Por Victoria Lencina *
“Yes, I’m lucky, yes I’m lucky.
Lucky with the ladies”
Lucky in love – Mick Jagger
“De niño me enseñaron
a ser gallo y que
un cobarde es un gallina.
Que el hombre
que las morras aman bravo
va de a golpes por la vida”
Cambia! – C Tangana
Una de mis escenas favoritas de Rocky III (Sylvester Stallone, 1982) transcurre en la playa. En ella, Rocky y Apollo, antiguos contrincantes, entrenan a la par. Toman impulso y corren al lado del mar mientras el sol ilumina sus cuerpos en colisión, completamente embellecidos por el contacto físico. En un acto lúdico, se tiran al agua salada, se salpican, saltan, vitorean y se abrazan. Tienen unas musculosas ceñidas al torso y unos shorts muy cortitos que marcan aún más sus músculos prominentes. La imagen es excesiva en su desborde de pasión. Hay un factor deportivo, pero también cierta afectividad entre los hombres que la vuelve inusual. No estamos acostumbrados a ver en el cine a varones abrazándose cariñosamente. La ternura pareciera quedar relegada en los relatos sobre la amistad masculina. Algo de eso trajo a colación el estreno de Close (Lucas Dhont, 2023) en el verano porteño. Una película que narra una amistad afectuosa entre dos varones adolescentes. Se trata de una amistad física: los chicos corren por un campo de amapolas, caminan de la mano, duermen juntos, se susurran secretos al oído y se acarician cuando uno de ellos está triste. Mientras en Rocky vemos al campeón abrazarse con el contrincante, en Close los prejuicios sociales no tardan en llegar y cobran la forma del cuestionamiento: “¿son novios?”

Barbie de Greta Gerwig retoma lo excesivo de la configuración del “macho alfa” para develar sus zonas de contradicción. Aquello que busca reprimir y castigar en realidad brilla con todo su esplendor en esa figura. Lo que aparece es cierta feminización de lo masculino que vuelve inestable el modelo ético del hombre agresivo, valiente, habilidoso para la seducción e indiferente a los sentimientos. Para hacerlo recurre a la construcción de dos mundos: Barbieland y el mundo real. En el primero, se recrea el modo de jugar con las muñecas, se apela a la imaginación y sus dosis de creatividad. Las barbies pueden volar, realizan coreografías todas las noches y algunas de ellas tienen cortes de pelo excéntricos y el rostro pintado con marcador. Las barbies son médicas, recibieron el premio nobel, se dedican a la política, imparten ponencias en congresos sobre física y toman decisiones en el parlamento. Los Kens, por su parte, son un mero accesorio. Su lugar pareciera estar en la playa. Sitio del coqueteo, de los pectorales marcados, del bronceado perfecto y de los lentes que reflejan “la belleza de Barbie”. Ken pareciera tener una función en ese universo: ser el novio de la muñeca. Todo da un vuelco cuando Barbie (Margot Robbie) y Ken (Ryan Gosling) tengan que viajar al mundo real y aquél conozca la existencia del patriarcado.
Es interesante el flujo de intercambios entre el mundo del artificio y el mundo real. Justamente porque los valores, las creencias y los juicios de los humanos moldean el universo de la imaginación. Lo que sucede en el mundo del juego se ajusta a las lecturas que los humanos hacen de su propio mundo. Y en esa dinámica aparece lo inédito. Barbieland es el terreno de la inversión de roles y de valores: está gobernado por mujeres, allí se es “el novio de Barbie”, no se tiene genitales y se es inmortal. Cuando se ingrese de lleno al mundo real los protagonistas conocerán mandatos sociales, por un lado, y angustias sociales, por el otro. Barbie descubrirá el acoso, la violencia de género, las exigencias que recaen sobre los cuerpos femeninos y que las mujeres no suelen ser CEO en las empresas. Por su parte, Ken descubre el patriarcado y la figura del “macho alfa”. Y es ahí donde Greta Gerwig lleva la parodia al paroxismo.
En el personaje de Ken se puede percibir cierta feminización. Este personaje tiene una transformación importante. En principio, es un muchacho apacible, amable y medio torpe que viste ropa de colores pasteles. Al llegar al mundo real ve que los hombres andan a caballo, usan relojes, visten tapados de piel, son musculosos y reinan el mundo. Entonces, compra libros sobre el patriarcado y decide llevar el modelo del “macho alfa” a Barbieland. Se produce una exageración del “modelo ético masculino”. En Ken comienzan a convivir distintos tipos de masculinidad: el John Wayne que imparte justicia y anda a caballo en los western, el Rocky que muestra su destreza física, el John Travolta que es habilidoso para el baile y la seducción en Grease, los hombres agresivos y misóginos que colocan la bandera estadounidense cerca de sus genitales e ingresan por la fuerza al Capitolio, el Donald Trump que se tiñe el pelo y le pone botox a sus labios, el Justin Timberlake o Robbie Williams que lidera una boy band y el Diego Armando Maradona que se besa con otros hombres y usa dos relojes. Las referencias a estas figuras son explícitas y están caricaturizadas.
