Por Daniela D’Ambra*
Desde antes de su asunción como presidente, Javier Milei nos ha ido acostumbrando a escuchar algunas referencias que desconciertan por su falta de relación con la actualidad. Tal vez la más resonante sea la acusación de “comunista” o “soviético” a cualquiera que no tolere medidas de ajuste sobre el pueblo. De más está decir que a pesar de lo risueño que pueda resultar, hay detrás una búsqueda de construcción de sentido. Una manera de mirarnos a nosotros mismos en el contexto mundial.
Para no dejar dudas al respecto, la ministra de seguridad, Patricia Bullrich, hizo declaraciones esclarecedoras, refiriéndose a la posición argentina en el conflicto entre Israel e Irán (en el medio del genocidio que Israel continúa perpetrando en Palestina). Señala Bullrich: “Estamos con Israel, con Europa y con el mundo occidental por convicción, porque creemos en la filosofía de la democracia, de los derechos humanos y los países libres” (Entrevista a La Nación+, 16/04/2024).
Las palabras que se usan tienen que ser llenadas de contenido. No basta con hablar de democracia para estar defendiendo al pueblo argentino del “totalitarismo” o del “autoritarismo”. La “democracia liberal”, que es lo que está en la palestra hoy en día, prioriza una institucionalidad controlada por el poder económico por sobre el bienestar del pueblo y la soberanía de la Nación. Lo mismo podríamos decir del concepto de “pueblos libres y occidentales”: a la libertad la han usado de bandera gobiernos asesinos refiriéndose a un mundo en el que lo que se busca es eliminar los espacios de representación popular. “Libertad” contra la “tiranía de las mayorías”. Y por sobre todas las cosas, los paladines de la libertad fueron los Estados Unidos, que desde su construcción como Estado Nación expansionista se proclamaron como gendarmes de la democracia, la forma de vida occidental y la libertad en todo el mundo
Ya lo decía Teodoro Roosevelt: “Todo país cuyo pueblo se conduzca bien puede contar con nuestra cordial amistad. Si una nación demuestra que sabe actuar con una eficiencia y una decencia razonable en sus asuntos sociales y políticos, si mantiene el orden y paga sus obligaciones, no necesita temer interferencia alguna de parte de los Estados Unidos. Un mal comportamiento crónico o una impotencia que resulte en un aflojamiento general de los lazos de la sociedad civilizada, puede en América, como en cualquier sitio, requerir a la postre la intervención de una nación civilizada, y en el Hemisferio Occidental la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede forzar a los Estados Unidos, aún a su pesar, en casos de mala conducta o impotencia, su ejercicio de poder de policía internacional” (Discurso del Estado de la Unión, 06/12/1904).
La recuperación del vocabulario de principios del siglo XX y en particular de la Guerra Fría merecería un análisis en sí mismo. Baste decir que una de las razones que justifican su utilización es la necesidad de argumentar un alineamiento con Estados Unidos y a la vez negar más de cien años de tradición en política exterior argentina. Por lo menos desde la Doctrina Drago (1902), la política de no alineamiento, no intervención y autodeterminación de los pueblos (que derivó por ejemplo en la posición de neutralidad en las dos guerras mundiales) es lo más cercano que tenemos a un consenso nacional. Gobiernos de los más diversos signos políticos la sostuvieron. Tal vez hay quien piensa que hoy no tenemos alternativa. Tal vez alguien crea que la otra frase de Bullrich en esa misma entrevista tiene fundamento histórico: “Cuando históricamente estuvimos ahí, declarando la guerra tres días antes de que termine la Segunda Guerra Mundial, Argentina entró en una situación de crisis y aislamiento muy profundo”. Valga entonces un caso histórico del que poco se sabe para ver que pasó esos años posteriores y qué implicancias puede tener la participación popular en la construcción de una política exterior soberana e independiente.
La política exterior en los años del peronismo
Después de la Segunda Guerra Mundial, en Argentina vivimos los dos primeros gobiernos peronistas, interrumpidos en 1955 por un golpe de Estado acompañado por EE.UU.. Estos gobiernos no solo implicaron propuestas de transformación local, sino también de una política internacional que respondiera a las necesidades nacionales. La misma, además de verse reflejada en el posicionamiento geopolítico de la Tercera Posición y una búsqueda de acuerdo entre Estados (el frustrado ABC, entre Argentina, Brasil y Chile), se expresó a su vez en dos instancias en la que la participación de trabajadores y trabajadoras fue fundamental: el programa de Agregados Obreros y la Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas (ATLAS). No podremos analizar aquí en profundidad ambas experiencias, pero nos interesa presentar algunas características de lo que fue un momento excepcional de participación popular en el Servicio Exterior de nuestro país.
El programa de Agregados Obreros fue puesto en marcha apenas unas semanas después de que Juan Perón llegó a la presidencia. Perón justificaba este proyecto planteando: “El agregado obrero va hacia esos pueblos a ofrecer nuestra amistad, a corregir el anacronismo de todos los tiempos, cuando las relaciones eran de cancillería a cancillería, de hombre a hombre, o de gobierno a gobierno. Nosotros interpretamos la verdadera amistad de los pueblos cuando hay amor de pueblo a pueblo” (Discurso pronunciado en la entrega de diplomas a los egresados del curso, 18/02/1949). El proyecto tenía como protagonistas a militantes gremiales de base que eran elegidos por sus sindicatos para capacitarse primero y, en algunos casos, sumarse a la representación diplomática argentina en todos los continentes del globo, pero con una presencia particular en América Latina.
