En la Antártida, un bloque de hielo de 175 kilómetros cuadrados y 19 de largo, se desprendió del Iceberg más grande de la tierra, el A-68, que alcanza una superficie de 5.100 kilómetros cuadrados. La preocupación por el suceso radica en el irreversible calentamiento global y en el aumento en las temperaturas oceánicas. En este caso, es necesario darle una vuelta de tuerca a un actor clave en esta escena, ya diríamos cotidiana: el cambio climático.
Por Juan Patricio Méndez (*)
Nuevamente, un escenario de crisis en el cual el calentamiento global, actor central en procesos de conflicto ambiental, es protagonista. ¿Por qué el cambio climático es un factor clave para comprender el desprendimiento del gigante blanco?
Si bien el A-68 atravesó un rompimiento el pasado 16 de abril, también hay que tener en cuenta que en el 2017 se separó del frente glaciar de la Península Antártica. Al día de la fecha se encuentra navegando por las Islas Orcadas del Sur, en la región norte de la península, y su situación alarmó a la comunidad científica ante el inminente avance del calentamiento global y regional, y por el creciente deshielo de los polos y de la región antártica.
¿Qué es el deshielo o el derretimiento de los polos?
Es necesario precisar en qué consiste el proceso de deshielo de los polos planetarios. Se trata de la pérdida de hielo que deviene en agua, y que a su vez, aumenta el nivel de los océanos y mares. Por un lado, hay que tener en cuenta que el deshielo es un proceso natural, propio del esquema cíclico terrestre. Pero aquí el problema se da porque el derretimiento se aceleró producto de la contaminante actividad e intervención humana, acelerando los procesos de calentamiento global. Este desprendimiento, por lo tanto, no se da, conceptualmente, de forma natural. Es por ello que esta eventualidad representa un alto grado de preocupación en la comunidad científica y geográfica.
En este marco, las aguas de la Antártida se están calentando más rápido que la media global. El planeta entero entra en un proceso de calentamiento que altera el equilibrio de los polos, así como de los ecosistemas pertinentes a cada región terrestre. Sin embargo, el Océano Ártico registró una suba climática superior a la del resto de los océanos del mundo, medida que se mantiene desde la década de 1950, a un ritmo de 0,17 grados centígrados, mientras que el promedio mundial ha sido de 0,1.
¿Qué está pasando con el bloque de hielo que se desprendió?
Con esta batería de información, las corrientes cálidas están trasladando al A-68 hacía el Atlántico Sur, donde están las Islas Georgia y Sandwich del Sur. Las imágenes de radar captadas por el satélite Sentinel-1 de la Unión Europea, muestran el trayecto del bloque de hielo sobre la plataforma oceánica, y en este sentido, algunos científicos se han mostrado sorprendidos. Por ejemplo, el profesor de Geología de la Universidad de Gales, Adrian Luckman, expresó su sorpresa al ver que “algo tan delgado y frágil haya durado tanto tiempo en mar abierto”. Añadió, además, que es probable que se continúe separando, y que convivamos con los fragmentos de hielo durante algunos años.
La preocupación central radica en la aceleración de los procesos de calentamiento, y con el crecimiento vertiginoso de las temperaturas oceánicas y de la región antártica. En el año 2017, el A-68 contaba con una superficie aproximada de 6.000 kilómetros cuadrados y un espesor medio de 200 metros, y hoy posee un total de 5.100 kilómetros. Y debido al gran estrés al que está sometido el gigante helado, es probable que sufra más desprendimientos a lo lardo de la década antes de que desaparezca.
¿Qué pasa con la temperatura?
La revista científica Advances in Atmospheric Sciences publicó un estudio que señaló que la temperatura del océano en 2019 fue de aproximadamente 0,075 grados C° por encima de la media del período 1981-2010. Este registro climático encendió las alarmas en la región antártica, puesto que la temperatura pasó de 1,1 grados C° a 1,17, estadística que, en caso de reproducirse a lo largo de la primera parte del siglo, puede generar grandes derretimientos de los polos, así como la extinción de algunas especies autóctonas. Un ejemplo es el del Mar de Bellingshausen, cuyas aguas vienen calentándose, y pasó de aproximadamente 0,8º C en la década de 1970, a casi un total de 1,2º C en la década de 2010, medida que sigue en aumento.
La importancia de los océanos radica en que son los principales absorbentes de más del 90 por ciento del exceso de calor creado por las emisiones de gases de efecto invernadero. Su aumento de temperatura en el último período da, a los científicos, una lectura precisa sobre la tasa de calentamiento global. El desequilibrio producido genera, no solo en el continente helado sino en el mundo, un gran aumento de calor, el acelerado proceso de deshielo y la imposibilidad de refractar el calor atmosférico.
El calentamiento global ya ha causado estragos en ciertos ecosistemas, y ha provocado sequías históricas en regiones en las que la humedad es la cotidianidad. El caso más reciente es el de las Cataratas del Iguazú, en donde la baja del caudal de agua se debe, entre otras cosas, a la sequía histórica producto del cambio climático, el agronegocio y la sojización del terreno. Hoy, en un nuevo cachetazo de realidad, el planeta nos advierte sobre la necesaria atención que debemos prestarle a los procesos climáticos. Antes de que sea tarde, debemos comprender que la naturaleza es un par y no un recurso.
(*) Columnista de Abramos La Boca / Radio Gráfica.
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