Por Fernando Gomez *
Javier Milei llegó extasiado a la mansión que ostenta Donald Trump en Palm Beach donde participaría en una conferencia extravagante de antagónicos ideológicos que aducen enrolarse en el conservadurismo, aunque Milei aduce ser el mayor exponente del liberalismo mundial. 25 mil dólares la entrada pagaron los asistentes al encuentro al que Javier Milei llegó bailando entre las mesas, ofreciendo un espectáculo ridículo, vergonzante para cualquier persona atenta a los acontecimientos políticos y extraordinariamente reveladora del estado de salud mental del mandatario.
Minutos después se paró frente a un atril en el que colgaba un cartelito que decía “América First” y lanzó su habitual discurso de profeta delirante para quien aún sigue existiendo el comunismo, en un mondo en el que toda persona que haya agarrado un libro se transforma en socialista, y celebrando una convocatoria alejada de fundaciones y organizaciones civiles norteamericanas “infectadas de socialismo” según dijo a los 25 segundos.
El discurso duró lo que tardaron en cortarlo con un gesto de redondeo. Bajó exultante del atril y buscó seguir exhibiendo su inmadurez intelectual entre los presentes, mientras mendigaba fotos con Trump o alguien parecido a Trump.
En una entrevista reveladora, Milei resaltó luego que tuvo que pellizcarse durante el evento al notar que Silvester Stallone lo conocía. El tono de voz, revelaba que el éxtasis atravesado, había deteriorado aún más su condición.
Finalmente, regresado a la Argentina, se reunió con la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, junto a quien posó tras regalarle un muñeco expresivo de una caricatura suya con una motosierra en la mano.
El personaje que el poder económico convalida como individuo al mando del Poder Ejecutivo Nacional sufre alguna enfermedad mental, la que será abordada en algún momento de su declino político, cuando el saqueo de nuestra Patria requiera de algún administrador más serio de las condiciones coloniales en que se encuentra encerrado el destino de los que pisamos este suelo.
Lo que resulta insoportable de la idiotez del presidente es que el sistema político, tanto en filas oficiales como opositoras, tomó como mecanismo de distracción política fingir sorpresa ante cada estupidez que el personaje realiza, estupor ante cada insulto de los que profiere en entrevistas o por redes sociales a diario; o indignación al límite de la denuncia, ante cada agravio a formalismos de una república ideal que jamás existió.
Si insulta o no insulta periodistas, si exhibe limitaciones intelectuales, si mantiene relaciones pre adolescentes, si agravia a la Justicia, si las corporaciones de la comunicación lo cubren, o aplican una doble vara a la hora de juzgar ética, moral o política, como si la democracia fuera una entelequia objetiva, sacra y carente de injerencias por parte del poder económico.
Mientras eso sucede, la clase política se encierra en sus propias zonceras, y anda entre denuncias y twitazos, diagnosticando superficialidades en un eterno e insportable día de la marmota a la espera que alguien ponga una urna en la escuela, y el azar o el hartazgo social con el personaje de ocasión, hagan girar la timba del sufragio hacia un candidato con el que puedan acomodar sus huesos con mayor comodidad que en la etapa actual.
Y mientras el G20 procesaba tensiones, contradicciones y medía fuerza en el rediseño inevitable del nuevo orden mundial, la clase política argentina transitaba sus días analizando si Milei posaba o no posaba en la foto, o si escondía el video de un cruce con otro mandatoria o lo exhibía para mostrar sus límites.
En el mundo se está gestando un mar de tensiones, mas allá de los estruendos de los cohetes y los temores razonables e irracionales sobre lo que pueda quedar atrás de ésta contienda. Hay una hegemonía en franco declino que no oscila entre la provocación y asume en silencio su reducido ámbito de influencia en que quedó atrapada su prepotencia imperialista.
El discurso de Xi Jinping en Perú, alabando la globalización económica que motoriza la integración de este tiempo junto a Dina Boluarte, responsable directa de los asesinatos de manifestantes que protestaban contra su golpe de estado; el encarcelamiento del presidente que acompañó en la fórmula para instalarse en la estructura de negocios que ofrece la administración de un Estado que hace décadas no es protagonista de la planificación económica del país, son postales de la contradicciones de un tiempo en que se sincroniza con la decisión del poder económico norteamericano al hacerle firmar a un Biden extraviado y agotado mentalmente la autorización a Ucrania para utilizar cohetes de la OTAN contra Rusia, exhibiendo las pretensiones norteamericanas de defender su hegemonía a riesgo de hacer colapsar la propia humanidad.
Afuera de Occidente, que sólo se escucha a sí mismo, se habla de la “mayoría mundial” para graficar todo lo que reclama soberanía frente a los delirios norteamericanos.
Y en la Argentina gobernada por un débil mental que reparte muñequitos y pretende subordinar la Nación a las necesidades norteamericanas y las pretensiones guerreristas de Netanyahu en Israel, debiera estar gestándose un nacionalismo a la altura del mar de tensiones que se están sustanciando en el planeta que habitamos.
Por fuera del pensamiento único
“El antiguo orden mundial está desapareciendo de manera irreversible, en realidad ya ha desaparecido, y se está desarrollando una lucha seria e irreconciliable por el desarrollo de un nuevo orden mundial. Es irreconciliable, sobre todo, porque no se trata ni siquiera de una lucha por el poder o la influencia geopolítica. Es un choque de los mismos principios que fundamentarán las relaciones entre los países y los pueblos en la próxima etapa histórica. De su resultado dependerá si seremos capaces, mediante esfuerzos conjuntos, de construir un mundo que permita a todas las naciones desarrollarse y resolver las contradicciones emergentes sobre la base del respeto mutuo de las culturas y las civilizaciones, sin coerción ni uso de la fuerza. Y, por último, si la sociedad humana será capaz de conservar sus principios éticos humanísticos y si el individuo será capaz de seguir siendo humano”.
