Por Fernando Gómez *
El año electoral avanza impiadoso sobre la coyuntura. El desfile de nombres para ocupar candidaturas y las campañas provinciales en medio de la inocultable apatía con la que lo vive la mayoría de nuestro pueblo, agigantan la distancia entre la agenda de preocupaciones que cruza la realidad efectiva de nuestro país y las expectativas de una clase dirigente que vive con la nariz pegada al ombligo de sus aspiraciones.
“El clima de campaña permanente que atraviesan las democracias modernas convierte a los políticos en máquinas de repetir eslóganes efectistas” dice el Papa Francisco en su último libro, lanzado en conmemoración de los 10 años de su papado. “Los medios de comunicación, con formatos que restringen cada vez más la posibilidad de desarrollar ideas, contribuyen a reducir la calidad de la discusión” remata, poniendo en evidencia el deterioro político que atraviesa Occidente.
Si uno recorre el espinel de la autopercibida dirigencia política argentina, cualquiera tendrá en agenda el reciente calendario electoral convalidado para el presente 2023. Estará al tanto de la última declaración del contendiente interno para un cargo, o andará expectatente en cómo se muevan los posibles candidatos o la dinámica de quién tendrá la lapicera en la Nación, en su provincia o en su municipio, para ver quién logra comprar los tornillos para sujetarse a una banca tras andar escondido en la campaña en alguna lista sábana.
Si uno consulta a esa misma dirigencia por los cortes de luz, la inflación, el aumento criminal del precio de los alimentos, la escalada del precio de la canasta básica, el deterioro de los salarios o el ritmo de aumentos acordados en la nafta, remedios, obras sociales que hacen insoportable la existencia cotidiana, seguramente los que son gobierno contesten como si no estuvieran gobernando; y los que no están gobernando, como si no hubieran hecho lo mismo los cuatro años que gobernaron éste país empujándolo a un deterioro catastrófico de cualquier indicador vital.
En el medio, un clima que se calienta en nuestra gente. Que dejó de mirar a la política para ver qué anda opinando y empieza a encontrar la certeza que en arrimarse a sus vecinos o pensar en términos de comunidad, le permite tener las respuestas que la clase dirigente no le concede.
Luz, cámara y acción
Buenos Aires, su capital y su área metropolitana, sufren los cortes de Edesur, también de Edenor pero en menor medida. Y piensa que es el problema de toda la Argentina. Y sí. Pero el problema energético de nuestro pais, no empezó en Capital, ni encuentra las mismas razones en cada lado.
La matriz común del conflicto es pensar la energía como negocio al servicio del extranjero. Un modelo que piensa en exportar gas y crudo. Que aletarga el desarrollo nuclear y deja en los márgenes de rentabilidad el dilema de la inversión. La conclusión inexorable de ese modelo es la desigualdad.
La que existe entre la oferta de energía al mundo desde Vaca Muerta que promocionan a un rincón y otro de la pretendida grieta en la política y la realidad del desarrollo energético nacional para alimentar hogares e industria.
También la desigualdad de acceso. La que se evidencia en la autopista Dellepiane, y marca oscuridad cuando se mira hacia al sur, y luz tenue cuando se mira hacia al centro. Pero más lascerante desigualdad, cuando se piensa la luz de los hogares en Corrientes, ahí donde se emplaza Yacyretá, o el acceso al gas domiciliario en Neuquén, que no supera el 50%, allí donde se exporta gas barato a Chile para alimentar cadenas de suministro ajenas.
Esta semana, ola de calor mediante, las postales urbanas sin luz y plagadas de cortes de calle en cada rincón porteño, volvió a poner el conflicto energético en el centro de la agenda, interrumpiendo en forma incómoda los debates intestinos que atraviesan a la dirigencia política de Cambiemos y el Frente de Todos.
Poquísimos reaccionan, nadie asume responsabilidad propia o colectiva, ninguno abre el debate sobre los desafíos de repensar el modelo energético alejado de las alabanzas corporativas de Cambiemos y el modelo de feria de negocios que reproducen todos los componentes del Frente de Todos alentando la extracción de todo lo extraíble de la Argentina a bajo costo y por monedas de intercambio.
Es una postal bastante nítida de la ajenidad con la que la política mira la realidad cotidiana, y lo alejada que está la salud de los debates electorales, de los desafíos que demanda una exhausta democracia que cada día representa menos y menos.
En el Fondo del quilombo
La picante coyuntura local no privó al gobierno nacional de celebrar el acuerdo técnico con el FMI en el que se aprueba el ajuste desplegado el año pasado, se modifican metas para éste año y se asumen compromisos nuevos de más ajuste sobre el gasto público. No es el ajuste de Guzmán, que ya era jodido. Es aún peor, pero ahora lo hace Massa, y entonces se habla del pasado para marcar tensiones.
En efecto, el FMI celebró el ajuste sobre el déficit fiscal alcanzado por Massa. Modificó las metas de reserva y comprometió un nuevo desembolso de dinero para seguir extendiendo la extorsión hacia el país hasta el 2034. De hecho, para compensar los cambios de metas, reclamó un ajuste aún más grave sobre los precios de las tarifas de los servicios públicos y un sugestivo reclamo de “focalizar la asistencia social”, lo que en 24 horas encontró en Tolosa Paz la celebración de los recortes en el programa Potenciar Trabajo.
