La alimentación representa una instancia fundamental para la vida de cualquier ser vivo: desde humanos hasta animales, pasando por los vegetales (con su proceso de fotosíntesis), con estrategias y modalidades distintas, ingieren alimento para continuar con su proceso vital. Sin embargo, el modelo capitalista de acumulación ha sobreestimulado al sector productivo, y la búsqueda de ganancias exorbitantes fue más allá que la comida. Hoy, la industria de la alimentación se vale de compuestos químicos y genéticos para producir más, controlar plagas y aumentar beneficios (empresariales). La otra cara de la moneda alimentaria vislumbra un escenario donde cada vez, estamos menos alimentados y más enfermos.
Por Juan Patricio Méndez (*)
Agroquímicos, fitosanitarios, agrotóxicos, pesticidas, paraquat, bromuro de metilo, endosulfán, glifosato. Capítulo 1. El próximo tramo se lo dedicamos a la transgénesis, un término legitimado científicamente que explica la posibilidad de transferir genes de un organismo a otro, obteniendo como resultado un ser modificado al de origen. El proceso implica la introducción, en las células del organismo receptor, de un fragmento de ADN exógeno, o sea un ADN que no se encuentra normalmente en ese organismo. El objetivo es ocasionar un cambio en la estructura genética del cuerpo viviente. Sin embargo, el negocio aquí es otro. La posibilidad de dominar la composición del ADN de un organismo, y además de poseerla y patentarla, le da al propietario de dicha fórmula el control absoluto, tanto del organismo como de su comercialización. Un negocio que, en términos biopolíticos, representa la mercantilización del cuerpo en términos de apropiación.
Este proceso ingenieril es coyuntural al neoliberalismo de la hiperproductividad. El fomento del extractivismo, la sobreproducción y la reproducción del modelo capitalista representa solo una parte de lo que la transgénesis es. Decimos representa porque “toma el lugar de”: del individuo, del pueblo, de la sociedad, de cómo nos relacionamos, de cómo nos vemos, hacia dónde vamos y lo que consumimos. La ingesta alimentaria, intervenida química y genéticamente, provoca alteraciones al organismo, puesto que los nutrientes de origen se encuentran modificados. Y ese no es el peor de los casos: lo más grave de la situación aquí es que la mutación del ADN genera contaminación genética, un aumento del uso de herbicidas y pesticidas, el deterioro del suelo y la posibilidad de dominar el mercado, y de someter a poblaciones vulneradas por el neoliberalismo, a aumentar sus desigualdades producto de la monopolización de los alimentos.
El aumento del uso de herbicidas y pesticidas puede sonar contradictorio, pero no lo es. Diremos, usando el sentido común, que si modificamos genéticamente una planta, esta desarrollará los anticuerpos necesarios para que una plaga no la infecte. Esto es falso. Precisamente, sucede lo contrario: estos organismos, mutados genéticamente, desarrollan resistencia a los agroquímicos, al igual que las “malas hierbas”, que no es otra cosa que maleza. De esta forma, tenemos un doble negocio: el de la industria genética, por el lado del desarrollo de la actividad mutante; y por el otro, el de la industria química, que ha encontrado en esta forma de comercialización, la exponencialización y la expansión de los mercados.
Por otro lado, es necesario romper con el mito de que la transgénesis representa un aumento de biodiversidad. Por el contrario, los cultivos transgénicos ponen en peligro los ecosistemas por varias razones: uno, recientemente mencionado, tiene que ver con el incremento del uso de herbicidas y fertilizantes, con sus impactos sobre suelo, agua, flora y fauna; dos, por el impacto de los cultivos resistentes a plagas sobre insectos y microorganismos del suelo; tres, porque provoca contaminación de especies silvestres (alterando su desarrollo y relación natural con el esquema con el que intercambia energías); y cuatro, por los cambios de uso del suelo (en relación a la deforestación y desecación de turberas) para ganar terrenos para la agricultura industrial. Este último punto entra en estricta relación con el gran crecimiento de soja transgénica en el territorio nacional, negocio que ha borrado del mapa plantas autóctonas, que ha permitido el ingreso de empresas como Monsanto a administrar la alimentación de los pueblos y que ha eliminado la vida de los suelos. Un ejemplo es lo que sucede actualmente en el país, donde más de 200.000 hectáreas de bosque primario desaparecen cada año, debido principalmente a la expansión de los monocultivos de soja transgénica.
