Por Emiliano Vidal*
El día de los abogados y abogadas se celebra en la Argentina por el día del natalicio de Juan Bautista Alberdi, un 29 de agosto de 1810, a contramano de la historiografía nacional que recuerda los decesos de sus personalidades destacadas. La figura de este pensador, periodista y jurista tucumano, fue demonizada por el diario La Nación tras su declarada enemistad con su fundador, Bartolomé Mitre. Alberdi puso al descubierto que la oligarquía mitrista estaba organizando el país en función de las conveniencias del poder portuario y pro británico de Buenos Aires y desmenuzó la auténtica naturaleza de la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay: camuflar el conflicto en una batalla civil entre las provincias interiores argentinas. Conocer a Alberdi, su obra y legado, es primordial para saber y comprender gran parte de la historia de los vencidos en los combates de Caseros y Pavón hasta la actualidad.
Juan Bautista Alberdi fue el pensador más centellante que tuvo la Argentina en el siglo XIX y quien no dudó en desenmascarar las intentonas del poder porteño con relación a la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay desarrollado de los Solano López en un conflicto contra las burguesías portuarias de Buenos Aires y Montevideo aliadas al Imperio del Brasil. Es decir, Alberdi había descubierto que la oligarquía mitrista estaba organizando el país en función de las conveniencias de la aldea/metrópoli, cuya cabeza se asentaba sobre el control del puerto y la Aduana.
Son variadas las acciones alberdianas que transitan desde sus primeros escritos sobre Derecho hacia las críticas a Juan Manuel de Rosas al frente de la Confederación argentina. El infernillo era la Asociación de Mayo; los consortes, diversos como Esteban Echeverría o Juan María Gutiérrez –todos pensadores denominados por la historia oficial, la Generación Argentina del 37- y sus escudillas literarias sazonadas para todos los paladares, tal una de sus máximas obras: el “Fragmento preliminar al estudio del Derecho” que fuera duramente criticada por los antirosistas exiliados en Montevideo.
Comprender y conocer la personalidad del personaje implica replegarse unos años atrás. El 25 de septiembre de 1828, el gobernador bonaerense Manuel Dorrego, acorralado por las jugueteas británicas, promueve que el incipiente Congreso Nacional firme el tratado de paz tras la guerra del Brasil que gestó a la República Oriental del Uruguay. Menos de dos meses posteriores, el llamado “padrecito de los pobres”, mote que el ex soldado de Manuel Belgrano en las guerras por la Independencia supo cosechar, era fusilado por otro ex camarada de armas: Juan Lavalle.
Con el matador de Dorrego en caída, asesinado el caudillo riojano Facundo Quiroga en 1835 y ya con Rosas como año y señor de Buenos Aires, se promueve el que será el trípode de poder de los futuros partidos populares: una conducción fuerte, una relación directa con los subalternos y un afincamiento con las bases productivas, es decir los estancieros, los sectores populares y los caudillos provinciales. En consecuencia, en este sistema dorreguita/rosista puede visualizarse los gérmenes del modelo agroexportador argentino con una diferencia sustancial que no aplicaría el entrerriano Justo José de Urquiza vencedor tras la batalla de Caseros en febrero de 1852: el proteccionismo de las economías regionales y del protoindustrialismo de las provincias inmersas en un único escudo central: la Ley de Aduanas de 1836 sancionada en tiempos rosistas.
Al enterarse del triunfo urquicista sobre Rosas, Alberdi se apresura a escribir desde su exilio en la localidad chilena Valparaíso, las “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”. Esa obra fue editada en mayo de 1852 y luego reeditada en julio, incluyendo un proyecto de Constitución, oportunidad en la que el pensador tucumano envía ambos trabajos al líder entrerriano. Las Bases son el corazón de la Carta Magna nacional sancionada el 1° de mayo de 1853. De ese modo, y como parte activa del proyecto urquicista, Alberdi fue nombrado “Encargado de negocios de la Confederación Argentina” ante los gobiernos de Francia, Inglaterra, el Vaticano y España, para radicarse por casi veinticinco años en París. Comienza así, un segundo capítulo en la vida del abogado tucumano.