Los agregados obreros tenían como tarea hacer propaganda sobre las acciones del gobierno peronista, entrar en vínculo con organizaciones gremiales y trabajadores/as en general y realizar informes sobre la situación de los pueblos en los que entraban en contacto en sus viajes. Articularon con algunas de las organizaciones y referentes políticos que mayor relevancia tendrían en la historia latinoamericana: el MNR en Bolivia, Jorge Eliecer Gaitán y Fidel Castro en Colombia, Ernesto Guevara en Guatemala. Y avanzaron en su tarea aún cuando en algunos momentos entraron en cortocircuito con Perón.
Esta experiencia histórica no solo invita a revisar un caso en el que nuestra política exterior estuvo en la máxima expresión de representación popular, incluso dentro de un cuerpo que tenía y tiene una identidad profundamente aristocrática (cuestión que los agregados obreros vivieron reflejada en el trato despectivo que los funcionarios del servicio exterior le dispensaban). También queremos ver cómo en este contexto, Estados Unidos reaccionó con todas sus fuerzas. Citando las mismas razones perversas que hoy se adjudica como propias nuestra ministra de seguridad.
Bastante presente tenemos al operador político Spruille Braden como organizador de la Unión Democrática y principal hostigador del entonces candidato Juan Perón. Pero poco sabemos de Serafino Romualdi, a la vez referente del sindicalismo norteamericano y funcionario del Departamento de Estados de los EE.UU.. En su cruzada por defender el sindicalismo “libre”, se dedicó a operar por toda América Latina para combatir al comunismo, pero mucho más aún al peronismo, al que veía como una amenaza más tangible y concreta para el avance norteamericano en el continente.
La claridad de sus palabras nos permite eximirnos de mayores descripciones: “El Plan de Perón – el gran proyecto del dictador argentino para dominar América Latina – está siendo seguido con tanta intensidad por los propagandistas argentinos que hay causa real para preocuparse (…) El primer punto en la agenda de Perón es el descrédito de los Estados Unidos a los ojos de los pueblos latinoamericanos, y la negación de nuestra influencia en muchas de las repúblicas latinoamericanas” (artículo en The New Leader, 29/09/1952). Romualdi también se refería al “sindicalismo libre y democrático de la infeliz argentina” (contenido en la COASI, organización que carecía de representatividad) como reflejo de una alianza necesaria con Estados Unidos para luchar contra el “totalitarismo”.
Con el recrudecimiento de la Guerra Fría, se hizo necesario repensar la forma en la que esa estrategia podría desplegarse. Desde Argentina, se transformó oficialmente el rol de los agregados obreros, acercándolos más a las formalidades burocráticas del personal de las embajadas, de modo de evitar acrecentar los roces con Estados Unidos, que se cernía de una manera mucho más agresiva sobre la región. Muchos de ellos continuaron articulando como hacían hasta el momento desoyendo las indicaciones oficiales. La acción más destacable probablemente sea la de Alberto Viale, agregado en Guatemala, que con la colaboración de Ernesto Guevara se ocupó de asilar militantes perseguidos en la Embajada Argentina luego del golpe de Estado de 1954.
Fue la ATLAS la que quedó con la potestad de crear un gran movimiento sindical latinoamericano que pudiera concretar una opción “nacional e independiente”, mientras EE.UU. y la URSS se disputaban el mundo. La ATLAS fue otra gran expresión de lo que defendía la posición argentina en este contexto: el no alineamiento, la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. Además entendiendo los intereses “nacionales” como los de América Latina en su conjunto. En ese sentido apoyó la Revolución Boliviana de 1952, la Reforma Agraria guatemalteca de 1953, la intención panameña de revisar el Acuerdo de la Zona del Canal, la independencia de Puerto Rico y el reclamo por las Islas Malvinas.
A modo de cierre
La ATLAS tal vez llegó demasiado tarde como para conformar una fuerza que perdurara en el tiempo y su dependencia de la CGT argentina la debilitó hasta hacerla inocua y desaparecer después del golpe de Estado en Argentina en 1955. El programa de Agregados Obreros se vació de contenido y aunque su figura siguió existiendo, se discontinuó su implementación. Si bien estamos presentando un caso histórico que no tuvo parangón en la historia argentina, la relevancia de su experiencia nos habla de las múltiples formas en las que la política nacional puede interactuar con otras naciones del mundo. La participación popular es un eje fundamental para pensar una política interior y exterior soberana y aún cuando no se haya logrado replicar en otros momentos históricos no quiere decir que la tradición que estos representantes y organizaciones defendieron sea menos auténtica o propia de nuestra identidad nacional. Cada vez que Argentina se involucró en conflictos de otras latitudes o que se alineó con potencias imperiales para escudar a gobiernos antipopulares, pagó con vidas inocentes las consecuencias de su posicionamiento. Al revés de lo que nuestro actual gobierno plantea, podemos cerrar diciendo que Argentina llama a la paz, a la defensa de los derechos humanos, a la autodeterminación de los pueblos, a su independencia y soberanía. Estas últimas palabras particularmente ausentes en los discursos oficiales. Pero de eso se compone realmente la libertad. Solo así podremos ser un pueblo libre.
*Docente-investigadora e integrante del CEIL Manuel Ugarte de la UNLa.
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