Vladimir Putin, con algo mas de aplomo intelectual que la media de nuestro sistema político, sintetizó de esa manera el momento que atravesamos en el mundo durante su participación del tradicional encuentro de debate geopolítico del “Club Valdai”.
Sus palabras tienen relevancia en un tiempo que ubica a Rusia como protagonista ineludible de una disputa evidente por una nueva forma de organizar el mundo.
“Cada vez con más frecuencia, la democracia se interpreta no como el gobierno de la mayoría, sino de la minoría. La democracia tradicional y el gobierno del pueblo se contraponen a una noción abstracta de libertad, en aras de la cual, como sostienen algunos, se pueden ignorar o sacrificar los procedimientos democráticos” sostuvo Putin con absoluta claridad. “El peligro reside en la imposición de ideologías totalitarias y su conversión en la norma, como lo ejemplifica el estado actual del liberalismo occidental. Este liberalismo occidental moderno, en mi opinión, ha degenerado en una intolerancia y una agresión extremas hacia cualquier pensamiento alternativo, soberano e independiente. Hoy, incluso intenta justificar el neonazismo, el terrorismo, el racismo e incluso el genocidio masivo de civiles” señaló con el afán de simplificar los conceptos a través de los cuales se explican con absoluta nitidez la estrategia de Occidente ante su propio colapso.
Por fuera de ese occidente en decadencia, enfermo de liberalismo, hay una mayoría mundial que -con límites y contradicciones- se abalanza para edificar respuestas nacionales a los desafíos de ese mar de tensiones en que se ha transformado la irremediable disputa por un nuevo orden mundial que se está gestando.
El tamaño de esos debates, empequeñece hasta la verguenza la estatura de las tensiones políticas que se expresan en una clase política que sólo piensa en el destino de su propia candidatura, y un activo político que espera que esas candidaturas decanten en posiciones de Estado que le aseguren su propia supervivencia mientras se administra una colonia que jamás se pone en debate, tensión o crisis.
Soberanía
El 20 de noviembre no pasó desapercibido en la Argentina.
Vale recordar que un 20 de Noviembre de 1845, las fuerzas de la Confederación Argentina, conducida en sus relaciones exteriores por el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, el Brigadier General Juan Manuel de Rosas, enfrentó a las dos principales potencias imperialistas de la época: Francia y Gran Bretaña. Estas potencias, que bloqueaban el puerto de Buenos Aires, pretendían imponer la libre navegación de nuestros ríos interiores.
La prepotencia imperial remontó el rio Paraná en naves de guerra y barcos mercantiles. Las fuerzas de la Confederación comandadas por el General Lucio Mansilla, en un recodo de ese río, cercano a la localidad de San Pedro, colocaron barcas enlazadas por cadenas y dispusieron unos cuantos cañones para dar batalla. Y la dieron.
El 20 de noviembre, pero de 2024, el gobierno nacional anunció la convocatoria a licitación internacional para los servicios de dragado y balizamiento en la “Vía Navegable Fluvial”; el río Paraná. Nuevamente, la mal llamada “hidrovía” sería entregada al capital privado por 30 años; cosa que el conglomerado oligopólico agroexportador festeja a cuatro manos. Desde el Ejecutivo Nacional “venden” el anuncio como una “decisión estratégica para el país”. Lo cual es real: es estratégica, pero en perjuicio del país.
Más del 90% del comercio exterior argentino se canaliza por la cuenca del Plata; sumándose el flujo de mercaderías de Paraguay, Bolivia y también Brasil. El proyecto de licitación está ideado para maximizar la rentabilidad de multinacionales y excluye a las provincias ribereñas y a la propia Argentina del control político y económico de su comercio exterior.
Como decíamos en un principio, el 20 de noviembre -entonces- no pasó desapercibido. Una nueva derrota se inscribió en nuestro derrotero de la historia. Una vez más.
Porque, vale decirlo, aquel noviembre de 1845, las defensas de nuestros patriotas, no fueron invencibles para las fuerzas imperialistas, que lograron atravesar los obstáculos y causar severos daños a las fuerzas armadas no profesionalizadas que se plantaron en resistencia. Fue una derrota.
Sin embargo, para los ingleses y franceses, esta victoria no significó la apertura de nuestro territorio a su voluntad de libre comercio y colocación de mercaderías manufacturadas arruinando nuestra propia industria local de las provincias interiores, porque el alto costo político y militar de la pretendida apertura hizo que fuera económicamente inviable.
Y para nosotros, fue un aprendizaje sobre la importancia de zanjar disputas intestinas ante la amenaza nacional que implica la apetencia de las potencias imperialistas sobre nuestros recursos estratégicos.
Sin lugar a dudas, de la derrota se aprende.
Este tiempo, marcado por una derrota estratégica para el nacionalismo popular en nuestra tierra, requiere del debate profundo y necesario para que no sea en vano, y ser capaces -una vez más- de encauzar nuestra voluntad política hacia un destino inevitable de liberación nacional.
(*) Editor de InfoNativa. Vicepresidente de la Federación de Diarios y Comunicadores de la República Argentina (FADICCRA). Ex Director de la Revista Oveja Negra. Militante peronista. Abogado.
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