambeta gloriosa de la vida alcanzó la gloria eterna. Eso es Diego.
Un hombre que dejó una marca imborrable para quienes tenemos el enorme privilegio de haber vivido en los tiempos de este grande, y una marca eterna para las generaciones que vendrán. Quien deslumbró a quienes aman al fútbol y a quienes de fútbol no entendemos mucho, pero disfrutamos cada uno de esos goles que vimos en videos porque nacimos demasiado tarde para verlo. Demasiado tarde, Diego. Con su grandeza futbolística, con su irreverencia siempre del lado de los justos, con su pecho en alto, el niño proletario, el niño que nació en una villa del conurbano bonaerense, llevó a ese Diego chiquito a cada lugar que habitó.
Sintió orgullo de ser argentino, de ser latinoamericano, y le plantó en la cara su postura al poder. Porque, además, tenía con qué.
En estos días de relatos, imágenes, memorias que no alcanzan ni sobran, de puños que se aprietan, de abrazos sentidos, de cánticos desgarrados y de lágrimas que brotan y brotan de todo aquello que se llora sobre nuestras propias vidas, aquí va un humilde Gracias. Gracias para siempre, genio eterno. Te vamos a extrañar.
No hace falta más que entrecerrar los ojos para verte gambetear.
*Periodista, conductora de Feas Sucias y Malas (sábados de 9 a 12 hs, por Radio Gráfica)
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