Por Fernando Gómez *
La costumbre de levantarse bien temprano para dejarle el mate listo a la familia que despierta cuando el rastro del padre se aleja. La rutina humilde que seguía Fernando Martín Gómez, 27 años, tres hijos, compañero de Sandra y vecino de Orán, Salta. También lo conocían como “Pelao”, chanchero de oficio o bagayero, según quien lo narre.
El martes se rompió la rutina. Fernando salió por la tarde ruta 50 arriba, con rumbo al paso fronterizo a la altura del Río Pescado, afluente del Bermejo, límite natural que separa nuestra Patria de la hermana Bolivia.
Los chancheros pasan hojas de coca desde Bolivia con rumbo a Salta y Jujuy, donde se embolsan y se venden en cualquier kiosco, mercado, feria o puesto de abasto. Eso mismo hacía Fernando cada día de su vida, ante los ojos de la Gendarmería Nacional que controla el puesto 28 de julio, patrulla el Río Pescado o controla a personajes que no integran el staff habitual de pasadores.
Madrugada del 18, un patrullaje recaudatorio por cercanías de las fiestas, un verdugueo fuera de lugar, una sospecha entreverada o cualquier otra razón habitual, puso en debate el provecho económico de la actividad de los chancheros. Gendarmes y paseros discutían la plata de los bagayos, justo en cercanías de las fiestas, con la excusa a la carta que pudiera servir para algún decomiso eventual.
La cosa se desmadró. A las tres de la mañana, un feroz represión terminó con dos personas en terapia intensiva, seis derivaciones a la capital salteña, 44 personas ingresadas por guardia y el asesinato de Fernando Gómez, con una balacera en el pecho, ahí cerquita de la ruta 50.
“¡Pelao, no puede ser, culiau, cómo te van a matar, una vida no vale 40 kilos de coca, culiau!” se escucha decir a un amigo de Fernando junto a su cuerpo sin vida.
Su muerte puso en funcionamiento la maquinaria de ocultamiento de responsabilidades que constituye el único trabajo efectivo conocido a Patricia Bullrich durante sus estadías en ministerios vinculados a la represión. Fabricación de excusas y una batería de mentiras para ensuciar la vida humilde de un trabajador argentino y padre de familia, fueron vomitadas en el twitter personal de Bullrich.
“La ministra dice que mi marido era narcotraficante, mire cómo vivimos; yo que sepa, los narcotraficantes viven en penthouses, country, chalet. Yo quisiera que muestren mi casa” gritaba Sandra entre lágrimas, frente a los medios locales, mientras regaba cuidadosamente un piso de tierra recién barrido, debajo de un techo de zinc sostenido por tablas y cañas, ahí donde unas horas después velarían a Fernando, después de que le entregaran el cuerpo de su marido.
Una larga marcha de vecinos se acercaba a darle el adiós a Fernando. El alma estrujada y los nervios endurecidos aún de la enorme pueblada que hizo temblar los barrios 200 años, Libertad y Caballito. Todavía se veía el humo en los cuatro puntos cortados de la Ruta 50, ahí donde chancheros y campaneras encendían la llama de un conflicto social que prende rápido en tierra secada a fuerza de miseria planificada.
18 de diciembre, pueblada en San Ramón de la Nueva Orán, decían los cables. Y la comunicación basura de los grupos económicos decidió ocultarlo. No sea cosa que en diciembre, justo diciembre, alguien recuerde que siempre hay una razón para un Santiagazo. Siempre hay una represión en un puente que separa Chaco y Corrientes para encender la mecha en tiempos jodidos.
Pero hacer de cuenta que no pasó nada, nunca es igual a que no pasó nada.
Pasó. En Orán, y se llevaron la vida de Fernando Martín Gómez.
Diciembre, siempre diciembre
Un asfalto tapizado en piedras y sangre de compatriotas, bajo al abrazador fuego de un infierno neoliberal que pensábamos sepultado aquel 20 de diciembre de 2001 reaparece en la memoria como nítidas postales del destino miserable que ésta etapa amnésica nos ofrece como propuesta de destino.
Hace 23 años, un pueblo herido en su dignidad, enfermo de desocupación y miseria, que velaba sesenta pibes por día que se morían por causas evitables; millones y millones de sueños rotos en las barriadas; comedores escolares, comunitarios y populares abarrotados de hambre; barrios maltrechos, surcados por la droga, la violencia y la desintegración social; el individualismo como cultura y la política como síntoma de frustración, hacían explotar por los aires un país condenado a la muerte por el neoliberalismo.
Pero claro, la historia no son postales, ni relatos testimoniales de una batalla. Son procesos dolorosos cargados de enseñanzas.
Aquel “Que se vayan todos” que nacía como grito del hastío popular, se había forjado por una profunda crisis de representación política que operó durante años como legitimante de una democracia que la constante traición al voto popular había puesto en su crisis más honda.
