Por Gabriel Fernández *
Es importante precaverse de la confusión suscitada por los diagnósticos que se imbrican con los planes a seguir. La disposición de una línea de acción no implica su cumplimiento. Al mismo tiempo, es preciso aprehender integralmente la realidad para delinear cuadros de situación certeros. Así, los esbozos de futuro podrán encabalgarse armoniosamente con el proceso mismo.
Los acontecimientos en desarrollo muestran la capacidad de aprendizaje de algunos pueblos y las encerronas históricas en las que caen otros. Si la voluntad y el espíritu contribuyen a forjar el devenir, es indudable, también resulta preciso contar con una realidad que sintonice. La coalición BRICS +, tras Kazán, está demostrando que se desliza en una combinación de elementos favorables. Sin embargo, desconocer las dificultades puede originar un cisne que solo podrá ser explicado luego de la sorpresa.
Como usted sabe, lector, cuando implosionó la Unión Soviética nadie observó los indicadores norteamericanos. Todos los analistas y todos los funcionarios de Relaciones Internacionales enfocaron los dilemas del bloque rojo. Pero una mirada atenta habría evidenciado que la caída productiva de los Estados Unidos estaba comenzando.
El socialismo real se había burocratizado, su andar cansino no convencía a los pueblos y las banderas se cristalizaban. Su derrumbe pareció una catástrofe -en cierto modo, lo fue-; exigió a los protagonistas de esa gran gesta para efectuar búsquedas afanosas.
El vigor de la Revolución solo se opacó un rato; su sentido profundo siguió latiendo aún cuando resultó ostensible que las modalidades organizativas debían ser transformadas. Los variados pueblos y estados tardaron apenas una década en elaborar una salida, una construcción adecuada a los nuevos tiempos, a las nuevas tecnologías. Se asentaron en la necesidad de integrar, dejando de lado las tendencias excluyentes que los caracterizaron.
Entre otros, Alemania lo comprendió y se puso en marcha. A India le costó más, pero también resolvió su vía de avance. Rusia y China, seguramente, fueron quienes más aprendieron, tras esos años 90 tan traumáticos, de lo ocurrido. Asia en general, Irán puntualmente, denotaron una fina combinación entre acción y filosofía.
América latina, controlada por sectores internos ligados al Norte, inició un complicado sendero de confluencia independiente –Mercosur gestado en los tiempos grises, Unasur, una Celac recompuesta-. Como tenía que ser, la Argentina resultó vanguardia al quebrar el neoliberalismo en diciembre del 2001 y proclamar -un tanto balbuceante, pero al mismo tiempo estentórea- que la Comunidad Organizada podía relevar modelos férreos y, por tanto, poco maleables.
Los Estados Unidos y sus principales aliados europeos fueron dejando de lado la evaluación del proceso y adoptaron como ejes de diagnóstico la propaganda de los medios que generaron y sostuvieron. Aunque parezca extraño, aunque en verdad lo sea, eso es lo que pasó, y aún sucede.
Esto explica parcialmente la capacidad norteamericana para insertarse en luchas que no puede ganar. La más reciente, Ucrania, no debería hacernos olvidar otras, como Afganistán. A no olvidar que por estas horas Irak es esencial para el Eje de la Resistencia … ¡pese a haber padecido dos brutales invasiones!
Pero claro, la narración mediática, expandida a través de las redes, no admite el concepto de derrota.
En ese problema informativo cabe añadir aquello que solo el Financial Times, dentro de los medios occidentales, ha admitido: Pocos en Occidente creen en la propaganda occidental. Por ejemplo, a quién se le ocurre suponer que los litigios en Ucrania y en Palestina tienen como objetivo imponer la democracia.
Durante todos estos años, el gran capital financiero se ha empeñado en diseminar un modelo acumulativo perjudicial para las economías de las naciones -ajenas aunque también propias como aquí se demostró concepto desterritorialización mediante-, pero también una propaganda diseñada para difundir un programa exactamente opuesto.
No podía perdurar. El borde apropiado de la realidad gestó la Organización de Cooperación de Shanghai, los BRICS +, varias entidades adecuadas a los nuevos tiempos, y orientó a tantos países en dirección multipolar para zafar del hundimiento e intentar avanzar a todo vapor.
¿Cómo resultó esto posible? Por un lado, están los hechos económicos. La crisis financiera llevó a los megabancos a forzar salvatajes que iniciaron la nueva era de ruina para los estados. Lo hicieron con los periféricos, expandieron el esquema sobre los centrales.
Por otro, la prédica. Construyeron un sentido común basado en asertos demagógicos contundentes y lo lanzaron a los cuatro vientos.