Hay cuatro objetos que funcionan como aglutinadores de sentidos: la bandana, los lentes de sol, los relojes de oro y el tapado de piel. La bandana era utilizada por Bret Michaels, cantante de Poison, pero también por varios líderes de los Backstreet Boys o Nsync. Masculinidades que, al principio, parecieran ser antagónicas, pero que encuentran semejanzas en la narrativa del corazón roto. Se trata de hombres que lloran porque una chica los dejó o que no saben qué hacer para que les de bola. Las letras de las canciones son melodramáticas. Aparece un hombre que sufre la pérdida de un amor. En los videoclips se muestra a un varón que sufre, pero que oculta sus lágrimas detrás de lentes de sol. Acá Gerwig lo exagera porque le hace usar a Ken dos anteojos: uno en los que Barbie se ve reflejada y otros opacos que ocultan las lágrimas del dolor. Esto se complementa con el uso de tres relojes (explícita referencia a Maradona) en los que Ken pareciera tener algún tipo de rienda o control sobre el tiempo universal. Acaso una parodia del poder y el ego humanos. Por último, el tapado de piel funciona como un disfraz. Permite exhibir los pectorales de Ken, pero busca esconder su vulnerabilidad. Es el epíteto del “macho alfa”, su constructo principal y su absurdo.
El “macho alfa” como modelo ético está repleto de matices, de contradicciones, de agujeros. Gerwig busca escarbar ahí para develar la parte femenina que lo habita. En un momento, las barbies querrán poner en orden su mundo desestabilizado y apelarán a la estrategia infalible de cualquier melodrama o canción de tango: seducir y engañar a Ken. En la narrativa de ese género cinematográfico y musical se representa a la mujer como la causante de todos los males, la vida fácil, los ambientes nocturnos o, como decía Ricardo Manetti, “la muchachita buena capaz de simbolizar en el futuro el espacio seguro significado por la madre”. Gerwig apela a ese lugar común como una excusa para desatar una batalla campal “de celos” entre los kens. En esa guerra civil aparece la zona de contradicción. Aparece lo afectuoso, lo sentimental, el desborde de las pasiones, los quiebres emocionales, el hombre “llorón” que se intentaba ocultar tras el tapado de piel.
La secuencia musical “I’m just Ken” se convierte así en un elogio de lo afectuoso en las masculinidades. “¿Es un crimen? ¿No soy lo suficientemente hot cuando tengo sentimientos?” canta Gosling. A medida que la canción avance, Gosling se acercará a su contrincante y, al igual que Rocky con Apollo, estarán tan cerca que de sus cuerpos brotarán estrellitas de colores. Los hombres que se peleaban entre sí por una mujer ahora sólo piensan en revolcarse en la arena o unirse en una coreografía pop para cantar “donde veo amor, ella ve una amistad”. Las masculinidades co-fraternizadas en el manosphere (foros, podcast y websites donde se promueve la misoginia y la figura del macho alfa) aparecen ridiculizadas. Una crítica punzante al avance de las políticas neoliberales y de extrema derecha en Estados Unidos. Un mensaje que viene a decir algo así como “los hombres también lloran” y algunos quieren ser amigos de Barbie más que sus novios.

¿Quién es ese chico? Ken tendrá que descubrirlo. No es ni el apacible joven que viste de rosa, ni el violento y anti-derechos del Kendom, ni simplemente el novio de Barbie. Algo de eso saben bien las mujeres del mundo real: no son solamente amas de casa, madres, abuelas o tías, ni un objeto sexual. La inversión de roles de un universo a otro le permite a Gerwig poner al descubierto que los problemas del feminismo y del machismo no se resuelven fácilmente. No se trata de derrotar uno u otro universo, sino de convivir con la diferencia. No aplacarla, ni borrarla, sino alojarla y convivir con ella. En el mundo real hay equívocos, malentendidos y sobre-entendidos, disputas, debates y legislaciones. Y los humanos trasladamos algo de eso al mundo de la imaginación y del juego. “Los kens tendrán que empezar por algo y algún día llegarán a ocupar los mismos lugares que las mujeres en el mundo real” dice la narradora de la película.
El hallazgo de Barbie se encuentra en la problematización de un modelo masculino ejemplar impulsado, reivindicado y difundido actualmente por las políticas de extrema derecha. Un modelo que irradia artificio: botox, delineador, tintura, moda, pasos de baile, rouge y base. El artificio que cubre la ideología. La ideología que pretende moldear y normativizar lo que se sale de lugar, lo que incomoda, lo que se desvía. “Quizás todo lo que creías que te representaba no sos vos” le dice Barbie a Ken. Desviarse de lo establecido para inaugurar nuevos caminos y posibilidades. Hacer preguntas donde solo había certezas. Una verdadera revolución.
(*) Licenciada en Artes. Columnista de Desde el Barrio (lunes a viernes de 10 a 13).
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