Por Leonardo Martín
Se cumplen 80 años de una fecha bisagra en la historia argentina. Una multitud vital, bulliciosa y con un enorme grado de consciencia de lo que estaba en juego, se movilizó a Plaza de Mayo para pedir por la liberación de Juan Domingo Perón y la perdurabilidad de ese proyecto político que había comenzado a delinearse desde el 4 de junio de 1943.
El impacto de esa jornada llega hasta el presente, quedó tallado en la historia y en la consciencia popular como el nacimiento formal de un movimiento que sigue siendo central en la vida nacional. También la herramienta política en la que amplios sectores de la sociedad argentina depositan sus expectativas para una mejor vida, solo posible en el marco de una patria libre, justa y soberana. Las tres banderas del peronismo.
Desde Radio Gráfica, decidimos publicar una serie de entrevistas y notas escritas por compañeros y compañeras, dirigentes sindicales y políticos, pensadores del campo nacional y popular, periodistas, historiadores y militantes. Un modo de abordar el “hecho maldito” desde diferentes prismas de un movimiento de enorme riqueza en la doctrina y acción política; en acontecimientos históricos y en un colosal despliegue social, educativo, deportivo y cultural. Vamos a ir publicando en las próximos días esas notas y entrevistas.
Volvemos a 1945, un año muy importante en la historia mundial moderna y también para la Argentina por razones particulares. El final de la Segunda Guerra Mundial generó una reconfiguración del mundo, con dos nuevos protagonistas centrales: Estados Unidos y la Unión Soviética, que se reparten las zonas de influencia en el mundo en la Conferencia de Yalta. Para complejizar aún más esos días, Estados Unidos lanza dos bombas atómicas a un Japón ya vencido en el terreno militar. El mundo sale del horror de la Segunda Guerra Mundial, pero ahora con la amenaza de que es posible un holocausto nuclear.
En ese contexto mundial, Perón se consolida a nivel local con un meteórico ascenso. Comienza con el golpe nacionalista del 4 de junio de 1943 que puso fin a la década infame y al sistemático fraude electoral. En una revolución que va cambiando su orientación inicial. El 27 de octubre de ese mismo año, Perón asume como titular del Departamento Nacional de Trabajo, para convertirla en Secretaría el 30 de noviembre. Desde allí comenzaría a desplegar una política obrera y estableciendo relaciones con diferentes actores de la vida nacional.

Nadie la vio venir, Perón va construyendo una poderosa base de sustentación con los trabajadores y sus organizaciones sindicales. Dirime conflictos en favor de los organizaciones obreras, convalida aumentos salariales y convenios colectivos de trabajo, entre otros derechos; dicta la ley de Asociaciones Profesionales que establece el modelo sindical por rama y actividad que se sostiene hasta el día de hoy y el Estatuto del Peón para regularizar y dar derechos a los trabajadores agrarios. Se crean los tribunales de trabajo en 1944 para equilibrar la balanza entre empleadores y empleados.
Como consecuencia de esta política, Perón es forzado a renunciar a sus cargos y es detenido en una decisión impulsada por los sectores conservadores del país, militares y los movimientos de Estados Unidos y su embajador, Spruille Braden, que identifican que Perón no es uno de los suyos, que es necesario aislarlo, desterrarlo y alguno hasta piensa en su eliminación física.
Una masa de laburantes, “descamisados” y “cabecitas negras” salen a la calle de modo visceral, copan la Plaza de Mayo, descansan los pies en las fuentes. La misma plaza del 25 de mayo de 1810, pero el pueblo tiene claro ahora de que se trata. Quiere a Perón, quieren la continuidad de esas políticas.
Llegan trabajadores que dejan sus puestos en las fábricas, en los comercios, en los frigoríficos en una huelga intempestiva, en una jornada desbordante, impulsada desde las bases. Se suben a los trenes, los trolebuses, pueblan las cajas de los camiones y cruzan como pueden el Riachuelo. Llegan desde todos los puntos. Una gesta está en marcha, el pueblo movilizado para el horror de los cajetillas porteños y las damas elegantes. “El aluvión zoologico”, piensan despectivamente.
En pocas semanas, dos grandes plazas prefiguran una Argentina que llega hasta este presente. El 30 de septiembre de 1945 una multitud que mira con desprecio y preocupación los vertiginosos cambios sociales, reclama la renuncia del gobierno militar y pide delegar el poder en la Corte Suprema de Justicia. Es la marcha por la “Constitución y la Libertad“.