La esperanza del retorno a la democracia en el 83, había sido enterrada por la entrega del modelo económico a manos de los poderosos que había llevado adelante el gobierno de Alfonsín. La traición del menemismo, que llegó prometiendo revolución productiva y salariazo, y terminó profundizando el ciclo del neoliberalismo instaurado a sangre y fuego por la dictadura, operó como un palo en la rueda en la reconstrucción del peronismo como opción de poder para la construcción de una agenda popular.
La Alianza que tuvo como síntesis a De La Rúa, llegó al gobierno como emergente de la antipolítica, tapizó los Ministerios con representantes de los principales grupos económicos del sector financiero, y gobernó desde los despachos de la banca privada, hasta escaparse en helicóptero tras el fracaso del intento represivo con el que se intentó apagar el conflicto social.
La fortaleza de aquel modelo que representaba la agenda económica de las potencias extranjeras y la timba financiera, no la expresaba el gobierno de turno que le tocaba ejecutar sus intereses. La fortaleza la constituía la desintegración orgánica del Movimiento Nacional, la destrucción de la política como herramienta de transformación de la realidad, y el disciplinamiento represivo sobre la organización popular.
Veintitrés años han pasado, y paradoja forjada en la desmemoria, aquel modelo económico que condenó al pueblo argentino a la exclusión social, política, económica y cultural, se restauró en manos de los mismos personajes que aquel 20 de diciembre se escondían detrás de la debilidad de un gobierno que se escapaba por la más infame ventana de la historia.
En apenas un año, aquellos que forjaron el blindaje y el megacanje como política de endeudamiento externo obsceno de las finanzas argentinas, regresaron para llevar adelante un nuevo ciclo que condena los destinos de nuestra economía a las ruinas del desarrollo productivo e industrial.
La desocupación y el disciplinamiento de las condiciones de laburo reales, regresaron como prenda de buena intención para convocar a las inversiones externas sedientas de apropiarse nuevamente de nuestros recursos estratégicos.
La historia no se repite, ni como tragedia, ni como farsa. La historia, tan sólo, está anclada en la memoria de un pueblo para transformarse en enseñanza, que cuanto mas rápido se aprende, en mejores condiciones nos encuentra para revertir su curso.
La fortaleza de esta etapa no la constituye la imagen reflejada por la fábricas de encuestas de Javier Milei. El presidente es, apenas, la imagen nítida de un movimiento neurodivergente, refugiado en una realidad que sólo existe en sus atribulados pensamientos, rodeado de su hermana y un puñado de personajes que aceleran los negocios que ejecutan a su sombra y buscan no quedar en el vacío cuando los grupos económicos descarguen las consecuencias trágicas de su planificación, sobre la legitimidad de un gobierno que tiene anónimos en redes sociales como único soporte.
La fortaleza de esta etapa se nutre de dos fuentes. Por un lado, la hegemonía en las clases dominantes lograda tras décadas acumuladas de extranjerización de la economía nacional, que permite ordenar a ganadores y perdedores detrás de un silencio cómplice en un programa de saqueo económico y desmoronamiento político de la democracia ejecutado para subordinar nuestra riqueza a los intereses geopolíticos de la disputa global de los Estados Unidos.
Por el otro, la debilidad del movimiento nacional, que atraviesa el cierre de una etapa marcada por 20 años de hegemonía y que sigue insistiendo en encontrar las respuestas necesarias, en la nostalgia genuina que genera realizar recortes de aquella salida del infierno que significaron los gobiernos de Néstor y Cristina.
Buscar candidatos y pensar en una salida mágica que emerja de las urnas tras una contienda interna marcada por debates que sólo entienden los dirigentes que la protagonizan y aspiran de algún cargo, no sólo deja afuera a la enorme mayoría de las personas que habitan en este país, también desagregan cotidianamente a una militancia que observa perpleja la ineficacia en la que insisten los dirigentes que antes aparecían como portadores de la única verdad.
Pero claro, la única verdad, es la realidad.
Y esa realidad, habitada por urgencias sociales y emergencias económicas que no ocupan las preocupaciones de una clase política, terminan por fogonear una monumental crisis de representación política que amenaza con prender fuego los libretos prefabricados por el repertorio de un sistema democrático raquitizado.
Ahí entonces, la historia marca la tarea principal de este tiempo. El esfuerzo militante para consolidar mayores niveles de organización popular, la movilización como herramienta para enfrentar el ajuste, la iniciativa política para reconstruir el sentido de mayorías que permita encontrarle el agujero al mate para la reconstrucción del proyecto político que catalice las urgencias de la mayoría, constituyen las tareas principales para una etapa que nos demanda sacrificio e inteligencia.
Porque la historia, también, nos deja un testimonio indeleble en diciembre. Aunque todavía siga siendo lo suficientemente temprano para valorarlo.
Diciembre, siempre diciembre. En Santiago del Estero en los tempranos noventa, en el cierre de esa década en Corrientes, en los albores de un nuevo milenio en cada rincón de la Patria o en Orán, como hace apenas unos días.
El pueblo en la calle va decidiendo su propia historia, siempre.
(*) Editor de InfoNativa. Vicepresidente de la Federación de Diarios y Comunicadores de la República Argentina (FADICCRA). Ex Director de la Revista Oveja Negra. Militante peronista. Abogado.
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