Por Agustín Montenegro
Estado de la cosa (lo que hay es lo que es):
En los análisis literarios disponibles hay un estado de la cuestión que resiste poco debate: no existe literatura épica sobre la guerra de Malvinas. Con “épico” nos podemos referir, ampliamente, a un discurso más o menos homogéneo, que exalte la heroicidad, la gesta, que cante a la gloria (en la victoria o en la derrota). Con “no existe” queremos decir: no ha aparecido para disputar fuerte en el campo literario.
La épica, por otra parte, es un género antiguo y sería difícil que aparezca en una obra de arte de la década de 1980 o posterior. Serán más abundantes las críticas a la violencia y a la guerra que sus apologías, y más las voces críticas de la construcción del relato de guerra que las plumas que lo reivindiquen. Podemos pensarlo con grandes artistas que reflexionaron, anteriormente, sobre el tema en sus obras. Hemingway es un buen ejemplo: Adiós a las armas (1929) y Por quién doblan las campanas (1940) mantienen en algún equilibrio la crítica del horror de la guerra con la heroicidad ética y moral de sus protagonistas.
En un segundo lugar, más breve, habría que pensar toda una dimensión sociológica el arte que tiene que ver con las motivaciones que tienen los artistas para escribir en los 80, los 90, los 2000. Ahí hay que saber que el campo artístico tiene reglas particulares. Aquellxs que disfruten del arte deberán atenerse a sus formas, pero sobre todo a sus reglas. Y eso vale más aun para los artistas que quieren jugar esa partida. Si pensamos que el arte es voluntad y creatividad y no posicionamiento, entonces vivimos una ficción.
Frente a nosotrxs está la literatura de Malvinas, esto es, un conjunto de relatos que giran en torno a la farsa, a la tragicomedia, a la sustracción. Ni siquiera hay una marcada presencia de relatos antibélicos, sino representaciones de no-guerra en escenarios de guerra. Engañapichangas, trucos, anécdotas. No son hitos del pacifismo: son cantos al engaño. Comparto dos libros de referencia para el tema, una recomendación, la que leerán en todos lados, y un eje polémico para empezar a pensar qué es lo que pasa con la literatura y Malvinas:
Los pichiciegos (Fogwill, 1982). Su mito es conocido: supuestamente escrita en tres días, el rumor indica que propulsada por la cocaína. Fogwill crea una ficción que tiene un ritmo notable, de los mejores diálogos de nuestra literatura, y un argumento infalible: en el medio de la guerra, un conjunto de soldados liderados por los autodenominados Reyes Magos, se dedican a esconderse en túneles subterráneos, acopiar provisiones, y esperar, sobreviviendo. Es la piedra basal de la literatura sobre la guerra de Malvinas: no hubo otras líneas fuertes, sino una profundización de esa idea. Cabe señalarlo: la primera obra “sobre Malvinas” no habla “sobre Malvinas”. Predomina en la novela el carácter farsesco, chantún, irreal, y la crítica furibunda de los paradigmas de la masculinidad y la heroicidad en las posteriores obras de Lamborghini, de Perlongher, de Gamerro, de Forn y Fresán, y otros. Hay obras excelentes por la calidad casi incontestable de algunos autores (Perlongher, que ya había sabido poner nerviosos a ciertos peronistas y contentxs a otrxs), otras muy buenas, y otras no tanto. Algunos tienen causas muy fuertes para escribir lo que escriben, y ahí no descartaría un debate. Hay muchas obras que no he leído y que, en caso de quebrar esta hegemonía, ya nos enteraremos.
El país de la guerra (Martín Kohan, 2014): Es un muy buen ensayo de consulta sobre la construcción del relato bélico en la literatura y en la historiografía argentinas, que brinda, en los capítulos sobre Malvinas, relaciones y análisis muy productivos. Y, a través de sus muchos epígrafes, capítulo a capítulo, le permite al lector también irse internalizando con la bibliografía sobre teoría de la guerra, guerra y política, biopolítica, y otros temas que se van articulando en la lectura. Como comentario aparte, Kohan hizo una novela que casi parece confirmar lo que decíamos arriba: Ciencias morales (2007) es una narración minuciosa que cuenta la historia de Marita, preceptora del Colegio Nacional Buenos Aires. Su hermano, un conscripto que siempre está “a punto” de ir a Malvinas. Si leyeron más arriba, se pueden imaginar lo que sucede. Y también pueden ver la adaptación cinematográfica, La mirada invisible (Lerman, 2008), que proporciona un enfoque distinto sobre el material del texto y, cómo no, sobre Malvinas.
