Por David Acuña *
Hace 40 años que asistimos a la operación política-ideológica por la cual se ha homologado “sufragio electoral” con “democracia”. Para quien escribe, la sustancia de la democracia no parte ni se agota en los mecanismos de decisión por el cual se eligen autoridades gubernamentales, sino en el ejercicio del poder popular que sustancie bajo cualquier medio aquel apotegma de que “La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”.
Ante esto, nos cabe hacernos la pregunta, ¿qué o quienes son el pueblo? El concepto de pueblo es fundamentalmente una categoría política, y como tal, está ligada a la cuestión del poder. El mismo remite al bloque social de los oprimidos y excluidos por un sistema político-económico-cultural, es decir trasciende al concepto de clase o ciudadano, a los cuales engloba, por cierto.
Por eso Fidel Castro puede decir: “Cuando hablamos de pueblo no entendemos por tal a los sectores acomodados y conservadores de la nación, a los que viene bien cualquier régimen de opresión, cualquier dictadura, cualquier despotismo, postrándose ante el amo de turno hasta romperse la frente contra el suelo. Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma, hasta la última gota de sangre”. Evita también es clara al respecto: “yo saldré con los descamisados de la patria, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista. Porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora, porque nosotros no nos vamos a dejar explotar jamás por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven a sus amos de las metrópolis extranjeras; entregan al pueblo de su patria con la misma tranquilidad con que han vendido el país y sus conciencias… No hay grandeza de la Patria a base del dolor del pueblo, sino a base de la felicidad del pueblo trabajador… nosotros somos el pueblo y yo sé que estando el pueblo alerta somos invencibles porque somos la patria misma”. Siguiendo los razonamientos de Fidel Castro y Eva Duarte podemos sostener que pueblo es aquel sector de la patria que lucha contra la explotación interna y la dominación externa, pero que además tiene un proyecto político alternativo que ofrecer: “ansias ancestrales de justicia”.
Volviendo a la cuestión de los “40 años”, en una nota pasada del 18/11 sostuvimos que “En 1983 no se reinició el proceso político, cultural, económico y social derrocado en 1955. Tampoco se retomó el modelo de desarrollo propuesto por Perón en 1974. Y mucho menos se quiso, aunque sea, reconocer los caminos de la utopía revolucionaria de una plural generación setentista que englobaba en la palabra “socialismo” (nacional, internacional, indoamericano o progresista) genuinas ansias de concretar la justicia social. Lejos de todo aquello, el proceso desmalvinizador de nuestra cultura que dio inicio Alfonsín-Menem construyó un muy amplio Nunca Más donde en la misma bolsa del terrorismo de Estado se quiso colocar a la militancia política combatiente y ocultar el carácter antimperialista de la gesta de Malvinas”. No se puede hablar de la restauración democrática de 1983 desvinculada de la guerra que nuestro país llevo adelante con Gran Bretaña porque las consecuencias de los Tratados de Madrid de 1989-1990 (en calidad de nación derrotada) y la vigencia de la Ley 21.526 de Entidades Financieras impuesta en 1977 (en calidad de trabajadores sometidos) restructuró nuestra sociedad hasta el día de hoy y nadie que haya entrado en Casa Rosada ha cuestionado esta verdad estructural de nuestra dependencia.
El golpe de 1976 no fue una asonada militar más, sino que fue parte de una estrategia general del capital transnacional para desmontar la herencia industrial, pero sobre todo organizativa del pueblo, que el peronismo había construido en tan solo diez años (1945-1955). El golpe que posibilitó el proceso de valorización financiera terminó siendo un éxito con el desguace del Estado, las privatizaciones, las relaciones carnales, la subordinación al FMI y, sobre todo, la sacralización del mercado y el individualismo con el menemato en los 90. Menem, va a implicar la clausura del interior del peronismo de toda mirada doctrinaria que implique aspirar a liderar-representar a las masas sociales en contraposición con quien la explota y la vende, como señalara Evita. Sacando algún que otro destello patriótico durante el gobierno de Néstor Kirchner y parte de los subsiguientes de Cristina Fernández, el peronismo reformateado de 1983 ya no es el “hecho maldito del país burgués” del que hablara Cooke.
La revancha gorila que se avecina con Milei tiene su explicación no solo en el desastroso gobierno inflacionario de Alberto, sino en la equivocada lectura que Cristina hace de la democracia en sí, pues más allá de la retórica setentista que de vez en cuando hace, ¿con qué poder factico real se ha peleado el kirchnerismo desde 2015 hasta el momento? ¿El modelo concentrador y extractivista de cara a la cadena de suministro de los grupos económicos extranjeros ha cambiado en algo? ¿La distribución del ingreso se llevó adelante en términos de recomposición material y, sobre todo, de la dignidad del pueblo o terminó siendo un mecanismo de cierta contención social mediatizada por estructuras profesionales del precariado social? ¿Las denuncias contra el lawfare respondieron a un reclamo social real o a una interna intraélite? La clase política peronista ha tenido un desacople profundo con las necesidades del pueblo humilde en estas cuatro décadas democráticas y ha formateado a las bases militantes en sólo apreciar la arena democrática desde la institucionalidad en contraposición a la violencia natural entre pueblo y antipueblo, entre la patria y quien la agrede. Buena parte del aparato militante y posiblemente toda su clase dirigente se ha conformado con ver en la democracia una forma de autoreproducción material más que en la arena donde se dirimen las contradicciones sociales de un sistema capitalista decadente.
Y sobre el terreno de la decadencia y el conformismo no se puede edificar ninguna épica. Revertirlo va a ser una ardua e incómoda tarea patriótica para quien se anime a transitarla.
(*) Historiador, profesor y militante peronista.
- Artículo publicado originalmente en InfoNativa
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