Por Agustín “Piraña” Colovos *
Dedicado a la memoria del compañero Leonardo Favio
“La vida de un propagandista de ideas como yo está expuesta a estas contingencias. Lo mismo hoy que mañana. Yo sé que no veré el triunfo de mis ideas pero otros vendrán detrás más pronto que tarde”.
Boris W. antes de ser fusilado en 1919 por el Ejército Argentino.
Al ser paciente de riesgo, y no pudiendo ir a trabajar (hace ya un año y dos meses) desde que se desató esta apocalíptica pandemia, muchos hábitos de mi vida cambiaron.
Supongo que esto que estoy contando no tiene nada de original. La vida de todos los habitantes de este planeta se transformó de una forma u otra que aun todavía no termina de decantar. Uno de los nuevos “hábitos saludables” que esta pandemia dejará en mi vida, es la radio.
La radio como hábito, como compañía y como una de las formas más placenteras y sonoramente estéticas que tiene la comunicación popular para seguir dando la disputa por el sentido de nuestro pueblo. Es decir, la batalla por las conciencias (que siempre está en lucha y en tensión) para hacerle frente al colonialismo mental y a la autodenigración nacional que históricamente nos intentaron imponer nuestras clases dominantes desde el inmenso aparato mediático-cultural y simbólico que manejan en convivencia con el imperialismo.
No solo me hice un fiel oyente de la Radio Gráfica, sino que con los compañeros de la Agrupación Metalúrgica “José Ignacio Rucci” tenemos un programa todos los lunes hace ya casi 9 meses en una radio comunitaria de Moreno.
¿A qué viene todo este introito radiofónico?
Es que el otro día escuchando “Punto de partida”, el programa que tiene la Gráfica de lunes a viernes de 8 a 10 de la mañana, que sería como una especie de noticiero que tiene la señal, con agenda propia y desde el sur, como dice su conductor Lucas Molinari, además de las muy buenas entrevistas que se pueden escuchar en el programa, están los análisis de política internacional de Leila Bitar y una musicalización exquisita de la mano de Manú Rivas, que hasta me hizo descubrir y disfrutar de los miércoles de boleros.
Lo cierto es que se estaba discutiendo en la radio acerca del terrible momento que se está viviendo con la pandemia, la cantidad de muertos que se está cargando el virus, las restricciones que intenta poner nuestro gobierno para frenar los contagios, las marchas de los anti cuarentena, el porqué China pudo controlar tan rápido la enfermedad y con tan poca letalidad a pesar de ser el país más poblado del mundo y el porqué también es importante transmitirle la idea de “esperanza” a nuestro pueblo. Algo así como un levante de autoestima colectivo para que todos podamos seguir haciéndole frente a este sombrío presente con la perspectiva de un futuro un poco menos doloroso.
Y eso me hizo pensar y reflexionar un poco sobre un concepto o una categoría que creo que es central dentro del pensamiento nacional y popular y que muchas veces olvidamos en el fragor de la militancia cotidiana, que es la idea de Comunidad o de Comunidad Organizada, si les gusta más.
Y a partir de trabajar este concepto en nuestras cabezas, podemos intentar respondernos algunas preguntas que nos hacemos y que no nos dejan dormir tranquilos.
Sobre todo, porque así como está estructurada hoy nuestra sociedad, se nos hace prácticamente invivible.
El neoliberalismo, triunfante en el mundo desde mediados de los años 70 del siglo pasado, y profundizador el “unilateralismo ideológico”, luego de la caída del muro de Berlín en los 90, fue impuesto en nuestro país y en el resto de América Latina a través del terror, derrotando a sangre y fuego no solo materialmente a los pueblos, sino también rompiendo y destrozando toda idea de comunidad, toda idea de salida colectiva…
Por eso el objetivo de este capitalismo neoliberal no es solo material.
Es decir, a la concentración y centralización del capital, a la pauperización de la vida de las mayorías trabajadoras, a la elevación de la tasa de ganancia a niveles que hasta a Adam Smith le hubiera dado pudor, al descarte de millones de seres humanos de la esfera “productiva”, el neoliberalismo necesitaba quebrarnos espiritualmente, no solo en el sentido religioso (que también lo hizo), sino en el sentido de espíritu comunitario, de comunidad, de comunión.
Dejar a cada individuo solo y con su angustia frente a la hostilidad de este mundo tecnocrático capitalista.
Generar caos, lograr el famoso sálvese quien pueda, que lo individual pese más que lo común.
Que ya no pensemos más colectivamente como clase, como pueblo, como nación, sino como ciudadanos, categoría individualista si las hay.
Lo más fuerte y estratégico que logran las clases altas mundialmente, y en nuestro país, imponiendo este sistema neoliberal no es solo empobrecernos, sino insertarnos el chip del egoísmo, del individualismo acérrimo en nuestros cuerpos.
