Por David Acuña *
La Iglesia, como hoy se la conoce, es el producto de transformaciones institucionales y doctrinales a lo largo de los siglos. Por lo cual, es interesante realizar un recorrido sintético de sus orígenes y ver en perspectiva dichos cambios.
El cristianismo se origina con el ministerio rabínico de Jesús, quien se inscribía en una de las tantas corrientes mesiánicas y apocalípticas del judaísmo surgidas en entre los siglos II y I a.C. Fue crucificado por haber sido encontrado culpable del delito de blasfemia por el Sanedrín hacia el año 30 o 33 en Jerusalén. Por entonces, esa ciudad, perteneciente a la provincia de Judea y como demás territorios del Israel bíblico, era parte constitutiva del Imperio Romano.
A la muerte de Jesús, debido a la incorporación de gentiles (personas no-judías) a las primeras comunidades de seguidores, se produjeron tensiones entre Santiago, Pedro y Pablo, principales referentes entre sus apóstoles, que terminan saldándose con la ruptura del resto del judaísmo durante el siglo I. Cuestión que, entre otros factores, permitieron la expansión del, ahora sí, cristianismo a secas, por demás regiones del Imperio Romano.
Los cristianos continuaron utilizando las escrituras del Tanaj a las que se le fueron incorporando escritos propios que terminaron conformando lo que hoy se conoce como Biblia Católica. Así mismo, siguieron aceptando el monoteísmo manteniendo una mirada apocalíptica del tiempo.
Durante los tres primeros siglos, el cristianismo se va conformando como un cuerpo doctrinal separado del judaísmo y adquiriendo rasgos organizativos propios. Con el tiempo, el cristianismo construirá un relato sobre esta época caracterizado por las persecuciones y el martirologio de los fieles. Sin embargo, para Roma, el cristianismo, era una especie de judaísmo extravagante que no ameritaba una respuesta militar, sino de lo que hoy podríamos considerar como del ámbito policial al rechazar algunos preceptos de carácter cívico. El estado romano le resultaba chocante que los cristianos rechazaran la leva militar, la autoridad de tribunales o jueces y, sobre todo, negar en público el carácter divino del emperador.
En el año 313, el emperador Constantino promulgó el Edicto de Milán legalizando el culto cristiano. En el 380, Teodosio con el Edicto de Tesalónica iría más allá de la tolerancia al adoptar al cristianismo como religión oficial el Estado. Prácticamente en trecientos años, el cristianismo había pasado de ser una secta judía más a religión imperial. Sin embargo, ese cristianismo aun no era el del presente ni la Iglesia Católica aún existía como tal.
Durante estos primeros siglos se dieron dos tipos de confrontaciones al interior del cristianismo.
Por un lado, hay un primer grupo de debates que se denominan cristológicos y que tienen que ver con la naturaleza humana o divina de Jesús, como así también el carácter trinitario o no de Dios. Resumiendo, podemos señalar la existencia de cuatro grupos principales al interior de éstos, aunque hay muchos más.
Durante el primer siglo, los apóstoles se encontraban aún vivos, surge la corriente ebionista que sostenía el carácter humano de Jesús, es decir no divino, y que había sido elegido por Dios para ser el Mesías. Asimismo, seguían observando la Ley Judía y consideraban al apóstol Santiago como sucesor de Jesús en contraposición a la autoridad reclamada por Pablo de Tarso, al cual rechazaban. Los ebionistas recién tienen su declive durante el siglo V.
En el siglo III, surge el arrianismo, quien siguiendo las prédicas del obispo Arrio, sostenía que Jesús es el Hijo de Dios, procedente de éste, pero no es eterno pues había sido creado por aquel. El arrianismo se vuelve considerablemente masivo, particularmente entre los reinos romano-germánicos, durante siglo V.