Un Urquiza vencedor que reposó su gobierno en el fielato porteño. ¿Es su máxima obra, la Constitución Nacional de 1853, el resultado de un proceso entre los representantes de la Nación y las provincias o se trata en realidad de una imposición surgida de Caseros?
Mientras Alberdi amañara su futuro en suelo europeo, en el jefe entrerriano hay un lento peregrinar que comienza con la doble traición del peor Urquiza al mejor Urquiza, víctima del destrato de la provincia de Buenos Aires, la indiferencia del Brasil y que agobiado, supo sentenciar: “hay un solo hombre para gobernar la Nación Argentina y ese es Don Juan Manuel de Rosas. Yo estoy preparado para rogarle que vuelva aquí cuanto antes”.
El diario mitrista La Nación contra Alberdi.
Así las cosas, a mediados del siglo XIX, Urquiza se convirtió en el hombre más fuerte de la Confederación, quien no dudó en alinearse con sus enemigos para tumbar a Rosas, y quien una década posterior, cede la victoria a Bartolomé Mitre. En la vida de Urquiza hay una doble traición. Una que sufre él y otra que comete él. ¿Por qué el caudillo entrerriano abandonó la batalla en Pavón?; ¿por qué se expuso a quedar en la historia de los pueblos como un verdadero traidor de la causa federal?; ¿es cierto que hubo un pacto anterior con Mitre en el que intervino un norteamericano de apellido Yateman?
Alberdi sigue los sucesos y escribe. Es un abogado, un jurista devenido en diplomático. Ante todo es un periodista. Conoce el oficio. Ese es el motivo que permitió que se entrevistara con José de San Martín en 1843. En tiempos rosistas dirigía el periódico La Moda. Diez años más tarde, está en Francia para evitar que las naciones europeas reconocieran a la mitrista Buenos Aires como nación independiente. En su circunspección están el período que va de Caseros a 1880, que consiste en poner al país bajo el dominio porteño. Se encamina la separación de las demás provincias. La lucha por la hegemonía del país se dirime entre Buenos Aires y Paraná. Se combate en Cepeda (1859) y en Pavón (1861). Los federales pesan más que Buenos Aires. Urquiza timonea el camino adverso. Ahora Mitre encara el conflicto con Paraguay. Es la “guerra de policía” contra las provincias y el país guaraní industrial. Se liquida a los negros, a los gauchos en las guerras civiles y a los indios. Dos décadas después, otro tucumano culminaría la tarea: Julio Roca. Hay que poblar el país, pues la victoria de Buenos Aires lo ha dejado sin mano de obra. Aquí aparece la figura del inmigrante. Alberdi lanza el apotegma “gobernar es poblar.” El Martín Fierro de José Hernández pide que se respete al gaucho y se lo erige en mito nacional, en identidad para oponer a la mezcla peligrosa que producen los inmigrantes.
Los vencedores del 80 saben que ahora pueden moldear el país a su entero arbitrio. Es el precio de la victoria. El flamante Estado nacional derrota a la provincia de Buenos Aires y se queda con su ciudad homónima. Hay más de tres mil muertos en combate. Es imperioso tener un distrito capital con asiento del poder porteño. En todas estas etapas participará Alberdi.
Si Caseros, Urquiza y la intromisión inglesa son la síntesis del derrocamiento rosista, con Mitre en el poder, es la guerra al gauchaje federal de las provincias. Alberdi es despedido como embajador en Europa. El gobierno vencedor es implacable. Se niega a pagarle los sueldos adeudados por más de dos años. Mitre lo acusa de traidor a la patria y debe permanecer exiliado en Francia otros catorce años. Cuando regresa al país, Alberdi está subsumido en una muy difícil situación económica. Su antiguo adversario lo recibe en la Casa de Gobierno, al bramido de “¡Doctor Alberdi a mis brazos¡”.
Desde el traje de ministro de Interior, el ex mandatario Domingo Faustino Sarmiento es el amaraje, la carta del presidente Nicolás Avellaneda. La provincia de Buenos Aires de Carlos Tejedor está dispuesta a no entregar su ciudad homónima. Sangre y muerte. El Estado nacional reclama su distrito federal. Alberdi escribe, retoma su camino. Tres décadas atrás, en sus Bases, la ciudad porteña es la capital de la República por valor histórico no para la destrucción de las provincias. Un año después, tendrá la ardua tarea de presidir la sesión de la Legislatura bonaerense que finalmente sanciona la capitalización.
