A diferencia de otros procesos liberales y anti industriales de nuestro continente, el problema que afronta Lenin Moreno en Ecuador es que arribó a la presidencia con la promesa de continuar la acción nacional popular generada por Rafael Correa. En ese punto se asemeja más a Carlos Menem que a Mauricio Macri o Jair Bolsonaro. El actual presidente de la conmocionada república tomó empuje en base al éxito de la gestión previa y se comprometió a continuarla.
Por Gabriel Fernández*
El giro fue evidente. Además, con el estilo radicalizado de los conversos persiguió y combatió a quienes le ayudaron a llegar al gobierno ecuatoriano. Como muestras claras de esa combinación de culpa y mezquindad, dos factores: el intento de encarcelar a Correa y la erradicación de la estatua de Néstor Kirchner en la sede de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Sin embargo, las protestas presentes se refieren, con intensidad, a la política económica aplicada.
Si bien el andar desde su asunción en 2017 fomentó la desaceleración económica y el enfriamiento del mercado interno, las decisiones adoptadas en el último mes resultaron decisivas para enervar el carácter popular. Una reforma laboral antiobrera, la caída de aranceles protectores de la industria local, la eliminación de subsidios e incentivos a los productores agropecuarios, el alza de los combustibles y ¡la salida de la Organización de Países Productores de Petróleo! (OPEP) confluyeron para gestar un clima de “Hasta aquí llegamos”.
El retiro de la OPEP es una marca del exceso; en verdad, se trata de una entidad multifacética, a la cual concurren productores de las más diversas orientaciones que sólo coinciden en el resguardo de precios y reservas. En una de las argumentaciones menos sólidas en la historia de las naciones propietarias de materias primas, el gobierno ecuatoriano indicó que la salida tiene por objetivo la “sostenibilidad fiscal” y el alineamiento del sector “con el plan del gobierno nacional de reducción de gasto público y generación de nuevos ingresos”.
La combinación de medidas recesivas originó, como en la Argentina, un desfinanciamiento del Estado que llevó a entablar renovados vínculos con el Fondo Monetario Internacional. La entidad crediticia exigió más ajustes y Lenin Moreno los dispuso. Pero la falta de legitimidad para su aplicación está barriendo con esos anhelos y una buena parte de la población ha puesto al gobierno contra las cuerdas. En una sucesión de luchas que se relanzan de modo persistente, se registró un paro de transportes, una gigantesca movilización campesina e indígena, manifestaciones en todos los distritos y una convocatoria a paro general para este miércoles 9 de Octubre.
Pocas horas atrás, en medio de la hecatombe el ex presidente Rafael Correa señaló que la solución pasa por una nueva convocatoria a elecciones que permita, sin restricciones, la decisión popular sobre qué tipo de gobierno desea promover. Quien fuera uno de los lanzadores del Unasur lo explicó con claridad: “Es una situación muy parecida a la que se vive en la Argentina. Vienen entreguistas y destruyen lo que con tanto esfuerzo se ha construido”, dijo. Pero destacó una diferencia: “los argentinos sabían que votaban a la derecha con Macri” y Moreno “es un traidor”.
Si rastreamos en la historia reciente de la nación ecuatoriana, veremos que existe un hilván que permite atisbar el sentido del comportamiento social ante las dificultades. En el 2002 Lucio Edwin Gutiérrez fue ungido representante de la vasta coalición de trabajadores blancos, campesinos, indios y militares que exigió una transformación de fondo. Cuando defeccionó, en 2005, fue derribado por esa misma fuerza que, en vez de disolverse faccionalmente se fortaleció, dejó de lado a Gutiérrez y escogió a Correa para persistir con sus banderas.
De su gran gestión, a Correa sólo se le puede recriminar equivocaciones en la selección de colaboradores. Esta falencia, que lo emparenta con el camino argentino, se evidenció en la designación como vicepresidente y luego candidato a titular del Poder Ejecutivo, de Lenin Moreno. De hecho el líder popular fue el principal activo de la campaña que derivó en la actual presidencia. Y, como se sabe en materia política, el concepto de “traidor” hace agua por varios lados: denota la estrechez moral del desertor pero también la falta de perspicacia de quien lo ha entronizado.
Por estas horas Ecuador es un maelstrom. Escuelas sin clases, carreteras cortadas, marchas hacia Quito, actos en las zonas serranas; como contracara, estado de excepción, represión, persecuciones y un hipócrita llamado oficial al “diálogo”. El centro histórico de la capital está militarizado, se registran 477 detenidos a nivel nacional y encima, frente a estos desajustes, el FMI duda sobre si seguir asistiendo al país desmadrado. Es probable que con el paro general del 9, que se prevé extenso y sin horizonte de cierre, la idea promovida por Correa tenga plasmación en los meses venideros.
Es visible que el 2020 será distinto para América latina. Ahí se entienden los apurones para hostigar gobiernos constitucionales y populares. Colombia, aliado de la OTAN y del sector financiero belicista de los Estados Unidos, se las verá en figurillas para incidir en toda la región. El panorama sureño será distinto, con una Argentina reconfigurada –y todo lo que ello implica por peso específico-, con un Brasil que refrendará su perfil industrial y con una Bolivia operando como faro. Entre otros datos vinculados a la Multipolaridad.
De todas las experiencias surgen enseñanzas. Vale en este caso realzar la del pueblo ecuatoriano: si los dirigentes defeccionan, la coalición social se mantiene. Un mensaje relevante.
(*) Área Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal
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