Por David Acuña *
En octubre de 1999 yo era un joven integrante en una agrupación política nacionalista que tuvo el honor de ser parte del cortejo que trasladó a pulso los restos mortales del padre Carlos Mugica desde el cementerio de la Recoleta hasta su querida Villa 31. Del cortejo fuimos partes unos cientos de compañeros, vecinos y sacerdotes que reivindicábamos al compañero Mugica como la expresión de un cristianismo y un peronismo que supo construirse de cara al pueblo humilde como forma de acompañar sus luchas y transformaciones. La misa que se ofició ese mismo día en la villa tuvo como presbítero principal al por entonces arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Bergoglio, luego Papa Francisco, quien expresó: “oremos por los asesinos materiales, por los ideólogos del crimen del padre Carlos y por los silencios cómplices de gran parte de la sociedad y de la Iglesia”.
Por aquel entonces, el neoliberalismo había permeado con su ideología individualista del “sálvese quien pueda” a todo el entramado social, del cual el PJ como expresión partidaria no le era ajeno. Menem, Duhalde, Ruckauf, Bauzá, Kohan, Mera Figueroa, Béliz, Corach, Cavallo, Triaca, Dromi, entre otros, eran los que lideraban el ajuste social y la cobarde entrega de la Patria al FMI y la Casa Blanca. Por eso mismo, la reivindicación de Carlos Mugica por parte de una militancia de base nacionalista y doctrinalmente peronista acompañando a la Iglesia y la organización villera era algo incómodo para los poderes fácticos que preferían ningunear el asunto.
¿Por qué la figura de Carlos Mugica resultaba incómoda?
Por el lado de los sectores financieros la respuesta se torna fácil de responder, ya que ellos basan su acumulación en la explotación a ultranza de los sectores asalariados y se beneficiaban con el proceso de desindustrialización económica menemista, algo intolerable desde las posturas de Mugica. También resultaba una figura difícil de dirigir para una Iglesia institucional que hasta tan solo un año antes del traslado de sus restos, había sido dirigida por el conservador Antonio Quarracino. Por otro lado, en cuanto al sector del sindicalismo, la prédica peronista de Mugica se daba de bruces con la complicidad que tipos como Barrionuevo, Cavalieri, West Ocampo, Zanola o Pedrazza, mostraban con las reformas laborales, el vaciamiento de las obras sociales sindicales, el desguace del Estado y los despidos masivos. Si Menem era la cara de la entrega, este sindicalismo, traidor de clase, bien le cuidaba la espalda y la caja.
Por otro lado, Carlos Mugica, sigue siendo un punto de inflexión en torno a un debate no saldado sobre los 70 al interior del campo popular. Lo cual, resulta importante tenerlo en cuenta por dos cuestiones.
La primera de ellas se da en momentos en que la participación política parece estar cada vez más circunscripta, por derechas e izquierdas, en el plano de lo electoral de una democracia anémica no solo a nivel nacional, sino con graves problemas a la hora de canalizar la resolución de las tensiones sociales en todo el hemisferio occidental. Y, en segundo lugar, por el surgimiento de expresiones discursivas seudo intelectuales y de ciertas dirigencias extraviadas, que tratan de deslegitimar que la militancia popular que pario el “Luche y Vuelve” fue dada en clave de cambio social asumiendo que se debía transitar un proceso revolucionario para ganar mayores marcos de independencia nacional, justicia social y planificación económica con intereses autocentrados. Mugica sigue desnudando, en este punto, la falta de coraje política de una dirigencia que en el presente no está acostumbrada a sostener con los hechos lo que se dice por twitter.
Mugica en la historia
Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe nació un 7 de octubre en el seno de una familia patricia. Su adhesión a la causa peronista, que él mismo señalaba como una “conversión”, ocurrió luego del golpe de 1955. Carlos, relató en más de una ocasión, que estando por ir a asistir espiritualmente a una familia vio una pintada en la pared de un conventillo que expresaba “Sin Perón no hay Patria ni Dios, abajo los Cuervos” que le hizo mella en su corazón de gorila al entender que, si los humildes estaban tristes y pasándola mal, él no podía ser indiferente a su sufrimiento. Tal vez por eso mismo, por ser un converso que abandonó la idolatría oligárquica, se transformó con tanto fervor en un fanático del peronismo.