Todo ello en plena caída estrepitosa de dos bancos en Estados Unidos y un banco en Europa, que asusta a libertarios que reclaman salvatajes del Estado.
“La versión que el préstamo del FMI fue para que ganara Macri es un cazabobo. EEUU nos ve como estúpido patio trasero. Le prestó eso a la banda del Pro para que ganara quien ganara quedáramos entrampados y sometidos a una política de estrujamiento. Y así fue. Hay que salir de allí” nos recuerda con elocuencia y claridad el Ingenierio Enrique Martínez, y sin embargo allí anda atrapada una dirigencia política a la que le gusta pasar por zonza, antes que pelear.
Mientras Sergio Massa celebraba la aprobación técnica de la burocracia del FMI, su gestión era respaldada por el sector que reclama para sí la hegemonía del Frente de Todos, y cuestiona el acuerdo con el FMI que alcanzara Guzmán y una gente más en el gobierno nacional al que pertenecen como encumbrados funcionarios.
La vehemencia y los tiempos en que se cuestiona el acuerdo del FMI, aparecen más como una excusa para disputar en la arena electoral, que un cuestionamiento serio a las condiciones de dependencia.
¿Por qué razón no se alzó el tono de voz, ni se desplegó el conjunto de una fuerza política que aparece como hegemónica en el Frente de Todos para condicionar el destino del acuerdo con el FMI en el momento en que se materializaba? ¿Por qué el silencio?
Es clave comprender que la dimensión de los conflictos que afligen a nuestro pueblo, no tienen márgen de tiempo para especular con alzar el tono al momento de disputar las listas y llamarse a silencio al día de ser depositado en una banca o un cargo con fuerte representación y decisión de la gestión del Estado.
La campaña de bolsillo corto
Mientras algunos dirigentes incursionan desvergonzados en la onda TikTok haciendo unipersonales sobre temas que le importan a ellos y creen estar convencidos que le importan a alguien más que a su círulo de seguidores, el Indec anunció que la inflación del mes de febrero volvió a trepar hasta el 6,6%.
El número generó impacto en los que no sienten tanto en el bolsillo la visita a un supermercado. Y los que lo sufren, andarán convencidos de que se quedaron cortos.
El rubro alimentos creció un 9,8% en febrero, un 17,2% entre enero y febrero y 102,6% en el acumulado de 12 meses. “Con ingresos populares en baja, sean salarios, jubilaciones o asistencia social diversa, el deterioro de las condiciones de vida cotidiana de la mayoría de la población agrava la situación de empobrecimiento. Un dato de la realidad es la desigualdad, manifiesta en la concentración de ingresos y riqueza en muy pocas manos y una ampliación del empobrecimiento social” señala Julio Gambina en un informe sobre los últimos indicadores.
La canasta básica de alimentos creció aún más que la inflación, por añadidura. Para no ser pobre una familia tipo (cuatro miembros) tiene que tener ingresos por 177.063 y 80.483 para no ser indigente. Para comprender la dimensión del asunto, 1.300.000 personas son beneficiarias del programa Potenciar Trabajo, y cobran por mes 48.000 pesos menos que lo que necesita una familia tipo para no ser indigente. Y aún así, si uno escucha a los funcionarios, el Potenciar Trabajo es una variable extorsiva de las organizaciones populares.
La estadística marca que hubo aumentos criminales en el precio de los alimentos. El kilo de cuadril aumentó 34,3% en un mes. 35% la carne picada, 14,6% el arroz blanco, 6,8% el pollo y otro tanto el pescado. Y si uno se aleja del Indec dos minutos, va a descubrir que en el alto valle de Río Negro, o en Neuquén, el kilo de asado cuesta 3.500 pesos.
En ese contexto social avanzará implacable una campaña electoral que amenaza con ser insoportable, vacía de contenido y ausente de un propuesta política que lo convenza a nuestro pueblo que ésta clase dirigente le puede garantizar un destino de felicidad.
Son las postales de un país que produce alimentos y padece dependencia. Mientras se celebran indicadores de exportaciones, mientras en Gran Bretaña publican las crecientes estadísticas de la faena asiática, española y pirata de miles de toneladas de calamar en nuestro Atlántico Sur, donde la soberanía padece los ritmos de una diplomacia carente de convicción patriótica.
Postales de un país donde la dirigencia política acumula retórica vacía que terminan afianzando un destino trazado en el extranjero, que sólo ofrece miseria planificada.
Cuidar a los humildes, organizar la comunidad, pensar el trabajo ahí donde nos falta soberanía. Construir una agenda democrática desde certezas colectivas. Hay tantas cosas por explorar, que quizás nos les entre la propuesta en el spot.
Por eso quizás, apenas sonrían para la foto.
(*) Director de InfoNativa, columnista de Punto de Partida (lunes a viernes de 8 a 10)
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