El 17 de octubre como respuesta, con el pueblo y sus organizaciones como nuevo actor social que reclama su lugar en la mesa de la vida política nacional. De defensa de lo conquistado y esperanza por el futuro como nunca tuvo el pueblo argentino hasta el momento.
Ahora, ese 17 de octubre no significaría lo que significa, no hubiera perdurado en el tiempo, sin lo que sucedió en la década siguiente que puso en valor esa enorme movilización. Las presidencias de Perón profundizaron la mirada soberana e independencia económica; se sancionó el voto femenino y se promocionó su participación política; se consolidó el modelo sindical y los derechos laborales; se avanzó en la industrialización; se construyeron hospitales, escuelas, centros de turismo, espacios recreativos y deportivos; se atendió la salud de niños y ancianos; se decretó que la universidad sea gratuita y pueda acceder cualquier hijo del pueblo. La planificación con los planes quinquenales para desarrollar las capacidades estratégicas del país y el rol social y reparador de la Fundación Evita. La Constitución de 1949. Argentina pensada como protagonista en el concierto mundial de las naciones.
A ello sumó todo un bagaje doctrinario con conceptos como la comunidad organizada, la tercera posición y una valiosa mirada geopolítica. Le dio cuerpo y espesor doctrinario a la acción política.
El peronismo también atravesado por la pasión y el drama; la llamarada de la figura de Eva Perón y el dolor de su temprana partida con 33 años recién cumplidos; los criminales bombardeos a Plaza de Mayo; el golpe militar; los fusilamientos de 1956; la proscripción y el extremo de que sea delito decir Perón o peronismo; la resistencia peronista; el regreso del líder tras 18 años de exilio; la juventud y la lucha armada de los `70; la Triple A y el golpe y genocidio de la última dictadura cívico militar.
Otra historia se abre con el retorno democrático y la inesperada derrota electoral contra Raúl Alfonsín. Vendrían años de crisis económica; la CGT encabezada por Saúl Ubaldini y los 13 paros nacionales; la irrupción del Peronismo Renovador y la emergente figura de Carlos Menem que llegó a la presidencia con las banderas del peronismo prometiendo salariazo y revolución productiva, pero hizo todo lo contrario. Una etapa oscura sin soberanía política, ni independencia económica ni justicia social. El programa liberal aplicado por un gobierno que llegó desde el peronismo.

Me detengo en el desarrollo. Me sumerjo en la autoreferencia en una historia que es similar a la de muchos. Soy de la generación 2001, que sale al mundo adulto en esa etapa tumultuosa del país. El peronismo de esos días espantaba, no representaba ninguna expectativa positiva. Parecía algo del pasado, materia para los libros de historia. Así lo percibíamos muchos.
La irrupción de Néstor y Cristina Kirchner, un proceso inesperado que retomó las banderas históricas, que le dio nuevamente vida a la política como herramienta de transformación y generó las condiciones para la extensión de la vida útil de un peronismo que no entusiasmaba previo a esa etapa.

Siempre se puede hacer más, pero sin ese proceso probablemente el peronismo fuera cosa de un pasado lejano y no un herramienta política vigente y vital. A muchos, nos llevó a estudiarlo, buscar comprenderlo y entender que su doctrina sigue vigente para encarar los temas del presente. Que sigue representando, con sus vaivenes, la esperanza de un país más justo.
El presente. La reciente decepción con el Frente de Todos que lejos estuvo de cumplir las expectativas que había creado. Una crisis de representación evidente en el último período, pero lejos de ser un movimiento del pasado como bien lo expresaron las recientes elecciones del 7 de septiembre en provincia de Buenos Aires y probablemente ocurra el 26 de octubre.
Lo dieron muerto muchas veces al peronismo, pero allí sigue con sus tensiones, idas y vueltas y dirigencia variopinta, pero vigente al fin de cuentas. Los desafíos del presente, como representar de nuevo a los sectores que dejó de hacerlo, cómo reposicionar a la Argentina en el mundo multipolar, cómo encontrar las herramientas y tener la decisión política para avanzar hacia una patria libre, justa y soberana en tiempos donde está yendo exactamente para el lado contrario.
Se me viene a la cabeza para cerrar una frase que me dijo un viejo militante de la etapa de la resistencia entre risas: “Los peronistas somos como las cucarachas, negros y resistentes”. Peronismo, 80 años. La persistencia de un movimiento de amores y odios profundos, de un subsuelo de la patria sublevada, el hecho maldito y resistente. Mientras en Argentina exista deseos de un país más igualitario y soberano, allí se escuchará el latido del peronismo.














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