Por Rodolfo Pablo Treber *
“Si malo es el gringo que nos compra, peor es el criollo que nos vende”
Arturo Jauretche
Estados Unidos se encuentra en un momento de total declinación y sinceramiento de su derrumbe hegemónico. La intención de volver a esquemas ultra proteccionistas, repatriar capitales y fortalecer el mercado interno, es un hecho elocuente sobre su derrota en el marco de la competencia en los mercados globales a mano de China y el entramado comercial emergente en los BRICS.
La política de aranceles debe ser entendida como una medida defensiva de los Estados Unidos, ante el avance del multipolarismo global. Quien lea esta maniobra táctica como una ofensiva hacia el nuevo mundo económico en formación, se equivoca rotundamente. Al contrario, significará una aceleración inesperada, por cierto, del derrumbe de la hegemonía yanqui, el debilitamiento de su moneda y la desdolarización global.
En el derrotero de su retroceso hegemónico, Estados Unidos busca consolidar su posición dominante en nuestra región y el ocasional gobierno de nuestro país, le flanquea el paso para asegurar el condicionamiento de nuestra economía con mayores niveles de endeudamiento externo y profundización de la subordinación colonial.
En ese marco se inscribe el nuevo acuerdo de “facilidades extendidas” que se anunciara en el día de ayer por parte del Fondo Monetario Internacional y la visita de la semana próxima del representante del Tesoro de Estados Unidos, con potenciales anuncios que robustecerían la injerencia yanqui en nuestra capacidad de producción política y económica.
“Engendro putativo del imperialismo” le llamó Juan Domingo Perón al FMI a poco de su conformación y lo describía en forma que no pierde vigencia y actualidad: “Este fondo, creado según decían para estabilizar y consolidar las monedas del ‘Mundo libre’, no ha hecho sino envilecerlas en la mayor medida. Mientras tanto, los Estados Unidos se encargaban, a través de sus empresas y capitales, de apropiarse de las fuentes de riqueza en todos los países donde los tontos o los cipayos le daban lugar, merced a su dólar ficticiamente valorizado con referencia a las envilecidas monedas de los demás.”
El día de la liberación (de parte del mundo con EEUU)
El gobierno de Trump decidió aplicar aranceles “recíprocos” como medida de proteccionismo a su industria luego de tres décadas, donde su posición dominante de mercado y el nivel de desindustrialización de la periferia, le permitió expandirse globalmente, dominar mercados extranjeros, valiéndose del liberalismo comercial y la política de aranceles bajos o nulos. Este suceso es una muestra clara de que ha encontrado, en el crecimiento de nuevos polos de poder y en sus propios errores geopolíticos, un techo para la aspiración de dominio global en base al imperialismo de mercado y la dependencia financiera generada por inyección de capitales en modo de falsas “inversiones”.
En consecuencia, la única manera para los Estados Unidos de volver a tener un mercado interno fuerte, en crecimiento, y poseer niveles aceptables de empleo dentro de sus fronteras, es desandar sus pasos y volver al proteccionismo. No es una medida alocada, no tiene otra opción.
Así, la política arancelaria buscará repatriar capitales y reforzar la industria local mediante sustitución de importaciones. Es por este motivo que los impuestos más abultados recaen sobre las economías industriales (China 34% y Europa 20%) mientras que para Nuestra América se encuentra en torno al 10% y enfocado en productos puntuales. Para nuestra región, se profundizará el saqueo de materias primas y energía mientras se lleve a cabo el fortalecimiento de la industria yanqui. A pesar de lo que cualquiera podría ver como un beneficio, tener los aranceles más bajos, Nuestra América será la más perjudicada (los países que conserven la subordinación a los designios norteamericanos) en este momento histórico de la economía global.
Otra de las consecuencias inmediatas, y la más importante a nivel geopolítico, será el debilitamiento del dólar entendido como moneda de reserva global. Su pérdida de peso específico para las transacciones comerciales (por los aranceles) provocará una aceleración de la desdolarización global y la profundización de los esquemas de pagos en otras monedas. De igual manera, las reservas de los bancos centrales de los países de todo el mundo buscarán diversificar más su cartera aumentando la misma inercia decadente de la moneda norteamericana.
