Por Emiliano Vidal*
La Constitución Nacional pergeñada tras el triunfo del enterriano Justo José de Urquiza sobre el entonces gobernador de Buenos Aires y conductor de la Confederación, Juan Manuel de Rosas, era un simple pacto: en su letra debía ratificarse la línea de que las provincias tienen derecho a organizar fuerzas militares propias y a ejercer la policía marítima.
El revisionismo escribe la historia de los derrotados y construye un panteón alternativo a la historia mitrista. Lo que fue negado por los triunfadores de Caseros ellos lo reivindican. Los relatos políticos fluctúan en esas dos vertientes históricas e introducirse en ellos, en la historia, facilita encontrar respuestas para el presente.
El clima se hace espeso y las grandes líneas del conflicto se van tendiendo. La prensa porteña asume cada día un tono más peleador y habla abiertamente de defender la autonomía de la ciudad contra la intromisión nacional. El presidente de la Nación es humillado en el distrito federal y desconocida su autoridad nacional.
La escena podría formar parte de los días actuales con relación a las medidas adoptadas por el Gobierno federal de Alberto Fernández, en el área que bordea los dos estados homónimos de Buenos Aires, provincia y ciudad, en la pelea por frenar la enorme ola de contagios por la pandemia del covid y la reacción del Ejecutivo porteño de Horacio Rodríguez Larreta con el pretexto de sostener la presencia de los alumnos de la escuela primaria.
Los párrafos anteriores, forman parte del escenario político de más de 140 años, cuando el ex presidente Bartolomé Mitre y fundador del diario La Nación, se burlaba de la frase del entonces mandatario Nicolás Avellaneda quien había manifestado que “nada hay dentro de la Nación superior a la Nación misma”. Mitre jamás pudo deglutir la derrota electoral de otros tiempos frente a ese joven abogado tucumano.
Juan Bautista Alberdi, con sus marchas y contramarchas, fue un adelantado cuando pergeñó en su obras, inmortalizadas en sus escritos Póstumos V, (capítulo XIX) de que existe una democracia civilizada y porteña y una democracia bárbara, provincial, brotadas después de la porteña Revolución de Mayo.
El caudillo y pensador Felipe Varela, define a Alberdi, como el “Platón argentino”, y sentencia en su Manifiesto que los pueblos resistían, no la independencia respecto de España, que Buenos Aires les ofrecía, sino la dependencia respecto de Buenos Aires.
La federalización de la ciudad de Buenos Aires, municipalizada en 1880, fue el último capítulo, tras sangrientas décadas teñidas de guerras civiles. El poder porteño supo erigir caudillos adictos en todas las provincias y se dedicó a hacer no un país, sino una ciudad.
¿Conseguirán alguna vez hermanarse la democracia civilizada y la bárbara para hacer un país?
Hay un estadounidense, quien en su afán por escribir sobre el peronismo, recurrió a la matriz periodística que comprende que en el pasado en el archivo están guardados los secretos del presente. Se trata de Nicolás Schumway, quien en su un libro “La invención de la Argentina”, publicado hace treinta años, sintetiza una interesante visión del país, en la tarea de comprender que sucede: “La Argentina es una casa dividida contra sí misma y lo ha sido al menos desde que Moreno se enfrentó a Saavedra. En el mejor de los casos, las divisiones llevan a una impasse letárgica en la que nadie sufre demasiado; en el peor, la rivalidad, las sospechas y los odios de un grupo por el otro, cada uno con su idea distinta de la historia, la identidad y el destino, llevan a baños de sangre como las guerras civiles del siglo pasado o a la guerra sucia de fines de la década del setenta.”
Para el pensador y escritor Hernán Brienza, vale la pena desmenuzar la cita de Schumway, “porque durante muchos años, la sociedad argentina se pensó a sí misma en términos de amigo-enemigo, creyendo que ese era el fundamento de una práctica política que viraba entre el Orden y la Revolución (cualquiera fuera). La construcción de blanco-negro, Peronismo-antiperonismo, River-Boca, Troilo-D’Arienzo, o Soda-Redondos, por ejemplo, es una práctica instalada en la mentalidad de los argentinos y en la que, tarde o temprano, casi todos solemos quedar atrapados en una u otra fórmula binaria. Incluso, aquellos que intentan zafar de esa lógica, terminan cayendo en uno de los pares por omisión o falta de compromiso”.
No se trata de buenos o de malos. Son los intereses los que trajinan el mundo. Los del allá o los del acá. No hay tierra más anhelada que la Argentina en tiempos turbulentos y de una pandemia que mata. Siguen machando desde adentro, funcionales a esos intereses foráneos, los mismos que en la época de Juan Manuel de Rosas, no tenían empacho de poner su pluma, su intelecto, y su espada al servicio de los enemigos de los intereses del conjunto del país. Ya no se trata de derrocar un gobierno del que no forman parte, sino lastimar a la democracia, camino a treinta y ocho años de su regreso.
En 1845 abordaron los barcos ingleses y franceses contra la Confederación Argentina; en 1945, desfilaron de la mano del embajador Spruille Braden; diez años después, bombardearon la Plaza de Mayo, censuraron al movimiento político más importante por años; mataron dirigentes, derrocaron a un gobierno constitucional mediante la muerte y las desapariciones.
El tercer desembarco neoliberal, y el primero desde las urnas, fue con Mauricio Macri en diciembre de 2015, continuando la tarea iniciada tras el golpe cívico/militar de marzo de 1976 y el menemismo y el delarruismo dentro del peronismo y radicalismo en democracia.
Dice el periodista y escritor, Gustavo Campana: “Lo vimos por tercera vez. Nosotros decíamos que si venían con el mismo manual de estilo de siempre del país 76 al 83 y el país del 89 al 2001, podríamos contar el final del cuento sin pasar por ‘había una vez’ porque todos sabíamos lo que significaba: apertura indiscriminada de importaciones para matar la industria nacional, endeudamiento alocado para hipotecar a 345 generaciones de argentinos y así sucesivamente. Con cada política sabíamos lo que significaba: Matar al país industrial para crear la patria rentística financiera. Sabíamos lo que significaba que la patria contratista se haga cargo de lo único que quedaba vivo en el país.”
La versión menemista golpeó donde más lastima: en la identidad nacional. Fue con la dictadura cívico-militar tras sus publicidades contrarias a la industria nacional. La presidente del principal partido opositor, la inefable Patricia Bullrich, sortea las Islas Malvinas al mejor postor. Se fortalece el Presidente Alberto Fernández, si a pesar de la pandemia, reafirma las convicciones de la reconstruir el país desde una tarea colectiva fundada en la apelación a la Patria, que no es otra cosa que el legado más importante, pensando, también en las futuras generaciones.
Una potencial narración histórica, un ferviente proteccionismo económico y un rechazo al liberalismo económico, el libre comercio, sin un adecuado impulso estatal, son medidas que hay que tener en cuenta. Todos los países que hoy son desarrollados y ricos son resultado de una insubordinación al poder real.
La clave es siempre el cambio cultural. Sin el cambio cultural será muy difícil. El asiento del poder real local con base en la ciudad capital federal, lo sabe. El cambio es siempre primero mental y cultural. Apuntes para pensar, pensar la Argentina que se viene.
(*) Abogado. De Acá para allá (sábados de 12 a 13 por Radio Gráfica)
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