Con particular fuerza entre el siglo IV y el V, se desarrolla el monofisismo quien niega la coexistencia de la naturaleza humana y la naturaleza divida en la figura de Jesús. Con varios matices en su interior, esta corriente surge como una controversia al interior del patriarcado de Alejandría sosteniendo que luego de la encarnación de Jesús su naturaleza humana había sido completamente absorbida por la voluntad de la naturaleza divina. Las contradicciones del monofisismo con otras corrientes cristianas provocan en el 457 el cisma con las Iglesias Ortodoxas orientales hasta el día de hoy.
Por último, como otro grupo importante al interior de los debates de carácter cristológico, se encuentran los nicenos, quienes reciben este nombre por el concilio celebrado en Nicea de Bitinia en el año 325. Este fue el primer concilio de carácter ecuménico de toda la cristiandad y resulta sumamente importante tenerlo en cuenta porque es precedido por Osio en su doble carácter de obispo y asesor (funcionario) del emperador romano de Oriente, Constantino, el cual había derrotado militarmente unos meses antes a Licinio, su contrapartida en la parte occidental del Imperio. De este modo, el credo acordado en Nicea, como así también la condena al arrianismo, debe ser entendida teniendo en cuanta la fuerte presencia del emperador victorioso. A su vez, el apoyo del obispo de Roma al concilio, el papa Silvestre, debe también enmarcarse en esta coyuntura imperial, como así en su oposición doctrinal a las posturas del arrianismo. El Concilio de Nicea, es tomado por la actual Iglesia Católica, al igual que de algunos patriarcados ortodoxos, como parte de su origen tanto en doctrina como en institucionalidad.
En cuanto a la conformación de la organización institucional del cristianismo, desde la desaparición de las autoridades de tipo carismática presente en los apóstoles, en las diferentes comunidades de creyentes (o iglesias, si se quiere) van surgiendo estructuras jerárquicas semejante a las sociedades de las cuales proceden.
De esta forma, las comunidades de origen hebreo, se organizaron inicialmente siguiendo modalidades judías donde quien oficiaba de presbítero era parte de un consejo de ancianos. Consejo que reflejaba la composición social de la comunidad no desvinculado de la influencia de política o económica que pudieran tener algunas familias tradicionales.
Por otro lado, las comunidades que se van conformando por fuera de la órbita de origen hebreo, generalmente integrada por gentiles (no judíos), cobró importancia las figuras de los obispos. Los cuales, surgidos con tareas de administración, y que no se encontraban reñidas con las tradiciones organizativas civiles romanas, van a entroncar con el tiempo con las capas aristocráticas imperiales y su sector senatorial.
Esta segunda forma organizativa es la que terminará primando a partir de la cristianización de las elites imperiales y la consiguiente adopción del cristianismo como religión oficial.
Es menester señalar, que cuando se habla de la cristianización de Europa luego del Concilio de Nicea, se debe tener en cuenta que nos estamos refiriendo a las elites romano-germánicas, pues el resto de la población sigue manteniendo prácticas religiosas paganas que se van sincretizando con las cristianas una vez que la Iglesia como institución va creciendo en influencia social y en acumulación de poder político. Cuestión no menor si se quiere comprender el desarrollo del feudalismo en la Edad Media.
Como se advierte y se ha querido presentar muy sucintamente en esta nota, el origen de la Iglesia en Roma hunde sus raíces en un pasado de siglos no exento de contradicciones doctrinales, luchas políticas y la construcción de una institucionalidad que supo transitar los cambios que la estructura de poder hasta nuestros días. Poder discernir este tipo de cuestiones donde la fe popular, la religión institucional, los poderes políticos y las transformaciones económicas se superponen, no nos parece para nada menor a momentos previos en que se llame a un nuevo cónclave que elija a quien aduce ser el sucesor de San Pedro y vicario de Cristo en la Tierra… tanto, como otros líderes religiosos de la cristiandad.
(*) Historiador, profesor y militante peronista
Discusión acerca de esta noticia