En cuanto al impacto económico en EEUU de las medidas adoptadas, durante estos días en los medios principales se augura recesión y caída de la actividad generalizada. Estas “noticias” nacen promovidas del esquema de poder financiero que será un afectado central en esta vuelta a la producción real. Contrario a esas opiniones, y análisis comprados, es muy probable que, por consecuencia del proteccionismo, en los próximos años la gestión de Trump ostente índices de mejoría en los segmentos de trabajo e ingresos. En otras palabras, Estados Unidos verá que la aceleración de su declive hegemónico global transitará en paralelo a la mejora de su economía interna.
Entre los riesgos asumidos por los Estados Unidos, este nuevo escenario comercial puede resultar una gran oportunidad para el avance del frente chino ruso en sectores del comercio global en los cuales todavía no había penetrado mayoritariamente. Para aquellos países que comercian con los EEUU, la suba de aranceles se traduce en un encarecimiento de los productos exportables, una presión devaluatoria para su moneda y, por lo tanto, un crecimiento de la inflación en su economía doméstica. Esto, sumado a la pérdida de credibilidad, en los Estados Unidos, por tomar medidas bruscas que modifican el mercado global, habilita una posibilidad de reconfiguración del comercio, donde China y los BRICS pueden sumar preponderancia, y abona a la idea fuertemente promovida por Rusia de negociar en monedas distintas al dólar estadounidense (para evitar los conflictos de las fluctuaciones de las políticas arancelarias).
En cuanto al caso argentino, y teniendo en cuenta que el gobierno local mantiene un lazo de subordinación extrema con la geopolítica norteamericana en una suerte de administración neocolonial, la política arancelaria no afecta directamente a la industria local dado que no le vendemos ningún bien industrial que ellos puedan sustituir. Es este, y no otro, el motivo del bajo arancel para la Argentina y la posibilidad de un pacto de libre comercio.
Aunque desde el gobierno argentino intenten vender como una conquista que no se le cobren aranceles altos, o la idea de alcanzar un tratado de libre comercio, lo estrictamente cierto es que a los Estados Unidos no le interesa cobrárselos. Al contrario, en caso de nulos impuestos, la Argentina se vería altamente perjudicada porque la industria yanqui podría vender cualquier producto, sin pagar impuestos, aniquilando el flaco entramado productivo que nos queda y destruyendo más puestos de trabajo en una suerte de suicidio económico y social.
Finalmente, el esquema de proteccionismo y repatriación de capitales iniciado por Trump, profundiza la decadencia hegemónica norteamericana, abriendo paso a la consolidación de la multipolaridad y el eje Euroasiático como un polo de poder emergente con gran posibilidad de aumentar su incursión en territorios aun dominados por los Estados Unidos. Es un nuevo mundo de oportunidades, pero solo para aquellos que se atrevan a romper las cadenas con el imperio yanqui.
FMI, sinónimo de subordinación política y dependencia económica
El Fondo Monetario Internacional no es una casa de crédito, sino una institución internacional que funciona como regulador de la política monetaria en función de los intereses geopolíticos de los Estados Unidos. Este, y no otro, es el fin y el motivo de la existencia del FMI. Su origen data a fines de la segunda guerra mundial, donde Estados Unidos emergió como el principal acreedor global y precisaba un organismo que perpetúe la dependencia financiera de los países deudores, oriente el crédito internacional e imponga al dólar como moneda global. El FMI nació como una herramienta del imperialismo yanqui y hoy lo sigue siendo.
Por lo tanto, todo acuerdo con ese organismo supone un crédito político, no financiero, con una intervención total sobre las cuestiones del quehacer nacional que determinan el modelo productivo, la emisión de dinero y, por ende, la capacidad de generar empleo y el poder adquisitivo de los salarios.
En otras palabras, al FMI no le interesa, en absoluto, el cobro de intereses ni la renta generada por estos préstamos. El objetivo de los mismos es la intervención política para amoldar el esquema productivo según sus intereses. Es por esto que, a pesar de no pagar ni respetar las condiciones financieras del crédito, una y otra vez, el FMI siempre está dispuesta a renegociar, estirar plazos y hasta agrandar la deuda, en caso de que sea preciso para subordinar al país a sus fines geopolíticos.
Si la memoria reciente no resulta suficiente fundamento, el FMI incorporó a la Argentina como miembro en 1956, durante el gobierno de facto de Aramburu, meses después del miserable bombardeo al pueblo en plaza de Mayo. Desde aquel entonces, su principal objetivo fue promover un cambio de la matriz productiva nacional, con el fin de convertir al país, otrora industrial con empleo mayoritario y gran poder adquisitivo, en netamente agroexportador, con un pueblo desempleado y empobrecido.
