Por Leonardo Martín
Es incalculable lo que se habló y escribió acerca de Diego. Las millones de fotos posteadas, los tatuajes, remeras, murales y banderas en donde está presente. Nada detiene la necesidad de seguir haciéndolo. Un amor profundo, inquebrantable y perdurable.
Diego fue un extraordinario jugador de fútbol. Probablemente el mejor de la historia del deporte más maravilloso y popular del universo. Digo probablemente por no decir el mejor. Todo es opinable. Lo que ocurre con Diego es que su estrella va más allá del juego.
Fue talento puro, pincelazos de un arte sublime en el deporte. A ello sumó un carisma descomunal, liderazgo e incorrección.
También fue épica pura. Desde los potreros de Fiorito al mundo. Poner en primer plano a Argentinos Juniors, salir campeón con Boca, un paso por Barcelona donde no terminó de encajar y Nápoli. Capítulo aparte.
Pensemos. Siendo ya uno de los mejores del mundo va a parar a Nápoli, un equipo poco cotizado, fuera del mapa, en el sur de Italia, con un pueblo similar en la desmesura al argentino.
Napoli sale campeón por primera vez con Diego en cancha. La reivindicación de un sur pobre contra el norte rico y racista. Diego no solo que juega de manera extraordinaria, se posiciona como un napolitano más. Es fútbol, pero también una identidad.
Ni hablar del capítulo Selección. Campeón del mundo jugando el Mundial más brillante del que haya memoria. Los dos goles a los ingleses, la maravilla y la picardía con minutos de diferencia. El pase salvador a Burruchaga en la final cuando se quemaban los papeles. Las puteadas a los italianos que lo silbaban en el Mundial 90. Otro pase salvador a Caniggia en un partido sumamente adverso.
A Diego se le abrieron todas las puertas, ganó mucho dinero, pero nunca se olvidó de sus orígenes, nunca fue antipueblo ni se paró por fuera de esa identidad. Podría haberse hecho el boludo, ser una mascota de los poderosos y los sponsors, pero no.
Desafió a la FIFA de Havelange, denostó al Vaticano, a Bush hijo, a los Macri de acá y fue amigo de Fidel y de Chávez. Le puso el cuerpo al No al Alca en la famosa cumbre de 2005 en Mar del Plata. Alguna contradicción en el camino, como todos.
Pero Diego es algo más profundo aún. Es parte de nuestras memorias emocionales, esta incrustado ahí. Una mezcla de admiración, alegrías deportivas que son más que eso, risas por sus frases tremendamente ingeniosas, sus casi muertes, resurrecciones, debilidades y alguna mezquindad por ahí. A Diego se lo ama por toda esa complejidad y por todas esas situaciones donde fue parte de nuestra vida.
¿Fue el más humano de los dioses o el dios más humano? No lo sabemos, si que es parte de cada uno de nosotros. Por eso alzamos una copa, pensamos tres deseos y lo recordamos.
¡Feliz Navidad Maradoniana!
Diego, puede parecer que no, pero te aseguro que seguís entre nosotros y nos morimos de las ganas de saber que dirías en este momento de la Argentina.














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