Por Mariano Pacheco *
Una bandera que diga Che Guevara, cervezas en la esquina y un pogo para descargar. Un brindis compañero, piquetes en las rutas y un rock para gritar. Darío militante y el rock como vector de politización de la juventud rebelde en la Argentina neoliberal.
I
Cervezas en la esquina del barrio varón…
Lo hemos dicho a propósito de Ricky de Flema y el punk rock, pero lo mismo cabe para Iorio y el metal, y para todas esas tribus juveniles que se amucharon en una esquina en los noventa y parte de los ochenta para combatir el desamparo económico, político y afectivo de la Argentina neoliberal. Y lo volvemos a repetir: es difícil intentar comprender algo de aquellos años sin entender lo que el alcohol significó para la juventud de los suburbios. Al menos lo que la cerveza implicó para el piberío del Conurbano y las barriadas pobres de la Capital Federal: el culto de la amistad a través de la cerveza, y el culto a la cerveza cuando las amistades ya no están. Las esquinas fueron las unidades básicas de la resistencia cuando el peronismo, por arriba, devino partido de gestión del orden neoliberal. En simultáneo, por abajo, la perspectiva popular de lo nacional proliferaba en una multiplicidad caótica de pequeños agrupamientos que asumieron, sobre todo desde lo social y lo cultural, que la salida política entonces pasaba por comprender a fondo que no teníamos más para elegir: la disyuntiva era oxidarse o resistir.
II
Tu risa amiga alejo mi soledad,
esos momentos que viví no he de olvidar
La imagen ha sido revisitada en más de una oportunidad, y no es para menos, teniendo en cuenta la escasez de fotos de una era aún analógica y la fuerza de esa postal en la que puede verse a un jovensísimo Darío Santillán en la calle 844 de San Francisco Solano, con su remera negra de Hermética y su jean y campera negra también de jean (se nos ve de negro vestidos). En casi todas las fotos de ese año y del siguiente se lo ve a Darío con remeras o buzos de Iorio o del Che y, si está en su casa, rodeado de libros, la bandera argentina y alguna imagen de Guevara (también de Tania).
¿Qué implicó el metal, o el punkrock (o ambos) para la juventud rebelde de aquellos años? Más qué sonidos, sin lugar a dudas. Las distintas variantes del ácido rock argentino fueron lugar de escucha (sus canciones expresaron las broncas y anhelos, los dolores y alegrías, las desorientaciones generales y las pequeñas certezas), fueron motivo de reunión, canales de expresión y vectores de politización, pero también momentos para compartir tristezas y comunión de festejos (“una bandera que diga Che Guevara/ un par de rock and rolles y un porro pa fumar/ Matar a un rati, para vengar a Walter/ Y en toda la Argentina comienza el carnaval…”).
Bulacio asesinado tras un recital de Los Redondos o Agustín Ramírez asesinado tras una ocupación de tierras para construir viviendas o la realización de un fogón de la juventud en una esquina para juntar al piberío gil trabajador y tocar un rato la guitarra, lo mismo da: la democracia de la derrota no es entonces más que una demo-razzia (Scaricacciottoli) donde el término “gatillo fácil” comienza a ser cada vez más frecuente en el lenguaje del vigilante medio argentino, en un contexto en el que ser joven, rockero y pobre (o trabajador-pobre, términos que cada vez comienzan más a ser sinónimos) es motivo para cualquier noche salir, pero no saber si volvés a casa (unas casas que cada vez menos son sinónimo de hogar). La contención ante familias devastadas por la crisis pasa por la esquina, que en algunas oportunidades salva, y en otras ocasiones se transforma en pura pasión de abolición (como tan bien pudo comprobar Darío en su experiencia, para un caso, y de su entorno familiar, para el caso contrario).
