Luego de hacerse público el proyecto de intervención sobre la empresa Vicentin, el concepto de “soberanía alimentaria” volvió a estar en el centro de la agenda pública y la política nacional. En términos de Alberto Fernández, “los argentinos debemos estar contentos porque estamos dando un paso hacia la soberanía alimentaria”. En este sentido, vale la pena preguntarnos sobre qué es, qué representa, y cuál es la importancia de esta reflexión, de cara al futuro y en el marco de la agenda verde nacional.
Por Juan Patricio Méndez*
Otro capítulo más en la historia del conflicto agrícola internacional. El agronegocio de un lado, y la agroecología por otro. Este último hace hincapié en la Soberanía Alimentaria. Y nadie mejor para explicar qué significa este concepto que Miryam Gorban, investigadora, doctora Honoris Causa (UBA y UNR) y titular de la cátedra de Soberanía Alimentaria de la Universidad de Buenos Aires. Este es un concepto político, que nace de los movimientos sociales del campesinado trabajador, y refiere a la capacidad de cada uno de los pueblos para implementar y definir sus propias y particulares políticas y prácticas agrarias en virtud de sus metas sostenible y de seguridad alimentaria.
La politicidad del término radica en la lucha entre dos modelos productivos que mencionamos previamente: el agronegocio, con sus políticas de extractivismo y destrucción del ambiente y de los suelos; y por otro lado, la agroecología, cuyas prácticas se orientan a la sustentabilidad, la sostenibilidad y el desarrollo y crecimiento de una economía circular que ponga en interacción al ser humano con la naturaleza, esta última considerada un par y no un recurso mercantil. En términos de la Gorban, “la soberanía alimentaria representa la producción de alimentos soberanos de los pueblos y para los pueblos”.
Sus aportes, así como los de otros expertos en el área, implican una crítica fundamental al modelo de acumulación capitalista de producción, que al mismo tiempo que “mal-sobrealimenta” al mundo, deja desposeídos y en situación de hambruna y escasez a otros grandes espacios y actores sociales. En esta “dinámica neoliberal”, el proceso de empobrecimiento continúa reproduciéndose, así como también lo hace la producción extractivista, química y envenenadora de alimentos.
¿Por qué hay hambre si se produce para más de los que somos?
Si nos ponemos reflexivos, es imposible pensar en un escenario posible de hambre cuando, en la actualidad, se producen comestibles para un porcentaje mayor al del total de habitantes en el mundo. La FAO emitió reportes preocupantes en donde la tendencia está en crecimiento. Por ejemplo, en Argentina se produce un estimado para 440 millones de personas, según un cálculo realizado por Sergio Britos, director del Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (CEPEA). Cabe preguntarse, entonces, por qué existe la pandemia del hambre. Y la respuesta a esta pregunta la encontramos en dos puntos claves: la desigualdad, intrínseca y propia del sistema de acumulación; y la transnacionalización mercantil y globalizada de la alimentación.
Con respecto a este cuestionamiento, el ingeniero Carlos Carballo indicó, en “Seguridad y Soberanía Alimentaria”, que “el dicho ´el hambre es tan vieja como la humanidad´ o ´tan vieja como la injusticia´ hace referencia a una problemática que acompañó la evolución de nuestra especie en el planeta y cuyas manifestaciones se mantienen aún en la actualidad”. Esto se debe, por un lado, a la desigual redistribución de los recursos nacionales, y por otro lado, se corresponde al patrón de acumulación monetaria de las empresas, lugar que ha encontrado una relación simbiótica con las políticas públicas favorables a la ganancia dineraria. “Contar con recursos naturales adecuados, tecnología y conocimientos disponibles puede ser suficiente para producir grandes volúmenes de alimentos, pero ello no implica que sean suficientes para alcanzar la Soberanía Alimentaria de los pueblos”, argumentó Carballo en el texto.
Argentina pasó de ser el granero del mundo, en el siglo XIX, a ser el “reino de la soja”, como lo definió el ingeniero. La expansión de los monocultivos, la introducción del negocio de las semillas y la sobreutilización de agroquímicos, fitosanitarios y repelentes ha producido el crecimiento del agronegocio. En este contexto, lo que emerge, en términos de Raúl Zibechi, es la “sociedad extractiva”, es decir, un modelo de sociedad dedicado a la conversión de la naturaleza en mercancías, sin transformación, innovación o productividad soberana de alimentos. Y, en consecuencia, un modelo basado en la acumulación y no en la alimentación, repartición o igualitarismo.