Fue asesor espiritual de grupos estudiantiles y de la Acción Católica que comenzaban a encuadrar sus prácticas dentro del socialismo nacional; Firmenich, Abal Medina y Ramus, futuros líderes del peronismo montonero, fueron alguno de esos jóvenes. Integró desde los inicios el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo nacido a la luz de las reformas impulsadas por el Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII. Fue un testigo privilegiado tanto del Mayo Francés de 1968 como de la Cuba revolucionaria en la cual trabo vínculos con el Che Guevara, al que años después recibiría en Buenos Aires antes de que éste incursionara en el intento de realizar un foco guerrillero en Bolivia. En noviembre de 1972, Carlos fue parte de la comitiva que acompañó a Perón de vuelta al país luego de 18 años de obligado exilio.
El 11 de mayo de 1974, a la salida de la iglesia de San Francisco Solano de Mataderos, Carlos era ultimado a balazos. En su compromiso cristiano y peronista de cara a una transformación social profunda están las claves para pensar el móvil de su asesinato. Sin embargo, sobre el mismo, se han tejido una serie de hipótesis que en muchos casos no coinciden con la realidad y son una verdadera operación de prensa política gorila o macartista.
Cronología del martirio
El compañero Roberto Baschetti, militante incansable por la perduración de la memoria de lucha de nuestro pueblo peronista, ha realizado un excelente trabajo de síntesis sobre los hechos del asesinato de Carlos Mugica, que expresados en forma secuencial arrojan luz sobre los mismos e indican sin lugar a dudas sus responsables[1].
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Al día siguiente de su asesinato y ante una planificada ofensiva para culpar de su muerte al grupo guerrillero Montoneros, éste dio a conocer un comunicado repudiando lo acontecido y señalando como responsables a “las bandas armadas de la derecha política que en nuestro país se han dedicado sistemáticamente a sabotear la organización popular mediante los secuestros, asesinatos, atentados a Unidades Básicas”.
Reconociendo la existencia de diferentes posiciones de carácter público entre la Organización y Mugica, no dejaron de reivindicar en él un vector más del campo popular. Matices de coyuntura que no impedían en los hechos el mantenimiento de puentes de praxis entre ambos sectores, como lo atestigua que “su último hecho político público fue haber oficiado misa ante el cuerpo del villero muerto, compañero Alberto Chejolán; compañero muerto por las balas de la Policía Federal. Este ejemplo sirve para demostrar donde estaba el Padre Mugica y donde estaban sus asesinos que son los mismos que avalaron y ordenaron la muerte de Chejolán”. Chejolán era militante del Movimiento Villero Peronista (MVP), organización territorial que respondía a la política de Montoneros para ese sector.
El Comunicado terminaba señalando que “el objetivo de este asesinato es ahondar y hacer insuperables esas diferencias. Por lo tanto, los únicos beneficiarios de esta muerte son el enemigo principal del pueblo, el imperialismo, la oligarquía y sus bandas armadas que actúan cada vez con mayor impunidad en nuestra Patria”.
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A pesar de este comunicado, el director del diario “La Opinión”, Jacobo Timerman, trató de implicar a la conducción montonera en este cruento asesinato. Y el rumor infundado fue ganando cuerpo y terminó actuando como una “verdad” revelada.
El matutino porteño que dirigía Timerman al momento de los hechos, tenía serios conflictos –despidos, paros, trabajo a reglamento, etc.- con su personal por incumplimiento de todas y cada una de las normas laborales en vigencia. En la comisión interna gremial del diario que enfrentaba a la patronal para hacer valer sus derechos, había gente enrolada en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) adscripta a la línea montonera: Patricia Walsh, la hija de Rodolfo, sin ir más lejos.
¿Utilizó Timerman el asesinato de Mugica como ariete patronal contra la Organización que le daba cuerpo a los reclamos laborales en el matutino? Puede ser una línea plausible de análisis.
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La acusación sin fundamento alguno, pasado el estupor, provocó rápidas respuestas. El diario católico “Mayoría”, que en aquel año expresaba los puntos de vista del sindicalismo justicialista, hizo saber que “en manera alguna tratamos de implicar a la conducción del grupo aludido en el abominable asesinato”.
El “Cronista Comercial” por su parte (nota del 16/05/74) publicó la refutación del médico psicoanalista Arturo Smud, a la grave acusación de Timerman. Smud, productor del programa “Claridad 74”, que dirigía en Radio Splendid Juan Carlos Mareco, dijo que “durante los últimos 45 días de su vida había hablado en forma permanente de política con Mugica, quien era colaborador del programa, y negó que alguna vez hubiera mencionado haber sido amenazado por los Montoneros y menos por los jefes de esa agrupación” (como aseguraba Timerman).
