Por Ariel Weinman *
Hace 50 años el verbo volver se ha vuelto esencialmente argentino. Es que en la lengua nacional la acción de la vuelta pasó a tener un significado único, una singularidad expresiva quizás intraducible para otros idiomas. La experiencia de lo vivido ayuda a comprender que cuando el “vuelve” se alojó en el alma de una comunidad, es decir, estuvo acompañado por el “luche”, lo que vuelve nunca es gratuito pues lo experimentado produjo fisuras, incisiones, heridas que quedaron guardadas en el cuerpo de la nación. Esa materia incorporada para la eternidad en el juego humano, demasiado humano, de la dialéctica entre la memoria y el olvido. La crónica histórica dice que en la nave de Alitalia desde el otro lado del Atlántico regresó un líder popular acompañado de militantes peronistas; transportó la alegría de una entrañable victoria pues acumulaba en el subsuelo frustraciones, dolores, boletos vencidos para aviones negros que se negaron a partir durante 17 años. El charter atestado no de turistas sino de una militancia heteróclita y combativa confirmó el triunfo político del ex presidente exiliado sobre la dictadura de Lanusse, quien había afirmado “que al viejo no le daba el cuero” para volver y una vez retornado al país, lo mantuvo encerrado en el Aeropuerto 24 horas.
Pero lo que vuelve es un pueblo que quiere reencontrar a Perón para abrazar su propia lucha, la que inventó de modos inimaginables la resistencia a la humillación, la que dejó jirones en cárceles y basurales para que la pérdida de conquistas históricas no fuera posible. Sortear a los miles de soldados arrojados a las calles para detener a la multitud, abrir las aguas del Río Matanza para llegar hasta Ezeiza, desafiar el terror inminente gestado en la Patria Fusilada en Trelew fueron los costos de organización del goce con los más, con los humildes, los desheredados de la tierra.
¿Qué es lo que queda de aquel acontecimiento fraguado en el intenso 1972? De esa epopeya, quedan relatos periodísticos, crónicas históricas que se erigen con cierto afán pedagógico: de allí hay algo que aprender y que enseñar. No está mal. Sin embargo, como nos enseña el maestro Horacio González, lo que queda es eso que excede y se transmite, es algo abierto, indeterminado, irregular, imprevisible, inaudito, una forma que hace de la resistencia una tradición, una herencia, un modo de vida: una voluntad que no se deja domeñar por los poderosos de siempre, aunque nunca sabe de antemano si va a prosperar. La acción común en el taller para defender el colectivo de trabajadores, reinventar el trabajo allí donde no existe, organizar las necesidades de la comunidad para después reclamarlas como derecho. Frente a las urgencias actuales de la competitividad y la idea de gestionar la vida como una empresa rentable, es la conciencia de apostar por otro común, la comunidad organizada, porque el porvenir jamás está asegurado. No obstante, su posibilidad siempre está volviendo.
(*) Panorama Federal / Radio Gráfica
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