Desde las bases teóricas, la acumulación ya integra a la desigualdad como parte del proceso, en tanto y en cuanto establece una disparidad en cuanto a la disposición de mercancías. Pero, trascendiendo, la alimentación, el acceso a bienes comunes, a la naturaleza misma (como es el caso del cercamiento propietario de Joe Lewis y el Lago Argentino) han llegado al mismo límite desigualitario. La formulación contínua de políticas de esta índole pusieron en jaque la soberanía de los pueblos, y han resultado en la imposibilidad de acceder a una relación sostenible y sustentable con la naturaleza.
¿Qué representa y cuán importante es la Soberanía Alimentaria?
Habiendo enmarcado la cualidad política del concepto, vale la pena considerar que el mismo forma parte de la alternativa productiva alimentaria, y que pone sobre la mesa la posibilidad de concretar los derechos de las personas, ciudadanos y pueblos a acceder a una alimentación soberana, con prácticas propias, subjetivas y simbióticas. Es por ello que Gorban anunció que “este es un pasito hacia la soberanía alimentaria, pero no podemos hablar acabadamente de ello hasta que los productores familiares no tengan acceso a la tierra, y mientras no dejemos de fumigar las escuelas, y dejemos de producir con agrotóxicos o venenos, que nos llevan a una economía drogadicta”.
La toxicidad no es solamente de índole económica, sino que converge y encuentra a los individuos en el mismo plano. La intoxicación constante es producto del sometimiento a un modelo insano de producción. El doctor en Ciencias Sociales Nicolás Panotto explicó, en su texto “Lo “Neo” del Neoliberalismo”, que es necesario extrapolar los procesos económicos del sistema de acumulación a la totalidad de las prácticas sociales, puesto que “estamos atravesados por la ideología neoliberal”. Y en este esquema, lo mismo debemos hacer con el extractivismo y el envenenamiento productivo: vamos camino a una política de muerte, en la medida que el modelo continúe reproduciendo sus modalidades.
Es por ello que Miryam Gorban, en entrevista con Tiempo Argentino, argumentó que si bien no están dadas las condiciones para hablar de Soberanía Alimentaria, el anuncio y la acción del presidente de la nación con la intervención de Vicentin es “un hachazo a la espina dorsal monopólica y oligopólica del comercio de granos”. Más allá de la recuperación económica que representaría para el Estado, la doctora y especialista expresó que este es el camino para ir hacia una alimentación sana, por más de que al día de hoy no existen las garantías para hacerlo.
El camino de la agenda verde
Tanto Alberto Fernández como el ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable, Juan Cabandié, determinaron una “agenda verde” que tiene, entre tantos acápites, a la agroecología como una meta. Este pensamiento entra en directa conexión con la necesidad urgente de modificar los esquemas de producción, a fin de que la alimentación no sea una mera ingesta de comestibles, sino de que cumpla la funcionalidad de su retórica y origen: alimentar. Al fin y al cabo, comer por comer no es alimentarse, ya que la falta de nutrientes es creciente ante la avanzada intervención y modificación genética de los alimentos.
La designación del ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá, como director de la Dirección de Agroecología es la materialización de que existe la intención de ir hacia ese camino. Gorban añadió que “forma parte de algo histórico, así como el intento de cambio de rumbo que se intenta en el Mercado Central”. La validación de este esquema como objetivo en políticas públicas expresa la concreción de un proyecto de recuperación integral de la salud y la posibilidad de la ciudadanía de acceder a un derecho fundamental y constitucional, que es el derecho a la vida y a la alimentación.
En este sentido, las proyecciones forman parte de las expectativas. La Soberanía Alimentaria se centra, entre otras cosas, en la autosuficiencia alimentaria y no en commodities. En la producción para los pueblos y no para las empresas. En la ganancia sanitaria, ecológica y ambiental, y no en la acumulación por sí misma.
Hemos sido testigos de que la expansión de la frontera agrícola no ha tenido fines alimentarios: por el contrario, ha perseguido la rentabilidad de los grandes propietarios. Darle curso a una visión basada en la sanidad del ambiente, tanto del Presidente como del Ministro de Ambiente, representa un cambio de orientación. La apertura a un horizonte agroecológico y sustentable, como proyecto nacional, habla de este redireccionamiento. Y la intervención de Vicentin se inscribe en esta lógica.
El camino, hoy, es otro. La Soberanía Alimentaria, aún lejos, hoy está un paso más cerca.
(*) Columnista de Abramos La Boca / Radio Gráfica FM 89.3
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