III
Conversando la rueda, ya se formó…
… La intuición esquinera encendió mi luz
Ese mismo año (1998), Darío comenzó su militancia: conformando la Lista Roja para presentarse a las elecciones del Centro de Estudiantes de la escuela a la que asiste (Piedrabuena de Solano), situada a metros de donde se sacó esa fotografía; acompañando conflictos de otros colegios que protestan contra la Ley Federal de Educación que impulsa el menemato junto con la Ley Superior de Educación; participando de movilizaciones convocadas por SUTEBA, el sindicato docente, entonces con fuerte apoyo del movimiento estudiantil; y más tarde, pero ese mismo año, como parte de la Agrupación 11 de Julio, un ámbito de jóvenes vinculado a los intentos de reorganizar el espacio del Nacionalismo Popular Revolucionario, impulsado por el Movimiento La Patria Vencerá, organización de cuadros a la que tiempo más tarde Darío también se incorporará.
El tránsito por aquella experiencia llevó a Darío a entrelazar las actividades estudiantiles con un otras de tipo cultural (edición de revistas-fanzines; realización de Radio Abiertas; organización de festivales) y a establecer un vínculo con experiencias territoriales (así sea dando apoyo escolar en un asentamiento). También a empezar a sumar elementos estrictamente políticos a su práctica cotidiana: lectura de textos para la discusión; películas y documentales vistos tomando nota; incorporación de rutinas que implican una disciplina (citas frecuentes; insistencia en la puntualidad); realización de pintadas y pegatinadas en paredones; elaboración de textos para la discusión militante.
IV
Allí esperan mis amigos en reunión
Mucho me alegra sentirme parte de vos…
En un documento interno de la Agrupación 11 de Julio (1996), a la que Darío se incorporó en 1998 para hacer allí sus primeras armas en la militancia, se afirma que una de las tareas políticas de la juventud entonces era “hacernos patria”. Esto implicaba “reconstruir el campo popular abatido por el miedo”: fortalecer la solidaridad y reconstruir el tejido popular ante el avance del neoliberalismo era comprendido como un desafío estratégico de la etapa. ¡Vaya si Darío hizo carne esas definiciones! Y no sólo socorriendo a Maxi Kosteki (a quien ni siquiera conocía), herido por balas de plomo disparadas por la policía aquel 26 de junio de 2002 tras la represión en Puente Pueyrredón y en todo ese proceso previo de piquetes y asambleas en donde pudo verse en acción el poder de la clase obrera (como cantan Las manos de Filippi); proceso en el que debe destacarse el de las jornadas insurreccionales del 20 de diciembre de 2001 (que encuentran a Darío arrojando piedras contra la policía en las inmediaciones de Plaza de Mayo), sino también en todo ese proceso previo que implicó un desarrollo cotidiano gris, poco grandilocuente (“acumulación en silencio, despertar a gritos, volver ala acumulación en silencio”, decía un docuemtno interno del MPV), y que de manera casi imperceptible encuentran a Darío llevando adelante un sinnúmero de tareas territoriales.
Como todo militante que le puso el cuerpo a la adversidad, Darío, siendo parte del proceso colectivo de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, contribuyó a revertir las adversas relaciones de fuerzas de entonces, haciendo carne esas definiciones plasmadas en un documento de una pequeña agrupación de jóvenes de la Zona Sur del Conurbano, que sostenía –entre otras cuestiones– que “hacernos patria” era “activar las luchas por la recuperación de nuestro patrimonio nacional; unirse, organizarse y luchar desde cada barrio, villa, asentamiento, escuela, facultad, lugar de trabajo, para de inmediato comenzar la gran tarea histórica por la que hombres y mujeres ya se desangraron, para forjar una patria con justicia y libertad”.
En eso andamos todavía. Porque como reza una canción anónima que escuchamos entonces con Darío en las Comunidades Eclesiales de Base: “hay que seguir andando nomás/ hay que seguir andando”.
(*) Escritor, periodista, investigador popular. Militante del Movimiento Evita. Autor, entre otros libros, de De Cutral Có a Puente Pueyrredón. Una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados y co-autor de Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo.
Discusión acerca de esta noticia