Por Gabriel Fernández *
El gobierno de los Estados Unidos recibió un mapa en movimiento sobre el Golfo Pérsico. Todas las acciones de Donald Trump han estado destinadas a afrontar las situaciones según las posibilidades prácticas de su país, dejando de lado la ficción de hallarse en condiciones de intervenir con poderío vencedor en cualquier circunstancia.
El debilitamiento de Arabia Saudita es progresivo y, entre otras cosas, tiene relación con el esfuerzo singular solicitado durante la gestión demócrata para realizar dumping sobre los precios del crudo y así debilitar a los grandes productores con posturas políticas contrastantes. También, con la vetusta organización política interna monárquica. Y claro, con el entorno mundial.
Arabia Saudita, de común acuerdo con aquellos Estados Unidos, se lanzó a la aventura yemení provocando un crimen masivo y generando un realineamiento en las fuerzas regionales. No sólo Irán respalda a los huties, sino que los Emiratos Arabes Unidos y Qatar se han alejado de la coalición saudí.
No se trata de la veta humanística de emires y qataríes: ante la decadencia de Riad, ambas naciones han entablado en los años recientes vínculos otrora inimaginables con Irán. Esto tiene varios motivos: por un lado el país persa es institucionalmente lozano y vigoroso (confiable), y además tiene petróleo y una industria creciente. Al mismo tiempo, opera como puerta.
Hacia dónde: puerta al diálogo con China, portadora de un sustento financiero que el absurdo toma sin daca occidental niega mientras declama, y con Rusia, que tiene poder económico militar como para apaciguar los ánimos belicistas que surjan en la región. EAU y Qatar están construyendo una alianza con Irán, Siria, Líbano, China y Rusia que origina una nueva verdad en derredor al Golfo.
En ese marco, la decisión norteamericana de correrse de los litigios internacionales la ha llevado a respaldar a todos los contendientes en Yemen, situación que concluirá en breve lapso, a atenuar la relación con Arabia Saudita y a deteriorar la hegemonía nazi en el gobierno israelí. Esto es lo que, si leemos el interlineado de medios adocenados, puede hallarse en el sinceramiento de ANSA:
“Arabia Saudita no puede permitirse una guerra abierta con Irán en el contexto regional actual”. Y si Arabia Saudita no puede, añadimos, ¿porqué los Estados Unidos del león herbívoro se lanzarían a una confrontación que los haría morder el polvo ante todos los países antes citados? Fíjese lector inteligente que no repite consignas: con esta sencilla fórmula, el PBI norteamericano, crece.
Pero cuál es la fórmula: bueno, evitar el desangre económico que implican las aventuras bélicas por todo el planeta, gritar mucho para hacer valer la historia de mandamás mundial, y abocarse a la reconstrucción de una industria hasta hace cuatro años devastada por la combinación del macartismo –antipolítica- y la hegemonía del capital financiero.
Como toda situación tensa y como todo cambio de época, lo acaecido en las semanas recientes motivó dos emergentes epidérmicos: la desesperación de los que caen y el buen humor de los que suben. Los protagonistas, claramente, han sido Arabia Saudita por un lado y Rusia, por el otro.
Los pobres ricos saudíes señalaron que el ataque con drones (ocurrido tras el despido de John Bolton del área de Seguridad Nacional) “no fueron sólo contra Arabia Saudita sino contra todo el mundo” por lo cual “se debe formar una alianza global contra Irán”. Una verdadera tontería pues quién va a meter sus narices allí para defender al alicaído y monstruoso régimen saudí.
El sagaz Vladimir Putin se burló de los sistemas de defensa árabes y le dijo a los jeques que para vivir tranquilos deben adquirir el sistema de misiles antiaéreos elaborado por Rusia “como el que cuenta Irán, un S-400”. Frente a la convocatoria a un frente mundial anti persa, el líder recientemente refrendado en elecciones alardeó de su tecnología dispuesta para proteger a Irán.
Trump no sólo genera desesperación en la monarquía, sino también en los medios que deben demostrar que la Multipolaridad está compuesta por asesinos que violan los derechos humanos, mientras proponen sumir al mundo en una guerra global. En ese vergonzoso lugar se hallan The New York Times, la CNN, El País, La Nación, Clarín, y tantos voceros de la muerte.
Pero vamos al germen de sus lineamientos. Veamos AFP, por ejemplo. La agencia difusora de causas humanitarias que asolaron pueblos y naciones sostuvo hace pocas horas que “Trump se enfrenta otra vez a su viejo dilema. La retórica incendiaria del republicano en redes sociales exacerba los ánimos, pero nunca cumple sus amenazas”.
Qué triste para AFP: con este cracker ¡nunca una buena guerra en toda la línea, como la de Irak, con miles y miles de muertos! Demás está decir que los redactores y los editores de esos medios no se hacen cargo del baño de sangre que implicaría una contienda integral en el Golfo Pérsico. Pero si un morocho argentino sacude un bombo para exigir asistencia social, le llaman violento y populista sin más ni más.
Lo que sucede en el Golfo Pérsico es la evidencia más clara del despliegue multipolar. Sin embargo, una vez que se pasa la página de los medios tradicionales, algún asombro hemos de guardar para aquellos que bien podrían celebrar el proceso en marcha y reproducen conceptos apenas reformulados con un puñado de adjetivos.
Es imposible hallar en la prensa alterna, izquierdista, nacional popular o anti sistema, narraciones como la presente, con datos concretos en mano. De lo acaecido casi todos infieren que Trump está buscando argumentos para atacar (a alguien), y que la política externa norteamericana es la misma de siempre, articulada sobre el bombardeo y la invasión.
No logran explicar por qué, económicamente, eso beneficiaría a los Estados Unidos y cuál sería el sentido geo estratégico de colisionar con una alianza euroasiática de mayor volumen que podría reducirlo a cenizas. Es raro hallar tantos analistas que no analizan, pero siguen comandando la versión local de la información internacional.
El brutal guerrerismo que la era Reagan disparó con el programa del Consenso de Washington y culminó –sólo parcialmente, sólo por ahora- con Barack Obama, damnificó las arcas fiscales estadounidenses y bajó la producción industrial a niveles paupérrimos en beneficio de las corporaciones armamentísticas –que se escudan tras la bandera de barras y estrellas por todo el mundo- y sus hermanas financieras mayores.
El actual presidente norteamericano resolvió asumir la jefatura de ese Estado, no del conglomerado que configuraba el suprapoder y había logrado imponer un gobierno fáctico más allá de toda institucionalidad. Este presidente sacó cuentas bastante sencillas sobre ingresos y egresos, disciplinó –por ahora- a la FED, derribó tasas y alzó aranceles, y evitó guerras que hubieran terminado de hundir a su nación.
Como bien dijo Putin ante RT pocos años atrás: “Tenemos que ayudar a los norteamericanos a que comprendan que son una gran nación. Ya no son El Imperio. Son una gran nación y eso es distinto. Les va a costar acostumbrarse, pero tendrán que hacerlo. Vamos a ayudarlos”.
En esa entrevista el jefe de Estado ruso deslizó una sonrisa buena, de esas que surgen cuando los hechos son inevitables.
(*) Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica.
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