Logran imponernos sus valores, su sentido de la vida, su visión del mundo “meritocrática”. Que cambiemos nuestra lucha por una vida digna con justicia social y consumo popular, como fue históricamente nuestra idiosincrasia, por el ideal de querer vivir como el patrón, con un consumismo bobo y superfluo y obviamente solo mirando nuestro ombligo.
Y en esta visión de la sociedad que ellos tienen, no tiene cabida lo comunitario, lo colectivo, pues estas categorías sociales van en contra de sus intereses.
Llevamos más de 40 años con esta hegemonía de valores sobre nuestras cabezas. No es poco. Porque a pesar de 12 años de kirchnerismo, de mejorar nuestras condiciones materiales de vida, no logramos desterrar estos valores de nuestro interior.
Es que el neoliberalismo se impregna como un modo de vida, por eso debemos confrontarlo no sólo con un programa político y económico, sino también y aunque suene anacrónico, como decía el Che, con una moral revolucionaria.
Los datos de pobreza, de desempleo, de extranjerización de nuestra economía, están ahí, en el INDEC como frías cifras y nos tienen que indignar, dar vergüenza como seres bien nacidos… Que tengamos una nación tan rica en todo, pero en la que siete de cada diez niños sean pobres es intolerable. Que haya 20 por ciento de desocupación en una patria en la que está todo por hacerse, es un crimen.
Como dice el último documento de la CGT Regional Oeste, ¿quiénes son los enemigos del pueblo? Eso ya lo sabemos, y el que aún no lo sabe lo intuye perfectamente: la oligarquía, las corporaciones transnacionales, el empresariado vernáculo; como la patronal de Envases del Plata, la empresa metalúrgica en la que trabajo, que lo único en que piensa es en que se caiga el decreto de la prohibición de despidos que puso el gobierno, para mandar más compañeros a la puta calle. O el miserable de Paolo Rocca, despidiendo 1500 obreros al principio de la pandemia, pijoteando el histórico premio de producción de los compañeros de Tenaris-Siat, escarmentando a los compañeros de Ternium Canning por osar a pelear por un aumento de salarios.
¿Se puede construir una Comunidad Organizada con estos sectores empresariales? ¿Nos podemos realizar integralmente como individuos en una comunidad con gente que prefiere maximizar su tasa de ganancia a costa de dejar vacía la mesa de los argentinos? ¿Se puede construir algo colectivo con los que nos dejan sin trabajo? ¿Se puede ser hermano de los que lucran con nuestra salud?
Obviamente la respuesta es no. Salvo que seamos masoquistas, y creo que como pueblo ya hemos sufrido bastante como para que nos gusten los latigazos.
Por eso, los máximos responsables y los que siempre sacan tajadas de este caos que ellos mismos generan, que todos vivimos y sobre todo padecemos, son las clases altas argentinas.
Tienen mucho odio y manejan todos los resortes del poder. No se puede tener paz con los ricos. Ellos buscan todo el tiempo desorganizarnos la vida.
Pero como decían los compañeros de “Punto de partida” el otro día al aire, debemos tener esperanza.
En las vísceras más profundas de nuestro pueblo están los mejores valores, los solidarios, los patrióticos, los comunitarios. Este espíritu comunitario que resiste en nuestros corazones morochos, podemos también verlo todos los días en millones de escenas cotidianas donde la Patria es el otro.
Necesitamos que estos valores se vuelvan hegemónicos. Que se transformen en moneda corriente. Lucha política, Lucha sindical, Lucha cultural, Lucha con nosotros mismos. Lucha contra el neoliberalismo que tenemos dentro cada uno de nosotros.
Las luchas contra uno mismo muchas veces son las más difíciles que damos en nuestra vida, pero se simplifican si las damos en conjunto con los demás. Si nos damos fuerzas unos a otros y no nos dejamos caer. De eso se trata la militancia también, de construir nuevas relaciones humanas donde el poder popular se vaya liberando de la toxicidad de los valores de la clase dominante ¿Sino para qué hacer política? Políticos pacatos sobran de ambos lados del mostrador.
Por eso la esperanza está en el futuro, pero fundamentalmente en el presente. Está en nosotros mismos, y tomar conciencia de esta responsabilidad es un acto profundamente revolucionario.
El “solo el pueblo salvará al pueblo” nunca tuvo tan urgente vigencia. Queridos compañeros y compañeras: cambiemos todo lo que deba ser cambiado, el presente es lucha y es nuestro al mismo tiempo.
¡¡¡Que no decaiga, carajo!!!
(*) Delegado Envases del Plata (ex-Camea). Integrante de la Agrupación metalúrgica José Ignacio Rucci, UOM seccional Morón.
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