La transgenetización ha sido un actor fundamental en la histórica lucha de los pueblos por la soberanía alimentaria. La ingeniería química en los procesos de modificación del ADN de las especies es defendido y promovido por los mismos dueños de multinacionales y por la pauta publicitaria que invierten en medios de comunicación masivos. Prácticamente, todos los cultivos transgénicos en el mundo están en manos de pocas empresas transnacionales. Son Monsanto (Bayer), Syngenta (Novartis + AstraZeneca), Dupont, y Dow. La primera controla más de 90% de las ventas de agrotransgénicos. Las mismas empresas controlan la venta de semillas y son las mayores productoras de agrotóxicos. Aceptar la producción de transgénicos significa entregar a los agricultores, de manos atadas, a las pocas transnacionales que dominan el negocio y enajenar la soberanía alimentaria de los países. De esta forma, lo natural se va deshaciendo en el tejido mercantilista neoliberal.
El dominio del territorio discursivo ha representado una victoria ideológica. No solo desde la pauta publicitaria, sino desde la producción misma de conocimiento. En Argentina, así como en el resto del mundo, Syngenta promueve un proyecto llamado “Sembrando Conciencia”, el cual se propone, a través de capacitaciones a profesionales y cursos a niños y niñas en colegios, “aumentar la productividad de los suelos de manera ambiental y socialmente sustentable, a través de Programas de Capacitación sobre conservación del suelo, la biodiversidad y la salud de los trabajadores y el ambiente”. El comunicado también expresa que el programa “está conformado por un pack de recursos educativos que se usan durante las jornadas de capacitación ofrecidas por técnicos expertos de distintos Organismos y por líderes de Syngenta”.
Sin embargo, no tiene nada de “buenas prácticas” una producción que no aporte a la sustentabilidad de los suelos, del ambiente y a la diversidad de las especies. La mayor evaluación de la agricultura mundial realizada hasta la fecha tuvo que ver con un proyecto desarrollado por la ONU, la FAO, el Banco Mundial y otras agencias, junto a más de 400 científicos, y allí se concluyó que hay que apostar por métodos agrícolas biológicamente diversos y los cultivos transgénicos no desempeñan un papel relevante en la búsqueda de la sostenibilidad. Por otro lado, la alternativa, siempre presentes por parte de organismos como la UTT, es la producción agroecológica, es decir, de vinculación natural, equilibrada y sustentable con el ambiente y el entorno.
Por último, es necesario volver sobre lo que representa la soberanía alimentaria para los pueblos. Miryam Gorban, Directora de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Escuela de Nutrición de la Facultad de Medicina de la UBA, sostiene que “la alternativa agroecológica es la alternativa, puesto que de no modificarse el esquema actual, la humanidad no tiene salida”. Gorban fue clave para la introducción del concepto de “Soberanía Alimentaria”, el cual reivindica el derecho de las comunidades a decidir sobre su alimentación. “La comida no puede ser una mercancía” es una consigna que se tuvo presente en la Cumbre de Alimentación de Roma en 1996: “Ganancias para pocos o alimentos para todos”. De ninguna manera la producción de alimentos por vía de la transgénesis representa la soberanía, puesto que es el deseo empresarial de la ganancia el que se impone al derecho a alimentarse de las poblaciones.
“El problema de la alimentación es un hecho político, y está vinculado a la estructura y al desarrollo capitalista o no de los pueblos”, indicó Gorban, en entrevista con Revista Almagro. El modelo neoliberal de acumulación empresaria reprodujo los estándares de mercantilización. En este caso, la hiperproducción no es igual a alimentación para todos: Cada vez se produce más, para menos personas. La brecha desigualitaria, en calidad de alimentos y en la posibilidad de acceso, es cada vez más grande. Mal alimentados y con pocos derechos, hay que ir hacia la soberanía alimentaria para y por los pueblos.
(*) Columnista de Abramos la Boca / Radio Gráfica.
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