La vulgaridad de quien gana lo merece, los llevó a aceptar gobiernos configurados por un funcionariado de baja formación pero intrepidez para acomodarse. En línea, las corporaciones que fueron penetrando esas administraciones no merecieron objeción moral, por los mismos motivos.
Se extendió, sobre todo en los Estados Unidos, la idea de aquél que sabe construir una fortuna -los grandes financistas, por caso- no pueden ser objetados por políticos de clase media que, al no amasar beneficios, dan cuenta de su inferioridad. Las corporaciones intensificaron la evasión impositiva y generaron paraísos fiscales hasta en distritos ayer productivos.
La ética del trabajo y el valor de la ayuda hacia la comunidad fueron decreciendo. El impacto resultó contundente, pues esos habían sido los pilares políticos y psicológicos que impulsaron el desarrollo industrial de las naciones más poderosas.
Los subdesarrollados que habían sido hondamente damnificados durante buena parte del siglo XX, no volvieron a caer en la trampa (salvo la Argentina, necesario es admitirlo). Muchos afirmaron la presencia de sus estados, absorbieron las nuevas tecnologías, brindaron amparo a las inversiones productivas, limitaron la acción de los capitales rentísticos, y empezaron a asociarse.
China y Rusia percibieron el soleado horizonte y plantearon los nuevos vínculos tomando en cuenta los intereses propios, pero brindando especial atención a los de sus amistades. Ya no impondrían esquemas sugiriendo que sus comités centrales resultaban fuente de toda razón y justicia.
El presidente chino, Xi Jingpin, apuntó que los norteamericanos debían proceder según los datos objetivos de la vida internacional. Es decir, tenían que ocupar el lugar justo dado su volumen real. La idea fue completada por su colega ruso, Vladimir Putin, quien ilustró con sencillez escolar la cuestión: debemos ayudar a los Estados Unidos a comprender que son una gran nación, no El Imperio.
Ahora se abre un nuevo gran gran juego. Quien suponga que el decurso ha concluido no sospecha la cantidad de problemas que acechan a la Multipolaridad. Los logros recientes han sido extraordinarios y el centro occidental ha quedado debilitado aunque -bueno es recordarlo- repleto de misiles.
Davos, por así decir, sigue regenteando el mundo que declama capitalismo y se opone enérgicamente a su desarrollo. Sus referencias se tapan los oídos y cubren sus ojos, porque la lógica acumulativa de las empresas no admite modificaciones contemplativas en busca de acuerdos.
La lucha inter sistémica ha resultado tan o más feroz que la desatada, décadas atrás, entre sistemas de producción.
Pero así están las cosas. Los emergentes tendrán que afrontar el desafío de seguir creciendo y no ceder a la lógica de anular zonas productivas en beneficio de engañosos programas de austeridad. La experiencia aquí narrada sirve para comprender que el capital financiero sabe reptar dentro de las potencias industriales.
También, deberán estudiar a fondo y dialogar sin tapujos sobre Asia Occidental, los Balcanes, el Pacífico, el rol de nuevos y borrosos colaboradores como Turquía, Arabia Saudita, Emiratos Árabes, la relación a futuro de China e India -para nada resuelta con un apretón de manos entre Xi y Narendra Modi-, los armamentos, la energía, la moneda, la oferta concreta que se planteará al Sur de América para forjar un viraje, entre otros temas, demasiado espinosos cada uno.
Asimismo, tendrán que resolver la orientación del empleo de las nuevas tecnologías, incluyendo los super semiconductores y la Inteligencia Artificial. Terraformar, antes que sea tarde.
Y evaluar con detenimiento el futuro del mundo del trabajo.
Es que el desarrollo industrial con esplendentes maquinarias que todo lo pueden, contiene una tentación infernal cuyo resultado puede ser el desplazamiento del ser humano a la hora de plantear el quehacer cotidiano.
Venga, tiempo del mate.
Antes del cierre, un desafío, de yapa: Alemania y Rusia son complementarias. Pero los antecedentes de acuerdo y ruptura resultan preocupantes. ¿Cuál es el factor que impide la consolidación de pactos de fondo a mediano plazo? Esa dupla es tan importante para el planeta que su vínculo no puede quedar solo en manos de sus estados. Vale repasar desde Barbarroja al Nord Stream.
Y un añadido para argentinos: Si no relanzamos una filosofía nacional asentada en nuestra historia y combinada con los nuevos desafíos, será imposible traspasar las puertas hacia el futuro que ya se están abriendo. Este panorama, aunque tiene un factor económico indudable, no se resuelve con un puñado de medidas acertadas.
Se necesita movilizar la mente y el corazón de este pueblo para lanzar un proceso de transformación profundo.
- Area Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal
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