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El Diario “Tiempo Argentino” (nota del 11/05/2011), publica un reportaje a Ricardo Capelli, amigo del sacerdote desde la adolescencia, y que estaba junto a él, el 11 de mayo de 1974, cuando lo mataron. Capelli recibió varios balazos y fue operado ¡14 veces! Vio al atacante, Rodolfo Almirón, cuando disparó sobre ellos; a este sujeto él lo conocía de una actividad oficial anterior, pero el asesino evidentemente no lo recordaba, sino lo hubiera rematado a él también.
Rodolfo Almirón en 1970, había sido exonerado por la Junta Calificadora de la Policía Federal declarándolo “inepto para el servicio” por haber incurrido en actos delincuenciales. Cuando en 1975 escapó a España junto a López Rega, se vinculó con grupos neofacistas colaborando con los servicios de inteligencia del franquismo y grupos parapoliciales que actuaron en forma terrorista contra la organización vasca ETA.
En relato de Capelli es contundente. Arranca en el momento que quedan tirados en la vereda: “Nos suben a los dos en un Citröen 2CV […] yo gritaba de dolor. No podías más. Iba en el asiento del acompañante, sacando un pañuelo por la ventanilla para que nos dejen pasar. Carlos iba bañado en sangre, atrás, con la cabeza recostada sobre las piernas de una compañera”. (en el hospital, Mugica moriría dos horas después). Sigue diciendo Capelli: “Me querían dejar morir, esa era la orden. Un amigo médico preguntó por mí en el Hospital Salaberry y le dijeron que se quedara tranquilo, que mi herida cerraba sola. Pero yo tenía una bala que me había cortado una arteria. Gracias a él, me sacaron a las cuatro horas en una ambulancia trucha, sin que se dieran cuenta. Y me llevaron a que me operen en el Hospital Rawson. En dos días me operaron 14 veces […] a los dos días, aparece en mi habitación Jorge Conti, el vocero de López Rega, un antiguo notero de canal 11 que luego se casó con la hija del Brujo. Él me dijo: ‘Qué barbaridad, lo que pasó con Carlitos’. Ahí me di cuenta que Mugica había muerto. Y Conti agregó: ‘Yo vengo de parte de Don Pepe que me dijo que está a disposición para lo que vos quieras’. Pepe, era López Rega. Yo era casi el único testigo. Mis amigos me dijeron que dijera que no había visto nada. Pedí que me sacaran de ahí. Me llevaron a mi casa. Lo que menos iban a pensar era que yo estaba en mi casa”.
En la entrevista, Rodolfo González Arzac le pregunta: ¿Cuándo fue la primera vez que declaró que a Mugica lo había matado Almirón? “Empiezo a decirlo hace unos doce años. Antes estuve amenazado. Me llamaban todos los días por la madrugada a mi casa para decirme que iba a morir. Así fue hasta el año 1983. Dejé mi laburo, era operador de Bolsa. (Por fin) Unos días atrás, declaré ante el juez Norberto Oyarbide, que tiene la causa de la Triple A”.
En 2007 se consiguió la extradición para Argentina de Almirón con el fin de que sea juzgado por todos sus crímenes. Falleció antes de que hubiese un fallo condenatorio, el 5 de junio de 2009.
Operaciones sobre Mugica
A pesar de contar con fallo judicial condenatorio sobre Almirón, hombre de confianza del Brujo López Rega, el gorilismo liberal siguen sosteniendo una retórica basada en las difamaciones realizadas por Jacobo Timerman. ¿Por qué? Porque detrás de la oposición a la praxis que organizaciones como Montoneros tuvo durante los 60 y 70, lo que existe es un intento por evitar todo debate en el campo popular sobre la violencia organizada como herramienta política. En este intento, el asesinato de Carlos Mugica, enmascara el objetivo.
Esta operación de carácter político es esperable de plumas como las de Tata Yofre, Ceferino Reato o periodistas al servicio de las grandes empresas de comunicación como Clarín o La Nación. Pero también, esta posición es permeable a dirigencias consideradas progresistas que viven aclarando que no son violentas antes que cualquiera las señale como tales. Enemigos del campo popular unos y timoratos otros que terminan coincidiendo en el manteamiento del status quo de las estructuras de injusticia que son las verdaderas generaciones de la violencia que la historia nos muestra, como así también, las que vivimos a diario.
A fin de cuentas, es bueno tener presente en estos tiempos que corren la homilía de Jorge Bergoglio ante el féretro de Carlos Mugica, que nos habla no solo de la existencia de asesinos materiales e intelectuales, sino de los cómplices que prefieren el silencio cómodo al coraje de plantarse contra los enemigos del pueblo y los saqueadores de la Patria.
[1] Fuente consultada: https://kranear.com.ar/nota/quien-mato-a-mugica_8720
(*) Historiador, profesor y militante peronista.
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