Por María Rizzo y Matías Strasorier *
El mundo está atravesando una de las crisis más impactantes de la historia, pero esta vez no vamos hablar de los estragos del COVID-19 y todas sus variantes. Hablaremos del hambre y la mal nutrición, causas principales de la baja inmunidad poblacional.
El alimento es la principal fuente de energía de nuestro cuerpo para realizar sus funciones metabólicas, entre ellas preparar nuestro sistema inmune ante la amenaza patógena de los virus. Para ello, es fundamental el acceso al alimento para toda la humanidad, algo que no está resuelto.
Los problemas de la sociedad se presentan siempre como grandes contradicciones que parecieran no resolverse. El hambre y la obesidad, dos caras de un mismo problema, que pese al enorme desarrollo científico y tecnológico actual, no termina de encontrar una síntesis, o mejor aun, una solución.
Datos que alarman
El informe de Naciones Unidas, titulado “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo”, advierte que:
“El número de personas que padecen hambre en el mundo sigue aumentando lentamente. Esta tendencia comenzó en 2014 y se ha mantenido hasta 2019. Actualmente hay cerca de 60 millones de personas subalimentadas más que en 2014, cuando la prevalencia era del 8,6%, un aumento de unos 10 millones de personas entre 2018 y 2019. Las previsiones combinadas de las tendencias recientes del tamaño y la composición de la población, la disponibilidad total de alimentos y el grado de desigualdad existente en el acceso a los alimentos apuntan a un incremento de la prevalencia de la subalimentación de casi un punto porcentual. Como resultado de ello, el número de personas subalimentadas en el mundo en 2030 superaría los 840 millones.”
En América Latina y el Caribe, la prevalencia de la subalimentación era del 7,4% en 2019, un porcentaje inferior a la prevalencia mundial del 8,9%, que todavía se traduce en casi 48 millones de personas subalimentadas. La región ha experimentado un aumento del hambre en los últimos años y el número de personas subalimentadas se ha incrementado en 9 millones entre 2015 y 2019.
A escala mundial, se estima que en 2019 solo el 44% de los lactantes con menos de seis meses de edad era alimentado exclusivamente con leche materna. Y plantea con preocupación que si no se realizan esfuerzos adicionales en la alimentación materna, será difícil alcanzar la meta mundial para 2030 de que el 70% de los lactantes menores de 6 meses se alimenten solo con leche materna.
Mientras la obesidad en adultos sigue aumentando, del 11,8% en 2012 al 13,1% en 2016, y no se están realizando avances suficientes para alcanzar la meta mundial de detener el aumento de la obesidad en adultos para 2025. Si la prevalencia sigue aumentando a un ritmo anual del 2,6%, la obesidad en adultos se incrementará un 40% para 2025, en comparación con el nivel de 2012.
Estos son apenas algunos datos de un informe de 350 páginas, que dan cuenta de la situación alimentaria en el mundo. Que si bien son poco alentadores, dan cuenta objetivamente que el sistema agroalimentario mundial no está respondiendo a los flagelos históricos que prevalecen en nuestras sociedades, más aun, el sistema presenta signos y síntomas de enfermedad terminal.
Mientras tanto hay “grandes ganadores”, a costas de quienes producen y trabajan.
El reciente estudio realizado por The Guardian, sobre el monopolio del consumo en EE.UU, advierte que 4 empresas controlan al menos el 50% del mercado del 79% de los comestibles. Las principales empresas controlan alrededor del 75% de la cuota de mercado de casi un tercio de los artículos de compra.
Por ejemplo, PepsiCo controla el 88% del mercado de salsas, ya que posee cinco de las marcas más populares, incluidas Tostitos, Lay y Fritos. El 93% de los refrescos que bebemos son propiedad de solo tres empresas. Lo mismo ocurre con el 73% de los cereales para el desayuno que comemos, a pesar de los estantes apilados con diferentes cajas.
Suena conocido, ¿no?
Hambre y obesidad, son caras de un problema que es poliédrico, pero no es más que la manifestación de un síntoma sistémico, algo en la estructura no está bien, hay un problema de raíz y es ahí donde hay que apuntar, ¿cómo?
La revolución tecnológica debería ser una posible salida, el desarrollo, la innovación y el conocimiento de punta, pueden ser respuestas para resolver los grandes flagelos de la humanidad y el planeta.
Es necesario aunar los esfuerzos de quienes producen y trabajan, para que esa revolución tecnológica sea puesta en función de los intereses de las mujeres y los hombres que componen las inmensas mayorías, protegiendo y cuidando la biosfera y su biodiversidad.
Construyendo un modelo productivo y sustentable con centralidad en la comunidad organizada, y no en el mercado y el dinero, atacando así el problema de raíz de la pandemia del hambre.
(*) Rizzo es médica veterinaria, Maestranda en Desarrollo Regional y Políticas Públicas de FLACSO, y co-Directora del Centro de Estudios Agrarios. Strasorier es Director del Centro de Estudios Agrarios, médico veterinario y analista agropecuario.
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