Alberdi y Sarmiento. En sus figuras cesura la historia. Desde San Juan, Domingo Sarmiento conduce el “plan histórico y civilizador” de los conquistadores del capitalismo colonialista que sintetiza en su obra “Facundo”. Allí, se trazan las antinomias, que surgen de la madre de todas: Civilización/ Barbarie. Los dos pensadores transitarán veredas opuestas. El abogado tucumano representa la línea integracionista del interior. El sanjuanino centra el poder de Buenos Aires.
A contramano del “Facundo” sarmentista, en sus obras Póstumos V, luego editado como “Grandes y pequeños hombres del Plata”, Alberdi explica que el deseo de Mitre representaba el separatismo, la autonomía bonaerense y luego el sometimiento del país entero a la provincia vencedora, Buenos Aires.
“La revolución, en Norte América, ha tenido un triunfo de civilización y progreso; en el Plata, de feudalismo y retroceso.” Lincoln ha muerto por la libertad de los negros en América; Mitre expone hoy su vida por la esclavitud de los negros, como aliado del Brasil. Lincoln era el instrumento providencial de la república; Mitre lo es de la monarquía esclavizante del Brasil”, escribe el letrado tucumano.
En 1870, elabora Alberdi el “El crimen de la guerra” teniendo en cuenta el desastre de Curupaytí en la guerra del Paraguay cuando Mitre regresa del frente para ocuparse de las montoneras federales. Ese año, el propio Mitre creará el hoy vigente protector de la historiografía nacional, nombre de calles y nomenclaturas: el diario La Nación.
El caudillo bonaerense fue un declarado enemigo de Alberdi. Un suceso lo describe. En 1881, un año después de la capitalización de la ciudad de Buenos Aires, escribe: “Buenos Aires gobierna, el otro obedece; el uno goza del tesoro, el otro lo produce; el uno es feliz, el otro miserable; el uno tiene su renta y su gasto garantido, el otro no tiene seguro el pan”.
Cuenta el historiador Eduardo Galasso: “El diario La Nación publica: una carta escrita por Alberdi 24 años atrás a Vicente López en la que había cometido un error ortográfico: mazeta en lugar de maceta. David Peña recuerda que ese día lo visitó a Alberdi y este, “juntando su silla con la mía, díjome de pronto con una voz imborrable: Así, así quisiera tener frente a mí al general Mitre para preguntarle, mirándonos hasta el fondo de los ojos, en virtud de qué odio tan reconcentrado puede disculpar su persistente prolijidad de haber guardado la carta de un niño, escrita hace casi cincuenta años, para avergonzar a un anciano. ¿Es esto digno de un espíritu superior? ¿Es esto digno de un jefe de partido, de un jefe de la nación? ¿Es esto digno de usted, general Mitre?”, manuscribe el autor de las Bases, poco antes de fallecer, en junio de 1884, exiliado en Francia.
Su coterráneo Julio Argentino Roca sentía una gran admiración por Alberdi. Derrotado el gobernador bonaerense Carlos Tejedor en los comicios y en la guerra por la ciudad Capital, tras asumir la primera magistratura de la flamante Nación, el gobierno roquista decide editar las obras completas del pensador tucumano y promover su regreso al frente de la embajada argentina en Francia. El bombardeo desde las páginas del matutino La Nación minaría esas intentonas.
Idas y venidas, marchas y contramarchas, de un pensador de vanguardia. Si Manuel Belgrano hace al hombre que se construye a sí mismo y a un pueblo que con muchos como él erigen un país, si Eva Perón resume la indignación que causan las injusticias o Ernesto “Che” Guevara, es un ícono de protesta, Juan Bautista Alberdi condensa al ciudadano pensador, aún frente a los constantes y actuales bombardeos mediáticos en pos de defender sus propios intereses, en pos de uniformar el pensamiento. La propia consciencia es lo más alto que se pude conseguir en esta existencia. Pensar el país en términos estratégicos. Ese es el legado de Alberdi.
(*) Abogado/UBA. Co-conductor de “De acá para allá”. Radio Gráfica FM 89.3. Todos los sábados de 12 a 13.
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