Islas imaginadas, la guerra de Malvinas en la literatura y el cine argentinos (Julieta Vitullo, 2012): Otro libro de consulta, este más tendencioso y más académico (en el peor sentido de la palabra). Funciona para tener una guía bibliográfica, en principio, de materiales críticos, cinematográficos y literarios sobre el tema, locales y extranjeros. El análisis de Vitullo es ajustado a los textos, produce cosas interesantes, pero su más grande deficiencia es confundir mirada crítica con relativismo, lo que la lleva a decir cosas como “Dada la efímera y discutible soberanía que Argentina logró efectivamente ejercer sobre las islas, el deseo de recuperar ese pedazo de territorio que la literatura reivindicatoria califica de “arrebatado”, “usurpado”… remite en realidad a una posesión imaginaria” (pág. 17). Se trata, cuanto menos, de una de las muestras de lo que sucede cuando se analizan obras estéticas como si unx estuviera paradx en el aire. El “como si” es fundamental para comprender una postura nunca inocente.
La forma exacta de las islas (Casabé-Dieleke, 2014): pero acá quería llegar, y por eso la recomendación anterior: el documental es el correlato fílmico del libro de Vitullo. Filmado con una cámara de mano y con equipos profesionales en dos viajes a las islas, la propia Vitullo va en busca de conocimiento, geografía, sensación, mientras lee y trabaja en su tesis. Esos viajes se incorporan al libro como apéndice. Es un documental que me fascina (y me llegó a obsesionar) porque nunca entendí si se tiene cabal comprensión de lo que se está mostrando (el género tiene esa magia): una relativización completa de la realidad que, producida por alguna clase extraña de bovarismo malvinero, termina convirtiéndose en un viaje con tintes experimentales. Entre el testimonio de Carlos Enriori y Dacio Agretti (veteranos), el paisajismo ventoso y una superposición de la ficción sobre la realidad, siempre me deja pasmado y bastante aterrorizado. Aunque no guste, sirve para entender bien de qué van el arte y la academia buscando hablar de Malvinas.
La literatura épica sobre Malvinas no existe, y si se hace o se hiciera con las reglas de la épica, sospecho que sería anticuada y poco útil para intervenir en un campo cultivado por la desmalvinización. En este sentido, la literatura y el cine son muy distintos. Lo que planteo yo es el estado de la cuestión del campo literario, que se organiza como cualquier campo: por tradición y hegemonía. Puede haber excepciones y satélites, pero el centro será ocupado, por ahora, por esas lecturas.
Salvo las obras de Kohan y la de Fogwill, ninguna de las obras del “canon” de Malvinas me interesó demasiado. No las creo ni potentes ni interesantes y son, por lo general, efectos de otras búsquedas: incluso las de buenos autores o investigadores, como Gamerro o Forn. Con la película de Vitullo y el panorama general en la cabeza, puede surgir otra idea: es probable que, con la literatura de Malvinas, siempre el autor o la autora predomina sobre sobre su tema. A nadie se le van a caer las medias: lxs autorxs son muy egocéntricos en sus búsquedas. Vitullo lleva las cosas al extremo y pone su propio cuerpo en el proyecto. Pero, bien, esos cuerpos siempre vuelven a sus cosmopolitas vidas, donde están los centros de la Literatura y el Cine. Y la guerra de Malvinas parece quedar olvidada allá, lejos, (más) al sur.
El tema es enorme, y da para seguir, pero vamos a lo nuestro: el que quiera plantar bandera en la literatura sobre Malvinas, deberá hacerlo contra una línea conformada, cínica y, a mi juicio, estéticamente débil (salvo por los ejemplos mencionados) y un público escéptico (los adeptos a “los chicos de la guerra”). Cada juego tiene sus leyes, y para plantar bandera en este, sobre todo, hay que hacerlo con un conjunto de reglas complejo, que requiere entrenar y posicionarse: son las reglas que usa todo gran artista, y se las conoce como las reglas del arte.
Pueden leer Los pichiciegos de Fogwill por aquí.
Pueden leer un muy buen análisis de Martín Kohan sobre Los pichiciegos acá.
Y pueden ver La forma exacta de las islas por aquí.
Discusión acerca de esta noticia