Paulatinamente sus objetivos se fueron cumpliendo en función de la complicidad, nivel de subordinación y cipayismo de los gobiernos de turno. El primer crédito se concreta en 1958, bajo la presidencia de Frondizi, con los supuestos de lograr “un plan de estabilidad (ajuste) que termine con la inflación”. Luego de 70 años, no tienen vergüenza en seguir repitiendo las mismas falsas consignas. En realidad, esa primera erogación tenía como fin realizar un ajuste de emisión monetaria, y achicamiento del mercado interno, para frenar el potente y sostenido desarrollo industrial que la Argentina había alcanzado, bajo la economía planificada del Estado, durante los gobiernos de Perón. Comenzaba el plan de primarización de la economía.
Años más tarde, durante los gobiernos de facto José María Guido y Juan Carlos Onganía (1962 y 1968), se extendió el mismo crédito, agrandando la deuda y la dependencia. En 1976, dictadura de Videla, es cuando se profundiza la injerencia del FMI en la política interna y se toman los primeros créditos de alta significancia en cuanto al PBI nacional, 2% (1976 y 1983, Videla y Bignone).
Para 1983, en el retorno del sufragio, la Argentina ya contaba con los resortes estratégicos de su economía en manos de corporaciones privadas y con una dependencia financiera brutal a causa de la deuda externa con el FMI. Desde entonces, bajo una democracia tutelada por el extranjero, el FMI y los Estados Unidos siguieron profundizando su plan de primarización y miseria para la Argentina. El gobierno de Alfonsín renegoció la deuda sin enfrentar al organismo, y los gobiernos de Menem, De la Rúa y Duhalde aumentaron la deuda y, con ella, la extranjerización y primarización de la economía argentina. Poniendo foco en las consecuencias de ese período de profundización del dominio yanqui, y la brutal desindustrialización sufrida, para 1976 la Argentina contaba con el 80% de su población económicamente activa trabajando de manera formal, con un sueldo básico superior a la línea de la pobreza, y para el año 2003 solo el 40% de la PEA tenía empleo formal con un salario básico que ya no garantizaba dejar de ser pobre.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner se puso en discusión la permanencia del cogobierno del FMI en la Argentina, hasta que en el año 2005 se dispone la cancelación de la deuda externa por 9,800 millones de dólares. Como consecuencia directa de esta decisión política, la Argentina tuvo un período de 7 años de crecimiento sostenido y recuperación del empleo. Fue en el 2018 cuando el servil gobierno de Macri – Caputo arrastró a la Argentina nuevamente hacia el FMI con la deuda más grande de la historia del organismo para asegurar la dependencia eterna al mismo (44,000 millones de dólares, 9% del PBI).
De esta manera, y con el nuevo acuerdo de la gestión Milei – Caputo, (ya constituido el máximo ladrón de la historia nacional) la Argentina continua con un derrotero y decadencia que ya lleva 70 años de la mano del FMI y la injerencia del imperialismo yanqui sobre los destinos de nuestra Patria.
Sin lugar a dudas, el Fondo Monetario Internacional es una herramienta del imperialismo y su permanencia significa un ancla para el desarrollo nacional, dado que funciona como un reaseguro de la profundización del modelo producto de economía primarizada, desindustrializada (sin trabajo) y extractivista.
No existe posibilidad alguna de recuperar soberanía y alcanzar la justicia social, sin antes conquistar la independencia económica. La abundante historia, aquí brutalmente resumida, es una muestra de sobra para comprender que los acuerdos con el FMI no constituyen una deuda a honrar, sino una estafa a combatir y rechazar. Expulsar a todo organismo extranjero que se disponga a dirigir nuestra economía es un pilar inevitable de cualquier proyecto político que se pretenda encuadrar como nacional y popular.
Es hora de comprender que con el enemigo no se dialoga, no se negocia, al enemigo se lo combate, se lo enfrenta hasta vencerlo. Que los momentos más ricos de nuestra historia, donde la Patria se hizo grande, fueron en aquellos donde se enfrentó al imperialismo. Negar esto es negar nuestra historia, negar a San Martín, a Rosas, Perón, a nuestros 30,000 compañeros desaparecidos.
Tenemos por delante el gran desafío de construir la organización popular suficiente para expulsar al extranjero y destruir el andamiaje de esta argentina neocolonial. Tenemos el desafío de la liberación nacional, tan vigente como hace más de 200 años.
(*) Analista económico y dirigente de Encuentro Patriótico
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